1. EL NUEVO TESTAMENTO COMO LEY
Según H. L. Hoeh la iglesia por
algún tiempo no celebró la Pascua moderna, sino la Pascua judía como su Pascua
cristiana anual (o comunión), y el festival de Resurrección fue según la fecha
de la Pascua, independientemente del día en que cayera.
Hay bien poca evidencia de que la
iglesia primitiva continuara celebrando la Pascua y hallando en el Antiguo
Testamento el requisito del Nuevo Testamento. Bingham da evidencia de que la
iglesia primitiva en efecto observó «la Pascua, o el festival Pascual», al
mismo tiempo que la Pascua judía2. El Venerable Bede citó reprensiones papales
del siglo VII a los escoceses por continuar observando la Pascua hebrea como la
única ocasión válida para «guardar la Pascua de Resurrección»3.
La hostilidad entre cristianos y
judíos ayudó a separar las dos observancias, y la apostasía de algunos
cristianos al judaísmo promovió más la ruptura con la ley.
Una «Epístola a Diogeneto»
anónima da un ejemplo excelente de esta hostilidad, y de la seriedad del
problema para algunos religiosos del día:
Cap. IV. Pero sobre su
escrupulosidad en cuanto a carnes, y su superstición respecto a los sabbats, y
su jactancia en cuanto a la circuncisión, y sus ideas peregrinas en cuanto a
ayunos y lunas nuevas, que son completamente ridículas e indignas de notarse,
no pienso que necesitas aprender algo de mí.
Porque, aceptar algunas de estas
cosas que Dios ha formado para uso de los hombres como formadas apropiadamente,
y rechazar otras como inútiles y redundantes, ¿cómo puede ser lícito? Y decir
cosas falsas de Dios, como si Él nos prohibiera hacer lo que es bueno en los
días del sabbat, ¿cómo puede ser impío?
Y gloriarse en la circuncisión de
la carne como prueba de la elección, como si, por razón de ella, fueran
especialmente amados por Dios, ¿cómo no va a ser ridículo? Y en cuanto a
observar meses y días, como si se esperara a las estrellas y a la luna; y su
distribución, según sus tendencias, de las designaciones de Dios, y de las
vicisitudes de las estaciones, algunos para festivales, y otros para aflicción,
¿quién consideraría esto una
parte de la adoración divina, y no más bien una manifestación de necedad?
Supongo, entonces, que estás suficientemente convencido de que los cristianos,
absteniéndose como es debido de la vanidad y error comunes (tanto para judíos y
gentiles), y de los espíritus entremetidos y fanfarronería vanas de los judíos;
pero no debes esperar aprender el misterio del modo peculiar de adorar a Dios
de ningún mortal.
Hubo más mucho más en este
sentido: esfuerzos por desanimar ridiculizando la obediencia cristiana a las
prácticas del Antiguo Testamento, y desalentar la asistencia de los cristianos tanto a la iglesia como a la sinagoga, costumbre que
Bingham notó. Es muy obvio que los cristianos no estaban solo guardando las
leyes de la dieta, sino también observando las leyes del sabbat y la circuncisión.
Evidentemente, aunque la iglesia
tuvo algunos problemas con el antinomianismo, también muchos miembros anhelaban
guardar toda la ley de Dios sin ninguna separación de las prácticas hebreas.
La razón se ve con facilidad. La
literatura apostólica de buen grado recalcaba la ley. En Bernabé leemos:
Suelta toda cadena de injusticia,
desata las ataduras de los acuerdos extraídos por la fuerza. Libera a los
desvalidos con perdón, y rompe todo contrato injusto.
Distribuye tu comida al
hambriento, y si ves alguno desnudo, vístelo. Lleva al indigente a tu casa, y
si ves alguien de situación baja, no lo menosprecies ni (menosprecies) a nadie
de tu propia casa. Da tu pan al hambriento sin hipocresía, y ten misericordia de
la persona de situación baja.
Además, Bernabé recalcó el hecho de que «los cristianos han recibido el pacto (no un nuevo pacto) a través de Jesús», para
citar las palabras de Kraft8. El pacto seguía siendo el mismo, pero había un
«nuevo pueblo» en sustitución del antiguo.
Al hablar de la tipología de la
circuncisión, Bernabé no la
rechazó como tal; solo dijo «que la circuncisión es cuestión de entendimiento y
obediencia» (Kraft). Al hablar de las restricciones alimenticias del Antiguo
Testamento, Bernabé otra vez se
preocupa por la tipología. En efecto, condena a Israel por creer que el
significado esencial de las leyes dietéticas es de verdad «comida» antes que
significado espiritual, pero no puede llamar bueno lo que tipológicamente
significa maldad, o viceversa.
La Didaqué dice del asunto: «Ahora, respecto a los alimentos,
observa las tradiciones lo mejor que puedas». Esto no es un abandono; obedece
la exigencia paulina de que las leyes dietéticas no se usen para producir una
barrera con los que no son creyentes a quienes se está evangelizando, sino más
bien que se observen cómo consejo santo.
La tipología, adicionalmente,
recalcaba la importancia de la ley original y, a pesar de la desaprobación, la
ley original en realidad nunca desapareció. La circuncisión fue reemplazada por
el bautismo, pero la circuncisión se ha practicado extensamente «por razones
médicas» lo que tiene una autoridad semibíblica. Los esfuerzos por revivir el
sabbat hebreo han sido comunes a través de los siglos, así como también los
esfuerzos por transferir al sabbat cristiano los rigores hebreos.
Dos impulsos, pues, han sido un
factor continuo. Primero, la
hostilidad al judaísmo ha conducido a la hostilidad a la ley, y a un rechazo de
una parte o la totalidad de la Ley, o sea, al antinomianismo en diferentes
grados; segundo, un respeto a
las Escrituras como la Palabra de Dios ha llevado a una renuencia a ver cualquier
aspecto de la Ley como sobreseído por la venida de Cristo o alterado por su
reinterpretación. Como resultado, un énfasis del Antiguo Testamento ha ocurrido
a veces, y se han conservado las prácticas en su forma anterior al Nuevo Testamento.
Negar que el sabbat hebreo
todavía nos gobierne no es abandonar el sabbat. Negar la circuncisión como rito
del pacto no necesita opacar sus valores médicos.
Reconocer el carácter fundamental
y la autoridad de la Ley en efecto requiere que se entienda la ley según las
Escrituras. Los mismos Evangelios se veían en los primeros siglos como libros
de la ley, puesto que eran las palabras de un Rey. Como Derrett lo ha señalado,
el Milindapanha, libro budista
de alrededor del año 150 d.C., citaba los Evangelios y las palabras de Cristo
sobre los impuestos (Mt 17:24-27) como precedente legal en el Lejano Oriente.
La palabra del rey siempre es una
palabra de ley, y como tal es una parte inevitable del cuerpo legal. Por los testimonios
milagrosos dados a los apóstoles, esa palabra y poder reales se declaró que
también estaba en ellos. Por tanto, todo el Nuevo Testamento habla como un todo
de esa Ley dada en el Antiguo Testamento.
Es este aspecto de realeza lo que
se ha descuidado en años recientes, porque la realeza en el Estado moderno es
en gran parte decorativa antes que operativa. El poder antiguo del rey, sin
embargo, era inseparable de su poder para dictar leyes.
Su palabra literalmente era ley.
El que Jesús afirme que es el Mesías Rey de todo el mundo quiere decir que
considera su palabra como ley ineludible. Para los convertidos en el mundo de
la antigüedad, la palabra de Cristo era ley, y menospreciar la ley de un rey
era un delito serio. Incluso el ladrón en la cruz tuvo confianza en la palabra
de ley de ese Rey (Lc 23: 39-43), y su confianza quedó registrada por Cristo y
el hombre. El hecho de que este Rey pusiera su autoridad detrás de la ley
mosaica (Mt 5: 17-19; Lc 16: 17) hizo difícil que la iglesia marginara esa ley.
Como resultado, la persistencia
de la clase más estricta de observancia persistió en muchos sectores de la
iglesia por siglos.
Referencia se ha hecho a la
práctica de muchos cristianos de asistir tanto a la sinagoga como a la iglesia,
y de observar el sabbat judío y el sabbat cristiano. El sínodo de Laodicea,
348-381 d.C., se refirió a esta práctica en el Canon XXIX:
Los cristianos no deben judaizar
descansando el sabbat, sino que deben trabajar en ese día, y más bien honrar el
Día del Señor; y, si pueden, descansar entonces como cristianos. Pero si se
hallara que alguno es judaizante, que sea anatema de Cristo.
Este canon no solo revela la
práctica que continuaba, sino que también refleja el cambio en la observancia
del sabbat que anotó San Pablo. «Si pueden», los cristianos deben descansar,
pero su vida bajo un estado y economías extranjeros hacían tal observancia a
veces, o por lo general, imposible. La fuerza de la ley, sin embargo, era suficientemente
fuerte entre los cristianos que muchos erraban en el lado de la obediencia al
observar el sabbat judío y el cristiano.
Es interesante también la
respuesta de Timoteo, obispo de Alejandría, en el Primer Concilio de
Constantinopla, 381 d.C., a la Pregunta XIII de una serie de preguntas que se
le plantearon:
¿Cuándo deben un hombre y su
esposa abstenerse del acto conyugal?
Respuesta:
El sábado y
el Día del Señor; porque en esos días se ofrece el sacrificio espiritual.
La fuente de esta regla es Éxodo
19:5, mandamiento que estaba destinado a prevenir en la religión bíblica toda
confusión con las prácticas del culto de la fertilidad cuando se dictó la ley.
Una vez más tenemos una ilustración de la creencia, aunque mal aplicada a
veces, de que la ley todavía era obligatoria para los creyentes.
2. LAS IMPLICACIONES DE 1 SAMUEL 8
Primero de Samuel 8 ha sido un
capítulo popular desde que la civilización occidental rechazó la monarquía como
forma de gobierno, y se ha usado como evidencia de una perspectiva
antimonárquica en la Biblia. Los que disienten de esta opinión escudriñan las
Escrituras buscando un punto de vista pro monárquico, o ven evidencia de ambas
opiniones.
Pero, ¿es el punto principal de
este capítulo la monarquía? ¿No es más bien el rechazo del gobierno de Dios a
favor del gobierno de los hombres? El Señor le dijo a Samuel: «No te han
desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos» (1ª S
8:7). Se ve a las claras que Dios vio la decisión de Israel como primordial y
esencialmente un rechazo de su gobierno.
Es más, el rechazo era
esencialmente religioso, y era un rechazo cualquiera que fuera la forma del gobierno
civil que Israel escogiera. «Conforme a todas las obras que han hecho desde el
día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos,
así hacen también contigo» (1ª S 8: 8). Entonces, sea que Israel escogiera una
monarquía, república, democracia, dictadura, o cualquier otra forma de gobierno
civil, era un abandono de Dios. Al escoger a un rey, abiertamente estaban haciendo
lo que repetidas veces habían hecho en el período de los jueces.
Un rey piadoso podía restaurar el
gobierno de Dios, como David y otros hicieron, pero el propósito esencial de la
nación al exigir un rey era ser gobernados como las demás naciones (1 S 8: 5,
20). La queja contra los hijos de Samuel no era una demanda de reforma (vv.
1-5); la corrupción de los hijos de Samuel fue una excusa para su exigencia de
un gobierno centralizado y un gobernante guerrero profesional y sus hombres
armados (v. 20). Era el abandono del orden legal de Dios por uno humanista.
Por mandato de Dios, Samuel
repasó las implicaciones del nuevo orden (vv. 11-17). La clave en este repaso
es, primero, la nueva forma de
tributo, que sería un tributo que tomaría a los hijos e hijas por conscripción,
campos, productos, ganado y criados. Segundo,
se cita el diezmo y se les dice que los impuestos de su nuevo orden será
un diezmo implacable de capital y de ingresos.
Aquí tenemos lo esencial de la
diferencia entre los dos órdenes. El gobierno de Dios cobraba solo el impuesto
o tributo por cabeza para el gobierno civil (Éx 30: 11-16), y multas tal vez;
el resto de las funciones del gobierno se financiaban con el diezmo, asegurando
con ello una sociedad descentralizada, así como una sociedad gobernada por los
principios santos y por el impuesto de Dios.
A menos que veamos este capítulo
como el rechazo formal del orden legal de Dios por otro orden legal, perdemos
el significado de este acontecimiento central y revolucionario. El pueblo
rechazó el gobierno de Dios (vv. 19-20), y frente a la clara advertencia de
Dios de que él los rechazaría (v. 18). Aunque intentaron mantener una lealtad
formal a Dios, en realidad le habían rechazado. Era posible para ellos tener un
rey y retener la ley de Dios, como bien Samuel lo dijo (1ª S 12: 14-15); la
clave era no ser rebeldes «a las palabras de Jehová», o sea, mantener la ley de
Dios como la ley del orden social.
El cautiverio vino, declaró
Jeremías, porque la nación había abandonado la ley de Dios, y se decretaron
setenta años de cautiverio para darle a la tierra los sabats que se le negaron
(Jer 25: 9, 10; 29:10). Ball escribió de la declaración similar en 2ª Crónicas
36: 21:
No tenemos ningún derecho de forzar
las palabras del escritor sagrado en el sentido de asumir que quieren decir que
cuando los caldeos se apoderaron de Jerusalén se habían negado exactamente
setenta años sabáticos, es decir, que la ley en este respecto no se había
observado durante 490 años (70 × 7), ni una sola vez desde la institución de la
monarquía en Israel (490 + 588 = 1078).
Aunque Ball piense otra cosa, no
tenemos derecho a negar que esto sea exactamente lo que Jeremías y el cronista
nos están diciendo, cuando claramente lo dicen así. Se nos dice que, con la
monarquía, se abandonaron los sabbats de la tierra. La implicación de 1ª Samuel
8 es que el diezmo también se estaba abandonando, porque se les advierte que el
impuesto estatal constituiría otro diezmo, y mucho más amplio.
Así que, mientras que Israel
pretendía ser «moral», al condenar el adulterio, el asesinato y el robo,
también tenía la intención de abandonar la ley de Dios como la regla absoluta y
gobernante para el hombre y la sociedad. El cronista nos dice el precio que pagaron
por ello.
3. MAYORDOMÍA, INVERSIÓN Y USURA:
La financiación del reino de Dios
por Gary North
Espero que nunca haya queja de
que los ministros del evangelio, por un silencio pecador, sean cómplices de las
transgresiones, que niegan la doctrina
de Dios nuestro Salvador, entre
un Pueblo que tiene singulares obligaciones de adornarla. No debe haber queja de que los ministros se confinen
tanto a predicar la fe y
arrepentimiento, que el pueblo se olvide de la honestidad moral por alguna falta nuestra.
Cotton
Mather Fair Dealing between Debtor
and Creditor (1716).
La cuestión de la usura es un
asunto que ha desafiado las habilidades exegéticas de los comentaristas
cristianos durante 2 000 años. Una considerable proporción de las obras
dedicadas a la aplicación práctica de los principios cristianos casuística se
dedicó a este asunto, desde el siglo 12 hasta el 17. Antes de la era cristiana,
líderes y profetas hebreos lucharon contra la constante presión de la usura.
Los profetas de antes y de
después del cautiverio advirtieron a sus contemporáneos contra las violaciones
continuas de las ordenanzas mosaicas respecto a los préstamos.
Jeremías, al condenar a sus
hermanos por la persecución de que era objeto, señaló su inocencia del delito
de la usura: «Nunca he dado ni tomado en préstamo, y todos me maldicen» (Jer
15:10b). Nehemías advirtió a los gobernantes de su día que no le exigieran al
pueblo de Dios intereses de usura, porque estaban agobiados por la asolación de
la hambruna y los costos de redimir a sus hermanos de la esclavitud (Neh 5: 1-13).
Los gobernantes fueron lo
suficiente sabios para prestar atención a su advertencia, llegando incluso a
devolver capital e interés a los deudores (5:11-12). Es improbable que este
ejemplo se siga en nuestros iluminados círculos cristianos modernos.
USURA, INTERÉS Y CARIDAD
La prohibición de la usura según
aparece en la ley mosaica se refiere específicamente al hermano pobre: «Cuando
prestares dinero a uno de mi pueblo, al pobre que está contigo» (Éx 22: 25); «Y
cuando tu hermano empobreciere…» (Lv 25: 35). Era legítimo cobrar por encima de
la suma prestada al extranjero religioso (Dt 23: 20).
Una décima parte de esta ganancia
entonces se daba como diezmo a Dios, y así se le cobraba al no regenerado, por
lo menos, una porción del diezmo que todos los hombres le deben a Dios. Como
esclavo del pecado, el extranjero no estaba protegido de la esclavitud impuesta
al pobre por un contrato usurero. Pero al hermano hebreo pobre este hermano
prestamista debía mostrar misericordia; el acreedor no podía cobrar
legítimamente nada aparte del dinero o bienes originales (Lv 25:37).
Históricamente, estas
restricciones no se reconocieron como obligatorias de parte de la comunidad
hebrea. Las violaciones continuas de todos los aspectos de la ley mosaica
trajeron castigos a la nación. Dios no los había dejado sin advertencia:
El que no prestare a interés ni
tomare usura; que de la maldad retrajere su mano, e hiciere juicio verdadero
entre hombre y hombre, en mis ordenanzas caminare, y guardare mis decretos para
hacer rectamente, éste es justo; éste vivirá, dice Jehová el Señor.
[El que] prestare a interés y
tomare usura; ¿vivirá éste? No vivirá. Todas estas abominaciones hizo; de
cierto morirá, su sangre será sobre él (Ez 18: 8-9, 13).
La definición de la usura es
precisamente bíblica: toda ganancia
que se le cobra al pobre por haberle dado un préstamo. No hay ninguna
evidencia bíblica, ni los casuistas
cristianos en general lo han argumentado, de que la prohibición restringiera el interés que se recibía en
préstamos comerciales, siempre que el que
prestaba participara de los riesgos del fracaso junto con el que tomaba
prestado.
Esta interpretación de la
prohibición de la usura fue básica en las exposiciones de los casuistas medievales
y los primeros protestantes. Al participar en el riesgo de una empresa con
fines de lucro, el que prestaba tenía el derecho de participar en una porción
de la ganancia. El problema para los casuistas vino solo cuando el que prestaba
tenía garantizado un pago de su inversión independientemente del éxito o
fracaso de la empresa.
A la prohibición de la usura,
según aparece en la Biblia, se le une a la vez una exigencia de que los hombres
piadosos presten a todos los hermanos en circunstancias verdaderamente apremiantes
(Dt 15: 7). Este requisito, si se respetara universalmente, ejercería un
impacto definitivo en el mercado ilícito e inmoral de la usura. Las personas en
situaciones de emergencia tendrían acceso a más dinero y bienes de los que
podrían haber tenido a su disposición si Dios nunca hubiera dado el requisito
de prestar.
A los cristianos con fondos extra
se les trae al mercado de préstamos de emergencia aparte del incentivo
económico. Con más fondos disponibles, las demandas de los prestatarios desesperados
se pueden atender más fácilmente. Así, se obliga a que baje la tasa
prevaleciente de interés en el mercado de usura; los que reciben los préstamos
de caridad no tienen necesidad de entrar en el mercado de la usura, y su
presencia por consiguiente no eleva las tasas en ese mercado ilícito. No están
elevando la tasa de la usura porque sus necesidades son suplidas fuera de ese
mercado.
Se debe recalcar, sin embargo,
que la emergencia descrita por los pasajes pertinentes es una verdadera
emergencia. Surge cuando a un pobre no le queda nada sino su túnica, e incluso
eso se le puede exigir legítimamente como prenda durante el día (de esta manera
se impide que el deudor use la prenda para conseguir préstamos múltiples).
La emergencia es una situación de
desesperación; los hombres y mujeres de fe no se endeudan por nada que sea
menos que esto. «No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros» es la
regla obligatoria para todas las circunstancias que no son emergencia (Ro 13: 8).
De los creyentes acomodados se requieren préstamos de caridad; los préstamos de consumidor
sin intereses no se contemplan.
Nadie los pediría, así que no
había necesidad de que se requiriera que fueran sin intereses. Se daba por
sentado que los préstamos de consumidor eran productos de una mentalidad
esclava. Del esclavo ético, el extranjero, era legítimo cobrar interés. De los
que no se consideraban esclavos se esperaba (y se espera) que presten oídos a
las palabras de Salomón: «El rico se enseñorea de los pobres, y el que toma
prestado es siervo del que presta» (Pr 22: 7).
En la práctica, la tasa de
interés, como todos los precios, es producto de la oferta y la demanda. En una
economía no monetaria, reflejará la oferta y demanda de bienes y servicios; la
presencia de moneda confunde el cuadro de alguna manera añadiendo otro factor a
la ecuación; la oferta y demanda de dinero.
El hecho de que estos dos
aspectos estén presentes en una sola tasa de interés puede conducir a problemas
prácticos muy concretos, es decir, al ciclo de inflación-depresión con auge y
quiebra. Para los propósitos de este ensayo, no es necesario abundar en este
aspecto dual de la tasa de interés. El problema aquí es más sencillo: ¿Por qué las
personas deben esperar tener alguna ganancia por encima del capital prestado, y
por qué hay otros que están dispuestos a pagarla?
ESTE PROBLEMA TAN TEÓRICO HA DEJADO
PERPLEJOS A LOS ECONOMISTAS DURANTE SIGLOS.
Los economistas profesionales
todavía no han llegado a un acuerdo completo sobre el tema, pero en los últimos
cien años ha aparecido una solución general.
Un hombre puede pedir una tasa de
interés sobre su dinero o bienes prestados por tres razones.
Primero, porque pierde el derecho de uso
del dinero por un período dado de tiempo. Este es el llamado factor de tiempo-preferencia, también llamado tasa
originaria de interés. El uso de un bien ahora mismo es más valioso para una persona
que la promesa de uso de ese bien en un tiempo futuro (dando por sentado que
los gustos no cambian, por supuesto).
Toda persona racional descuenta el valor de los bienes
económicos futuros. Los hombres son mortales; están sujetos a la carga del
tiempo. Todo hombre pone una prima al uso de su riqueza con el tiempo; no
perderá voluntariamente el derecho a ese uso sin compensación.
Su tiempo-preferencia personal
fija su tasa de descuento por el disfrute de bienes y servicios futuros que su
dinero pudiera comprar de inmediato. Esa tasa de descuento fija la tasa de
interés que exigirá de alguien que quiere pedirle prestado su dinero. Debido a
que el dinero vale mucho más ahora que la misma cantidad de dinero en el futuro
(dando por sentado un poder adquisitivo estable para el dinero), algunos
hombres están dispuestos a pagar para tener ahora acceso al dinero.
UNA SOCIEDAD ORIENTADA AL FUTURO
EXHIBIRÁ UNA TASA MÁS BAJA DE INTERÉS.
Tales hombres no valoran el
presente tan alto en términos del futuro; como resultado, la diferencia de
precio entre el dinero presente y el dinero futuro se reduce. Esta es una
avenida posible de investigación abierta para cualquiera interesado en explicar
las tasas rápidas de crecimiento que Occidente experimentó en el siglo 19, especialmente
el Occidente protestante.
Una cultura orientada al futuro
produce tasas más bajas de interés, y facilita a los empresarios capitalistas
el acceso a fondos para el desarrollo económico.
El segundo componente de la tasa de interés
es la prima de riesgo. El que
presta sabe que tal vez no vea de nuevo su dinero. El que toma prestado puede
ir a la quiebra, o puede huir con el préstamo. Para compensar al que presta por
su riesgo factor que se puede calcular con cierta precisión mediante técnicas
estadísticas modernas exige un pago por encima y más allá de su pago de
tiempo-preferencia.
Naturalmente, en una cultura que
respeta el reclamo del acreedor, la prima de riesgo será más baja. La moralidad
en efecto influye en la tasa de interés. Una sociedad que toma en serio la
advertencia del salmista con respecto a pedir prestado y a prestar hallará una
«póliza monetaria fácil» piadosa, y no una keynesiana, inflacionaria: «El impío
toma prestado, y no paga; mas el justo tiene misericordia, y da» (37: 21).
El prestamista misericordioso,
como ya hemos visto, ayuda a mantener bajas las tasas ilícitas de usura, y el
prestatario honesto en un negocio ayuda a mantener baja la prima de riesgo. Las
naciones cristianas que no se dejan seducir por el antinomianismo producirán un
mercado negro más pequeño para préstamos (préstamos de emergencia, de usura) y
una tasa más baja de interés para los préstamos comerciales.
El tercer factor es la prima
de inflación. El que presta quiere que se le pague en dinero que compre
tantos bienes como el dinero que prestó. En una sociedad inflacionaria, el que
presta añadirá una nueva exigencia: suficiente dinero para compensarle por la
esperada caída en el valor de los medios de la nación en circulación.
De nuevo, si una sociedad presta
atención a la condenación de Isaías de la degradación de los metales preciosos
(usados por los reinos antiguos como moneda), y si también acepta la ley
mosaica contra las deudas múltiples (sofocando así la inflación producida por
la banca de reserva fraccionaria moderna), no experimentará mucha inflación de
precio.
Es más, una economía que se
expande, con una oferta de dinero relativamente fija, producirá un nivel de
precios que disminuirá gradualmente6. Podría disminuir lo suficiente para
reducir la tasa de interés del dinero (aunque
no la tasa real de interés en términos de poder adquisitivo).
Una sociedad podría
concebiblemente producir una tasa negativa de interés en el dinero si el valor
del poder adquisitivo del dinero subiera a un ritmo más rápido que el ritmo
registrado del mercado de tiempo-preferencia más la prima de riesgo. Si uno
pudiera comprar más con el
dinero recibido en el futuro, uno tal vez necesitaría pedir solo una cantidad igual de papel moneda o monedas en
pago.
Con esto como trasfondo de la
teoría de la tasa de interés, debería ser más fácil captar las implicaciones
del préstamo de caridad que
viene bajo la prohibición de la usura. El que presta enfrenta una pérdida
segura en su préstamo.
Primero, corre el riesgo asociado con préstamos a los pobres, porque no
puede pedir un pago adicional como prima de riesgo añadida a la tasa de
interés.
Segundo, recibe de nuevo los bienes en el futuro, pero los bienes futuros
tienen menos valor para el hombre que los mismos bienes al presente. Por
consiguiente, pierde el uso de sus bienes por ese tiempo sin ninguna
compensación. Recibe en pago bienes menos valiosos, porque ha perdido aquello
que las criaturas no pueden restaurar: tiempo.
Tercero, durante tiempos inflacionarios, también pierde el derecho del
poder adquisitivo perdido si el préstamo es en términos de papel moneda, como
lo sería normalmente. Por consiguiente asume dos, o posiblemente tres, costos
del préstamo. Hasta ese punto llega su caridad. Sufre una pérdida por amor a su
hermano necesitado. Dios le requiere esta pérdida.
MAYORDOMÍA, INVERSIÓN Y CARIDAD
El concepto de mayordomía
cristiana es un postulado fundamental del orden social cristiano. La Biblia
declara que Dios es el dueño soberano de toda la Creación8.
Delegó la responsabilidad del
cuidado de la tierra a Adán, cabeza representante de la Humanidad (Gn 1: 28).
Por toda la Biblia al hombre se le advierte que ejerza dominio sobre la tierra
en términos de las exigencias de Dios; el orden legal de Dios es el medio por
el cual el hombre debe sojuzgar a la tierra.
Cualquier desviación de este orden legal
implica al hombre en rebelión contra Dios y la destrucción de la propiedad de
Dios. Al gran enemigo de Dios, Satanás, se le muestra en la parábola de la
cizaña como el que viola las reglas de la siembra a fin de desafiar a Dios y
trastornar Su plan (Mt 13: 24).
La parábola del labrador que preparó
su viña y luego la entregó a criados que demostraron ser ladrones infieles indica
la hostilidad de Dios contra los que violan sus derechos de propiedad (Mt 21:
33). El mayordomo fiel es el que trata con respeto el universo de Dios, y lo hace
florecer y crecer en productividad.
Es el que invierte sabiamente el
dinero de su Señor, logrando un lucro honrado, ampliando el valor de los bienes
que se le han confiado (Mt 25: 14)9. Sin embargo también es un hombre que será misericordioso
en sus tratos con otros, así como Dios ha sido misericordioso con
él (Mt 18: 23).
La mayordomía fiel, por
consiguiente, incluye al menos lo siguiente:
(1)
Reconocimiento de la soberanía de Dios sobre su creación;
(2)
Obediencia al orden legal que Dios ha establecido para el gobierno de su
creación;
(3)
Una administración productiva, fructífera, de la vocación o llamamiento de uno;
(4)
El reconocimiento de la legitimidad del diezmo, en teoría y práctica;
(5)
El dar voluntariamente limosnas en una base selectiva, santa. La mayordomía se
puede resumir en dos principios globales: llamamiento y caridad.
El primero de los cinco aspectos de la mayordomía el reconocimiento de la
soberanía de Dios es el principio básico del llamamiento y la caridad.
LA CARIDAD Y LA VOCACIÓN VAN LIGADAS,
Y SIN EMBARGO SON SEPARADAS.
El principio enunciado por Jesús,
«al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá»
(Lc 12:48b) indica la relación.
Dios les da en abundancia a los hombres, sus vicegerentes sobre la tierra, pero
espera de ellos honradez y caridad. A los hombres se les advierte contra el
gran peligro de beneficiarse de la mano abierta de Dios y olvidarse de las
demandas soberanas del dador; la destrucción será el resultado (Dt 8: 11).
Pero la diferencia entre
inversión y usura se mantiene como un recordatorio en contra de fusionar la
caridad en el ámbito de la vocación. Uno no puede ganarse la vida mediante
préstamos a hermanos necesitados; eso es abominación a los ojos de Dios.
No es el caso en que, como un
promotor de un mercado libre totalmente permisivo ha intentado argumentar, la
mejor forma de caridad es una inversión lucrativa en capital que produzca
empleos. Para aceptar esa premisa el cristiano tendría que borrar las
distinciones dadas por Dios entre negocios y caridad voluntaria.
Los negocios incluyen una
ganancia económica (o por lo menos un potencial para conseguir lucro) para el
inversionista; la caridad incluye la transferencia de recursos económicos
escasos a otros, sin pensar en el pago (Mt 10: 8; Lc 6: 35).
Un hombre difícilmente pueda llamarse
mayordomo fiel si excluye del negocio toda caridad de manera absoluta. Se
supone que los negocios deban tener ganancias a fin de que tengan éxito, como
varias parábolas de Jesús lo indican.
Sin embargo, la competencia
implacable que está totalmente desprovista de misericordia también se condena
en las parábolas. Pero el hecho de que a un joven rico en particular se le
dijera que vendiera todos sus bienes y lo diera todo a los pobres no hace de
eso el requisito para todo mayordomo.
Tampoco el ejemplo de la iglesia
de Jerusalén en Hechos 4: 32 prevalece como modelo para todas las iglesias. Un
hombre debe tener cuidado de no ahogar la revelación de Dios en su palabra,
escuchando solo las parábolas de lucro ni solo a los ejemplos de total pobreza.
Tiene la responsabilidad de responder delante de Dios de la dirección del Espíritu
de Dios en diferentes tiempos y según cada giro en la senda de la vida.
Se nos advierte que crezcamos
espiritualmente mediante las parábolas terrenales de mayordomía económica. El
hecho de que Dios pueda exigir que un hombre entregue todo lo que tiene no
implica que Dios esté sancionando la validez moral limosnas se deberían recoger
por medios voluntarios en cada parroquia para el sustento de los pobres desvalidos;
en tanto que las limosnas casuales, tan típicas de la piedad medieval, ahora se
declararon dañinas y se las restringió con cuidado» (p. 85).
DE LAS PÉRDIDAS ECONÓMICAS CONTINUAS.
Lo que Dios está diciendo es que
uno no debe ser moralmente implacable en los negocios, ni moralmente manirroto
en la caridad. «Comparte la riqueza» es un principio bíblico, y los medios
normales de que compartir es el diezmo. El principio general no es «destruye
toda la riqueza» mediante un dar universal e indiscriminado.
O sea, el negocio no es caridad, aunque
pudiera y debería ser misericordioso.
La caridad se debe administrar
cuidadosamente «como un negocio»: con contabilidad honesta, presupuestos, etc.;
pero no es un negocio; es decir, no es una empresa económica con fines de
lucro.
Son ámbitos separados, soberanos.
Se deben respetar sus diferencias.
Una diferencia importante está en
la misma estructura burocrática producida por cada forma de mayordomía. El
profesor Mises ha distinguido dos modelos básicos de referencia. El primero es
la forma de negocios, la que
tiene en su mira estados de pérdidas y
ganancias. Se caracterizará por una jerarquía central empresarial que
toma las decisiones básicas en cuanto a los objetivos generales de la
corporación.
Estos objetivos se trasmiten a
los estratos más bajos mediante gerentes profesionales que ganan un salario,
pero que no participan en las verdaderas ganancias económicas. (Las ganancias
son lo que queda después que se pagan todos los costos: impuestos, salarios,
intereses, materias primas.
Es un residuo basado en la
predicción precisa de eventos anteriormente desconocidos; los buenos
pronosticadores cosechan lucro, en tanto que los menos eficientes sufren
pérdidas). Los estratos más bajos de la burocracia quedan relativamente libres
para hacer lo que quieran que dé ganancia a cada subdivisión, dentro de los
objetivos generales de la compañía. Hay mucha más flexibilidad en los niveles
más bajos precisamente porque la magnitud de ganancia y pérdida no está
rígidamente fijada de antemano.
En contraste con esta gerencia
flexible, orientada al riesgo del mercado libre, está la burocracia de gobierno, o la
estructura burocrática de la beneficencia sin fines de lucro. Tienen asignaciones fijas determinadas por
los contribuyentes o donantes.
Estas burocracias tienen
presupuestos mucho menos flexibles, porque son financiadas desde arriba. No
obtienen ganancias ni sufren pérdidas, por lo menos no en el sentido de
ganancias y pérdidas sostenidas por una firma en un mercado competitivo.
La única manera de aumentar
ingresos es conseguir más dinero de los contribuyentes o donantes. Esta clase
de burocracia permite mucho menos libertad a los burócratas de los escaños más
bajos para gastar como quisieran; deben seguir presupuestos cuidadosamente delineados que se fijan de antemano.
Estos hombres son menos flexibles que sus contrapartes del mercado libre,
porque sus presupuestos son dirigidos de manera central, mucho menos flexibles,
y como resultado los hombres involucrados no están sujetos a la competencia
directa del mercado.
Hasta cierto punto limitado, la
estructura de las leyes de impuestos de los Estados Unidos reconoce la validez
tanto del análisis de Mises como de la separación bíblica entre negocios y
benevolencia.
Las corporaciones sin fines de
lucro se espera que sean esencialmente benevolentes: educativas, caritativas,
orientadas al servicio, culturales, etc.; y los empleados son solo eso:
empleados a sueldo.
Se les paga según los servicios
rendidos al funcionamiento de la corporación. No se les permite que reciban
nada de lo que quede después de que se paguen todos los costos, y, por esa
razón, el gobierno civil les concede a estas corporaciones el derecho de evadir
un costo muy importante de operación: los impuestos. A los negocios sujetos a
impuestos, sin embargo, se les permite guardar la ganancia para los dueños, y
distribuir esa ganancia de cualquier manera que los dueños decidan.
Las organizaciones caritativas
pagan por los servicios rendidos; las corporaciones de lucro y pérdida tratan
de ganar para los dueños toda la ganancia que sea posible.
Las ganancias de las primeras son
limitadas, en última instancia, por la ley civil; las ganancias de las
segundas, excepto en caso de monopolios regulados o semimonopolios, no lo son.
Las leyes de impuestos reconocen una distinción entre un pago por servicio y un pago
por una inversión. La caridad no es negocio.
EL MONOPOLIO INSTITUCIONAL DE DIOS
En este punto es obligatorio
reconocer otra distinción. Así como la mayordomía abarca tanto la vocación como
la caridad, también el concepto del reino de Dios incluye el trabajo de la
iglesia institucional y la actividad santa de los hombres cristianos en todas
las demás instituciones humanas legítimas.
Este punto lo expresó con
claridad Abraham Kuyper, el gran pensador alemán, cuando desarrolló su concepto
de la esfera de soberanía. La Iglesia Católica Romana yerra al equiparar el
reino de Dios con la iglesia institucional; el reino es mucho más amplio que la
mera dispensación de los sacramentos. Incluye la obra de los cristianos en
todas sus diferentes actividades.
Una pregunta crucial aparece
ahora. ¿Está la iglesia institucional primordialmente bajo las reglas que
gobiernan esos aspectos del reino que tienen que ver con empresas lucrativas, o
está más propiamente bajo las reglas que gobiernan la organización de caridad?
La respuesta oficial de las iglesias tiene que ser que la segunda alternativa
es la válida.
El negocio de la iglesia no es un
estado de cuentas de pérdidas y ganancias; el negocio de la iglesia es la
propagación del evangelio, la adoración colectiva bajo disciplina santa, y la
administración de los sacramentos.
El interés de la iglesia
institucional está en el ingreso espiritual y las ofrendas económicas; su
interés, a diferencia de los negocios cristianos, no tiene que ver con ingresos
espirituales mediante dividendos económicos.
A diferencia de la afirmación de
los fundamentalistas estadounidenses de que «el servicio cristiano a tiempo
completo» se limita a los asuntos de la iglesia institucional o sus apéndices
misioneros, el calvinista reconoce la validez de todas las vocaciones santas
como servicio cristiano a tiempo completo.
Pero el principio de la esfera de
soberanía requiere que distingamos la naturaleza de cada vocación en contraste
con todas las demás. Lo que es válido para el hombre de negocios cristiano no
siempre es válido para el anciano de la iglesia o el administrador del seminario.
Por el simple hecho de que todas las vocaciones santas son válidas, no se nos
permite concluir que todas son idénticas. Están gobernadas por reglas
diferentes, y su éxito y fracaso se estima por estándares diferentes.
Si algún ejemplo de la Biblia se
destaca como ejemplo principal es el relato de Cristo y los cambistas de dinero
en el templo. Los cambistas de dinero, como su nombre lo indica, estaban en el
negocio del cambio de moneda extranjera. Parte de las exigencias del sacrificio
anual según la ley mosaica era la ofrenda de un pago por censo de medio siclo
de plata (Éx 30: 12-15).
Jerusalén estaba atiborrada de hebreos
visitantes de todas partes del Mediterráneo durante la Pascua, sumados a una
población ya diversa (Hch 2: 5). Varias monedas de muchas tierras tendrían que
convertirse a la ofrenda apropiada: el siclo. Los cambistas realizaban este servicio,
y como la hostilidad de Jesús lo indica, lo hacían por lucro.
¿Cuál fue su transgresión? Las
utilidades por transacciones de cambio extranjero son parte de una profesión
antigua y respetada. Los más rigurosos comentaristas medievales permitían que
los bancos obtuvieran ganancias por su servicio; esto se consideraba la función
legítima primordial de la banca.
¿Porqué la abrumadora hostilidad
de Jesús contra ellos? La razón casi por cierto está en la ubicación de sus
mesas. Estaban instaladas en el atrio exterior del templo. El estar en el
templo añadía un aura obvia e inequívoca de santidad a los hombres que ofrecían
sus servicios allí. Los visitantes hebreos no tendrían que tratar afuera con
cambistas gentiles de dinero. Podían confiar en los hombres del templo, o por lo
menos así pensaban.
Una demanda implícita, y con toda
probabilidad explícita, la hacían los dirigentes del templo: los sacrificios
que Dios requería se debían obtener de los cambistas (y vendedores de palomas)
dentro de la jurisdicción de la casa del Señor.
Los cambistas estaban cosechando
una remuneración de monopolio debido a su relación estrecha con la iglesia
institucional. No estaban sujetos a las presiones competitivas de un mercado
libre en el cambio de dinero. Estaban escudados por el nombre de Dios. Al usar
de esta manera el nombre de Dios lo deshonraban. Los monopolios no deben ganar
de esta manera.
Solo podemos conjeturar que las
tasas de cambio eran desfavorables en comparación con las tasas disponibles
fuera del atrio del templo. Hay que reconocer que el poder de lograr
remuneración monopolista es improbable que pase desapercibido por largo tiempo.
Una vez más solo podemos conjeturar que los cambistas entregaban una porción de
sus ganancias a las autoridades del templo.
Parecería razonable que las
autoridades del templo exigieran su parte de las utilidades del monopolio que
tenía su origen en el aura misma del templo. Es posible que los cambistas
fueran incluso empleados pagados por el templo. Pero fueran cuales fueran los
arreglos económicos concretos, las palabras de Cristo dijeron con toda claridad
su posición a los ojos de Dios: «Escrito está: Mi casa, casa de oración será
llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (Mt 21: 13).
Jesús echó del atrio a todos los
vendedores de palomas, a los cambistas de dinero, a los que compraban, a los
que vendían. Tales transacciones económicas eran una abominación. La casa del
Señor tenía su sostenimiento en los diezmos y ofrendas de su pueblo. El Señor
no podía sancionar abusos en su nombre como medio de aumentar ingresos
«santos».
La iglesia institucional es el
medio de predicar el evangelio, disciplinar a los santos y administrar los
sacramentos. Es muy abiertamente un monopolio espiritual.
Es el monopolio de los asuntos de los hombres. Cristo dejó en claro
que esta posición de monopolio no la deben explotar los hombres para lucro
personal.
El pago a los siervos de Dios
ordenados por su servicio en la iglesia institucional es por servicios
rendidos. La remuneración económica a la iglesia no debe ser en términos del
principio hecho famoso por el libro de Frank Norris, The Octopus:
«Todo tráfico dará fruto». La
iglesia institucional no es un negocio; ni negocio de cambio de dinero, ni
negocio de bingo, ni negocio de seguros. Es casa de oración.
Los hombres que vienen en el
nombre del Señor y que reclaman las prerrogativas concedidas a sus ordenados
deben tener un cuidado escrupuloso en distinguir entre las vocaciones para
obtener ganancias y sus vocaciones de servicio. Pablo fabricaba carpas. No
usaba su posición como apóstol para obtener remuneración de monopolio de sus
hermanos.
No hacía propaganda de sus
productos bajo los auspicios de la iglesia local, ni cobraba un precio más alto
que el precio del mercado porque estuviera ordenado. Mantuvo su oficio porque
deseaba aliviar a la iglesia institucional de la carga económica de sostenerlo,
no por que tuviera la intención de organizar Carpas Apostólicas, S.A. (a la
venta solo en su iglesia local).
La iglesia institucional y sus
instituciones relacionadas poseen soberanía legítima, pero limitada. Cuando
esta soberanía monopolio concedido de Dios se transgrede, ocurre una violación
del orden legal de Dios. La iglesia institucional entonces se vuelve
destructiva, ladrona. La iglesia institucional no es un negocio.
Es casa de oración.
USURA CRISTIANA
Con este trasfondo, es tiempo de
que pasemos a esa práctica que eufemísticamente se conoce como «programa de
mayordomía cristiana». Tiene muchas facetas, y muchos, muchos, practicantes.
Incluye a casi toda denominación protestante. Incluye sociedades misioneras,
instituciones de aprendizaje cristiano, sociedades de ayuda médica y caridades
cristianas.
Casi toda revista denominacional
contendrá, en cualquier número dado, varias solicitudes de préstamos de varios
tipos. Había una revista, publicación oficial de una denominación supuestamente
reformada de 250 000 miembros, que publicaba casi una docena de tales anuncios
en cada número.
Cuando empecé a recoger datos
sobre estos programas de «mayordomía», escribí a varias organizaciones
protestantes pidiendo folletos, cuadros y otra información.
La información llegó como un
aluvión, y siempre por correo de primera clase. Enviaron cartas personales, y
cada carta ofrecía proveer más información a petición. Luego vinieron las
llamadas telefónicas y las visitas personales de los aceleradores de
«mayordomía». Tuve dos de tales visitas en un mes, y yo vivo en una parte
aislada de una ciudad que está a muchos kilómetros de las oficinas de los
hombres que vinieron a hablar conmigo.
En mis primeros diez años como creyente,
tuve una visita de los ancianos de una iglesia local. Eso se hizo a petición de
un multimillonario de la denominación, que insistió en que me visitaran. Yo no
estaba en casa al momento, y nunca volvieron ni llamaron por teléfono.
¡Pero el interés me lo mostraron
cuando pregunté sobre la «mayordomía»! ¡Yo era un hombre cuya alma cristiana
necesitaba la experiencia alentadora del verdadero compañerismo cristiano! Un
viaje de 150 kilómetros no era mucha distancia para cubrir.
Uno casi se vería llevado a
concluir que Dios se había equivocado; que podemos servir a Dios y a Mamón. Es casi como si Dios hubiera
dicho que Él había venido para que los hombres tuvieran ganancias, y que las
tuvieran en abundancia.
En verdad, ¡eran hombres que
estaban de veras involucrados
en el «servicio cristiano a tiempo completo»!
Lo que me sorprendió inicialmente
fue la asombrosa similitud de estos programas.
LAS LEYES DE IMPUESTOS AL PARECER
PRODUCEN ESTA UNIFORMIDAD.
Algunos de estos programas usan
el mismo folleto, pero con sus propios nombres estampados o impresos en la
cubierta. Ofrecen al potencial «mayordomo» muchas maneras de «dar». Estos son
uno de los pocos de los títulos de los folletos:
Faithful Stewardship Through Christian Investment [Mayordomía
fiel mediante la inversión Cristiana] (World Vision); Christian Living Stewardship Giving, Inseparably Linked [Vida cristiana
y ofrendas de mayordomía, ligadas inseparablemente] (Christian and Missionary
Alliance); Effective Giving Through
Gift Annuities [Ofrendas efectivas como anualidades] (Bible Study Hour).
El grotesco enlace entre
«inversión», «mayordomía » y «dar» es tan abierto, tan increíblemente patente,
que debería espantar las sensibilidades de todos los cristianos. Obviamente, no
lo hace.
Una confusión de categorías
bíblicas tan completa, tan voluntaria y tan lucrativa financieramente (a corto
plazo) sería difícil igualar. Las denominaciones y ministerios supuestamente conservadores,
ortodoxos, han vuelto al mundo de los años 20 de Bruce Barton, en donde a Jesús
muy bien se le podría considerar «El fundador de los negocios modernos».
La usura, en su definición
bíblica, incluye prestar dinero al hermano necesitado y luego exigir un pago
del capital más interés. Surge entonces el asunto del estatus de la iglesia
institucional; doy por sentado que ya se ha establecido que a esta institución
no hay que considerarla como un negocio con fines de lucro.
Por consiguiente, la exigencia de
pago de interés por parte de una iglesia en cualquier tipo de préstamo ofrecido
a ella es una exigencia de usura. La jerarquía de la iglesia es igualmente
culpable, porque la Biblia deja en claro que es inmoral entrar en tal
transacción, lo mismo como el que presta que como el que toma prestado (Jer 15:
10).
A la iglesia institucional se le debe considerar un ministerio de benevolencia, algo que debe sostenerse con los diezmos y
ofrendas de sus miembros.
No es comparable con una
corporación. No hay que financiarla mediante palabrería de ventas de
especuladores que ofrecen esperanzas erróneas a parejas de ancianos (como me
propongo demostrar), y que les ofrecen contratos de usura, «remuneraciones
garantizadas» anuales de por vida, y cualquier otra multitud de patrañas
ilusorias concebidas por compañías de seguro y comités congregacionales de
impuestos.
El interés se puede cobrar de los
negociantes que necesitan levantar fondos para lanzar alguna empresa que se
espera sea lucrativa. El interés se vuelve usura (bíblicamente) cuando se le
cobra a firmas de beneficencia, y legalmente sin fines de lucro, que no operan
en un mercado competitivo a fin de aumentar
ingresos, sino que están en efecto distribuyendo ingresos a nombre de Dios.
La mayordomía sin duda alguna
interviene en el sostenimiento de la iglesia y sus apéndices, pero es la mayordomía de beneficencia antes que
la mayordomía de una vocación con fines de lucro. Transferir el concepto de la mayordomía de negocios al de la
beneficencia, y con ello justificar contratos de préstamos usureros no es otra
cosa que blasfemia.
El que acepta tal préstamo es tan
culpable como el que lo ofrece.
La petición de préstamos para
sostener la obra de la iglesia es legítima en tiempos de emergencia, así como
también la solicitud es válida para el individuo que ha empobrecido. No es
legítima en otros casos. Pero una solicitud de un préstamo a intereses siempre
es usura, siempre inmoral, y siempre bajo la maldición de Dios, si se hace en
términos de la necesidad de benevolencia.
Los hombres pueden cerrar los
ojos y taparse los oídos, pero eso es lo que la Biblia afirma. No
hay escapatoria de la verdad;
Dios solo retarda el castigo.
La emisión de los llamados
«contratos de ingresos vitalicios» es más difícil de evaluar, por lo menos para
la persona que no ha tenido una educación en teoría económica. Considérese el
folleto publicado por «Charitable Giving Publications» y distribuido por un
destacado seminario conservador y la Bible Study Hour.
Está escrito por Robert Sharpe;
la versión del seminario está fechada en 1967, y la versión de la Bible Study
Hour está fechada en 1968. Da la explicación de las «anualidades de donativo».
Estos contratos incluyen el pago de una suma determinada en efectivo; las
instituciones usan estos fondos, y le pagan al inversionista una remuneración
anual determinada en dólares hasta que muere. A su muerte, el dinero restante
en el fondo (si queda algo) va al cónyuge sobreviviente o a la institución,
según el contrato firmado. Se nos informa en el folleto:
Usted logra dos propósitos
principales con una anualidad de donativo:
Primero: Usted da un donativo a una beneficencia, una organización educativa
u otra organización caritativa. Tales organizaciones deben reunir ciertas
condiciones para su donativo a fin de ofrecerle las ventajas de impuestos que
se explican más adelante.
Segundo: Usted se está proveyendo de un ingreso regular y seguro.
Ambas afirmaciones desorientan.
Un donativo es un sacrificio presente que se hace a una beneficencia o a una
persona sin esperar remuneración alguna. No es lo mismo, ni moral ni
legalmente, que un legado después de la muerte (como cualquier cobrador de
impuestos le explicaría con cuidado).
Un donativo incluye el sacrificio
del donante viviente, y no el sacrificio de sus familiares sobrevivientes.
Eso, por lo menos, es la idea
bíblica de un donativo. Una inversión no es una ofrenda, tampoco. Por ejemplo,
una anualidad se puede comprar de una compañía de seguros comerciales, hecho
que admite el folleto. ¿Se considera un «donativo» a Prudential o a John
Hancock? ¿No es más bien una forma de correr riesgos, en que la compañía de
seguros apuesta que usted no vivirá más que la expectativa real promedio de
vida para alguien de su grupo de edad y sexo? ¿No está la compañía apostando a
que el interés acumulado en su dinero más el capital será mayor cuando usted
muera que los pagos que le hagan durante su vida?
Si los contratos son lo mismo,
¿por qué una persona va a una iglesia o a una organización misionera para hacer
provisiones para su «ingreso vitalicio»? Porque la iglesia viene a ella en el
nombre del Señor.
La iglesia llama donativo a su
inversión, llama mayordomía de beneficencia al hecho de correr riesgos, y llama
elogiable a la usura. Una organización comercial de seguros no lleva el nombre
de Cristo, y debe pagar impuestos sobre sus ganancias.
En realidad no es tan competitivo
entre los fieles como lo es la argucia de seguro de la iglesia. Como los
cambistas, el vendedor de seguros de la iglesia (y los corredores de préstamos)
están «dentro de los atrios del templo». La iglesia posee ese monopolio
espiritual crucial, y sus administradores han aprendido que tal monopolio
espiritual fácilmente se puede convertir en un monopolio económico muy exitoso
(a corto plazo).
¿Es esto una exageración?
Escuchen las palabras de Stanley L. Bjornson, de la Alianza Cristiana y
Misionera, en el folleto oficial de esa organización que promueve el programa
de «Tesoros mañana»:
La llamamos «Tesoros mañana»,
tomándolo de la enseñanza de Cristo de «acumulen tesoros en el cielo». Por
supuesto, muchos planes financieros que les ofrece la Alianza proveen
oportunidades de ingresos para el futuro cercano, otros en años venideros. Todos, sin embargo, son inversiones a favor
de la obra de Dios que
él ha prometido bendecir (cursivas en el original).
Naturalmente, estas
organizaciones prefieren un donativo directo a una inversión que requiere pago
al inversionista. Pero los donantes no siempre pueden satisfacer las
necesidades de las varias organizaciones, así que a los potenciales usureros
del público se les debe animar a tomar una nueva senda más inmediatamente lucrativa
que los «donativos de beneficencia».
Ezequiel sin duda tenía razón en
su día al condenar tales prácticas, pero estaba «bajo la ley, no bajo la
gracia». Se supone que vivimos en una nueva dispensación, como el Sr. Bjornson
indica:
El mejor donativo posible, por
supuesto, es el donativo directo que queda de inmediato disponible para uso;
sin embargo, muchos cristianos «anhelan dar pero necesitan ingresos para
vivir». Para ellos, los donativos que rinden ingresos, anualidades o
fideicomisos son preferibles y beneficiosos. Es nuestro deseo sincero servir a
todos los que desean «acumular tesoros en el cielo» al dar e invertir en la
obra del Señor hoy.
Los cristianos que utilizan tales
juegos de palabras están acumulando algo en el cielo, sin duda, y tal vez
tengan la destreza suficiente para convencerse ellos mismos (en la tierra) de
que lo que se está acumulando para ellos es un «tesoro», pero vendrá el día de
rendir cuentas. Si lo que acumulan son tesoros o no se probará con el fuego (1ª
Co 3:12).
ASÍ QUE LOS PASTORES DEL REBAÑO HACEN
USUREROS DE LAS OVEJAS.
A fin de recoger fondos para sus
«proyectos del reino», los pastores han convertido la casa de oración en una
cueva de ladrones; todo con un buen propósito, por supuesto. La verdad o
falsedad de la posición de la Biblia contra la usura ni siquiera es tema de
consideración. Hombres diestros en el tipo más tortuoso de exégesis bíblica detallada,
hombres capacitados en los lenguajes bíblicos originales, hombres que pueden
distinguir un defecto en una formulación de un credo en un instante, se hallan
despreocupados con la cuestión práctica de la usura.
Esa es la suerte del pietismo
antinomiano; precisión en cosas estrechamente teológicas, total ceguera en todo
lo que vaya más allá de la nota al pie de página del erudito. Su producto es la
impotencia cultural. Los años de irrelevancia estudiada alcanzan a la iglesia; los
pastores ya no son capaces de aplicar las normas bíblicas ni siquiera en el ámbito
estrecho de la iglesia institucional.
Se da por sentado, a priori, que los estándares del
mundo de las altas finanzas son eminentemente transferibles al mundo de la
iglesia institucional. Si las autoridades del fisco (en un tiempo llamadas publicanos) les conceden a las
corporaciones sin fines de lucro ciertas ventajas de impuestos sobre programas
de anualidades, se da por sentado que la práctica cuenta con sanción a los ojos
de Dios.
Y la deuda, como un narcótico, es
muy difícil de abandonar una vez que la práctica se empieza. Esas anualidades
vitalicias se deben pagar en parte financiando más anualidades vitalicias. Esa
es la manera moderna. «No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros», se
descarta; eso fue para la Roma del siglo 1, no para los tiempos modernos.
Vivimos en una nueva dispensación.
INFLACIÓN Y ANUALIDADES
El riesgo es básico en la vida.
Nada en esta tierra es seguro. La sociedad ha diseñado muchas instituciones que
predicen el futuro y diluyen el riesgo, y la compañía de seguros es la más
notable de estas instituciones. Un «contrato sin riesgo» es una contradicción
de términos; las compañías quiebran, los desastres suceden, la gente se roba el
dinero y desaparece, los gobiernos devalúan la moneda o congelan las cuentas
bancarias. Hay inversiones de bajo riesgo, pero no hay ninguna sin riesgo.
Considérense las implicaciones
del enunciado del Sr. Bjornson, en respuesta a la pregunta: «¿Qué es una
anualidad de donativo de beneficencia?»:
Es la transferencia de dinero,
valores o propiedad a una beneficencia a cambio de un ingreso garantizado vitalicio. La cantidad del ingreso fijo
depende de la edad del donante en el momento del donativo. Además de ciertos
beneficios de impuestos, el donante
tiene la seguridad de ingreso regular, libre de preocupación de inversiones y fluctuaciones económicas (énfasis
en el original).
La organización World Vision
[Visión Mundial] es casi tan explícita en sus promesas respecto a la seguridad
de la llamada «ofrenda» del donante:
Una anualidad provee un ingreso
fijo de por vida y hace innecesario que usted se preocupe por la administración
personal de los fondos transferidos.
Las anualidades ofrecen seguridad
financiera, y debido al ahorro en impuestos, le da a usted fondos adicionales
para la obra del Señor20.
¡Ah, las maravillas de vivir
libre de riesgos dando e invirtiendo! El folleto Effective Giving Through [So and So’s] Gift Annuities (Donaciones
efectivas mediante las
anualidades de ofrenda de [X & Cia]), describe la
naturaleza de los contratos en términos relucientes:
1.
Usted tiene un ingreso que no puede agotar; dura toda su vida, además usted da
respaldo a esta organización.
2.
Usted tiene un ingreso que nunca se reducirá; se fija al momento en que usted
hace el donativo, y no se puede cambiar.
He aquí la respuesta del mundo
financiero a la máquina de movimiento perpetuo.
«¡UN INGRESO QUE NUNCA SE REDUCIRÁ!».
Qué promesa maravillosa para un
matrimonio mayor. Vivieron la Depresión, y como tantos de su generación, esa
experiencia dejó en ellos cicatrices permanentes. Piensan en la catástrofe
económica en términos de precios que colapsan y bajos sueldos. Los europeos de
la misma generación son más listos.
La forma más normal de catástrofe
económica es la inflación, en donde las pensiones y cuentas de ahorros quedan
agotadas por la depreciación de la moneda de la nación. Pero en los Estados
Unidos de América se echa mano del terror que está disponible, y ese terror es
la falta de ingreso monetario.
Así que el panfleto de Donativos efectivos le presenta al
lector una declaración económica carente por completo de significado: «Cada vez
más, la economía estadounidense se basa en los ingresos antes que en la
riqueza». La promoción de ventas se hace por la seguridad del ingreso
garantizado. A los ingenuos se les anima a firmar el contrato irrevocable; sus
ahorros se transfieren permanentemente, por ley, a la organización, a cambio de
un pago fijo en dinero (anual, semianual o trimestral).
Una premisa que no se dice
subyace en la promesa de ingreso permanente: el ingreso en dólares es el equivalente económico a ingresos en bienes
y servicios. El que compra el contrato llamado «donante» hace la
presuposición de que el poder adquisitivo del ingreso monetario permanecerá
estable por el resto de su vida. Interviene en una forma de apuesta, aunque la
persona ingenua tal vez no se dé cuenta de esta apuesta.
Está apostando sus ahorros al
gigantesco juego de que no habrá más inflación monetaria de parte del gobierno
civil, y por consiguiente los precios permanecerán estables o incluso se
reducirán. Ese juego, desde por lo menos 1965, ha sido muy torpe. Es peor que
torpe: es suicida. De 1958 a 1968 el aumento de la provisión de dinero
americano superó el 90 por ciento.
Los precios van subiendo a una
tasa anual de más del seis por ciento; esta tasa aumentará mucho más en la
década de los 70 y de los 80. Solo los controles de precios y salarios darán un
alto a este aumento visible en
los precios, y los controles destruirán muchos segmentos de nuestra economía de
mercado libre. La inflación se ha vuelto una forma de vida para los
norteamericanos, tanto política como económicamente.
La usura es un crimen contra
Dios. Hoy los cristianos se han vuelto usureros en respuesta al llamado de sus
líderes. Sin duda pecan por ignorancia. Sin embargo, persiste el hecho de que
están participando en rebelión contra el orden legal de Dios, y que viene el
castigo. El milagro del universo de Dios es su maravillosa regularidad; su
apego a la ley sobrepasa la comprensión humana.
Los que han comprado tales
contratos usureros han tomado una decisión económicamente irrevocable. Sus
esperanzas se las está comiendo la inflación. Su ingreso real está disminuyendo
cada vez más, conforme se reduce el valor del dinero. Los usureros están siendo
destruidos por los inflacionarios. Dios no será burlado.
El American Institute for
Economic Research [Instituto Americano para la Investigación económica],
respetado servicio de inversiones, es conocido por su actitud conservadora
hacia inversiones altamente especulativas. El Instituto ha publicado un estudio
de varias formas de anualidades, evaluando cada una por separado.
Las anualidades de jubilación, por la que un hombre pone aparte una gran
suma de dinero, la transfiere a la corporación en cuestión, y espera por,
digamos, 25 años para que madure, y entonces recibe un pago fijo por vida, se
evalúa como sigue:
Desde el punto de vista de la
inversión, el interés que se gana por primas anuales no es especialmente
favorable, porque la remuneración garantizada por un período largo de años es
menos de lo que paga la mayoría de los bancos de ahorros. Si hay alguna mejora
sustancial en la duración promedio de la vida en el futuro, la opción de una
anualidad pudiera ser valiosa.
Por otro lado, la inflación
probable y la amenaza de otra devaluación del dólar indican que los contratos
diferidos de esta naturaleza tal vez no sean favorables.
Informes recientes puestos a
disposición de los medios noticiosos por el gobierno federal han anunciado que
ha aparecido una reducción significativa de más de cinco años en la expectativa
de vida promedio de los varones.
Las presiones de la vida
industrial, unida (uno sospecha) a los efectos físicamente degenerativos de los
alimentos procesados, se han combinado para reducir la expectativa promedio de
vida para los varones como por cinco años. Así que el comprador de una anualidad
diferida pierde de ambas formas: vive una vida más corta y se le paga en moneda
devaluada.
«Estrictamente como inversión»,
sigue diciendo el Instituto, «la mayoría de las anualidades de jubilación no
son especialmente deseables. El interés que se paga a la madurez de la póliza
es más bajo de lo que probablemente se pueda obtener mediante una selección
sabia de otras inversiones». El estudio añade esta advertencia: «Durante un
período inflacionario, los fondos se deben invertir principalmente en los tipos
de valores que tenderán a preservar su poder adquisitivo».
Publicaciones enviadas por el
Instituto desde la emisión de esto indican que en opinión del personal del
Instituto, la inflación desbocada es ahora una posibilidad distintiva. Mientras
mayor la tasa de inflación, más pobres las inversiones en anualidades de
cualquier tipo. El personal del AIER recomienda que las personas mayores
compren solo anualidades suizas (19 abril 1971).
Puesto que el efecto económico de
la inflación sobre las anualidades y otros tipos de contratos de seguros, así
como también préstamos a largo plazo, es destruir 23 AIER, Life Insurance and Annuities from the
Buyer’s Point of View, ago, 1969, p. 25. El Instituto no aduce que las
anualidades sean inversiones económicas totalmente insensatas, sino sólo que una
persona debe invertir sólo una parte de sus bienes en ellas. Mientras mayor la
tasa de inflación, menos se debe invertir.
El capital del inversionista,
¿deberían las iglesias continuar promoviendo tales contratos (aunque no fueran
usureros, que lo son)? ¿Pueden los dirigentes de la iglesia darse el lujo de no
analizar las causas y efectos de la inflación, y entonces dar la advertencia a
sus rebaños? ¿Acaso este aspecto de la predicación no cae bajo el requisito
general de predicar todo el consejo de Dios? La respuesta de la mayoría de
nuestros pastores hoy es sencillamente no.
Cuando R. J. Rushdoony habló en
una iglesia sobre la naturaleza de la inflación en una conferencia especial
entre semana, recibió una carta de un pastor que criticaba incluso que tal
mensaje se presentara dentro de un templo24. En otra de esas ocasiones, a un
ministro lo amenazó su denominación con disciplinarlo públicamente por haber
presentado una serie de transparencias críticas a las pólizas inflacionarias del
Sistema Federal de Reserva.
Cualquier cantidad de argumentos
puede usar el clero antinomiano contra este tipo de predicación: «¡Separación
de la iglesia y el estado (y no se preocupen por nuestra violación de la ley de
impuestos)!». «¡La Biblia no habla de inflación!». «La Biblia no es un texto de
economía». «Estamos bajo la gracia, no bajo la ley». Así continúan conduciendo
a las congregaciones ingenuas, confiadas, a la usura y la autodestrucción
económica. No se da ninguna advertencia, ni se hace ningún esfuerzo por
abandonar los contratos de préstamos.
Hay toda evidencia en nuestras
iglesias hoy de ceguera judicial, maldición impuesta por Dios comparable a la
prometida por Isaías y administrada por Cristo: «De oído oiréis, y no
entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis» (Mt 13: 14).
Las anualidades vitalicias
irrevocables, en el contexto de inflación masiva, son un suicidio económico
irrevocable. El pastor que no advierte a su rebaño de este hecho, dejándolo
expuesto a las mentiras impresas en los folletos propagandísticos de su propia
denominación, no es sino un destructor; lobo con piel de oveja que trata de
empobrecer a los miembros más débiles de su congregación.
Los pastores se han vuelto
proponentes de la pauperización, y promotores de la usura. Son los intermediarios
de la prostitución económica. Al validar la transferencia totalmente ilegítima
de prácticas de negocios morales al ámbito de la iglesia institucional, se han
vuelto proxenetas financieros.
Autonomía
jerárquica
Hayek, en su magistral libro The Road to Serfdom [El camino a la servidumbre], incluye
un capítulo titulado: «Por qué los peores suben a la cúspide». Su argumentación
es que el poder centralizado, especialmente el poder económico, es una carnada
para los hombres más inescrupulosos de la sociedad.
Piensa que por el mismo hecho de
la concentración del poder económico en la esfera del gobierno civil se
establece un fuerte impulso hacia el gobierno totalitario. Lo que dice sobre el
gobierno civil se pudiera aplicar fácilmente a cualquier institución religiosa no
comercial y esencialmente no competitiva. Mientras más poder económico se acumule
en los niveles más altos de la jerarquía burocrática, menos responderán los
líderes a las demandas de la membrecía.
Concédasele a cualquiera de tales
organizaciones un alto grado de autonomía financiera, y se vuelve un blanco
probable para que los inescrupulosos se apoderen de ella.
El siglo 20 ha presenciado la
liberalización de virtualmente toda iglesia cristiana, tanto protestante como
católica romana. El liberalismo teológico y el liberalismo político se han
vuelto socios cooperadores25. Un factor principal en el éxito de la conversión
de las iglesias a credos y acciones no ortodoxas se ve claramente en el corazón
de los miembros de las congregaciones.
Han dado oídos a los falsos
profetas de los púlpitos, quejándose solo cuando el radicalismo de sus
dirigentes ha violado alguna reserva cultural o económica que atesoran en su
corazón algunos miembros.
Pero un factor institucional
crucial que ha conducido a esa apropiación ha sido la existencia de agencias
dotadas de fondos económicos dentro de las iglesias: juntas misioneras,
instituciones educativas, casas publicadoras denominacionales, y otras por el
estilo. Su independencia financiera de las contribuciones semanales de los
miembros ha sido un medio básico de subversión.
Parte de esa autonomía la proveen
las artimañas de las anualidades irrevocables y contratos de préstamos a largo
plazo. Esto favorece la perpetuación de la institución dada, sin tener en
cuenta el compromiso teológico de la institución. Su futuro supuestamente
descansa más en el ingreso de «inversiones prudentes» que en la preservación de
sus estándares teológicos originales.
Esto, por supuesto, es
inevitable, dada la naturaleza de los acuerdos de fideicomiso, según indica la
siguiente propaganda de ventas:
Mucho después que usted se haya
ido al cielo, su influencia puede perdurar aquí en la tierra. Un donativo a las
misiones el trabajo continuo de la iglesia mundial puede significar que su
influencia cristiana seguirá viva a través de los años en el corazón, las manos
y los pies devotos de los siervos de Cristo en los rincones lejanos de la
tierra.
¡Qué atracción más irresistible
para alguna viuda anciana, ingenua, que tiene ahorrados unos pocos miles de
dólares! Y qué maldición para la organización que le presenta tal atractivo;
está sellando su propia ruina, teológicamente.
La estructura puede sobrevivir,
pero los objetivos cambiarán. Las anualidades y fideicomisos perpetuos
invierten la promesa de Salomón: «El bueno dejará herederos a los hijos de sus
hijos; pero la riqueza del pecador está guardada para el justo» (Pr 13: 22).
Más bien, hallamos que la riqueza
del justo es guardada para el pecador.
La hipocresía del llamado al
cristiano anciano a separarse de su dinero de esta manera debe ser manifiesta.
Al donante (o en este caso, el usurero), se le lleva a pensar que la
institución, por sí misma, puede mantener y mantendrá su compromiso al
establecimiento del reino de Dios. Lo que la institución necesita, se le dice
al donante-usurero, es un fondo permanente.
El fondo es crucial, y no un compromiso
con la teología. La teología cuidará de sí misma; ¡lo que se necesita es dinero! El fondo se debe ampliar,
incluso si eso quiere decir que se convierte a los cristianos en usureros, y
usureros imprudentes (dado el hecho de la inflación).
Si puede hacer un fondo, los
líderes podrán operar, independientemente de la hostilidad de la membrecía; la
amenaza del corte de financiamiento no podrá ejercer la misma fuerza. ¡Dios
salve al fondo!
La autonomía financiera de la
jerarquía de una institución es la sentencia de muerte de las metas originales.
Había muchas razones por las que se cancelaban todas las deudas en el Antiguo
Testamento cada séptimo año. De seguro esta era una de ellas: al gobierno
civil, a los bancos (cualquiera que sea la forma que tomaran), a los
prestamistas, a los deudores, y a todas las demás instituciones se les prohibía
vivir a costa de una deuda perpetua y de «anualidades irrevocables», fueran
seculares o usureras.
La prohibición debe haber ayudado
a preservar la responsabilidad de los burócratas de toda clase a los deseos de
la gente, tal como el requisito del diezmo impedía que las personas se
volvieran tiranas. Las soberanías colectivas eran protegidas por varias
provisiones de la ley, cada una con sus propios derechos, y cada una sus
propias limitaciones. Ninguna debía volverse permanente separada de la
renovación continua de Dios y el reconocimiento continuo de
SU SOBERANÍA COMO ABSOLUTA.
La esencia de la mayordomía
cristiana es sencillamente esta: la responsabilidad
a tiempo completo, irrevocable y personal ante Dios. Por su propia
naturaleza, los fideicomisos y
anualidades irrevocables incluyen tanto al «dador» (usurero) como al deudor en una responsabilidad teológica revocable.
La tasa de interés puede ser irrevocable y totalmente impersonal,
pero esa es la única parte del arreglo que lo es. A los cristianos no se les permite el lujo de tal
«mayordomía», porque este tipo de
finanza irrevocable es la abolición de
la mayordomía cristiana.
Hay justicia en todo esto. Las
iglesias que han sido demasiados blandas y «tolerantes» para exigir que sus
miembros den el diezmo (aunque, por supuesto, no solo a la iglesia, lo que sería ilegítimo bíblicamente) se
hallan haciendo usureros a sus miembros porque los fondos son muy escasos.
Demasiado blandas de corazón como
para imponer la ley del diezmo, han sido absolutamente implacables para diseñar
todo un complejo de esquemas de usura. Pero al hacerlo, han ligado sus futuros
económicos impersonales su «protección» irrevocable externa a la supervivencia
de una economía inflacionaria.
Cuando se imponen los controles de
precios y salarios, los fideicomisos llenos de «acciones de empresas
sobresalientes» rápidamente se convierten en «basura». Estos controles
destruyen tanto los papeles fiduciarios como los bonos28. En la medida en que
nuestras instituciones cristianas han participado en el «genio económico» del
mundo moderno, así perecerán por el mismo genio.
Aprenderán, para su desilusión,
que la prosperidad garantizada, como el ingreso garantizado para las viudas,
nunca es tan sencilla como parece. Las deudas incurridas en fe de una expansión
económica perpetua no pueden sino fracasar a la larga; no hay cosa tal como el
crecimiento lineal, irreversible, irrevocable de población, dinero en el banco,
nuevos miembros, tasas de interés. En algún punto, nos informa la ley
matemática, la curva exponencial se aplana o cae. El castigo llega.
Los
escollos de las técnicas de ventas
¿En donde terminará todo eso? Una
indicación de adónde nos dirigimos me llegó en la correspondencia no
solicitada, bajo el sello de una organización sin fines de lucro en sobres con
franqueo pagado.
La organización es Pallotine
Missionaries, de Baltimore, Maryland. Cito del sobre mismo: «Jefe de correos:
Contenido: Notificación de números del sorteo incluida. SORTEO DE $14 000.
Usted tiene cinco probabilidades de ganar 112 PREMIOS».
Al reverso: «DOS AUTOMÓVILES
OLDSMOVILE DE 1970 O $3500 EN EFECTIVO… 100 CÁMARAS DE PELÍCULAS KODAK O $35…
DIEZ TELEVISORES A COLOR O $350 EN EFECTIVO».
Sí eso fue en aquel tiempo como
es la modalidad de hoy en aquellas de nominaciones que se dicen “”cristianas””
Que comercializan co la fe de sus prosélitos.
Dentro estaba la promoción:
Hoy
puede ser su día de suerte. ¿¿¿Por qué esta fantástica manera de regalar???
Porque un grupo de los que
sostienen las Misiones Pallotine se reunieron y concibieron una brillante idea
de donar todos los premios [deducibles de impuestos, por supuesto G.N.]… que
Dios los bendiga… y simplemente piense que usted puede ser el ganador. ¿¿¿Por qué un sorteo???
Porque queremos llamar la
atención de una manera dramática a las necesidades de los niños pobres,
hambrientos y enfermos de las Misiones Pallotine. Envíeme por correo su
contribución hoy. Una persona con el corazón lleno de amor siempre tiene algo
para dar, especialmente para ayudar a los niños.
Así como una persona cariñosa
nunca vacía su corazón, las ofrendas nunca vacían la billetera.
Cuando Bruce Barton escribió The Man Nobody Knows [El hombre que nadie conoce] hace
varias décadas, estaba tratando de poner algún grado de santidad en el mundo de los negocios. Estaba
tratando de demostrar, aunque de manera absurda, que Jesús fue un organizador exitoso, y que valía la pena
imitarlo, como si fuera un
hombre de negocios.
La teología liberal de Barton por
lo menos le permitió llevar la
ética a los negocios, aunque significó reescribir la historia de la iglesia.
Hoy, todos los buenos pastores de
ideología liberal o conservadora, oficialmente ridiculizan el libro de Barton
(si acaso alguna vez oyeron de él). Sin embargo están llegando a ser mucho más
perversos que Barton.
No están diciéndole al hombre de
negocios que imite a Jesús; están tratando de convencer a los seguidores de Jesús
que imiten al hombre de negocios, y no al hombre de negocios ético, sino al
charlatán. Dicen verdades a medias (ingresos invariables, permanentes, de por vida),
¡pero firme ese contrato! Prometen esos televisores a color, ¡pero se aseguran que
las ovejas vacíen las billeteras que nunca se vacían! «Voy a decirle lo que voy
hacer.
Esta semana, y solo esta semana todo
su dinero al contado, pero toda una vida para recuperarlo».
La iglesia institucional no es
una compañía de seguros. No es un servicio de rifas. No es un lugar para el
bingo, ni aunque sea bingo protestante. Es casa de oración.
El Press-Enterprise de Riverside, California (29 de agosto de 1970)
imprimía una columna titulada «La Religión de Hoy» por el Rvdo. Lester
Kinsolving. El artículo apareció bajo este encabezado:
«Ovejas trasquiladas». Kinsolving
proveyó toda una galería de pícaros ministros ordenados fundamentalistas que
promovían la venta de bonos, en este caso, bonos bautistas. El mercado de bonos
de las iglesias es al presente un mercado de 500 mil millones de dólares.
Kinsolving escribe:
A los inversionistas en potencia
se les prometía una oportunidad para «cumplir su obligación cristiana» (al 7
por ciento) invirtiendo en bonos emitidos por BBU (Bethel Baptist University),
«universidad de alto calibre, acreditada, que no se burla de Dios, ni enseña
“monismo» ni arruina la fe de los estudiantes».
Inversionistas piadosos
invirtieron más de un millón de dólares en esta empresa de Oklahoma solo para
enterarse, después que sus operadores se esfumaron, que nunca había estado
acreditada y que su matrícula final había sido de cuatro estudiantes.
TAL TRASQUILAR DE OVEJAS NO ES RARO:
Un promotor hizo arreglos para
una emisión de $20 000 en bonos para una iglesia pequeña de Arkansas; pero
vendió $40 000 de ellos, y desapareció de la ciudad con la diferencia.
La Golden Circle Gospel
Federation vendió $44 000 en lo que decían ser bonos de iglesia, y luego
trataron de invertir el dinero en una firma exploradora de petróleo de Santa
Bárbara cuando la Comisión de Cambio y Valores (SEC) los descubrió.
A Claude M. Bond, de Gideon
Church Builders, se le prohibió permanentemente que vendiera bonos emitidos por
30 iglesias del área de Dallas-Fort Worth. La SEC acusó a Bonn de haber
engañado a los inversionistas diciéndoles que «nunca se había sabido de ningún
bono de iglesia que quebrara».
No solo los inversionistas sino
muchos gobiernos estatales y municipales han demostrado ser excepcionalmente
ingenuos en cuanto a tales prácticas.
Porque cuando una iglesia auspicia
tales emisiones de bonos a menudo quiere decir que no hay el requisito de que
los valores se registren o se respalden con evidencia de que la institución
tiene capacidad para pagarlos.
¿Horroroso? ¿Excepcional? ¿Qué
más deberían los cristianos esperar cuando las iglesias promueven la violación
de las limitaciones impuestas por Dios sobre los miembros, la jerarquía, y el
tipo de financiación legítima para cada aspecto del reino de Dios? Los
protestantes pueden quejarse de que tales ejemplos de quiebra o propaganda
engañosa no son comunes.
Ese no es el asunto, sin embargo.
Lo que es importante no es el hecho de que estos «empresarios» fundamentalistas
puedan tener el control de solo un pequeño porcentaje de fondos de iglesia y
fideicomiso; lo que es importante es que las iglesias establezcan esos fondos.
No es que las iglesias no sean
tan eficientes como la General Motors para manejar su deuda interna y externa;
lo que es intolerable es que deban imitar el tipo de contrato de deudas que la
General Motors, como empresa con fines de lucro, halla lucrativos. La General
Motors no es una iglesia institucional, y no está bajo las mismas restricciones
respecto a dar o cobrar interés. La General Motors, a diferencia de la iglesia institucional,
no es una casa de oración.
4. LA ECONOMÍA DE LA OBSERVACIÓN DEL
SABBAT POR GARY NORTH
Seis días se trabajará, mas el
día séptimo os será santo, día de reposo para Jehová; cualquiera que en él
hiciere trabajo alguno, morirá. No encenderéis fuego en ninguna de vuestras moradas
en el día de reposo (Éx 35: 2, 3).
Una de las muy pocas ordenanzas
ceremoniales del Antiguo Testamento que los cristianos contemporáneos todavía
dicen respetar es el sabbat. Por lo general, la defensa de un reposo requerido
en el sabbat se hace por el argumento de la «ordenanza de la creación», y no
por el cuarto mandamiento (Éx 20: 8-11).
Se dice que Dios reposó el
séptimo día de la creación, y esto sirve como ejemplo para que lo sigan todas
las personas de todas las culturas. Al pueblo del pacto de Dios de manera
especial se le requiere que se abstenga de todo empleo secular el domingo.
Ninguna ganancia es legítima si
se hace el domingo. Solo a los que trabajan en ocupaciones que ofrecen ayuda a
los que necesitan alguna emergencia o a los que trabajan para imponer la ley
pública se les permite trabajar en el sabbat. Esto incluye a médicos, policías,
bomberos, soldados que estén de guardia, y operadores de teléfonos de
emergencia.
(El por qué estas personas deban
aceptar pago por esos servicios rara vez se explica. Cristo defendió el derecho
de que el hombre saque a una bestia de carga de una zanja, pero no dijo que los
hombres debían operar compañías de «rescate de bestias» por lucro en el sabbat.
Los predicadores puritanos a veces vieron esto más claramente. Tomás Gouge,
contemporáneo de Owen y Baxter en Inglaterra del siglo 17, elogió como ejemplos
brillantes a varios médicos cristianos que rehusaban pago por trabajar el
domingo).
A pesar de su apelación oficial
al argumento de «ordenanza de la creación», los modernos sabatistas
invariablemente apelan también a pasajes específicos del Antiguo Testamento
para respaldar su interpretación de exigir guardar el sabbat.
Los mismos versículos que cita la
Confesión de Fe de Westminster y el Catecismo Mayor en las anotaciones se usan hoy,
más de tres siglos después. Isaías 58: 13 es una referencia común, así como
Jeremías 17: 21-27. Nunca parece perturbarles que estas aplicaciones «hebreas»
del sabbat llegaron relativamente tarde a la
Reforma inglesa. El sabatismo
había sido solo una parte menor del catolicismo romano medieval, y al rigor que
fue afirmado en teoría por los comentaristas católicos romanos vehementemente
se le opusieron los lolardos y Lutero.
No estaban dispuestos a ceder en
nada que magnificara la autoridad de la iglesia romana.
Calvino siguió la tradición
encabezada por Ireneo y Agustín, e interpretó el sabbat como una alegoría del
reposo del creyente en Cristo de la esclavitud del pecado, reposo que será
perfecto en la eternidad.
Esto, por supuesto, era solo la
enseñanza de Hebreos 4, y Calvino no estaba dispuesto a apartarse de esa
perspectiva. Se iba a jugar bolos en el césped después de los cultos el
domingo, hecho que muchos sabatistas posteriores han preferido ignorar. La
iglesia de Inglaterra adoptó una posición intermedia entre las posiciones
luterana y católica romana; denunció las celebraciones supersticiosas, pero
reservó el domingo como día de descanso, aunque recreaciones de muchos tipos se
consideraron legítimas, para horror de los puritanos posteriores.
Fue solo en la década de 1590 que
los anglicanos, reaccionando contra los sabatistas puritanos rigurosos,
derivaron en dirección de la iglesia católica romana, con sus descansos festivos
en ciertos días santos. El profesor Knappen, la autoridad más destacada del
puritanismo en Inglaterra durante el siglo 16, por consiguiente, ha llegado a
esta conclusión:
El sabatismo inglés
contemporáneo, por consiguiente, no es reformado ni calvinista en sus orígenes.
Si tuvo algún trasfondo teórico, hay que hallarlo en la doctrina medieval que
sobrevivió en la enseñanza y legislación anglicanas, de que el día había que
dedicarlo por completo a fines religiosos.
Esto permaneció como doctrina
oficial de la iglesia bajo Isabel, como se establece en la homilía, catecismo y
ordenanza. Pero la conducta de la reina no se ajustaba a esos estándares.
Al permitir a sus clérigos que
perpetuaran una doctrina rigurosa del tema y luego soslayarla, Isabel invitó a
una reacción que con el tiempo tomó la forma de una doctrina incluso más
rigurosa.
La reacción, según Knappen,
empezó cuando la arena de peleas de perros y osos Paris Garden se derrumbó el
domingo 13 de enero de 1583 y mató a ocho personas. El Rvdo. John Field tomó el
guante y le echó la culpa de este evento a la violación del sabbat, igualando
el sabbat cristiano con el sabbat hebreo, idea completamente nueva. Otros más
tarde siguieron sus pasos.
La hostilidad a toda forma de
recreación en el sabbat se manifiesta en muchas obras puritanas de la última década
del siglo 16, notablemente Doctrine of
the Sabbat, de Nicholas Bownde (1595), y Treatise of the Shabbat, de Richard Greenham (1592).
La posición puritana ordenaba
trabajar los últimos seis días de la semana, y prohibía todo tipo de diversión
en el primer día. El alcance de su hostilidad a todo lo que se pareciera a «una
semana de cinco días de trabajo» se refleja en un estatuto que aparece en las
actas del 11 de mayo de 1659 de la Corte General de Massachusetts, una de las pocas
jurisdicciones políticas que los puritanos alguna vez controlaron:
Para prevenir los desórdenes que
surgen en varios lugares dentro de esta jurisdicción, puesto que algunos
todavía observan tales festivales como se guardaban supersticiosamente en otros
países, para gran deshonor de Dios y ofensa de otros, por medio de la presente
esta Corte y su autoridad ordena, que a cualquiera que se le halle observando
días como Navidad y parecidos, bien sea por dejar de trabajar, celebrando
banquetes o de alguna otra manera, al saberse lo antedicho, cada una de tales
personas debe pagar al condado una multa de cinco chelines por cada una de
tales transgresiones .
El Catecismo mayor, elaborado
entre 1643 y 1647 por la Asamblea Westminster, es bien directo. Prohíbe «toda
profanación del día por ociosidad, y haciendo eso que es en sí mismo pecado; y
por todo trabajo, palabras y pensamientos innecesarios, en cuanto a nuestros
empleos y recreaciones mundanales» (R. 119).
Esa defensa tan rigurosa del
domingo se hace con numerosas citas del Antiguo Testamento. En su capítulo
sobre «Los usos del sabatismo», el historiador inglés Christopher Hill comenta:
«Algunos de los extremos a los cuales recurrieron los sabatistas posteriores
surgieron de la creencia de la inspiración literal de la Biblia y la equiparación
del domingo con el sabbat judío.
Pero estos puntos extremos de
vista vinieron más tarde, después que la jerarquía hubo roto la unanimidad
virtual de los tiempos isabelinos tempranos sobre el tema de la observancia del
domingo».
El advenimiento del sabatismo
estricto no se puede separar de los conflictos políticos y eclesiásticos en
Inglaterra de 1590 a 1660. El sabatista moderno que ignora los orígenes de su
herencia peculiar no ha visto el alcance de su desviación de la tradición
agustiniana y calvinista.
Lo que los sabatistas modernos
generalmente aducen es que los llamados aspectos «puramente ceremoniales» del
sabbat fueron temporales. Esto incluye el cimiento mismo de la adoración hebrea
en el sabbat, es decir, la pena por todas las violaciones, la sentencia de
muerte. El hecho de que la imposición estaba absoluta e innegablemente
relacionada con la observancia del sabbat no perturba en lo más mínimo a los
rigoristas contemporáneos.
Más riguroso de lo que el Nuevo
Testamento permitiría, el sabatista moderno con todo es demasiado humanista
para permitir que nada como la ley rígida del Antiguo Testamento interfiera con
su laxo concepto de la imposición del sabbat. Ninguna argumentación exegética
se ofrece para explicar por qué se puede romper la unidad de la observancia e
imposición del sabbat en el Antiguo Testamento; solo se da por sentado.
Los sabatistas asumen que de
alguna manera se honra a Dios si ellos sufren inconvenientes los domingos,
mientras que al mismo tiempo, una violación de sus provisiones específicas de
imposición del sabbat le da mucha gloria.
Igualmente «ceremoniales» son las
provisiones sobre los años sabáticos, según las cuales en el séptimo año se
debía poner en libertad a todos los esclavos y cancelar todas las deudas. La
tierra debía también dejarse sin cultivar.
Pero los autoproclamados sabatistas
estrictos están en deuda por siete veces siete años, y trabajan el suelo sin
misericordia; y a pesar de eso se enorgullecen de su rigor. Reclaman apoyarse
en el hecho de que no están empleados por ganancia los domingos, y que no ven
por televisión los juegos de los Packers de Green Bay contra los Browns de
Cleveland.
Algunos ni siquiera escuchan los
noticieros, ni leen el periódico dominical. Los verdaderos santos entre ellos
ni siquiera leen el periódico del lunes, porque fue impreso el domingo.
Por supuesto, los delanteros
sabatistas del lunes por la mañana, que al menos disfrutan leyendo acerca del partido entre los
Packers y los Browns, aunque sea inmoral verlo o jugarlo, se fastidian por el
rigor de sus compañeros sabatistas que rehúsan leer la información el lunes por
la tarde (la edición de la mañana, como ya he mencionado, se queda sin leer).
Para ellos los otros son
«legalistas», mientras que los extremistas que obedecen las implicaciones de su
posición ven a sus hermanos más débiles como «antinomianos latentes». Así somos
los hombres; el que se fastidia porque le pisan sus callos llama a su hermano
un legalista; el que se deleita en pisar los callos se fastidia por las obvias
incongruencias de los demás.
Demasiado a menudo la cuestión es
de quién es el buey acorneado (o, para cumplir la analogía, el buey de quién ha
caído en qué zanja).
¿Cuáles son las implicaciones de
guardar el sabbat? Sin duda significaba mucho más para la cultura hebrea
antigua de lo que cualquiera de nosotros pudiera captar. En el mundo moderno
hallaríamos que la plena observancia del reposo sabático, según se practicaba
en el Israel antiguo, sería un enorme trastorno de nuestros patrones familiares
de vida. Por tanto, he escogido limitar mi investigación a solo las
implicaciones más obvias para la esfera de la economía.
Este enfoque estrecho de ninguna
manera cubre el amplio impacto de las provisiones del sabbat del Antiguo
Testamento para otras esferas de la sociedad humana: familia, gobierno,
militar, y así por el estilo.
En cualquier caso, las
implicaciones de la observancia del sabbat para el angosto campo de los asuntos
económicos debería ser suficientemente desconcertante para aquellos a quienes
les gusta considerarse sabatistas estrictos. Es de esperarse que se vean
obligados a reconsiderar sus acciones
o su definición del sabbat en
lo que se aplica a nuestro tiempo.
El pasaje con que empieza este
ensayo, Éxodo 35: 2, 3, establece las provisiones generales para la imposición
del sábado hebreo. Era un delito capital encender leña el sabbat. Los
comentaristas ortodoxos han tomado dos puntos de vista básicos de este pasaje.
Primero, que «encender» se debe haber referido a empezar fuego, literal y
figuradamente, de la nada. Era una tarea difícil encender un fuego una vez que
se había apagado, y esto constituía trabajo extra que se podía evitar prestando
atención al fogón del hogar que se debía haber encendido el día anterior.
El segundo punto de vista sostiene que «encender» se refiere a un fuego que se
usaba en los negocios, como en el caso de un herrero. Este punto de vista
posterior es singularmente poco convincente. (Una tercera posibilidad, de que
ningún fuego se encendía en Israel, incluso en el frío del invierno, es
improbable, especialmente a la luz de la interpretación liberal de Jesús de la
observancia del sabbat [Mt 12: 1]).
Por tanto, parece razonable
asumir que era ilegal encender fuego el sabbat, pero era legítimo mantener
ardiendo el fuego encendido el día anterior.
El caso presentado en Números 15
se debe interpretar bajo esta luz. Una prohibición en contra de encender fuego
tenía que aplicarse por igual a la recolección de materiales que se pudieran
usar para encender al fuego. Dios dijo con claridad a los hebreos que se
requería tal extensión del principio general.
Estando los hijos de Israel en el
desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en día de reposo. Y los que le
hallaron recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y a Aarón, y a toda la
congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba declarado qué se le
había de hacer.
Y Jehová dijo a Moisés:
Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento.
Entonces lo sacó la congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y
murió, como Jehová mandó a Moisés (Nm 15: 32-36).
Este pasaje es crucial para
comprender lo que las ordenanzas del sabbat le exigían al pueblo del pacto de
Dios. La violación del sabbat en un asunto tan «pequeño» como recoger leña
involucró al culpable en un delito capital. Judicialmente, no había distinción
entre este delito y el asesinato.
Ambos exigían la pena de muerte.
El sabatista moderno, al citar las referencias del Antiguo Testamento al sabbat
en respaldo a su posición, inevitablemente involucra su posición con este pasaje.
Se le exige que considere la más diminuta violación del sabbat con el mismo horror
como consideraría el asesinato de un miembro de su familia.
Todas las transgresiones, desde reunir
leña hasta jugar fútbol profesional, tendrían que verse como transgresiones
capitales. No hay escape de esta situación; si los estándares de la práctica
hebrea son dignos de proclamarse, los requisitos de la jurisprudencia hebrea
deben imponerse.
Puesto que nuestros códigos
civiles contemporáneos al presente no imponen la pena de muerte a los que
violan el sabbat, los sabatistas coherentes no deberían descansar los otros
seis días de la semana hasta que se persuadiera al gobierno civil a imponer tal
sanción a los que lo violan. Si la ley
del pacto es obligatoria, la
implementación de la ley del pacto es entonces igualmente obligatoria. El que se desvíe de este
principio es, bíblicamente, un antinomiano.
Cualquier lenidad «humanitaria»
en la imposición de la ley bíblica no es menos violación de los estándares
absolutos de la justicia de Dios que la negación de la validez del estándar
legal en cuestión. Por lo mínimo, hasta
que nuestros códigos civiles puedan cambiarse, cualquier denominación o
congregación que proclame la ley del sabbat como obligatoria, debe imponer la
ley del sabbat sobre todos sus miembros mediante el proceso de la amenaza de
excomunión.
Si se da por sentado que los
estándares hebreos de la observancia del sabbat de alguna manera son aplicables
en tiempos del Nuevo Testamento, las iglesias deben considerar a los que
quebrantan el sabbat con el mismo horror con que consideran (o deberían considerar)
a los asesinos, secuestradores o sodomitas.
Las iglesias, como todos saben,
ni ahora ni nunca han considerado así a los que violan el sabbat. Pablo fue al
punto de anunciar la doctrina de que «Uno hace diferencia entre día y día; otro
juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia
mente» (Ro 14: 5). No dijo, se debe recalcar, que el día o días en cuestión era
algo llamado «lunas nuevas hebreas o sabats», como los eruditos sabatistas
desesperados han tratado de argumentar. El solo dijo día13.
Tal opción de la conciencia del cristiano no estaba disponible a los
que reunían leña en Números 15. Esto debe llevarnos a la conclusión de que la
aplicación del principio del sabbat en tiempos del Nuevo Testamento es
radicalmente diferente de lo que se exigía en tiempos del Antiguo Testamento.
De modo similar, Pablo pide al
cristiano individual que decida; el sistema eclesiástico que infringe este
derecho de conciencia está en abierta violación del estándar de Nuevo
Testamento. Una iglesia puede imponer la asistencia a un culto el domingo; no
tiene más derecho que esto. Los derechos de la conciencia individual en este
caso en particular no pueden ser infringidos por ninguna autoridad
eclesiástica.
Si se acepta la tergiversada
exégesis de los sabatistas, y se considera que la apelación de Pablo a la
conciencia no se aplica al sabbat semanal (con la exégesis forzada también
aplicándose a Colosenses 2: 16, 17), aparece un dilema serio: o los estándares
de la iglesia en cuanto a guardar el sabbat están en flagrante violación de los
estándares mucho más rigurosos del Antiguo Testamento, o las provisiones hipotéticamente
propias del credo al presente no se imponen, y no se han impuesto por lo menos
por dos siglos.
Y más que eso: parece que son
completamente imposibles de implementar. Los
credos son menos rigurosos que el Antiguo Testamento; la imposición de la iglesia contemporánea es
menos rigurosa que los credos. El sabatista que trata de escapar de esta
verdad se engaña a sí mismo.
Además, lo que ha sucedido en el
caso de la imposición de estas provisiones del Antiguo Testamento o de los
credos por parte del gobierno civil es incluso peor. El sabatista tampoco puede
evitar este problema. Si halla fácil ignorar el que el gobierno civil no haya implementado
las leyes del sabbat, no se preocupará por el hecho de que el estado no imponga
la ley bíblica respecto al matrimonio, prostitución, homosexualidad, robo y
casi todo lo demás de que los Diez Mandamientos se preocupan.
El hombre que toma a la ligera la
lenidad del estado al implementar cualquiera o todos estos asuntos es un antinomiano.
Si piensa que las leyes del sabbat en efecto se aplican, y sin embargo no le
fastidia para nada el pensamiento de que el estado no haya hecho bien su
trabajo en este campo, está desafiando el principio bíblico sobre la ley: una
ley que vale la pena proclamar, vale la pena imponer.
Se debe notar también que una
semana de trabajo de cinco días es una violación abierta de las leyes del
sabbat. El Señor no le ofreció a nadie la opción de tomar un día libre durante
la semana. «Seis días trabajarás», ordenó, a pesar de la AFL-CIO. ¡Veamos que
la iglesia imponga eso! Los
puritanos lo hacían; se amenazó con cárcel por predicarlo u obedecerlo14. Ellos
corrieron ese riesgo.
LOS SABATISTAS Y EL COMBUSTIBLE
El recoger leña es un buen
ejemplo de una ley hebrea común, según se aplica a la luz de un requisito
general del Decálogo. Muestra, tal vez mejor que cualquier otro ejemplo, las
implicaciones del cuarto mandamiento para la nación hebrea.
Considérense las implicaciones
económicas. ¿Qué estaba implicado en la recolección de ramas? La leña se podía
usar por lo menos para cuatro propósitos:
1.
Calentar la casa.
2.
Iluminar la casa.
3.
Cocinar las comidas.
4.
Venderla para los usos 1-3.
En lo que tiene que ver con el
uso en sí, el caso de Números 15 se aplicaba más a la vida diaria de las
mujeres hebreas que a los hombres de la familia. A menudo el hombre y su
trabajo es más el foco del sabatista moderno, pero esto no era necesariamente el
caso en una comunidad rural, preindustrial.
La recolección de leña probablemente
era más tarea de los niños; las mujeres la empleaban para usos domésticos, una
vez que se la recogían. Los hombres disfrutaban de los beneficios de la
recolección y del uso de la leña, pero en general no tenían mucho que ver con
el manejo de la leña en sí.
Podría haber unas pocas
excepciones, por supuesto, pero una excepción parece ser mucho más probable, es
decir, la del recogedor profesional de leña. Su trabajo tendría mucha mayor
demanda el sabbat, precisamente el día en que se imponía la prohibición de
trabajar. La mujer que no recogía leña con anterioridad en la semana podía
comprarla del profesional.
No se nos dice que el hombre de
Números 15 fuera un profesional de esos, pero la severidad del castigo habría
hecho mucho más peligroso que tal clase de profesionales llegara a existir.
Había necesidad de un castigo riguroso, siendo los hombres y mujeres lo que
son. Siempre hay un deleite en violar los mandamientos de Dios si uno es el
pecador; si esa violación también trae consigo ciertos beneficios superficiales
por encima y más allá del mero placer del desafío, mucho mejor.
Las prohibiciones del sabbat
incluían costos muy fuertes para los obedientes; la imposición del sabbat
requería castigos severos, imponiendo así a los violadores altos costos en la
forma de alto riesgo.
¿Cuáles eran los costos del
sabbat? Para el hombre, era la pérdida de todo ingreso: monetario (menos
probable en una sociedad rural), psicológico, o en propiedad física, por ese
día. Pero las mujeres también pagaban. Tenían que recoger la leña a principios
de la semana.
Quería decir más trabajo durante
la semana, ya fuera en días más largos o aumentando la intensidad del día de
trabajo; o ambas cosas. Si no se alargaba el día de trabajo ni se
intensificaba, otras tareas que era deseable realizar tendrían que dejarse, y
eso, como cualquier esposa sabe, también incluye costos (especialmente si el
esposo o la suegra notan lo que se dejó de hacer).
También existiría siempre la
tentación de descuidar la recogida de leña durante la semana, especialmente si
un profesional aparecía por allí con una carga de leña el sábado por un precio
razonablemente barato. Si su precio era menos del cálculo de la mujer de los
costos involucrados en recoger leña temprano en la semana, se esperaba una
ganga.
Al imponer una forma rigurosa y
permanente de castigo para el violador, la comunidad podía elevar el precio de
la leña; el riesgo sería tan alto que pocos profesionales podrían sobrevivir.
¿Cuántas mujeres podían o estarían dispuestas a pagar los costos? Sería más
barato que compraran o recogieran leña a principios de la semana.
El recoger leña se hizo una
fuente improbable de empleo lucrativo en el sabbat. Puesto que el mercado de
leña en el sabbat estaba restringido debido al alto precio de la leña (debido a
los riesgos involucrados), las oportunidades para la tentación se reducían al
mínimo. No era negocio que alguien violara el sabbat, y era demasiado costoso
contratar a alguien para que lo violara.
En la medida en que los castigos
se debilitan en un caso como este, en esa medida se vuelve asunto de conciencia el que uno viole
o no el sabbat o que pague a alguien para que lo haga. La conciencia queda sin
la protección de altos costos económicos para mantener a un hombre actuando de
manera santa.
A mediados del siglo 20, el
descanso del domingo se basaba primordialmente en la tradición y los
sindicatos; en donde estas restricciones se superan, la conciencia es la única barrera
contra la violación de la aplicación del principio del sabbat como en el Antiguo
Testamento. Los hombres que valoran la diversión menos que otras formas de
ingresos tenderán a buscar empleo en el sabbat, especialmente cuando el mercado
se restringe, por una razón u otra, en contra de la entrada de trabajadores competidores.
Los pagos de «sobretiempo» añaden incentivo.
Si aceptamos el principio de que
es malo que contratemos a otra persona para que cometa una transgresión para
nuestro beneficio y su ganancia, habrá ciertas implicaciones. Las violaciones
del sabbat eran delitos capitales. Si los sabatistas estrictos consideran las
provisiones del Antiguo Testamento como obligatorias para los cristianos, es
tan malo emplear a un hombre para que viole el sabbat como lo es emplear a
alguien de Asesinos, S.A. para que mate a un prójimo.
La ejecución del crimen y la
culpa de la parte contratante son iguales en ambos casos. Los delitos capitales
son serios. Si el sabbat hebreo es
moralmente obligatorio hoy, sus implicaciones y aplicaciones son igualmente obligatorias.
He oído a algunos cristianos
acusar a otros de violar el sabbat porque estos últimos se han atrevido a ir a
algún restaurante a comer después que se terminan los cultos de la iglesia. Lo
mismo supuestamente es válido para los que compran alimentos en un supermercado
en el sabbat. ¿Por qué es esto una violación?
Porque es una violación del
sabbat animar a que otro lo viole al pagarle para que abra su negocio. Si los estándares del sabbat hebreo
son obligatorios, entrar a una tienda en el sabbat es moralmente un crimen
capital, y una abominación a la vista de Dios. Por consiguiente, los pastores y
ancianos deben decirles a sus rebaños que se abstengan de realizar cualquier
transacción comercial en el sabbat.
Si un hombre desea tomar los
estándares incluso de la Confesión de Fe de Westminster (documento
preindustrial, se debe destacar) en todo su rigor preindustrial, debería animar
a sus ancianos a que impusieran las provisiones. Por supuesto, las provisiones
de la Confesión ni siquiera se acercan a los requisitos de Números 15, que son
los verdaderos estándares bíblicos a los ojos de un sabatista coherente, pero
por lo menos son algo. Si los credos son válidos en su interpretación de 1646, los
estándares de 1646 de imposición se deben aplicar.
Si tales estándares no se aplican,
entonces hay una clara admisión de que la
iglesia ya reconoce como válida la
definición de 1646 del sabbat.
Sigamos con rigor la acusación
contra los «dueños de restaurantes». Esas mismas personas que lanzan las
acusaciones se enorgullecen de su observancia del sabbat porque ellos no van a restaurantes el
sabbat. Ellos no compran en
supermercados.
Ellos han almacenado provisiones para
comer en casa. Muy bien, si uno es sabatista, porque es esencial para guardar
el sabbat que uno almacene provisiones antes del sabbat. Pero el Antiguo
Testamento exigía más que solo almacenar comida.
El pasaje al que nos referimos,
Números 15, deja en forma explícita que no solo comida sino también el combustible debía almacenarse de
antemano; el combustible para calentar la casa, cocinar las comidas e iluminar
la habitación debía buscarse de antemano. Era una violación capital a los ojos
de un Dios justo y santo recoger leña combustible en su sabbat.
El moderno sabatista piensa que
la suya es la forma del Dios del pacto santo solo porque compra la comida con
antelación; su hermano en Cristo entonces es un vil pecador porque no lo ha hecho.
Pero bajo las provisiones de Números 15, ambos son reos de muerte por igual,
porque ambos han pagado a productores especializados de combustible para que
trabajen en el sabbat.
Esta es la diferencia, sin
embargo; el hombre que entra en el restaurante no es santurrón en cuanto a su
supuesto guardar el sabbat, ni ha lanzado acusaciones contra otros cristianos.
Indudablemente ha violado las provisiones del sabbat de Números 15, pero hasta
allí llega su culpa. Los modernos sabatistas que he encontrado con demasiada
frecuencia violan no solo el sabbat, sino también el mandamiento contra el
chisme, o por lo menos se divierten en el «juicio de cejas enarcadas y lengua
que chasquea».
Descuidan la advertencia de Cristo:
«No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis,
seréis juzgados» (Mt 7: 1, 2a).
NOTA: La total
confusión de muchos pastores sabatistas se ve en su prohibición de pagar por
cualquier libro que se compra en la librería de la iglesia el domingo. El libro
o libros se pueden llevar a casa pero no pagarse sino hasta el lunes o más
tarde.
Una
transacción económica hecha a crédito no se considera como una transacción
económica en lo que tiene que ver con la librería de la iglesia. Sin embargo,
una compra de gasolina o de cualquier otro artículo que se compra a crédito el
domingo la consideran los mismos pastores como una flagrante violación del
sabat.
Cualquiera
que puede hallar sentido en estas dos posiciones es un rival de los teólogos
escolásticos de la Edad Media.
La misma arquitectura de nuestras
iglesias es un testimonio perenne de la falta de disposición de los cristianos
contemporáneos a aceptar las implicaciones del sabbat. Llenamos nuestros
edificios con todo tipo de artefactos eléctricos; calentamos o enfriamos las
habitaciones a una temperatura cómoda de 25°C, tanto en el invierno como en el
verano.
A menudo nos enorgullecemos de la
eficiencia de la tecnología moderna, olvidándonos que muchos hombres y mujeres
deben ir a trabajar y operar las maquinarias que proveen la electricidad el
combustible para nuestros artefactos.
Estos trabajadores están
cometiendo crímenes sabáticos capitales cada domingo, y todo cristiano
sabatista que usa estos artefactos, aparte de alguna emergencia legítima, envía
a la gente al infierno todos los domingos, por la mañana y por la noche,
mientras él mismo se sienta en la comodidad de su templo con aire
acondicionado. Si los credos sabatistas son correctos, los sabatistas semanalmente
están condenando a otros a las llamas del tormento eterno para poder sentarse
en 25°C agradables.
Claro, los sabatistas siempre
pueden defender los 25°C en nombre de una emergencia vital. Algunos pueden
verlo como el equivalente del buey que ha caído en una zanja. Los templos
helados alejarán a los que no son creyentes en el invierno; las iglesias
sofocantes lo harían en el verano. Posiblemente este argumento sea legítimo, si
ésta es realmente la razón por
la que calentamos nuestras iglesias.
O tal vez nuestros cuerpos en
verdad no pueden aguantar lo que nuestros antepasados puritanos atravesaron
para establecer el culto reformado en los Estados Unidos de América; tal vez no
podríamos aguantar iglesias tan heladas que el pan de la comunión se
congelaría. Posiblemente moriríamos si nuestras actuales comodidades tecnológicas
se nos quitaran (como algunos apocalípticos pesimistas han afirmado que pudiera
ser la perspectiva en el futuro cercano).
Pero si la comodidad es lo que podemos
decir en defensa de los sistemas centrales de calefacción que consumen electricidad,
no estamos dando mucho pensamiento a nuestros credos sabatistas.
Se ha vuelto demasiado de moda
adaptar la interpretación del sabbat a cada nueva irrupción tecnológica; los
sabatistas se aferran religiosamente a estándares escritos hace siglos,
mientras que violan regularmente los términos de esos credos. Es esquizofrénico.
El fraseo de los credos se debe alterar, o bien los sabatistas deben alterar su
aceptación fácil de una tecnología radicalmente no sabatista.
Esta declaración no se debe
considerar nueva. Lo hizo uno de los sabatistas más estrictos y más coherentes
en la historia de la iglesia protestante después de la reforma, Robert Murray
McCheyne. No escatimó palabras para condenar a sus hermanos en Cristo:
¿No sabes, y toda la
sofisticación del infierno no puede refutarlo, que el mismo Dios que dijo: «No
matarás», también dijo: ¿Acuérdate del sabbat para santificarlo»? El asesino al
que se arrastra a la picota, y el encumbrado quebrantador del sabbat son lo
mismo a los ojos de Dios.
Andrew Bonar ha preservado las
enseñanzas de McCheyne sobre el sabbat en sus Memoirs of McCheyne, y el autoproclamado sabatista estricto
haría bien en meditar en lo que McCheyne escribió. Si los estándares de Números
15 todavía siguen en efecto, ¿cómo puede un hombre que proclama el sabbat
escapar a la arremetida de las palabras de McCheyne? McCheyne vio claro lo que
la revolución industrial significaría. Cuestionó el derecho de los
ferrocarriles a funcionar los domingos, pero no lo siguieron sus colegas
sabatistas de Escocia.
Estos escogieron, como los sabatistas
han escogido desde entonces, darle la espalda a las implicaciones de su credo,
mientras que vanamente proclaman la validez del credo. McCheyne tenía una
palabra para los que hoy disfrutan en hacer que otros trabajen en el sabbat para
proveerles de combustible a precios razonables:
Hombres culpables que, bajo
Satanás, estáis conduciendo a la profunda y oscura falange de violadores del
sabbat, la vuestra es una posición solemne. Sois ladrones. Le robáis a Dios su
día santo. Sois asesinos. Asesináis las almas de vuestros siervos. Dios dijo:
«No harás ningún trabajo, tú, ni tu siervo»; pero vosotros obligáis a vuestros
siervos a quebrantar la ley de Dios, y a vender sus almas por ganancia.
Los sabatistas deberían prestar
atención a la advertencia de McCheyne. Los que se levantan en orgullo debido a
su posición sabatista deben considerar las implicaciones de tal posición. ¡Dios
no puede ser burlado!
Cuando las provisiones de la
Confesión de Fe de Westminster se imponen rigurosamente, el debate del sabbat
puede tomar algún significado aparte de jugar juegos teológicos. Entonces, y
solo entonces, se expondrán los asuntos con claridad y honestidad.
Cuando los ancianos de la iglesia
empiecen en casa a seguir los estándares
sabáticos del Antiguo Testamento, y cuando impongan tales estándares a sus
recalcitrantes esposas a quienes les encantan sus estufas, su agua caliente por
tubería, y su sistema de aire acondicionado, los que no son sabáticos quedarán
impresionados.
Que apaguen sus artefactos
eléctricos, o que compren un generador para proveer la electricidad. Que
apaguen el gas natural, o que compren butano de antemano. Que dejen de
telefonear a sus amigos para «comunión cristiana», de manera que las líneas se
puedan mantener abiertas para verdaderas emergencias.
Que dejen de usar el correo
público los viernes, sábados y domingos, de modo que los carteros y los
repartidores no tengan que perderse su observancia del sabbat.
En pocas palabras: que cierren
los ojos a las transgresiones de otros hasta que la iglesia, como fuerza
disciplinaria, empiece a imponer requisitos más rigurosos a toda la membrecía, empezando por la cúpula de la jerarquía y
trabajando de allí para abajo. Que toda autojustificación se abandone hasta que
se enfrenten con resolución las plenas implicaciones de la práctica de guardar
el sabbat.
Hasta que llegue ese tiempo, los
que no son sabatistas continuarán simultáneamente divertidos y apabullados por
el pensamiento calamitoso y confianza santurrona de los que hipócritamente se
llaman sabatistas estrictos, pero que son infieles a los mismos estándares que
tratan de imponer a otros. Se parecen demasiado a los judaizantes de doble
opinión de Gálatas 6: 12, 13.
Los que no son sabatistas no
podrán tomar en serio a los sabatistas estrictos mientras que estos últimos no
se impongan a sí mismos los considerables costos económicos de guardar el
sabbat. Hasta entonces, el debate sobre el sabbat seguirá siendo una farsa en
el mejor de los casos, y una vergüenza para la iglesia de Cristo en el peor.
Reevaluar la cuestión del sabbat
es reevaluar toda la civilización industrial occidental. Por cierto que
incluirá cuestionar los últimos dos siglos de rápido crecimiento económico. Los
sabatistas estrictos deberían por lo menos percatarse de los efectos posibles
de sus propuestas.
Si el mundo se debe conformar a
los estándares cristianos de la ley bíblica, y si los estándares de la práctica
del sabbat hebreo son, de hecho, todavía la regla para la dispensación
cristiana, ¿cómo se impondrían estos estándares a la población en general? ¿No
haría eso imposible nuestra versión moderna de una sociedad industrial,
especializada?
En otras palabras, si se hubieran
impuesto esos estándares durante los últimos dos siglos, ¿podría haber llegado
a existir esta civilización, que la mayoría de los cristianos modernos acepta
en todo lo que tiene que ver con las conveniencias tecnológicas?
¿Cuánto de nuestra tecnología
económicamente lucrativa, eficiente, del domingo, nos veríamos obligados a
destruir? Los costos, sospecho, serían considerables. Es tiempo de que
los sabatistas estrictos cuenten esos costos.
5. EN DEFENSA DEL SOBORNO BÍBLICO POR
GARY NORTH
Las tres herejías del humanismo,
el moralismo y el legalismo a menudo se manifiestan simultáneamente, incluso en
círculos que se dicen cristianos. Las tres centran su enfoque en el hombre.
La presuposición primaria del humanismo es que el hombre sus metas,
necesidades, deseos, estándares es el enfoque central de la vida. Aduce que el
hombre no es solo el vicegerente de Dios en la creación, que trabaja para
conseguir el dominio sobre la tierra para la gloria de Dios, sino más bien que
la tierra debe ser sojuzgada «por la gente, y para la gente», como si la
creación fuera «de la gente». El moralismo
se basa en la doctrina de que el hombre es capaz de demostrar su propia
valía ante Dios por acciones de benevolencia y negación propia. Los moralistas
se esfuerzan por «ser buenos» mediante actos de bondad inherente.
NOTA: Un ejemplo
obvio es la industria del acero. El costo involucrado en apagar una planta de
acero y luego volverla a encender es prohibitivo. El acero no se podía fabricar
bajo tales condiciones. La electricidad necesaria para calentar una fundición
de acero, y eso para no decir nada de las horas perdidas, obligaría a los
productores de acero a dejar de producir.
De
nuevo, los sabatistas estrictos tendrán que considerar la producción de acero
como un caso de emergencia. Todo, en verdad, lo que involucra más incomodidad
de la que los sabatistas de cualquier generación están acostumbrados a soportar,
se arroja en una clasificación cada vez creciente de talla única, «servicio de
emergencias».
El legalismo por lo general es un credo paralelo al moralismo. Se
ve a Dios como un ser atado por las mismas leyes que obligan a la humanidad;
Dios, como su creación, está bajo la ley y por consiguiente debe conformarse a
los deseos y demandas de los hombres que actúan en los límites de su ley.
El legalismo es un pariente
consanguíneo de la magia, puesto que los magos también tratan de manipular la
realidad mediante rígidos embrujos y abnegación propia, obligando a los poderes
secretos a funcionar según las fórmulas prescritas. El legalismo debe asumir la
validez del moralismo, y ambos son en esencia humanistas; la salvación del
hombre la logran las obras del hombre.
El cristianismo ortodoxo, por
definición, niega esas tres posiciones. Al revés del humanismo, el cristianismo
declara la soberanía de Dios. La Creación entera debe dar a Dios toda la
gloria, porque esa es su función (Is 45: 22, 23; Ro 14: 11; Fil 2: 10, 11). Al
contrario del moralismo, el cristianismo dice que no hay nada en el hombre que
pueda merecer favor a los ojos de Dios; el hombre es totalmente depravado.
Todos nuestros actos de justicia son trapos de inmundicia (Is 64: 6).
La santificación, por
consiguiente, es dádiva de Dios igual que la justificación. «El corazón del
hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos» (Pr 16: 9). En pocas
palabras, el moralismo, al afirmar la valía intrínseca del hombre, es una
falacia. Finalmente, el cristianismo rechaza el legalismo, así como también
rechaza la magia.
Dios está por encima de su
creación; la ley está bajo Dios, y no por encima de él. Los pactos de Dios con
el hombre, por supuesto, por la perversión y rebelión del hombre invariablemente
llevan a una situación en que las bendiciones del pacto de Dios se dan solo
gracias a la suprema justicia de Cristo; el hombre recibe una bendición solo
debido a su participación en el pacto por fe, o, a falta de la fe salvadora,
solo porque vive en un universo temporalmente escudado de la ira de Dios debido
al respeto de Dios por Cristo, el pueblo de Cristo y la obra de Cristo en el
tiempo (Calvino, Inst. II, 7,
4).
Dios de ninguna manera está
obligado por los débiles intentos de justicia del legalista ni las
manipulaciones del mago a respetar el clamor del hombre. Dios puede resistir las manipulaciones
legales de los hombres. La falta de reconocimiento de este hecho básico
llevó a Job, así como también a sus tres consoladores, a la interpretación
errada y pecaminosa del plan soberano de Dios (Job 32—41).
El cristianismo ortodoxo declara
que Dios es totalmente soberano sobre su creación; él puede hacer con ella como
quiera, otorgando ira o gracia como le parezca. Puede hacer luz y tinieblas,
paz o mal (Is 45: 9), y nadie puede acusarle de pecado o error (Ro 9: 19). Los
propósitos de las leyes de Dios son invariablemente teocéntricos, no
humanistas.
Cualquier cristiano que da la
aprobación tácita en principio a lo que se ha dicho hasta aquí puede probarse a
sí mismo según varios puntos bíblicos. ¿Es la ley verdaderamente teocéntrica?
¿Debe nuestra obediencia ser en términos de una estructura de la ley del pacto
que apunta solo a la gloria de
Dios? Si es así, ¿de qué manera debemos considerar las actividades de Rahab?
Debe señalarse que la Biblia no
titubea para nada en su elogio de Rahab.
Tanto el autor de Hebreos (11: 31)
como Santiago (2: 25) testifican de su sabiduría cuando decidió amparar a los
espías hebreos y no se critica para nada su método de hacerlo.
Específicamente se nos dice que
por sus acciones recibió una recompensa (Jos 6:25). Hizo un pacto con dos
representantes de la nación hebrea (Jos 2: 12) y, por implicación, con el Dios
de los hebreos. Por fe fue justificada, pues mostró su fe por sus obras; este
es el mensaje de Rahab a través de los siglos.
La prostituta que fue injertada
en el linaje del pacto de Cristo (Mt 1: 5), la única sobreviviente junto con su
familia de la caída de Jericó, se vio muy favorecida por Dios. No hay ni el
menor indicio en ninguna parte de la Biblia de que algún aspecto de su defensa de los espías hebreos estuviera de
alguna manera bajo suspicacia.
Los calvinistas, incluyendo
Calvino, se han precipitado donde los ángeles temen andar de puntillas; el
legalismo tiene raíces profundas en los corazones rebeldes de los hombres.
Rahab, hallamos, tuvo que
recurrir a la mentira a fin de proteger a sus visitantes (Jos 2:3). En su
explicación del versículo 4, Calvino dice de su traición al abandonar a su pueblo que «no hubo criminalidad en
abandonarlos». Sin embargo, su mentira no se descarta con facilidad:
En cuanto a la falsedad, debemos
admitir que aunque fue hecha por un propósito bueno, no estaba libre de culpa.
Porque los que sostienen que lo que se llama una mentira obligada es totalmente
excusable, no consideran con suficiencia lo preciosa que es la verdad a la
vista de Dios.
Y sin embargo la falta particular
no la priva por entero del mérito de un celo santo; porque por la bondad de
Dios la culpa se suprime y no se toma en cuenta. Rahab actuó mal cuando declara
falsamente que los mensajeros se habían ido, y sin embargo la acción principal
fue agradable a Dios, porque el mal mezclado con el bien no se imputa.
Calvino puso el precedente, y los
comentaristas calvinistas han tendido a seguir su ejemplo. Muy poco espacio se
dedica al crimen de traición de Rahab, pero la mentira que usó a fin de cometer
traición ha caído bajo un estrecho escrutinio. Matthew Poole, el comentarista
puritano del siglo 17, no escatima palabras: «No sé a dónde han ido: su
respuesta, contenida en estas palabras y las que siguen, fue palpablemente falsa,
y por consiguiente incuestionablemente pecadora; sin embargo, su intención fue
buena en ella; ver Ro 3: 8».
No obstante, es un comentarista moderno
el que lleva el legalismo calvinista a su punto más alto en el tratamiento de
Rahab, aunque negaría ser un legalista como se ha definido previamente. Tan desesperado
está por evadir las obvias implicaciones del ejemplo de Rahab de que mentir es
legítimo en algunos casos y que Dios puede ser glorificado en una mentira que
recurre al tipo más bochornoso de retorcimiento exegético:
La vindicación de la falsedad
deliberada bajo ciertas circunstancias recibe el más plausible respaldo del caso
de Rahab la ramera. Que Rahab pronunció una falsedad explícita es evidente. ¿Cómo pudo su conducta en referencia a los
espías recibir tanto elogio, pudiéramos decir, si la falsedad por la cual los
escudó era en sí misma mala?
No debe pasar por alto que las
Escrituras del Nuevo Testamento que elogian a Rahab por su fe y obras hacen
alusión solo al hecho de que recibió a los espías y los envió por otro camino.
No se puede plantear preguntas en cuanto a lo adecuado de estas acciones ni al
hecho de esconder a los espías de los emisarios del rey de Jericó.
Y la aprobación de estas acciones
no lleva consigo ni por lógica, ni según la analogía provista por las
Escrituras la aprobación de la mentira específica que le dijo al rey de Jericó.
Es una teología extraña la que insiste en que la aprobación de su fe y obras al
recibir a los espías y ayudarlos a escapar debe recibir la aprobación de todas las acciones asociadas con su
conducta digna de elogio.
Y si se objeta que la
preservación de los espías y la secuela de enviarlos por otro camino no se
podría haber logrado sin la falsedad pronunciada, y que la falsedad es parte
integrante del resultado exitoso de su acción, hay tres cosas que se deben
tener en mente.
(1)
Estamos asumiendo demasiado con respecto a la providencia de Dios cuando
decimos que la falsedad fue indispensable para el resultado exitoso de su gesto
de fe.
(2)
Aunque admitamos que, en la providencia de
facto de Dios, la falsedad fue uno de los medios por los cuales los
espías escaparon, no se sigue que Rahab estuvo justificaba moralmente al usar
este método.
Dios cumple su voluntad santa, de
decreto, mediante acciones no santas. [El punto tres compara la mentira de
Jacob a Isaac y la bendición resultante; la bendición estuvo justificada, la
mentira estuvo errada]. Vemos, por consiguiente, que ni las Escrituras mismas
ni las referencias teológicas derivadas de las Escrituras nos proveen de
ninguna base para la vindicación de la mentira de Rahab y esta instancia,
consecuentemente, no respalda la posición de que bajo ciertas circunstancias
puede ser justificable decir una mentira.
Lo que vemos, por el contrario,
es la dificultad de imponer en el relato de Rahab las limitaciones legalistas
de una exégesis forzada. La gran fe y obras de Rahab rebasan tales límites
legalistas tan completamente como Sansón revienta sus cuerdas.
La exégesis hipercautelosa rehúsa
vérselas con la enseñanza clara de las Escrituras; Rahab fue justificada a los
ojos de Dios, y no hay ni una sola palabra en todas las referencias de las
Escrituras a ella que indique alguna maldad de su parte. Y considérese la
declaración del autor de que «No se pueden plantear preguntas sobre lo adecuado
de estas acciones ni al hecho de esconder los espías de los emisarios del rey
de Jericó». En breve, la traición, bajo las circunstancias, fue perfectamente
normal, totalmente razonable. Pero, el pecado de mentir, ¡qué horrible!
El legalismo cuela el mosquito
ético y se traga el camello ético. Para volver a la propia pulla del autor,
esto en verdad es «una teología extraña». El autor no parece captar hasta qué
punto está comprometido con el mismo legalismo que su propia teología de la
gracia en principio niega.
«¡Si ella no hubiera mentido!»
parecen estar diciendo nuestros comentaristas.
¡Hubiera sido verdaderamente
santa! Santa en verdad. Hubiera sido más santa de lo que Dios mismo requería de
ella, que es la meta suprema de todo legalismo aplicado consistentemente. Su
mentira, por todos los estándares del mundo antiguo, fue traición contra los
dioses de su ciudad.
El pacto con el Dios de Israel no
era sino blasfemia y traición contra los dioses de la cultura establecida,
hecho que se hizo ineludiblemente claro para los cristianos en el Imperio
Romano. Incluso el legalista más comprometido no puede escapar de este hecho,
así que los legalistas no critican a Rahab por traición (porque eso fue
necesario por definición), sino solo por su mentira (que «de alguna manera» no
fue necesaria).
El delito capital de traición a
veces es legítimo, admite el legalista; el pecado de decir una mentira siempre es un mal. El mundo del
legalismo es un universo patas arriba. Debemos esperar esto, porque todas las
formas de humanismo invierten el orden de la creación.
Se pudiera objetar que una exégesis
de Rahab como el ejemplo citado no es legalista, debido a la definición que se
dio al principio de este ensayo. No hay una declaración explícita de que Dios
esté atado por ciertas leyes ni que el hombre pueda manipular a Dios de alguna
manera. Es bien cierto: no hay declaración explícita de este tipo.
Pero se dice que «damos por
sentado demasiado en referencia a la providencia de Dios cuando decimos que la
falsedad fue indispensable para el resultado exitoso de su acción creyente».
Los que critican la mentira de Rahab al parecer piensan que su caso es análogo
al adulterio de David con Betsabé, unión que a la larga produjo a Salomón.
No estamos, por supuesto,
obligados a elogiar las acciones de David porque el gobierno de Salomón haya
producido muchos resultados deseables (tal como la construcción del templo de
Dios). Específicamente se nos dice que el adulterio de David
fue aborrecible a los ojos de Dios; no
se nos dice lo mismo de las acciones de Rahab.
Es exegéticamente peligroso ver
en el relato de Rahab un pecado que no se muestra de forma explícita que esté
presente, especialmente frente al abrumador elogio bíblico de sus acciones.
Pero hallamos a los críticos de Rahab argumentando que, de alguna manera que no
se dice, ella pudiera haber respondido con veracidad o permanecer en silencio,
mientras que simultáneamente preservaba la vida de los espías.
¡Dios hubiera tenido algún plan alterno que poner
en operación! Si no les hubiera mentido a los hombres del rey, ella de alguna
manera hubiera sobrevivido, y los espías hubieran escapado, y Jericó hubiera
caído. En otras palabras, debido a que el hombre hace el bien, Dios debe cuidar
que su plan produzca bien. Dios, por consiguiente, está atado al honor de la
buena respuesta del hombre, independientemente de cuáles pudieran ser las consecuencias
obvias de esa buena acción (por ej.: que el rey ejecutara a los involucrados).
Esto implica un tipo de
manipulación de Dios y su plan por parte del hombre. Nunca se dice lo que ella
hubiera hecho, pero la traición con mentiras, a diferencia de la traición sin
mentiras, es mala. Los legalistas no lo ven desde otro punto de vista.
Si la exégesis forzosa del
legalismo fuera válida, esperaríamos hallar los más grandes elogios bíblicos
amontonados sobre los traidores de boca cerrada de las Escrituras: el traidor
de Jueces 1: 22-26 o el regicida de Jueces 3:12ss. ¿Quién puede discutir, desde
la perspectiva legalista, el hecho de que en el último de los ejemplos, «los
hijos de Israel enviaron con él un presente a Eglón rey de Moab» (3: 15)?
El «presente» puede haber sido un
cuchillo en el vientre, pero nadie se queja de que Aod obtuviera acceso a la
cámara del rey prometiéndole entregar el presente. «Todo depende de cómo
llamemos una cosa. Rahab dijo una mentira, que fue un error; Aod entregó un
presente agudo, que fue perfectamente sincero».
Pero la Biblia no reserva los
mayores elogios para estos hombres; Rahab es el ejemplo recurrente de
obediencia piadosa. Este hecho debería advertirnos en contra de las consecuencias
de la alteración exegética de la clara verdad de las Escrituras.
Lo que Rahab fue, según los
estándares de Jericó, es una prostituta traicionera. La Biblia la considera una
santa obediente. Los legalistas la ven como una muchacha perversa: dijo una
mentira.
El legalismo yerra en todas las
cuestiones involucradas, lo mismo desde el punto de vista de las autoridades de
Jericó que desde el punto de vista de la historia del pacto del pueblo de Dios.
El legalismo se anda por las ramas con lo periférico de la vida, en tanto que
los hombres viven y mueren en condiciones de crisis. En donde el legalismo
florece, los cristianos se vuelven demasiados cautelosos éticamente e
impotentes culturalmente.
Con este trasfondo llegamos al
núcleo de este ensayo. El soborno es un pecado, si es un pecado, de mucho menos impacto que la traición, aunque
se admite que parece ser mucho más peligroso que decir «mentiras blancas».
¿Predicaría alguna vez un pastor en un púlpito estadounidense sobre la
legitimidad de que el cristiano ofrezca un soborno a un funcionario estatal
bajo ciertas circunstancias? ¿Aconsejaría que hiciera tal cosa en privado?
Probablemente ningún pastor jamás
pensaría en dar tal consejo, por lo menos no hasta que surja alguna crisis; y
después sin duda se sentiría culpable. Por consiguiente, el principio de
legalismo exegético se debe concentrar en la tarea enorme de explicar los
siguientes versículos para borrar su existencia: «Piedra preciosa es el soborno
para el que lo practica; adondequiera que se vuelve, halla prosperidad» (Pr 17:
8), y «La dádiva en secreto calma el furor, y el don en el seno, la fuerte ira»
(Pr 21: 14).
El autor de estos proverbios nos
ofrece su consejo, pero pocos pastores estarían dispuestos a seguir sus pasos.
Así de profundamente embebido está el legalismo en el cristianismo
contemporáneo. Es mejor no prosperar, al parecer, que dar un soborno; mejor
apaciguar la cólera de algún oficial corrupto que pagarle; este es el
ineludible conjunto de conclusiones que una exégesis legalista coherente debe
producir.
Hace que la persona se pregunte
por qué Salomón se molestó con insertar tales renglones; como si lo hubiera
hecho solo para darles pesadillas a los comentaristas legalistas. La
congregación que escucha la predicación del legalismo puede un día verse
amenazada por un estado apóstata decidido a perseguir a los cristianos, y esa
congregación estará impotente.
Es tan cierto que morirá como los
dos espías hubieran muerto si, dadas las circunstancias en las que Dios los
había colocado, Rahab no hubiera sido tan «horrible». Rasque a un legalista, y
debajo hallará a un avestruz santurrón. El legalismo endurece el corazón y
ablanda el cerebro. El resultado es la impotencia cultural.
Lo que la Biblia condena es recibir sobornos, puesto que se da
por sentado que los hombres consagrados impondrán las leyes de Dios sin pagos.
Un soborno no se puede aceptar para lucro personal propio, ni para pervertir
justicia ni para administrarla justamente. Pero la Biblia en ninguna parte
condena el que se dé sobornos a
fin de impedir el progreso de los gobiernos apóstatas.
«El soborno» como tal no se
condena más que la «traición» como tal; todo depende de las leyes de quién o de
cuál nación se desafíen. No puede haber aplicación neutral, universal, de una palabra
como «soborno», porque, para hacer tal definición universal, tendríamos que
asumir la existencia de algún código legal universal, neutral, y completamente aceptado.
Esa es la presuposición básica del humanismo, pero el cristianismo niega tal
neutralidad. La neutralidad no existe.
Todo se debe interpretar según lo
que Dios ha revelado. El objetivo humanista del lenguaje neutral (y por
consiguiente de la ley neutral) fue trastornado en la Torre de Babel.
Nuestras definiciones deben estar acordes con la revelación bíblica. La resistencia a las leyes injustas no es anarquía;
la resistencia a las leyes justas es anarquía. Rahab tenía razón, aunque su estado
apóstata la hubiera considerado una traidora; Judas Iscariote estaba errado, aunque
un estado apóstata consideró sus acciones como ejemplares, y le recompensó generosamente.
No hay definición universal de un concepto como traición.
La ley de Dios y su dirección
específica determinan lo que es o no es traicionero o anárquico. Rahab fue la
santa y Judas fue el traidor. La exégesis del legalismo inevitablemente lleva a
sus seguidores a la conclusión de que la iglesia clandestina, oficialmente
desobediente, de los días de Hitler o en China Roja de hoy, en realidad está en
la misma posición que el Partido de los Panteras Negras oficialmente desobediente,
o los cultos satanistas contemporáneos.
Sin duda se citará Romanos 13, y
se ignorará por completo Hechos 5: 29. «La ley es ley para todos», afirma el legalismo
y otras formas de ideología humanista. El cristianismo lo niega, porque el
cristianismo niega su premisa; no puede haber principios de ley, lenguaje o cultura
universales ni neutrales.
Lo que Dios exige de los hombres
es que sojuzguen la tierra según su estructura legal revelada, y que lo hagan
para su gloria. Esto quiere decir que en dondequiera que los hombres cristianos
sean la autoridad de cualquier gobierno familiar, civil, docente, financiero,
eclesiástico deben dictar juicio según las normas de Dios.
(Esto puede ayudar a explicar por
qué las primeras iglesias cristianas a menudo prohibían a sus miembros servir
en cargos de alta responsabilidad en el gobierno civil; solo después del acceso
de Constantino a la dignidad de emperador se volvió apropiado servir como altos
funcionarios).
Dios, por consiguiente, dejó en
claro a los gobernantes hebreos que cualquier recepción de sobornos era ilegal
según su ley. Los hombres debían gobernar en el reino civil de Dios de una
manera justa y para su gloria.
LA GANANCIA PERSONAL MEDIANTE SOBORNOS
ERA ILEGÍTIMA.
Se daba por sentado en la comunidad
santa que todos los casos de recibir sobornos estaban motivados por el deseo de
pervertir el juicio de Dios por amor al lucro personal. Cuando examinamos los
varios pasajes que trata con el soborno que se hallan en la ley, descubrimos
que los sobornos estaban ligados a juicios injustos.
La fórmula básica para tratar con
la recepción de sobornos se halla en Éx 23:8: «No recibirás presente; porque el
presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos». Un
pasaje paralelo incluso más explícito es Deuteronomio 16: 18, 19. Los
gobernantes deben ser «varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad,
que aborrezcan la avaricia » (Éx 18: 21).
El pervertir el juicio de Dios
por ganancia personal es lo que se condena, y no debe ser una sorpresa que solo
unas pocas frases más allá del apoyo de Salomón a dar un soborno (Pr 17: 8)
hallamos esta advertencia: «El malvado acepta soborno en secreto, con lo que
tuerce el curso de la justicia» (Pr 17: 23, NVI).
Esta misma perversión del juicio
fue el pecado de los hijos de Samuel (1ª S 8:3). Fue el pecado catalogado en
Isaías 1: 23, Amós 5: 12, Salmo 26: 10 y 1ª Samuel 12: 3.
La crítica de Dios es directa:
los hombres son perversos si reciben sobornos para pervertir el juicio justo. Las leyes de Dios son nuestro
único estándar; debemos seguir su dirección de la manera apropiada, de la
manera en que las criaturas deben seguirla, por analogía: «Sea, pues, con
vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro
Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho» (2ª Cr
19: 7).
Sin embargo se nos dice que Dios en efecto recibe regalos en este
mismo libro, 32: 23. Por tanto, debemos ver el mal de recibir regalos como el
mal asociado con el juicio injusto y con hacer acepción de personas; no es el
recibir regalos como tal lo que es malo. En las Escrituras aceptar un soborno es sinónimo de pervertir el
juicio; se prohíbe en los asuntos de justicia civil.
El ejemplo del padre que recibe
un regalo de su hijo es análogo a la aceptación de Dios de las ofrendas en 2
Crónicas 32:23; el padre no debe favorecer al hijo con juicios contrarios a la
ley de Dios debido a su respeto por el regalo.
El escenario en el que Dios estableció
su ley era el de un reino civil terrenal que estaba siendo establecido. En
tiempos del Nuevo Testamento, el poder civil había sido transferido a un
gobernante pagano. El cambio de escenario incluye un énfasis diferente sobre
las responsabilidades de los gobernados.
La parábola de Jesús del juez
injusto es típica. El juez, primero que nada, «ni temía a Dios, ni respetaba a
hombre» (Lc 18: 2). La viuda acudió a él a fin de conseguir venganza de su
adversario, y hostiga al juez continuamente. Finalmente, este ya no puede aguantar.
Anuncia, en desesperación:
«Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta
viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me
agote la paciencia» (vv. 4. 5). Es éticamente apropiado que una viuda con una
causa justa hostigue a un juez injusto si piensa que haciéndolo así recibirá un
juicio justo.
Esto de ninguna manera sanciona
el derecho de una mujer corrupta a perturbar la paz de un juez justo que
verdaderamente esté demasiado atareado para dar atención inmediata a su caso.
En un sentido muy real, la mujer de la parábola le ofrece al juez un soborno:
si dicta juicio, lo dejará en paz.
El legalista por lo general queda
estupefacto por las implicaciones de ciertas porciones del Sermón del Monte.
Jesús ofrece algunas sugerencias asombrosas desde el punto de vista del
legalista para la conducta de la vida cotidiana.
Lo que Jesús estaba dándoles a
sus discípulos era una serie de recomendaciones para la conducta ética de un
pueblo cautivo. Por ejemplo: «Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre
tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al
juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel» (Mt 5: 25).
Esa regla era sabia en las
tierras de Judea durante los tiempos del imperio romano. No debe llevarnos a
pensar que la actitud cristiana hacia un enemigo de Dios debe ser de perdón
perpetuo y tolerancia interminable cuando los cristianos tienen el poder y la
autoridad legal de entablar juicio y declararlo culpable.
Si a los cristianos, como pueblo
de Dios, se les da el poder de la espada, los adversarios de Dios deben tomar
en serio las advertencias de Mateo 5: 25: que ellos se pongan de acuerdo con el cristiano, porque por su
iniquidad externa al discrepar, el cristiano cuidará que el juicio justo se
aplique en un juicio civil, y los adversarios sean castigados severamente.
Por otro lado, en la medida en
que la posición de cualquier cristiano en cualquier período de tiempo se
parezca a la suerte de los cristianos bajo el gobierno romano, este debe
prestar atención.
Bajo el gobierno de un Hitler o
un Stalin, la respuesta apropiada del cristiano es sometimiento externo. Debe
sobornar a los lugartenientes del dictador, mentir si es necesario, unirse a la
clandestinidad cristiana, y ganar libertad de acción mediante las mentiras y
sobornos para continuar predicando y publicando.
Y si, como en el caso de Aod, los
cristianos se ven frente a un ejército perverso, triunfador e invasor (como los
cristianos de Holanda y otros países se vieron en la Segunda Guerra Mundial),
una ejecución exitosa del tirano invasor puede ser el curso apropiado de
acción. Denle su «presente»; se lo merece.
Cristo advierte a su pueblo
explícitamente: «y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale
también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve
con él dos» (Mt 5: 40, 41). Cristo por consiguiente informa a sus seguidores
que deben dar a los que tienen poder sobre ellos (por ejemplo, si alguien te obliga) una cantidad adicional de bienes y servicios por encima y a más de
la petición original.
Si tal ofrenda fuera voluntaria,
llamaríamos a tal acción una propina o benevolencia. ¿Cómo, entonces, debemos
llamar a tal acción bajo condiciones que involucran coacción externa? Hay una
palabra para eso, por supuesto, pero los legalistas se amilanarán ante ella.
Lo que Jesús pide es que los cristianos
sobornen al funcionario ofensor. Un soborno es un regalo por encima de lo que
legalmente se exige o se pide; un regalo que animará a la parte ofensora a
dejar en paz al cristiano y a la iglesia. Permite que el cristiano escape de la
plena fuerza de la cólera que en principio un pagano coherente impondría sobre
los cristianos si se diera cuenta de cuán totalmente en guerra están Cristo y
su reino contra Satanás y su reino.
En otras palabras, el soborno
pacifica al que lo recibe, tal como Salomón dijo que lo haría. La ética del
Sermón del Monte se basa en el principio de que un soborno santo (de bienes o
servicios) a veces es la mejor manera de que los cristianos compren paz y
libertad temporal para sí mismos y para la Iglesia, dando por sentado que los
enemigos de Dios tienen un poder temporal abrumador.
Tal soborno se debe dar con buena
conciencia a fin de alcanzar un fin justo. A los ciudadanos o siervos
cristianos no se les concede por ello licencia para ofrecer a los gobernantes
sobornos a fin de lograr fines injustos. Con todo, este hecho debe ser
evidente: ofrecer la otra mejilla es un soborno.
Es una forma válida de acción
siempre y cuando le provea al perverso que coacciona de más paz y menos peligro
temporal del que se merece. Por cualquier definición económica, tal acto
incluye un regalo; es un bono extra para el individuo que coacciona que se da
solo por respeto a su poder.
Quítesele su poder, y merece
castigo: ojo por ojo, diente por diente. Quítesele su poder, y el cristiano
debe írsele encima o llevarlo ante el magistrado, o posiblemente ambas cosas.
Es solo en un período de impotencia
civil que los cristianos están bajo la regla de «No resistáis al que es malo»
(Mt 5: 39). Cuando a los cristianos se les da poder en los asuntos civiles, la
situación es diferente, y otra regla se impone: «Someteos, pues, a Dios;
resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Stg 4: 7).
Lo mismo ese aplica a los
discípulos del diablo. Martín Lutero vio una vez al diablo, o algo que pensó que
era el diablo, y le tiró un tintero. Él tiene otras sugerencias, incluso más
terrenales, en cuanto a cómo debemos manejar al diablo.
Esa debería ser la actitud de todos
los cristianos que poseen autoridad. Pagamos soborno hasta el día en que los adversarios
de Dios pierdan poder, pero ni un día más.
6. LA SUBVERSIÓN Y EL DIEZMO
Durante el siglo 11, las ideas maniqueas
se esparcieron rápidamente por el norte de Italia y el sur de Francia,
procedentes del norte de África, Bizancio y Bulgaria.
La sede de este movimiento en
Europa estuvo en Bosnia, desde donde se decía que un líder o «papa» había
gobernado a sus seguidores. A la mayoría de estos seguidores se les llegó a
conocer como los cátaros. Los cátaros atacaron a la iglesia cristiana como la
iglesia de Satanás, se mofaron del bautismo infantil, la comunión y la doctrina
ortodoxa. Argumentaban que el mundo material había sido creado por Satanás, el
hijo apóstata de Dios, en tanto que las almas de los hombres pertenecían al
verdadero reino del cielo.
En particular, los cátaros
atacaron los cimientos de la cristiandad hablando en contra del diezmo e
instando a la gente a que no diera los diezmos. Este solo hecho «atrajo
adherentes en muchos lugares».
Este hecho, todavía más,
contribuyó a que la Iglesia cambiara su actitud hacia estos grupos, y empezó la
supresión de todos esos movimientos. Runeberg ve una relación entre el
movimiento cátaro, que se volvió clandestino, y el aumento de la hechicería.
Los cátaros al parecer se aliaron con las prácticas religiosas antiguas y supersticiones
de los pueblos rurales y les dieron un desarrollo maniqueo.
Así, un paganismo antiguo y
moribundo se convirtió en una herejía agresiva que atacó los cimientos de la
cristiandad al atacar el diezmo.
HABÍA, PUES, UN MOVIMIENTO DOBLE EN
MARCHA.
Primero, un ataque a la cristiandad mediante un ataque a su sostenimiento
material, el diezmo,
y, segundo, un esfuerzo por ligar el diezmo demasiado estrechamente a la
iglesia, lo que también socava la vitalidad de la renovación cristiana. Siempre
y cuando el diezmo fluya libremente a las agencias reformadoras, la renovación
es constante. Cuando se le liga a la iglesia, se aumenta el poder de la
iglesia, no la vitalidad del cristianismo.
En Inglaterra, sin embargo, las
órdenes monásticas se apropiaron de los diezmos del clero parroquial, que por
mucho tiempo había prestado una atención cuidadosa al diezmo de los pobres.
Para principios del siglo 12, esto estaba produciendo problemas. Conforme las
órdenes monásticas perdían su interés en los pobres, hubo quejas en el
Parlamento contra estas apropiaciones.
A pesar de esto, las iglesias
parroquiales hicieron mucho para ministrar a los pobres. Las
incautaciones implacables de las propiedades monásticas que hizo Enrique VIII
fueron en parte hechas posibles por este trasfondo.
La inflación monetaria de los
regímenes Tudor luego destruyó la capacidad de la iglesia parroquial para
ministrar a los pobres con sus fondos existentes, y el clero mismo se volvió
necesitado.
El diezmo, pues, se puede
subvertir en más de una manera. Se puede subvertir mediante el ataque a la ley
del diezmo. Se puede socavar incautando el diezmo para la iglesia (o el estado)
antes que para la obra del Señor directamente del pueblo de Dios. Se puede
anular mediante la inflación monetaria, por la cual los fondos se reducen a una
limosna, y las provisiones a largo plazo quedan sin efecto.
Sin el diezmo, la necesidad de
financiamiento social subsiste, y el impuesto estatal toma las riendas, así
como también la corrupción estatal e incautación indebida.
Un estado limitado sin un diezmo
es una imposibilidad, y los conservadores políticos que sueñan con tal orden
son necios y soñadores, como los anarquistas que sueñan con existir sin ningún
estado.
Una sociedad fuertemente
orientada a la familia y una sociedad que da el diezmo puede producir una
amplia variedad de instituciones, escuelas y agencias que pueden asumir las
funciones básicas de la iglesia, escuela, salud y bienestar y por consiguiente
encoger al estado a sus dimensiones apropiadas. El financiamiento social es
necesario; o bien el pueblo de Dios lo asume, o el estado lo hará.
7. NOTAS
1.
Una pregunta importante respecto a la homosexualidad se plantea en 1ª Corintios
6: 9-11. Romanos 1: 24-32 cita la homosexualidad como la culminación de la apostasía
y la quemazón del hombre, en tanto que 1ª Corintios 6: 9-11 parece abrir la
puerta de la salvación a los «que se echan con varones». En este pasaje Pablo menciona
diez formas representativas de injusticia que excluyen del reino de Dios a los
hombres, a menos que la gracia de Dios intervenga en algunos casos.
De estos, los «afeminados», se
refiere a los voluptuosos. El catálogo de pecados abarca «la falsa religión y
la falta de religión, los vicios sexuales, pecados contra la propiedad y
pecados de la lengua». San Pablo estaba diciéndoles a los corintios la clase
de ofensa que hacen separación entre los hombres y Dios.
No estaba acusando a los
corintios de cometer todas estas ofensas. Todos eran pecadores redimidos, pero
«algunos de ustedes», les recuerda San Pablo, eran culpables de pecados más groseros
antes de su conversión.
Según Hodge, sobre el v. 11,
«esto erais algunos », «la explicación natural es que el apóstol con toda
intención evitó acusar de las inmoralidades groseras a las que acababa de
referirse a todos los cristianos de Corinto en su condición previa».
Este versículo, pues, no nos dice
que entre los redimidos en la iglesia de Corinto hubiera algunos que habían
sido homosexuales.
Se puede notar, sin embargo, que,
en la educación griega, a los jóvenes solían seducirlos a prácticas homosexuales
sus tutores y maestros, una acusación que con razón se había hecho mucho antes
contra Sócrates. El ardor del hombre descrito en Romanos no se debe confundir
con los pecados de algunos de estos corintios cometidos como jóvenes con maestros
degenerados.
Tal vez 1ª Corintios 6: 9-11 abarque
personas seducidas a estos tipos viciosos de prácticas y experiencias, lo que
hacía de su redención una cuestión abierta, en tanto que Romanos 1: 26-32 presenta
al homosexual como la mente encendida y réproba en acción, y como culminación
de la apostasía y reprobación.
2.
En julio de 1562, el Concilio de Trento consideró el asunto de los niños y la
comunión y emitió una declaración, uno de los cuatro puntos sobre el
sacramento, con cuatro anatemas. Este cuarto punto, y los cuatro anatemas,
dicen como sigue:
IV. Los niños que no han llegado
al uso de la razón no están obligados a recibir el sacramento de la Eucaristía,
porque en esa edad no pueden perder la gracia. Sin embargo, la costumbre
opuesta, que es antigua y preservada en algunos lugares, no se ha de condenar;
porque es indisputable creer que no se hizo como necesaria para conseguir la
salvación sino por alguna otra razón.
DE CONFORMIDAD CON ESTA DOCTRINA SE
PROMULGARON CUATRO ANATEMAS:
I.
Contra todo el que dijere que todos los fieles cristianos están obligados a recibir
la Eucaristía de ambas clases, o por precepto divino o de necesidad para
conseguir la salvación.
II.
Contra todo el que dijere que no tuvo la Iglesia católica una buena razón, o
que ha errado, al dar la Eucaristía a los laicos y a los que no celebran la misa,
la Comunión solamente con el pan.
III. Contra todo el que negare que Cristo, fuente y autor de todas las
gracias, se recibe bajo la forma de pan solamente.
IV.
Contra todo el que dijere que el sacramento de la Eucaristía es necesario a los
niños antes que lleguen al uso de razón.
Es significativo que Trento
reconociera que la comunión para los niños era una práctica «antigua y
preservada en algunos lugares» y «que no se ha de condenar». Calvino, que en un
punto se opuso a la práctica, dejó espacio para ella en su culto de la última
cena, con una exhortación de vedar el acceso a la mesa, sin embargo, a «todos
los que son rebeldes contra padres y madres»5.
3.
La creciente demanda civil de restitución a las víctimas de delitos ha
conseguido atención legal y poca implementación. El número de mayo y junio de
1972 de Trial (vol. 8, no. 3),
revista legal publicada por la American Trial Lawyers Association (Asociación
Americana de Abogados Litigantes), se dedicó extensamente a la compensación. La
idea básica, sin embargo, es la compensación de parte del estado a la víctima,
antes que la restitución del criminal a su víctima.
4.
Samuel Willard, teólogo puritano de Nueva Inglaterra, es un ejemplo del concepto
puritano de la ley. Aduce que la norma de santificación es la ley de Dios y se
opone a la noción antinomiana de la ley. Ver Seymour Van Dyken, Samuel