16. LA OBRA MEDIADORA DE LA LEY

INTRODUCCIÓN

Hablar de la obra mediadora de la ley es despertar de inmediato la hostilidad de los evangélicos protestantes, con su profundamente arraigado antinomianismo.
Para aclarar el asunto lo más rápido posible, Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre. No hay salvación excepto por Jesucristo, el mediador y Redentor dado por Dios. La mediación de Jesucristo es entre Dios y el hombre; la ley es la mediadora dada por Dios entre hombre y hombre. Las Escrituras hablan de Cristo como el mediador de un pacto nuevo y mejor, «establecido sobre mejores promesas» (He 8:6). Estas promesas son las promesas de la ley según se resumen en Deuteronomio 28, las bendiciones a la fe obediente. Lenski dice:
Las promesas no son mejores en sustancia si se comparan con las promesas que le fueron hechas a Abraham sino en el hecho de que ya no tenemos que esperar por el Mediador como Abraham tenía que esperarlo. Son, por supuesto, mejores que las promesas que iban adjuntas a la ley-testamento que fue establecido 430 años después de Abraham.
La primera oración de Lenski es correcta; en su segunda oración, al rebajar el pacto mosaico, Lenski cae en ese dispensacionalismo que es consecuencia lógica de todo antinomianismo. En todas las Escrituras Dios hace un pacto para pueblos sucesivos. Lo que es nuevo en el pacto de Cristo fue su venida y su expiación como el verdadero sacrificio y la sangre del pacto; Cristo recalcó la uniformidad del pacto de Dios al reemplazar a los doce hijos de Jacob, y a las doce tribus de Israel, con los doce apóstoles. Por este acto dejó en claro esta continuidad de su pacto con el de Abraham y Adán. Al celebrar su pacto al tiempo de celebración del antiguo, la Pascua, Cristo en la última cena recalcó de nuevo que la continuidad del pacto descansaba en su pueblo.

COMO CRISTO RENOVÓ EL PACTO, LA LEY DEL PACTO TAMBIÉN QUEDÓ RENOVADA.

Debido a que el pueblo de Dios es llamado a la justicia, «la justicia de la ley» (Ro 8:4), la ley es una condición básica de sus vidas. Ninguna relación directa es posible entre personas excepto mediante la ley de Dios. Los esfuerzos por marginar la ley para una confrontación de persona a persona sin Dios significan el castigo de Dios, porque la ley opera contra los que la violan, y contra la destrucción de la verdadera relación del hombre al hombre bajo la ley de Dios.
La ley del Señor respecto a las relaciones sexuales durante la menstruación es una ilustración clara de este principio. Es imposible que el hombre diga que dentro del matrimonio es posible una confrontación no teológica de persona a persona. La relación es una que la ley circunscribe por entero. Fue ordenada por Dios y por consiguiente es gobernada por su ley.
Se nos dice bien claro: «Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios» (He 13: 4). La ley se extiende a ese lecho al prohibir las relaciones con una esposa menstruosa o con una esposa que no se ha recuperado por completo del alumbramiento.
En todo aspecto de la vida, sea con respecto a enemigos, prójimos, otros creyentes, esposas, esposos o hijos, «el cumplimiento de la ley es el amor» (Ro 13: 8-10). El amor sin ley es una contradicción; aunque la ley y el amor no son idénticos, el uno no puede existir sin el otro.
Esto quiere decir, por ejemplo, que un matrimonio es válido, y no se puede romper, siempre que el esposo y la esposa estén fielmente cumpliendo sus deberes hacia Dios y a su cónyuge conforme lo requiere la ley de Dios en buena fe, y con gracia.
Por otro lado, el tono romántico del mundo moderno busca una relación de persona a persona deliberadamente fuera de la ley y como resultado ha tomado un derrotero suicida. Si una relación de persona a persona fuera de Dios entre un hombre y una mujer se prohíbe, también se prohíbe de hombre a hombre y de mujer a mujer en todo otro aspecto.
Esto quiere decir que no se ama a los hijos si se les ama fuera de la ley; descartar la ley e intentar eximir a los hijos de ella dentro o fuera de la familia es mostrar es cualquier cosa excepto amor.
De modo similar, una relación de patrono a empleado no es estrictamente de persona a persona. Los economistas del mercado libre que no son cristianos han insistido que tal relación de patrono a trabajador no pueden estar gobernadas por otras cosas que no sean las operaciones del mercado.
El moderno estatismo ha insistido más bien en su derecho de intervenir con su propia ley estatista. La tragedia de ambas posiciones es su iniquidad esencial. La una exalta la voluntad personal como ley, la otra la voluntad política; la una el principio del mercado, la otra un principio socialista. En una sociedad sin Dios, ni el individuo ni el estado pueden esperar actuar bajo la ley: ambos operarán en términos del pecado. Como resultado, su concepto de ley será el ejercicio del poder a fin de aumentar poder.
Pero, en términos de las Escrituras, ni el estado ni el patrono pueden tener una relación directa con nadie aparte de Dios.
La ley de Dios es por tanto la mediadora entre hombre y hombre. En lugar de una confrontación de persona a persona, siempre hay la mediación de la ley de Dios entre personas. Si las personas se encuentran en términos de la ley, su relación es bendecida y prospera; si se encuentran fuera de la ley, la maldición de la ley obra contra ellas. El propósito supuesto de la confrontación de persona a persona es una relación existencial genuina, y en verdad personal; en realidad, conduce al impersonalismo radical. Una relación de veras personal es solo la que es mediada por la ley.
El asunto se puede ilustrar mejor acudiendo a la medicina. Como el Dr. Hans Selye, ha señalado: «La vida no es solo la suma de sus partes. Mientras más separa uno estas cosas vivas, más se aleja uno de la biología». La obra de Selye ha sido la «del simple observador y co-relator de la vieja escuela de biología» que observa a la persona y trabaja con ojo desnudo. El respeto del Dr. Selye por la biología molecular es real, así como su crítica de la misma. Su libro está dedicado al biólogo molecular, profesor Humberto Fernández-Morán, microscopista electrónico de la Universidad de Chicago. Según Selye:
Él es un médico y físico que no solo usa sino que también construye microscopios electrónicos de alta potencia. He leído muchas de sus destacadas publicaciones, pero puesto que nunca lo había conocido, no pude resistir la tentación de llamarlo por teléfono la última vez que estuve en Chicago, y bondadosamente me invitó a su casa a cenar y luego a visitar sus famosos laboratorios.
Mi interés en su investigación y su personalidad multicolor aumentó más a medida que avanzaba nuestra conversación durante la cena y llegó a su clímax como a medianoche en su laboratorio cuando empecé a darme cuenta de la grandiosidad de su contribución científica. Allí estaba el modelo más reciente de su famoso bisturí de diamantes con el que podía cortar físicamente moléculas de glicógeno en azúcares más pequeños. Allí, pude en realidad ver moléculas individuales de hemocianina bajo su más poderoso microscopio electrónico.
Me explicó que esto era solo el principio porque ahora estaba trabajando en un microscopio incluso más poderoso que mostrará objetos claramente con una magnificación de dos millones de veces. Quedé profundamente conmovido por lo que vi y sin palabras por la admiración. Pero entonces, de repente, mi subconsciente iconoclasta irrumpió a la superficie e hizo centellear un pensamiento aterrador por mi mente obsoleta: «¡Imagínate a este gran genio usando todo su enorme intelecto y conocimiento para construir un instrumento con el cual pudiera restringir su campo visual dos millones de veces!».
La obra de Selye y sus grandes contribuciones a la medicina han dependido de sus observaciones de la criatura viva y de las leyes de la vida, y todo con el ojo desnudo. La biología molecular ha hecho contribuciones serias al conocimiento abstracto, pero el trabajo de Selye ha sido de gran valor práctico porque tiene que ver con el todo, y su creencia de que la vida es más que la suma de sus partes.
La vida del hombre es más que la suma de sus partes; una parte básica del todo es la ley de Dios. El hombre, habiendo sido creado por Dios, fue creado por la ley y en la ley de Dios. Considerar al hombre aparte de ese hecho es despersonalizarlo.
A un hombre nunca se le puede considerar en abstracción de lo que es. Sostener que podemos descartar la raza, herencia, inteligencia, religión y carácter moral de un hombre, y luego de alguna manera lidiar con el hombre real es una falacia común de la ideología liberal; el resultado es solo una idea abstracta de un hombre, y no un hombre vivo. De manera similar, a ningún hombre se le puede abstraer del contexto de la ley en su ser. Intentar enfocar a cualquier hombre, mujer o niño aparte del contexto de la ley de Dios es intentar abordar a una criatura de nuestra propia hechura, una persona no existente.
De aquí el impersonalismo radical de todas las confrontaciones de persona a persona. El amor romántico, por ejemplo, margina el contexto-ley de Dios para llegar a la «persona real». En tal relación, ambas partes ven solo a la persona increada de su imaginación. Conforme ambas partes en una relación así alguna vez han confesado, después de que su pasión grandiosa se ha enfriado, y su imaginación se basa en las rocas de la realidad, se hallan incapaces de conversar de manera inteligente o de vivir juntos.
Las confrontaciones de persona a persona así se caracterizan por un impersonalismo básico. Sus esfuerzos por alcanzar a la persona fuera de la ley, o de lidiar con un trabajador fuera de la ley, les hacen usar a otras personas, no como verdaderamente existen, en un contexto de ley, sino conforme la imaginación del hombre las convierte en artículos de uso.
El hombre no puede vivir en el mundo físico sin reconocer las leyes del mismo; negar esas leyes, o dar por sentado que se pueden circunvalar es cortejar el desastre.
El hombre no aprendió a volar saltando de un risco y desdeñando la ley, sino utilizando la ley para hacer posible el vuelo aéreo. De modo similar, el hombre no puede descuidar la realidad de la ley de Dios en ninguna otra esfera de la creación.
La ley opera tan plenamente en el mundo de los hombres como en cualquier otra esfera. Las crisis continuas de la historia y su estado crónico de desastre se deben a que el hombre pecador no ha querido sujetarse y permanecer en la ley.

La ley no separa a las personas ni fomenta el impersonalismo. La iniquidad divide a los hombres; la verdadera ley ayuda a unirlos. Tal como Cristo, como mediador, es el único que trae al hombre a Dios, así el hombre solo puede unirse a su semejante por la ley, la ley de Dios. La mediación de Jesucristo restaura al hombre a la justicia, es decir, a la ley, y por consiguiente la comunión se abre no solo con Dios sino también con el hombre.