INTRODUCCIÓN
La asociación del sexo con la
religión es común, y más de unos cuantos escritores han intentado rastrear toda
la religión a la adoración fálica. La frecuentemente estrecha conexión entre el
sexo y la religión se puede conceder; los cultos de fertilidad se hallan en
todas partes del mundo, pasado y presente. Esta relación se declara, de hecho,
en las Escrituras, como atributo de las religiones falsas. San Pablo declaró de
los hombres no regenerados:
Profesando ser sabios, se
hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de
imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Por lo cual también Dios los entregó
a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que
deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios
por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el
cual es bendito por los siglos. Amén (Ro 1: 22-25).
Como Murray comentó sobre este
texto: «La degeneración religiosa se penaliza por el abandono a la inmoralidad;
el pecado en el ámbito religioso se castiga por el pecado en la esfera moral».
Esto no es solo «una ley natural de consecuencias operativa en el pecado», es
todavía más el acto de Dios:
Hay la imposición positiva de
entrega a lo que es totalmente ajeno y subversivo del buen placer revelado de
Dios. El desagrado de Dios se expresa en su abandono de las personas preocupadas
por el cultivo más intenso y agravado de las lujurias de sus propios corazones
con el resultado de que ellas cosechan por sí mismas un costo correspondientemente
mayor de venganza retributiva.
La relación entre el sexo y la
religión es, pues, real; es un aspecto de la revuelta del hombre contra Dios.
Cuando el hombre se vuelve a la adoración propia, acaba adorando su propio
vicio sexual. Al rehusar reconocer el poder de Dios como Señor y Creador, adora
sus propios poderes genitales como creador.
Un ejemplo interesante de esto
fue citado por Herbert Asbury, en su relato de The Barbary Coast. Después del terremoto de la península de San
Francisco el 18 de abril de 1906, la reacción de incontables hombres fue buscar
consuelo en el sexo. En la cercana Oakland, también fuertemente estremecida, el
jefe de policía, Walter J. Peterson, indicó, de las casas de prostitución:
«Todo el día y toda la noche los hombres formaban hileras por cuadras esperando
frente a las casas, como en una taquilla en un teatro en una noche popular».
Conforme una edad se acerca a la
muerte, la actividad sexual del hombre se vuelve mucho más intensamente
perversa, porque su hambre religiosa ha aumentado, y el sexo es su dios
sustituto.
PERO ESO NO ES TODO; EL
HOMBRE AL MISMO TIEMPO EMPIEZA A JUSTIFICAR SU DEPRAVACIÓN RELIGIOSA Y MORAL.
El concepto moderno de la orgía
se debe rechazar a todo costo. Da por sentado que los que toman parte no tiene
ningún sentido del pudor, o muy escaso.
Esta noción superficial implica
que los hombres de la civilización antigua tenían algo del animal en su
naturaleza. En algunos aspectos es verdad que estos hombres a menudo parecen
estar más cerca a los animales que a nosotros mismos, y se mantiene que algunos
de ellos tenían este sentimiento de afinidad. Pero nuestros juicios están
ligados a la idea de que nuestros modos peculiares de vida muestran mejor la
diferencia entre hombres y animales.
Los hombres primitivos no se
contrastaban a sí mismos con los animales de alguna manera, pero aunque veían a
los animales como hermanos las reacciones en las que se basaba su humanidad
distaban mucho de ser menos rigurosas que la nuestra. Por eso cuando hablamos
de orgía de una manera muy general no tenemos base para verla como una práctica
abandonada sino por el contrario debemos considerarla como un momento de
tensión elevada, desordenada sin duda, pero al mismo tiempo un momento de
fiebre religiosa.
En el mundo patas arriba de los
días festivos la orgía tiene lugar en el instante cuando la verdad de ese mundo
revela su fuerza abrumadora. La violencia báquica es la medida del erotismo
incipiente cuyo dominio originalmente es el de la religión.
Pero la verdad de la orgía nos ha
venido a través del mundo cristiano en el cual se han derribado una vez más los
estándares. El sentimiento religioso primitivo derivaba de tabúes el espíritu
de transgresión. El sentimiento religioso cristiano se ha opuesto en gran
medida al espíritu de transgresión. La tendencia que permite que un desarrollo
religioso proceda dentro del cristianismo está conectada a estos puntos de
vista relativamente contradictorios.
Es esencial decidir cuáles han
sido los efectos de esta contradicción. Según mi manera de pensar, si el
cristianismo le hubiera vuelto la espalda al movimiento fundamentalista que dio
lugar al espíritu de transgresión, hubiera perdido por entero su carácter
religioso.
Por orgía Battaille, por supuesto, se refiere a los festivales
religiosos de la antigüedad que pedían la práctica religiosa de actos de caos:
adulterio, homosexualidad, incesto, bestialismo, saqueo, incendios, masacres y
depredación general. Battaille describe este espíritu religioso de
transgresión:
Pero la característica más
constante del impulso que he llamado transgresión es hacer orden de lo que es
esencialmente caos. Al introducir la trascendencia en un mundo organizado, la
transgresión se vuelve el principio de un desorden organizado.
Para estos cultos de caos, todo
acto del hombre era santo y sagrado, puesto que el hombre estaba en continuidad
con la divinidad del ser. Pero el cristianismo, según Battaille, desacralizó al
hombre y al mundo: «Redujo lo sagrado y lo divino a un Dios discontinuo y
personal, el Creador».
Como resultado, hay un movimiento
para restaurar el «amor» a su lugar «apropiado» en la vida del hombre, o sea,
un lugar de expresión «libre». Se aduce que «el amor abre potencialidades
ilimitadas». Según el Dr. Charles Francis Potter, «la vida es la única
maravilla; solo la vida es divina». Esto quiere decir que la vida, y la
sexualidad de la vida, están por encima de la ley, porque es en sí misma divina.
El sexo, entonces, se adora; Goldberg lo llama «el fuego sagrado».
DE LA ADORACIÓN AL SEXO, ESCRIBE:
Con todo, la adoración al sexo
hizo por el hombre incluso más que eso. Fue la redentora de su alma
aprisionada. Proveyó una salida para aquellas pasiones sexuales que la raza
había conocido en su infancia, pero que más tarde evidentemente habían sido
expulsadas del corazón y la mente.
Los recuerdos de ellas pueden
haber persistido, puesto que no habían sido eliminadas por completo de la
tierra. En todo caso, el deseo estaba allí, al rescoldo debajo del montón de
supresiones.
Antes, el hombre era un agente
libre sexualmente. Podía aparearse con cualquier mujer que apareciera en su
camino. Ahora, estaba en cadenas. La adoración al sexo vino para romper los
grillos y, si acaso por un breve lapso de tiempo, para llevar de regreso al
hombre a la libertad que había sido suya.
Lo que era prohibido en general
en la selva no solo estaba permitido, sino, de hecho, se convirtió en
obligación en el templo de los dioses.
Cuando, en el templo, el hombre
fue libre para hacer sexualmente lo que se le antojara, le agradó hacerlo con
toda la libertad posible.
Como resultado, tenemos el ataque
religioso estudiado contra la ley moral bíblica. Primero, se exige relativismo moral; se nos dice que a toda persona
se le debe juzgar en términos de sus propios estándares. Según Daniel sson:
Acusar a los polinesios de ser
inmorales según nuestro estándar occidental cristiano es, por supuesto, tan
irrazonable como sería que ellos nos condenaran porque no observamos las reglas
de tabúes polinesios. La justicia elemental exige que empleemos el código moral
propio de cada pueblo como estándar
al tratar de juzgar su conducta, y si hacemos este nuestro punto de arranque y
comparamos la manera polinesia de observar los cánones existentes de conducta
con nuestra propia conducta moral, somos nosotros los que deberíamos
avergonzarnos.
Daniel sson apela a la «justicia
elemental», pero esa no es una justicia que algún cristiano pueda reconocer,
porque ha redefinido la justicia y moralidad en términos humanistas y
relativistas. Daniel sson no solo propone el anarquismo moral, sino que les
niega a los que discrepan con él todo derecho a discrepar. Su ruego de tolerancia,
así, se basa en una intolerancia radical.
Segundo,
estos
relativistas entonces demandan, para citar a la esposa de una ex ministra de
justicia belga, Mme. Lilar, que tenía una ideología humanista radical, «una
resacralización del amor humano». Sin que sea sorpresa, Mme. Lilar basaba su
pensamiento en los cultos antiguos de caos y el mito del andrógino. Ella no promueve
la vida licenciosa, pero incluso menos promueve la ley y la obligación, porque
«la obligación es con certeza desacralización como lo es la vida licenciosa».
SU ESPERANZA ES UN AMOR «LIBRE»,
ESPONTÁNEO, «SAGRADO» QUE NO NECESITA LA LEY:
¿Debe uno concluir que la libertad y la fidelidad son
irreconciliables? No.
Por el contrario, aunque una fidelidad
forzada y convencional pudiera tener sus ventajas morales y sociales, solo una fidelidad
espontánea y de amor, constantemente renovada al ser escogida en libertad
completa, puede fortalecer a la pareja en su vocación sobrenatural. Una pareja
debe, por lo menos especular, apostar en su capacidad para durar. Debe tener fe
en su amor, fe en su resistencia al tiempo. Si por mala suerte el amor se
extingue, ninguna fidelidad obligatoria o forzosa puede devolverle su cualidad
sacra.
Lo que sucede entonces es una
serie de ajustes mutuos en una atmósfera de asociación, de compañerismo; pero
de nada sirve engañarse una misma; estos ajustes meramente sancionarán el paso
de la pareja del amor sacro al amor profano, y esto se debe considerar una
caída.
Lo absurdo de esta posición es
que quiere la iniquidad del que sigue la ideología humanista mientras que
retiene la fidelidad del cristiano, combinación imposible.
Pero, para volver al punto que
hizo Goldberg, es decir, que el sexo es un «redentor»; esto es cada vez más un
aspecto de la escena moderna. Es un serio error ver una era como la presente, o
las postrimerías del Imperio Romano, como un tiempo de personas «sexuadas en
demasía». A decir verdad, los tiempos de intensa sexualidad son también por lo
común eras de baja vitalidad sexual. Cuando Mme. de Maintenon tenía más de
setenta años, se quejaba porque su esposo, Luis XIV, «insistía en sus deberes
conyugales todos los días y en ocasiones hasta dos veces».
Esto es menos probable que sea
una queja en una era de decadencia. El fin de una era ve una declinación en
todo tipo de energía, incluyendo la energía sexual, y, como resultado, a la
energía sexual normal la reemplaza una frenética. Se recurre a extremos de
provocación, porque exige más estimular un apetito bajo y estropeado. Exige un esfuerzo
mayor excitar a un hombre en una era que declina.
La sexualidad flagrante es casi
una marca de baja vitalidad. También se requieren perversión y violencia para estimular
el apetito enfermo. Se vuelve especialmente importante rechazar todo lo que es
normal, legítimo, y parte del «pasado» ordenado y piadoso. Se considera errado dejarse
influir por cualquier otra cosa que no sea el momento. Así, cuando a Andrei Voznesensky, escritor
soviético, se le preguntó: «¿Cuál de los poetas rusos de los últimos cuarenta
años le han influido más?», respondió:
«Qué pregunta. Ser influido por poetas viejos
es como enamorarse de la abuela de uno». En tal perspectiva, el hombre sin
raíces es el hombre redimido, y Hollo habla de Henry Miller como «la cúspide»
del mundo, «al pie de la escalera del hombre al cielo».
La justicia tiene sus raíces; se
arraiga en la ley de Dios y se mueve en términos de historia redentora pasada,
presente y futura. Como resultado, la justicia es el enemigo de la sexualidad
religiosa, en tanto que el mal, siendo sin raíces e irresponsable es puro y
santo. Un personaje de O’Donoghue declara: «¡No se debe ser tan ingenuo como
para creer que a la crueldad y a la violencia necesariamente se las deba
motivar! El acto malicioso, separado del ajetreo rutinario, deslustrado, de impulsos
orientados a una meta, alcanza una cierta pureza en su propio ser».
Así que es el mal, especialmente
la sexualidad perversa y pervertida, el que en esta perspectiva se vuelve redentora.
La película de 1968-1969 Teorema es,
se nos dice, «una parábola extraña, enigmática, que trata de la sociedad
contemporánea corrupta mediante los efectos devastadores que un extraño
misterioso y sensual ejerce sobre la familia de un industrial».
El gobierno italiano calificó de
obscena la película (y es una producción italiana), pero «la iglesia católico
romana la honró con un galardón (que más tarde le retiró)». Un extraño
misterioso visita la casa y «le da a todo miembro de la casa la clase de solaz
sexual que cada uno anhela. El extraño lee sus pensamientos más íntimos y los
satisface». Participan el padre, la madre, el hijo, la hija y la criada. Cuando
el extraño se va, «un gran vacío un abismo intelectual y espiritual del cual no
puede brotar ninguna ayuda existe».
El padre se vuelve un homosexual
que anda desnudo por las calles, la madre una mujerzuela, el hijo busca escape
en el arte impresionista; la hija enloquece, y la criada se vuelve una ermitaña
religiosa que hace milagros.
¿Qué significado se puede hallar
en todo esto? ¿Se supone que el extraño sea Dios, el diablo, o ni uno ni otro?
¿Son estas personas tan depravadas que cuando se les despoja de su existencia
burguesa artificial no les queda nada sino locura?.
El hecho de que el extraño misterioso
pueda ser «Dios, el diablo, o ni uno ni otro», es especialmente significativo.
El punto es que no hay una diferencia discernible entre Dios y el diablo, así
que a tal extraño misterioso se le puede catalogar como cualquiera, o ninguno.
Lo supremo y la moralidad se consideran despreciables, y por consiguiente,
«Dios, o el diablo», deben robarles a los hombres su «existencia burguesa
artificial» en un mundo de bien y del mal.
Así, el sexo en Teorema es un instrumento religioso
de doble filo; puede dar redención, o puede traer condenación a los que rehúsan
su mensaje.
De manera similar, la película «Iam
Curious (Yellow)» [«Soy curioso (amarillo)»], película sueca, se caracteriza
por una rebeldía radical contra la autoridad, expresada sexualmente, según el
sociólogo y psicólogo Dr. Charles Winick, testigo a favor de la película en su
juicio estadounidense. Esto lo enuncia con claridad: el propósito de esta
sexualidad religiosa es la rebeldía contra la autoridad, la autoridad de Dios,
por el nuevo dios, el hombre.
Esta rebeldía requiere la puesta
en práctica religiosa del mal como cuestión de principio. La prueba de
excelencia y liderazgo en algunos grupos hoy es la depravación, la realización
de varios actos pervertidos. Su tesis es «la rectitud de Lucifer», o sea, del
mal. Un amor a la mugre, una creencia en su divinidad, y una guerra total
contra toda ley de Dios es su principio.
Y esto no debería sorprendernos.
Es una ley del ser que la apostasía religiosa tiene consecuencias morales. San
Pablo dice con claridad en Romanos 1, que la idolatría del hombre
ineludiblemente resulta en inmoralidad, y la inmoralidad en perversidad y
perversiones. Debido a que tales hombres abandonan a Dios, Él los abandona a
ellos.
Tales hombres intercambian la
verdad de Dios por una mentira (Ro 1: 25); «por “una mentira” quiere decir aquí
“dioses falsos”, que son la incorporación suprema de la falsedad». El comentario
de Knox sobre Romanos 1: 24-27 dice, en parte:
El propósito principal del
apóstol al momento es apuntar, no a los pecados, sino al juicio. Ve en la
corrupción moral, especialmente en los vicios sexuales no naturales, una señal
de que «la ira» ya ha empezado a obrar. Dios
los entregó a la inmundicia. Ya
hemos visto que Pablo concebía el pecado y sus consecuencias como estando en la
conexión más estrecha posible; la decadencia y la muerte seguían el pecado tan
inevitablemente como la vida y la paz a la justicia de la fe, y en verdad
participan del mismo carácter.
Así que aquí ve en la prevalencia
de la homosexualidad, la deshonra de
sus cuerpos entre sí mismos, como una manifestación no solo de pecado,
sino también de este asunto y castigo, o sea, corrupción y muerte.
El de ideología humanista se
rebela contra Dios a fin de exaltarse a sí mismo. La tétrica ironía del juicio
es que este acto lo conduce a deshonrarse a sí mismo. El de ideología humanista
trata de glorificar y honrar su cuerpo, pero más bien lo deshonra abiertamente
y hace de su desgracia un hecho público.
EL SEXO Y LA RELIGIÓN ESTÁN ESTRECHA E
INELUDIBLEMENTE LIGADOS EN TODA FE NO BÍBLICA.
Es el resultado religioso de la
apostasía; el hombre adora su propio mal sexual y exalta su desgracia como una
forma de vida. El hombre humanista adora «el momento» y convierte «el espíritu
de trasgresión» en un principio religioso. Tal fe no puede producir o perpetuar
una cultura; solo puede destruirla. Los hombres deben, bien sea reconstruir en
términos del Dios trino, o ser arados bajo su juicio y castigo.