INTRODUCCIÓN
Hablar de la obra mediadora de la
ley es despertar de inmediato la hostilidad de los evangélicos protestantes,
con su profundamente arraigado antinomianismo.
Para aclarar el asunto lo más
rápido posible, Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre. No hay
salvación excepto por Jesucristo, el mediador y Redentor dado por Dios. La
mediación de Jesucristo es entre Dios
y el hombre; la ley es la mediadora dada por Dios entre hombre y hombre. Las Escrituras
hablan de Cristo como el mediador de un pacto nuevo y mejor, «establecido sobre
mejores promesas» (He 8:6). Estas promesas son las promesas de la ley según se
resumen en Deuteronomio 28, las bendiciones a la fe obediente. Lenski dice:
Las promesas no son mejores en
sustancia si se comparan con las promesas que le fueron hechas a Abraham sino
en el hecho de que ya no tenemos que esperar por el Mediador como Abraham tenía
que esperarlo. Son, por supuesto, mejores que las promesas que iban adjuntas a
la ley-testamento que fue establecido 430 años después de Abraham.
La primera oración de Lenski es
correcta; en su segunda oración, al rebajar el pacto mosaico, Lenski cae en ese
dispensacionalismo que es consecuencia lógica de todo antinomianismo. En todas
las Escrituras Dios hace un pacto para pueblos sucesivos. Lo que es nuevo en el
pacto de Cristo fue su venida y su expiación como el verdadero sacrificio y la
sangre del pacto; Cristo recalcó la uniformidad del pacto de Dios al reemplazar
a los doce hijos de Jacob, y a las doce tribus de Israel, con los doce
apóstoles. Por este acto dejó en claro esta continuidad de su pacto con el de
Abraham y Adán. Al celebrar su pacto al tiempo de celebración del antiguo, la
Pascua, Cristo en la última cena recalcó de nuevo que la continuidad del pacto
descansaba en su pueblo.
COMO CRISTO RENOVÓ EL PACTO, LA LEY
DEL PACTO TAMBIÉN QUEDÓ RENOVADA.
Debido a que el pueblo de Dios es
llamado a la justicia, «la justicia de la ley» (Ro 8:4), la ley es una
condición básica de sus vidas. Ninguna
relación directa es posible
entre personas excepto mediante la ley de Dios. Los esfuerzos por
marginar la ley para una confrontación de persona a persona sin Dios significan
el castigo de Dios, porque la ley opera contra los que la violan, y contra la
destrucción de la verdadera relación del hombre al hombre bajo la ley de Dios.
La ley del Señor respecto a las
relaciones sexuales durante la menstruación es una ilustración clara de este
principio. Es imposible que el hombre diga que dentro del matrimonio es posible
una confrontación no teológica de persona a persona. La relación es una que la
ley circunscribe por entero. Fue ordenada por Dios y por consiguiente es
gobernada por su ley.
Se nos dice bien claro: «Honroso sea
en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los
adúlteros los juzgará Dios» (He 13: 4). La ley se extiende a ese lecho al
prohibir las relaciones con una esposa menstruosa o con una esposa que no se ha
recuperado por completo del alumbramiento.
En todo aspecto de la vida, sea
con respecto a enemigos, prójimos, otros creyentes, esposas, esposos o hijos,
«el cumplimiento de la ley es el amor» (Ro 13: 8-10). El amor sin ley es una
contradicción; aunque la ley y el amor no son idénticos, el uno no puede
existir sin el otro.
Esto quiere decir, por ejemplo,
que un matrimonio es válido, y no se puede romper, siempre que el esposo y la
esposa estén fielmente cumpliendo sus deberes hacia Dios y a su cónyuge
conforme lo requiere la ley de Dios en buena fe, y con gracia.
Por otro lado, el tono romántico
del mundo moderno busca una relación de persona a persona deliberadamente fuera
de la ley y como resultado ha tomado un derrotero suicida. Si una relación de
persona a persona fuera de Dios entre un hombre y una mujer se prohíbe, también
se prohíbe de hombre a hombre y de mujer a mujer en todo otro aspecto.
Esto quiere decir que no se ama a
los hijos si se les ama fuera de la ley; descartar la ley e intentar eximir a
los hijos de ella dentro o fuera de la familia es mostrar es cualquier cosa
excepto amor.
De modo similar, una relación de
patrono a empleado no es estrictamente de persona a persona. Los economistas
del mercado libre que no son cristianos han insistido que tal relación de
patrono a trabajador no pueden estar gobernadas por otras cosas que no sean las
operaciones del mercado.
El moderno estatismo ha insistido
más bien en su derecho de intervenir con su propia ley estatista. La tragedia
de ambas posiciones es su iniquidad esencial. La una exalta la voluntad personal
como ley, la otra la voluntad política; la una el principio del mercado, la otra
un principio socialista. En una sociedad sin Dios, ni el individuo ni el estado
pueden esperar actuar bajo la ley: ambos operarán en términos del pecado. Como resultado,
su concepto de ley será el ejercicio del poder a fin de aumentar poder.
Pero, en términos de las
Escrituras, ni el estado ni el patrono pueden tener una relación directa con
nadie aparte de Dios.
La ley de Dios es por tanto la
mediadora entre hombre y hombre. En lugar de una confrontación de persona a
persona, siempre hay la mediación de la ley de Dios entre personas. Si las
personas se encuentran en términos de la ley, su relación es bendecida y
prospera; si se encuentran fuera de la ley, la maldición de la ley obra contra
ellas. El propósito supuesto de la confrontación de persona a persona es una relación
existencial genuina, y en verdad personal;
en realidad, conduce al impersonalismo
radical. Una relación de veras
personal es solo la que es mediada por la ley.
El asunto se puede ilustrar mejor
acudiendo a la medicina. Como el Dr. Hans Selye, ha señalado: «La vida no es solo
la suma de sus partes. Mientras más separa uno estas cosas vivas, más se aleja
uno de la biología». La obra de Selye ha sido la «del simple observador y
co-relator de la vieja escuela de biología» que observa a la persona y
trabaja con ojo desnudo. El respeto del Dr. Selye por la biología molecular es
real, así como su crítica de la misma. Su libro está dedicado al biólogo
molecular, profesor Humberto Fernández-Morán, microscopista electrónico de la
Universidad de Chicago. Según Selye:
Él es un médico y físico que no
solo usa sino que también construye microscopios electrónicos de alta potencia.
He leído muchas de sus destacadas publicaciones, pero puesto que nunca lo había
conocido, no pude resistir la tentación de llamarlo por teléfono la última vez
que estuve en Chicago, y bondadosamente me invitó a su casa a cenar y luego a
visitar sus famosos laboratorios.
Mi interés en su investigación y
su personalidad multicolor aumentó más a medida que avanzaba nuestra
conversación durante la cena y llegó a su clímax como a medianoche en su
laboratorio cuando empecé a darme cuenta de la grandiosidad de su contribución
científica. Allí estaba el modelo más reciente de su famoso bisturí de
diamantes con el que podía cortar físicamente moléculas de glicógeno en
azúcares más pequeños. Allí, pude en realidad ver moléculas individuales de
hemocianina bajo su más poderoso microscopio electrónico.
Me explicó que esto era solo el
principio porque ahora estaba trabajando en un microscopio incluso más poderoso
que mostrará objetos claramente con una magnificación de dos millones de veces.
Quedé profundamente conmovido por lo que vi y sin palabras por la admiración.
Pero entonces, de repente, mi subconsciente iconoclasta irrumpió a la
superficie e hizo centellear un pensamiento aterrador por mi mente obsoleta:
«¡Imagínate a este gran genio usando todo su enorme intelecto y conocimiento
para construir un instrumento con el cual pudiera restringir su campo visual
dos millones de veces!».
La obra de Selye y sus grandes
contribuciones a la medicina han dependido de sus observaciones de la criatura
viva y de las leyes de la vida, y todo con el ojo desnudo. La biología
molecular ha hecho contribuciones serias al conocimiento abstracto, pero el
trabajo de Selye ha sido de gran valor práctico porque tiene que ver con el
todo, y su creencia de que la vida es más que la suma de sus partes.
La vida del hombre es más que la suma de sus partes; una
parte básica del todo es la ley de Dios. El hombre, habiendo sido creado por
Dios, fue creado por la ley y en la ley de Dios. Considerar al hombre aparte de
ese hecho es despersonalizarlo.
A un hombre nunca se le puede
considerar en abstracción de lo que es. Sostener que podemos descartar la raza,
herencia, inteligencia, religión y carácter moral de un hombre, y luego de
alguna manera lidiar con el hombre real es una falacia común de la ideología
liberal; el resultado es solo una idea abstracta de un hombre, y no un hombre
vivo. De manera similar, a ningún hombre se le puede abstraer del contexto de
la ley en su ser. Intentar enfocar a cualquier hombre, mujer o niño aparte del
contexto de la ley de Dios es intentar abordar a una criatura de nuestra propia
hechura, una persona no existente.
De aquí el impersonalismo radical
de todas las confrontaciones de persona a persona. El amor romántico, por ejemplo,
margina el contexto-ley de Dios para llegar a la «persona real». En tal
relación, ambas partes ven solo a la persona increada de su imaginación.
Conforme ambas partes en una relación así alguna vez han confesado, después de
que su pasión grandiosa se ha enfriado, y su imaginación se basa en las rocas
de la realidad, se hallan incapaces de conversar de manera inteligente o de
vivir juntos.
Las confrontaciones de persona a
persona así se caracterizan por un impersonalismo básico. Sus esfuerzos por
alcanzar a la persona fuera de la ley, o de lidiar con un trabajador fuera de
la ley, les hacen usar a otras personas, no como verdaderamente existen, en un
contexto de ley, sino conforme la imaginación del hombre las convierte en
artículos de uso.
El hombre no puede vivir en el
mundo físico sin reconocer las leyes del mismo; negar esas leyes, o dar por
sentado que se pueden circunvalar es cortejar el desastre.
El hombre no aprendió a volar
saltando de un risco y desdeñando la ley, sino utilizando la ley para hacer
posible el vuelo aéreo. De modo similar, el hombre no puede descuidar la
realidad de la ley de Dios en ninguna otra esfera de la creación.
La ley opera tan plenamente en el
mundo de los hombres como en cualquier otra esfera. Las crisis continuas de la
historia y su estado crónico de desastre se deben a que el hombre pecador no ha
querido sujetarse y permanecer en la ley.
La ley no separa a las personas
ni fomenta el impersonalismo. La iniquidad divide a los hombres; la verdadera
ley ayuda a unirlos. Tal como Cristo, como mediador, es el único que trae al
hombre a Dios, así el hombre solo puede unirse a su semejante por la ley, la
ley de Dios. La mediación de Jesucristo restaura al hombre a la justicia, es
decir, a la ley, y por consiguiente la comunión se abre no solo con Dios sino
también con el hombre.