INTRODUCCIÓN
Una opinión muy común no solo
asocia el sexo y el pecado original sino que de manera muy lógica conecta el
sexo y el delito. Si el sexo es la fuente de la caída, entonces lógicamente, el
sexo es la causa del delito. Los ateos leen esta opinión en la Biblia, aunque
sin ninguna base legítima en lo absoluto. En realidad, el origen de esta
creencia es pagana, no es bíblica. Muchos mitos paganos indican una creencia en
el origen sexual del pecado. El mito de Platón del hombre original andrógino es
un ejemplo familiar.
El origen sexual de la
criminalidad se ve extensivamente en los neofreudianos y también en muchos
otros. El ex director de San Quintín, Clinton Duffy, escribió una exposición de
esta idea titulada Sex and Crime, manteniendo
que:
El sexo es la causa de casi todos
los crímenes, la fuerza dominante que impulsa casi a todos los criminales.
Después de treinta y cinco años de experiencia correccional como director de la
prisión de San Quintín, miembro de la Autoridad de Adultos de California y
director ejecutivo del Consejo de San Francisco sobre Alcoholismo, estoy
convencido de que es raro el delito que no se pueda rastrear a una ineptitud
sexual de algún tipo.
Los criminales se ven acosados,
aturdidos y alterados por las tensiones, dudas, fantasías, ansiedades y hambres
sexuales. En mi opinión el 90% de los hombres en las prisiones de nuestra nación
están allí porque no pudieron vérselas con el problema.
Tendremos sexo mientras tengamos
vida, y delito mientras tengamos civilización.
NO PODEMOS ELIMINAR EL SEXO ASÍ QUE NO
PODEMOS ELIMINAR EL DELITO.
No es sino cuando aceptemos la
relación entre los dos que podemos empezar a hacer progreso real en nuestra
eterna batalla contra las fuerzas del mal.
Debemos entender que la mayoría
del delito es resultado del sexo y que hay que tratarlo como problema sexual.
Si esta creencia es verdad, la
lógica requiere una alteración radical de los estándares y conductas sexuales a
fin de eliminar las causas del delito. En concordancia, los que abogan por el
amor libre exigen la abolición de las regulaciones sexuales como el paso
necesario para una sociedad libre y humana.
Los anarquistas sexuales son
utópicos sociales. Un rastro de esta opinión es evidente en Duffy, que aboga
porque se provea compañeros sexuales para los presos. Mississippi permite que
un prisionero tenga «visitas conyugales» con su esposa; México no le limita la
visita a la esposa.
El propio informe de Duffy da
evidencia de la naturaleza no sexual del delito.
Los grupos étnicos muestran
patrones de corte claro; así, los orientales, con su fuerte cultura de familia,
«rara vez se meten en problemas», y los menos de todo son los japoneses. Los
escandinavos presos son pocos. Los judíos por lo general acatan la ley; su
problema con la ley por lo general tiene que ver con dinero, según Duffy: «La
mayoría de presos judíos son timadores o embaucadores, o defraudadores o
falsificadores de cheques».
Anteriormente, los irlandeses se
metían a veces en problemas debido al licor y las peleas, los alemanes raras
veces se meten en problemas y cuando esto pasa es por agresión; los italianos
han tenido problemas en donde las actividades de pandillas son fuertes; cuando
los franceses están en prisión, es «en su mayoría por transgresiones sexuales»;
los mexicanos a menudo intervienen en crímenes de violencia y narcóticos, pero
«pocos mexicanos mayores de cuarenta años parecen meterse en problemas». Los
negros constituyen una proporción muy alta en la población de presos.
En el sur, «más de la mitad de
los presos en las prisiones estatales son negros, y también en algunas
prisiones del norte». Duffy creía que el prejuicio contra los negros explicaba
algo de esto, aunque reconocía que los presos negros eran culpables. Es muy
probable que a veces un negro culpable enfrente mayor severidad debido a su
raza, pero también es cierto que mucho se tolera y se le excusa debido a su
raza.
El patrón del sur por décadas fue
severidad en algunas cosas (tal como violación) e indulgencia en otras (tales
como una ratería, violencia entre negros, borrachera y cosas parecidas).
EL ENLACE RACIAL CON EL DELITO ES MUY
CIERTO, PERO DISTA MUCHO DE LA RESPUESTA.
Tal como no se puede decir que el
sexo es la causa del delito, no se puede decir que la raza lleve al delito.
Desde los años de Duffy como director de prisión, la cantidad de actividad
criminal por jóvenes caucásicos ha aumentado muy rápidamente.
Su raza obviamente no les ha dado
inmunidad contra la criminalidad. Se debe buscar la causa en otra parte.
San Pablo dice la causa con
claridad. El hombre no regenerado, el hombre en guerra contra Dios, es hostil a
Dios y lo aborrece; tales hombres «no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco
pueden» (Ro 8: 7). Tales personas seguirán un curso de iniquidad religiosa (Ro
1: 18-32). Suprimen la verdad debido a su injusticia y adoran a la criatura
antes que al Creador.
ESTE ASPECTO DEL HOMBRE ES EL QUE LA
IDEOLOGÍA HUMANISTA SE NIEGA A RECONOCER.
Supuestamente, la criminalidad
del hombre se curará al eliminar al estado, la propiedad, la religión y las
leyes. Pero, puesto que los impíos son por naturaleza transgresores de la ley,
pueden rebajar los estándares cuanto quieran, pero con todo quebrantarán la
ley. Viven para quebrantar la ley. Como resultado, mientras más una generación
rebelde quebranta la ley, más violenta se vuelve, porque las violaciones de un
estándar progresivamente laxo requieren acciones progresivamente más
flagrantes.
Nietzsche creía con razón que él
no creer en Dios y en la inmortalidad produciría un mundo de hombres violentos.
Algunos que siguen la ideología humanista han sostenido que si los hombres
tuvieran solo esta vida y este mundo, atesorarían la vida y vivirían en paz.
Pero, puesto que Dios y la inmortalidad le dan a esta vida presente significado
y propósito, la creencia refrena a los hombres, en tanto que la incredulidad
abarata la vida y conduce a mayor violencia y asesinato.
Cuando el hombre se vuelve su
propio dios, se vuelve artículo de fe y urgencia de la vida para afirmar su
reclamo mediante la violación de todas las leyes que no le gustan.
La esencia de la vida, entonces,
debe ser sin ataduras, sin cadenas de la ley o la responsabilidad. Esto conduce
a una perversidad radical, que un amigo una vez bromeó con el conde de
Gramount: «¿No es un hecho que tan pronto una mujer te agrada, tu primera
preocupación es descubrir si ha tenido algún otro amante, y tu segunda cómo
acosarla; porque la obtención de su afecto es lo último en tus pensamientos.
Rara vez participas en intrigas excepto para perturbar la felicidad de otros;
una querida que no tiene amantes no tendrá encantos para ti».
En el siglo XVIII, el propósito
básico de enredos amorosos se han descrito como «un deseo de seducir, y abandonar,
como deporte malicioso». La «corona de su victoria» era que el seductor hiciera
su trabajo «sin la menor intervención emocional, así que cuando la mujer,
conquistada y sumisa, suplicaba al fin; “¡Por lo menos, dime que me quieres!”
él podía esbozar una sonrisa de desdén y rehusarse». Como resultado, la
Rochefoucauld comentó: «Si se juzga al amor por la mayoría de sus efectos, se parece
más al odio que a la amistad». Tal «amor» era en verdad aborrecimiento, y empezaba
con el aborrecimiento a Dios.
Puesto que la meta del hombre
cuando reclama ser dios es la autosuficiencia, se niega la dependencia del
amor. Fue la Edad de la Razón la que también redujo el estatus legal de la
mujer a la de una esclava como parte de su «amor». Habiéndola reducido a un papel
impotente,
estos hombres podían ser
románticos en cuanto a este títere a quien podían tan fácilmente destruir.
Keats cotorreaba en cuanto a esta «mujer nueva»: ¡Dios! Ella es como blanca
oveja de leche que bala Por la protección del hombre.
Con razón la «hostilidad» es un
aspecto básico, no solo de los que ultrajan a niños, sino también de las
«Lolitas», niñas, que gustan de tales avances.
PERO TODA HOSTILIDAD TIENE COMO
CONTRAPARTE UN NUEVO ASPECTO DE SIMPATÍA.
Los que son hostiles a Dios y a
su ley tendrán simpatía y amistad hacia los criminales. Sienten un vínculo
común que los une en su aborrecimiento por la ley. Un abogado europeo, cuya
perspectiva definitivamente no es cristiana ha observado:
El determinismo en la ley
criminal representa una apología en grande. Debemos hacer la pregunta que
sigue: ¿apología, por qué? El que excusa al criminal declara por sí mismo.
«Madame Bovary, c’est moi», decía Flaubert. En un tiempo cuando fuertes
influencias están abriendo nuevo terreno, el excusar al criminal debe resultar
en severos sentimientos de culpa.
La sociedad hace un esfuerzo por
reducir este sentimiento de culpa excusándose tanto a sí misma como al criminal
con quien se identifica. Nietzsche se refirió a la oleada de compasión que, en
la segunda mitad del siglo diecinueve, barrió Europa desde París hasta San
Petersburgo.
La simpatía por el criminal
quiere decir hostilidad a Dios y a su pueblo. Como Reiwald observó más, en otro
contexto: «En donde quiera que hay alguna forma de vida social, debe haber
castigo». El castigo en la sociedad humanista se dirige progresivamente contra
el inocente y el que acata la ley. Sea con respecto a impuestos, legislación
discriminatoria, o violencia abierta, el pueblo de Dios se vuelve objeto de
violencia creciente.
En las palabras de Juvenal: «Las
profundidades de la depravación no se alcanzan en un solo paso». Bronowski
advirtió, con respecto a los festivales paganos: «Esta revuelta contra la
autoridad es la esencia de las saturnalias en todas partes».
El Renacimiento desató un gran
aluvión de violencia por su hostilidad contra la ley piadosa. Según Lo Duca:
La libertad buscada por las artes
(la noción de belleza es en sí misma perturbadora, las artes siempre han sido
las tropas de choque de la verdadera revolución), la revolución buscada por la
ciencia (esto ya es más peligroso, para el poder establecido como para los que
idolatran el pasado), la libertad buscada en la lengua y moral fueron todas
parte de un factor dinámico capital:
EL INDIVIDUALISMO.
Mediante el individualismo, la
libertad trata de alcanzar lo absoluto, lo que conduce más allá de los
conceptos de bien y mal, a la anarquía auténtica. El genio del Renacimiento a
menudo enmascara una anarquía profunda y funcional, que no fue destructiva, estando
dominada y refrenada por el orgullo. Solo el orgullo permitió esta anarquía
lujosa que halló su moralidad en el arte.
El ejemplo perfecto del hombre
del renacimiento es el condotiero. Tal condotiero como Segismundo Malatesta es
el Renacimiento resumido en un hombre. Su individualismo es igual al de
Bartolomé Colleonia o Galeazo María Sforza. La «anarquía» de estos señores de
guerra se basa en el rechazo de toda ley, humana o divina.
Otro famoso condotiero, Werner
von Usslingen, llevaba, grabado en supeto: Enemigo de Dios, la compasión y la misericordia. Hombres de este
calibre, capaces de odio tan feroz, fuertemente marcaron el mundo que surgió de
las cenizas de la Edad Media.
La violencia de la Edad Media
nunca estuvo libre de obsesión y crueldad, y sobre todo la necesidad de hallar
una justificación invocando pretextos religiosos.
LA VIOLENCIA DEL RENACIMIENTO NI POR
UN INSTANTE TRATÓ DE JUSTIFICARSE.
El sentimiento de culpa había
desaparecido, absorbido por esa desesperada «voluntad de poder» a la que se le
daría nombre cuatro siglos más tarde.
No obstante, estos condotieros
introdujeron en su sociedad un elemento exterior que asoló el continente: el
soldado de fortuna, mercenario o Landsknecht,
señores del pillaje y violación. Su ejemplo, así como también su impunidad en
los crímenes (la guerra siempre ha sido un pretexto útil para desatar los
instintos más infames bajo la cubierta de «debilidades» naturales de los
héroes) fuertemente influyó en sus contemporáneos.
El autor que nos da este resumen
halla también atractivo para sí mismo en los vicios antiguos y griegos, y habla
del «hecho» de que «los antiguos nos encantan como una filología muy conocedora
de la primera serie de penetraciones anales, bien sea en un hombre o una
mujer».
Los hombres y sociedades en
revuelta contra la autoridad de Dios hallan un terreno común en su hostilidad contra
la ley y el orden moral. El hombre moderno, así, siente una continuidad con los
griegos y con el renacimiento que definitivamente no se parece a la Edad Media o
a la Reforma.
Lo Duca compara al condotiero del
Renacimiento con el hombre moderno revelado por Sade:
Lo que el condotiero trajo al
espíritu del Renacimiento, Sade lo trajo a la era moderna. No solo que Sade
expone el axioma de que la vida no es sino la búsqueda de placeres, o incluso del placer, sino que introduce el
principio de que el placer está ligado al sufrimiento, es decir el intento de
destruir la vida: «el cuerpo nada más que un instrumento para infligir dolor».
En donde no hay sumisión a la ley
de Dios, hay una resistencia progresiva, desplante y violación en consecuencia.
La causa del delito no es el sexo; es el pecado, el desplante del hombre contra
la autoridad soberana de Dios y el intento del hombre de ser su propio dios. El
intento del hombre de hallar la causa del delito en el sexo es parte de su
intento por derrocar el orden-ley de Dios al reordenar las relaciones sexuales.
Previsiblemente no solo en Sade sino en todos los que niegan la ley de Dios, la
conclusión es la misma: «Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los
que me aborrecen aman la muerte» (Pr 8: 36).