INTRODUCCIÓN
Una ley significativa aparece en
Deuteronomio 22: 5 que por largo tiempo ha influido los códigos de ley de las
naciones cristianas:
No vestirá la mujer traje de
hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu
Dios cualquiera que esto hace.
La palabra abominación es de interés particular
aquí. Una palabra griega y cuatro hebreas se traducen como abominación; en este
caso la palabra hebrea es toebáj,
que denota «algo despreciado, especialmente en base religiosa». «La palabra se usaba
para denotar lo que es particularmente ofensivo al sentido moral, el
sentimiento religioso, o a la inclinación natural del alma.
La ley aquí, sin embargo, designa
a la persona como «abominación»
al Señor; no es el acto o cosa sino el individuo lo que se señala en este
aborrecimiento.
No se especifica pena por esta
transgresión; es un delito menor, y el castigo se deja a discreción de los
legisladores.
Los comentarios de los eruditos
bíblicos son de interés. Wright lo vio como parte del requisito de perfección
física, el deber de respetar y mantener el cuerpo tal como Dios lo dio, sin
mutilación o confusión. Dijo:
Una ley que aparece solo aquí y
por lo general se interpreta como dirigida contra los cambios simulados de sexo
en la religión cananea. La evidencia de esto último se deriva, sin embargo, de
fuentes que son muy posteriores a los tiempos israelitas. Puede ser que la
motivación venga del aborrecimiento israelita a todo lo que es innatural (vv.
9-11; exég, en 14: 1-2), aunque a decir verdad no tenemos certeza de lo que
está detrás de ello.
Keil and Delitzsch ayudan muchísimo:
Así como la propiedad de un
prójimo debía ser sagrada para un israelita, también la distinción divina de
los sexos, que se mantenía sagrada en la vida civil mediante la ropa peculiar
de cada sexo, se debía observar no menos sagrada sino incluso más. «No deberá haber cosas del hombre en la
mujer, y el hombre no debe
ponerse ropa de mujer». (Cosas) no significan solamente la ropa y las
armas, sino que incluyen toda clase de utensilios domésticos y de otra
naturaleza.
El propósito inmediato de esta prohibición
no era prevenir la actitud licenciosa ni oponerse a prácticas idólatras, sino
mantener la santidad de esa distinción de los sexos que fue establecida
mediante la creación del hombre y la mujer, y en relación a la cual Israel no
debía pecar. Toda violación o eliminación de esta distinción por ejemplo, como
la emancipación de la mujer era innatural, y por consiguiente abominación a la
vista de Dios.
La ley por consiguiente prohíbe
imponer deberes y herramientas del hombre a una mujer, y las de la mujer al
hombre. Su propósito es mantener el orden fundamental de Dios. El hombre que
permite que su esposa lo mantenga cuando él es capaz de hacerlo ha violado esta
ley.
El comentario de Alexander
respaldaba el mismo significado:
La distinción divinamente instituida
entre los sexos se debía observar sagradamente, y, a fin de hacer esto, el
vestido y las otras cosas apropiadas del uno no las debía usar el otro. Eso que pertenece al hombre; literalmente,
el aparato de un hombre (incluyendo no solo el
vestido, sino implementos, herramientas, armas y utensilios). Esta es una
regulación ética en interés de la moralidad.
No hay referencia, como algunos
han supuesto, al uso de máscaras con el propósito de disfrazarse, o a la
práctica de los sacerdotes en festivales paganos de llevar las máscaras de sus
dioses. Cualquier tendencia a eliminar la distinción entre los sexos tiende a
una vida licenciosa; y el que un sexo se ponga el vestido de otro siempre se ha
considerado innatural e indecente.
Según Baumgarten, esta ley, prohíbe
la manifestación de la innaturalidad primitiva y antipiedad de que el hombre
(el esposo) como el hombre original (ser humano) debe obedecer la voz de su esposa,
el hombre derivado. En la medida en que el hombre persiste en su enajenamiento
de Dios, este error fundamental se hará sentir Ro 1: 26, 27.
Pero con todo la ira de Dios se
revela desde el cielo contra toda perversión de los sexos, en los resultados
aturdidores y perturbadores de esa dominación femenina ampliamente extendida
que se extiende más, y la servidumbre masculina.
Hoy tenemos lo que Winick ha
llamado la «desexualización» progresiva de las personas. La meta es cada vez
más «el hombre insulso», en las generaciones más viejas y las más jóvenes. Al
hombre cada vez más lo vuelven una criatura neutra; se borra la distinción
entre varón y mujer. Como resultado, claro, en 1964 la
Unión Estadounidense de
Libertades Civiles defendió a un hombre contra acusaciones de travesti,
cuestionando la ley por primera vez en 119 años. Todavía más, «el travestismo
de los hombres figura cada vez más en dramas y películas».
Las ropas unisex se han vuelto
populares en Londres, y entre algunos adolescentes escandinavos. Cada vez más,
el mundo y los Estados Unidos se vuelven «el país de los blandos». A la vez, el
escenario «ha producido un número de hombres programados para la derrota»
mientras que al mismo tiempo presentan mujeres agresivas. En realidad, «las
actrices no solo son más grandes que los hombres en la taquilla; sino que en realidad
son más alta de estatura». Todavía más, «aunque las protagonistas en un tiempo
representaban el objetivo de la búsqueda romántica del héroe, hoy estamos
teniendo a la mujer como Bruto».
DETRÁS DE ESTE CAOS SE HALLAN CIERTAS
IDEAS.
Primero, la rebelión contra el orden que
ordenó Dios es muy obvia. Se niega el mismo principio de orden. El hombre busca
deliberadamente volver a arreglar la creación en términos de su creativo mandato.
Segundo, la igualdad como fe filosófica y
religiosa está en acción. Todas las personas son iguales; la mujer es igual al
hombre, y el hombre es igual a Dios.
Como resultado, debe haber en
principio una guerra contra las diferencias. No solo lo unisex sino lo
unihombre es la meta, lo insulso, la persona neutra. Henry Miller ve el regreso
al paraíso solo mediante la destrucción de la historia, es decir, la ley y la
moralidad. Debe haber un tiempo de destrucción total, el «tiempo de los
asesinos», y el nuevo mundo puede venir solo cuando se olvide al viejo mundo.
Esto significa un período de
anarquía, amalgama racial y hermafroditismo humano universal («el nacimiento
del hombre-mujer en todo individuo») y entonces el nuevo mundo pudiera
aparecer.
Para volver ahora a la ley y a
una fresca evaluación de su significado, está se refiere a ropas, pero su
significado es mucho más amplio. La ley ataca la neutralización general de los
sexos y la confusión de sus funciones. La ley insiste en una línea estricta de
división entre varón y mujer como los medios mejores y ordenados por Dios de
comunicación y amor entre ellos. La fuerza y carácter del varón y la mujer se
mantienen mejor por obediencia a esta ley.
Fue en un tiempo un principio
estricto de conducta militar imponer esta ley en todo aspecto. A los hombres en
uniforme no se les permitía empujar un cochecito de bebé; era inapropiado a la
autoridad y fuerza del uniforme representado hacer el trabajo de la madre. Si
esto ahora parece una ilustración trivial y divertida, el hecho es que todavía
es sólida en principio.
Su propósito era la preservación
de la dignidad y la masculinidad de una fuerza luchadora. Al mismo tiempo, bajo
estándares anteriores a la Primera Guerra Mundial, se esperaba que un oficial y
también sus hombres tuvieran capacidades versátiles. Su cuartel tenía que estar
limpio y propiamente cuidado, y la capacidad de cocinar no estaba limitada al
cocinero. El propósito era la capacidad de valerse por sí mismo y de sobrevivir.
En el hogar, el hombre no hacía el trabajo de la mujer; en las barracas y en el
campo, el hombre tenía que ser hábil, capaz y ordenado en su vida.
El propósito de la ley es
aumentar la fuerza y la autoridad de los hombres y las mujeres en sus
respectivos dominios. La fuerza de los hombres es ser hombres bajo Dios, y la
fuerza de las mujeres es ser mujeres bajo Dios.
Luego entonces, la definición del
travesti se debe ampliar a mucho más que
una mera referencia a ropa. Se puede añadir que la cultura moderna tiene
un carácter fuertemente travesti. Aquí, como en todo lo demás, prefiere la
perversión antes que la ley de Dios.