INTRODUCCIÓN
Por algunos años ha estado en
marcha una campaña extensa para eliminar las leyes existentes contra la
homosexualidad de los libros de estatutos y para permitir relaciones homosexuales
entre adultos que consienten. Una parte de esta campaña ha sido la insistencia
en leer los hechos de la homosexualidad en términos de un marco de trabajo
progresivo.
Se ha descrito extensamente como
una forma de inmadurez y un aspecto del desarrollo humano, y también como
producto de ciertas clases de experiencias familiares. Se nos dice que la
homosexualidad «es un estado en el desarrollo de todo ser humano». «La
determina el ambiente».
Se nos dice que es una huida de
la masculinidad en un mundo difícil. En tanto que las teorías varían de un erudito
a otro, todas tienen en común un enfoque revolucionario y ambiental. El Dr.
Bergler, aunque radicalmente crítico del carácter del homosexual, no abandonó este
enfoque medioambiental básico por uno moral y teológico.
Las presuposiciones antibíblicas
de todos estos escritores son muy evidentes. Un antropólogo llega al punto de
sostener que, detrás de la castidad, se agazapa un «homosexual pasivamente potencial».
Otro erudito insiste diciendo:
Así como el amor del muchacho por
su padre es en sentido estricto homosexual, el amor por su madre es en sentido
estricto incestuoso.
De alguna manera, ¡se debe llamar
pervertidos a todos los enemigos de la perversión! Ullerstam, médico suizo, es
más abierto en su hostilidad contra la moralidad cristiana. Defiende con fervor
todas las perversiones. Declara que «“perversión” es una palabra que se debe
descartar», porque «ha sido hecha a la orden para oscurantistas y demagogos.
Está saturada de superstición, y es un insulto, para denigrar».
Las perversiones son buenas,
sostiene, porque dan felicidad a algunos. Se alegra de informar que el incesto
está aumentando entre sus amigos. Defiende el incesto, el exhibicionismo, la
pedofilia, la saliromanía, algofilia, homosexualidad, escapofilia, necrofilia y
otras desviaciones sexuales como buenas pero en efecto cita una forma
especialmente peligrosa de relaciones sexuales:
De todas las formas de relación
sexual, el tipo heterosexual por cierto es la más peligrosa, pues tiene el
mayor riesgo potencial en consecuencias sociales.
Sin embargo este acto se cerca
con menos restricciones que varias otras expresiones sexuales de un tipo mucho
más ligero. No obstante consideramos un estado feliz y saludable de cosas que
las personas satisfagan su impulso sexual de esta manera riesgosa. ¿No sería
mejor si animáramos a las personas a «perversiones» más bien, y les enseñáramos
a condicionar sus secreciones sexuales a otros ritos y estímulos aparte del
coito heterosexual? ¿No sería en el interés de todo el mundo proveer tal
educación, que pudiera, a la larga, demostrar que es una solución al problema
de la superpoblación?.
La introducción a Ullerstam por
Ives de Saint-Agnes es acertada al decir que Suecia atraviesa en la actualidad
una revolución sexual. La primera víctima que hay que derribar es la moralidad.
En las guerras religiosas, la absolución siempre se da por obras de violencia
cometidas «por la causa». De modo similar, la cruzada contra la moralidad
clásica brinda a sus participantes un tipo de inmunidad.
Esta es una declaración sincera y
verdadera. Estamos en medio de una revolución homosexual dirigida contra la fe
y la moralidad bíblica. Al homosexual lo presentan como el alma maltratada,
malentendida y sensible.
Por largo tiempo, en realidad por
épocas, es verdad que los homosexuales, incluso en donde se les aceptaba, han
sido una fraternidad secreta, hostil, dentro de la sociedad, muy a menudo
estrechamente ligada con todo tipo de sociedad secreta.
Luis XIV tuvo que lidiar con un
orden de sodomitas en su corte, y repetidas veces se han encontrado
organizaciones similares.
Al acudir a los eruditos de la
iglesia, uno esperaría algo de resistencia a esta revolución, pero, más bien,
la iglesia está convirtiéndose en una parte principal de la revolución. Una
publicación de la iglesia exige que tratemos a las lesbianas como «seres
humanos individuales», y no como homosexuales. Se nos pide que hagamos a un
lado lo que diga Dios sobre el asunto a favor del concepto autónomo y apóstata del
hombre. En breve, se exige una compasión radical por el homosexual.
DAN EXPLICACIONES FANTÁSTICAS DE LA
CONDENACIÓN BÍBLICA DE LA HOMOSEXUALIDAD.
El «problema» se ve en términos y
estándares psicológicos y evolucionistas antes que bíblicos y teológicos. Se
dice que la causa de la homosexualidad es el medio ambiente, y no el pecado. Un
escritor, Thielicke, está consciente de que las Escrituras declaran que la
homosexualidad se debe entender solo teológicamente, pero con todo pide una
solución humanista.
Antes de analizar la perspectiva
teológica, vale la pena observar algunas de las características centrales del
homosexual según informan personas que de ninguna manera son hostiles a ellos. Primero, el homosexual tiene un temor anormal
al envejecimiento y la muerte. Como resultado, insisten en vestirse o actuar
según la presuposición de una juventud perpetua, en particular una adolescencia
inmadura.
En todo momento se debe mantener
el disfraz de la juventud. Esta «adoración» de la juventud e inmadurez conduce
a la adopción de estilos que recalcan estos aspectos y traen a colación al niño
inocente. Se invoca un mundo amoral de perpetua infancia. Puesto que la madurez
significa responsabilidad, ley y estándares;
Segundo, aspecto de la cultura
homosexual es la exaltación a un punto elevado de la vulgaridad estudiada.
Martin Bender cita el análisis de Susan Sontag de los gustos del «afeminado»:
De hecho, afeminado ha sido
sinónimo de homosexual por 40 años en Inglaterra, y por cómo una década en
Nueva York.
Pronunció más de 50 definiciones
de afeminado. Un encanto por lo exagerado, un espíritu de extravagancia,
«estilo a costa de contenido», y la declaración de que hay buen gusto en el mal
gusto. El afeminado es antiserio, y aprecia lo vulgar y lo banal. Los ejemplos
que ella da de gustos afeminados dibujos de Aubrey Beardsley, lámparas Tiffany,
ropas de mujeres de la década de los veinte incluyendo boas de plumas y
vestidos de cuentas, musicales de Busby Berkeley como The Gold Diggers de 1933 [Los buscadores de oro de 1933] se han vuelto cánones de
fe para los artistas que exhiben modas, propietarios de boutiques y
comerciantes de almacenes por departamentos.
Este es un aspecto del
antinomianismo homosexual; al reemplazar estándares sólidos por estilos
arbitrarios y vulgares, el homosexual deriva una profunda satisfacción; está
subvirtiendo, piensa, la ley suprema y afirmando la autonomía del hombre.
Tercero, la cultura homosexual es
amargamente hostil contra la familia, y, en sus maneras intelectuales, se
esfuerza por socavar la familia y también la cultura de ciudad pequeña. Debido
al extenso control de los homosexuales sobre modas y publicaciones, la mente y
apariencia de los países occidentales ha quedado radicalmente infectada por la
cultura homosexual parásita.
Los cánones de cultura homosexual
ahora son los estándares del jet set que adora la juventud, del mundo de arte y
modas y de los intelectuales modernos. La cultura humanista moderna está en
gran medida coloreada y embebida por la cultura homosexual. Muchas de las
sectas de amor libre y de canje de esposas están fuertemente teñidas de matices
y actividades homosexuales.
Cuarto, debido a que el homosexual vive
en contra de la realidad y en un mundo de ilusión, ha hallado que el teatro es
un elemento feliz para la autorrealización.
Henriques notó «la conexión del
escenario con la homosexualidad; tradición que ha persistido en el teatro
europeo hasta el día presente». También citó el hecho de que «la relación del
escenario y la prostitución que ha florecido desde la Edad Media continuó y se
mejoró en el siglo XVIII».
Para pasar ahora a la ley, la
Biblia no tiene reservas en su condenación de la homosexualidad:
No te echarás con varón como con
mujer; es abominación (Lv 18: 22).
Si alguno se ayuntare con varón
como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos
será su sangre (Lv 20: 13).
No haya ramera de entre las hijas
de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel (Dt 23: 17).
Esto está bien claro, y no hay un
solo texto en todo el Nuevo Testamento que indique que esta pena haya sido
alterada o eliminada (en Romanos 1:32 San Pablo la confirma), y sin embargo
casi todos los teólogos soslayan esta ley y descartan su requisito.
En realidad, San Pablo citó la
homosexualidad como la culminación de la apostasía del hombre (Ro 1: 18-32). La
descripción de San Pablo del acto es reveladora:
Y de igual modo también los
hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos
con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en
sí mismos la retribución debida a su extravío (Ro 1: 27).
El verbo «encenderse» es ekkaio, «arder hasta consumirse». La
homosexualidad es, pues, la extinción del hombre; por eso, para citar la
traducción de Wuest [en inglés] de la última parte de este versículo, ellos
recibieron «en sí mismos esa retribución que fue una necesidad en la naturaleza
del caso debido a su desviación de la norma».
La homosexualidad es la práctica
sexual culminante de una culminante apostasía y hostilidad contra Dios. El
homosexual está en guerra con Dios, y en todas sus prácticas niega el orden y
ley naturales de Dios. El aspecto teológico de la homosexualidad se recalca en
las Escrituras. En la historia, la homosexualidad se vuelve prominente en todo
aspecto de apostasía y tiempo de decadencia. Es un fenómeno del final de una
edad.
Anteriormente hicimos referencia
a las opiniones de Thielicke. Para volver a su análisis, hallamos que Thielicke
cita la ley pero ahora la encuentra irrelevante: no puede haber duda de que el
Antiguo Testamento consideraba la homosexualidad y la pederastia como crímenes
castigables con la muerte (Lv 18: 22; 20: 13).
Si hay que derivar de esto
mandamientos directos para los cristianos, debe permanecer como asunto de
debate, por lo menos en cuanto a la medida en que detrás de esta prohibición
está el concepto de la contaminación ritual y, si es así, hasta qué punto la
ley ritual del Antiguo Testamento puede ser obligatoria para los que están bajo
la ley del evangelio. Aquí se vuelven agudos los problemas de principio
teológico a los que se refiere en terminología técnica bajo el tema de «ley y
evangelio».
SI NO HAY LEY, NO HAY EVANGELIO,
PORQUE EN LAS ESCRITURAS LOS DOS SON INSEPARABLES.
Con la ley puesta a un lado, la
ética humanista y amoral del amor puede tomar las riendas, en la cual la única
consideración real no es Dios y su ley sino el ser humano, la suprema norma moral para la ética del amor. Por
algo Thielicke declara:
Es cierto que la relación
homosexual no es una forma cristiana de
encuentro con nuestro semejante; sin embargo es de veras una búsqueda de la
totalidad del otro ser humano. El
que dice lo contrario todavía no ha observado la posible profundidad humana de
la amistad coloreada por el homoerotismo.
Todavía más, la perversión
inherente en la reducción de la sexualidad a la mera «excitación física»
también se puede hallar en la relación heterosexual.
Hacer que esta acusación se
refiera especialmente a los homosexuales muestra ignorancia o prejuicio.
Desde la perspectiva bíblica,
cualquier «búsqueda de la totalidad del otro ser humano» aparte de Dios es
cruel, depravada y bajo condenación. Se honra esta búsqueda solo donde no se
honra a Dios en su palabra-ley.
Thielicke está consciente del
significado teológico, y comenta sobre Romanos 1: 26 como sigue:
La ira de Dios sobre esta
arrogancia se expresa en que Dios entrega al hombre, y lo abandona (paredoken)
a las consecuencias de esta su actitud fundamental, dejándolo, por así decirlo,
a la autonomía de la existencia en que ha entrado por sus propios pies. En
consecuencia de esta autonomía de juicio, la confusión religiosa también conduce al caos ético. Consiste en confusión de lo eterno con lo temporal. Esto
es decir, que a las entidades finitas se les confiere la soberanía de Dios y
los hombres adoran ídolos (Ro 1: 23).
Debido a que se intercambia
(«pervierten») lo más bajo por lo más alto, la criatura por el Creador, el
resultado es una supremacía perversa de los deseos inferiores por sobre el
espíritu. Y en este contexto, las perversiones sexuales se mencionan como características
adicionales de esta perversión fundamental (Ro 1:26).
Lo que es teológicamente digno de
notarse y kerigmáticamente «obligatorio» en esta exposición de Pablo es la
declaración de que el desorden en la dimensión vertical (en la relación entre
Dios y hombre) se iguala con una perversión a nivel horizontal, no solo dentro
del mismo hombre (relación Espíritu-carne) sino también en sus contactos entre
humanos.
Sin tomar tiempo para discrepar
con los detalles de esta exposición, se puede conceder que muestra percepción
de la cuestión teológica. Pero
Thielicke da prioridad al asunto humano
haciendo a un lado la ley a favor de la comprensión. El fracaso de la
Reforma para vérselas con la cuestión de la ley ha llevado en última instancia a
este triunfo de la ideología humanista; al hombre no se le juzga por la ley de
Dios sino como «ser humano» y en términos de las consecuencias puramente
humanas de sus acciones. Esto no es teología sino más bien antropología
humanista.
Es debido al aspecto teológico de
la homosexualidad, a su guerra contra Dios, que es también una guerra contra el
hombre y contra uno mismo, como Thielicke lo capta.
Es costumbre ahora entre los que
siguen la ideología humanista considerar la homosexualidad como un acto natural
que es una fase del desarrollo erótico del hombre. El concepto bíblico es que
es un acto contra Dios y por consiguiente contra naturaleza. Es un acto
innatural, es decir, un acto contrario al orden de la naturaleza y producto de
la caída en sus implicaciones últimas.
La hostilidad básica a la
homosexualidad (tanto masculina como femenina) ha sido documentada extensamente
por el Dr. Bergler. El Marqués de Sade es un ejemplo clásico de este
aborrecimiento a Dios y a la ley. Según Sade: «La regla de ley es inferior a la
de la anarquía». La hostilidad de Sade contra todos los hombres y contra sí
mismo se manifestaba en actividades sádicas y masoquistas. Su aborrecimiento
del orden santo probablemente le llevaba a evadir todas las relaciones sexuales
normales, y hay duda en cuanto a si los hijos de su esposa fueron realmente
suyos. Ningún desarrollo impedido o inmadurez sino guerra deliberada y madura
contra Dios caracteriza al homosexual.
El castigo que aplica Dios es la
muerte, y un orden santo lo impondrá. No nos sorprende que una cultura
profundamente infectada por la homosexualidad elimine los castigos contra ella.
Un punto final: la homosexualidad
femenina, o lesbianismo, es una manifestación del mismo mal como la forma
masculina, pero la pena de muerte se reserva para los hombres. En las mujeres
es una «contaminación» y base para el divorcio (Dt 24: 1).
¿POR QUÉ NO LA PENA DE MUERTE PARA LAS
MUJERES? HAY DOS MOTIVOS.
Primero, como se vio con respecto al
divorcio, la mayor autoridad del hombre significa mayor responsabilidad moral y
mayor culpa al pecar.
Segundo, debido a que la homosexualidad es
una expresión de apostasía, los hombres no pueden en buena conciencia castigar
aquello que su propia abdicación de autoridad moral fomenta. Como Oseas
declaró, con respecto a la prostitución y el adulterio:
No castigaré a vuestras hijas
cuando forniquen, ni a vuestras nueras cuando adulteren; porque ellos mismos se
van con rameras, y con malas mujeres sacrifican; por tanto, el pueblo sin
entendimiento caerá (Oseas 4: 14).
Cuando un pueblo alcanza cierto
nivel de depravación moral, el castigo deja de ser particular y se vuelve
nacional. El orden civil ha perdido su capacidad para actuar por Dios, y Dios
entonces actúa contra ese orden. En otras palabras, hay castigo, pero el
castigo viene de Dios y el pueblo o nación caerá. Las culturas homosexuales están
en guerra contra Dios; y en esta guerra no hay negociación posible.
El que el modernista y el que no
es creyente esté en el campamento enemigo no es sorpresa, pero, ¿qué debemos
decir de los abiertamente evangélicos que sostienen que «parece que se peca más
contra el individuo homosexual que contra el pecado», porque su condición o es
genética o es medioambiental en naturaleza, y por consiguiente no es culpa
suya? Estar de acuerdo con el informe Wolfenden y Thielicke es discrepar con
las Escrituras. Esta, sin embargo, es la decisión que expresó un artículo de
una revista «evangélica» importante. Vale la pena recordar las palabras de San
Pedro, de que «es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios» (1ª P
4:17).
Cuando la iglesia tiene una
posición tan inicua, no debe sorprendernos la posición que toman otras
instituciones. Una organización de «derechos iguales» para los homosexuales «ha
sido reconocida como un grupo estudiantil en la Universidad Columbia, ciudad de
Nueva York, y ha anunciado planes para establecer grupos similares en la
Universidad de Stanford y en la Universidad de California, Berkeley». De nuevo,
la columna de consejos de Ann Landers ha dicho:
Los expertos en cuanto a la
homosexualidad con quienes consulté me dicen que si bien las posibilidades de
una cura completa son extremadamente escasas, los torturados homosexuales que
se detestan a sí mismos a menudo se benefician por la terapia. Aunque esto no
los convierte en varones normales, los ayuda a aceptarse sin culpa y vergüenza
y todas las emociones autodestructivas que acompañan a estos horrores gemelos.
Ese es el objetivo de la
psicoterapia: pecar sin culpa ni vergüenza. El impío tiene al fin su actitud
abiertamente contraria a Dios para justificar su posición.
Pero no puede ser defensazas
afirmaciones de clérigos cuyos votos les exigen que proclamen la palabra de
Dios.
Lo que el hombre enfrenta hoy en
esta perversión es, para usar el término apto de Schaeffer, «homosexualidad
filosófica»:
Algunas formas de homosexualidad
hoy no son solo homosexualidad sino una expresión filosófica. Uno debe tener
comprensión del verdadero problema del homosexual. Pero mucho de la
homosexualidad moderna es una expresión de la negativa actual de la antítesis.
Ha conducido en este caso a una eliminación de la distinción entre hombre y
mujer. Así que el varón y la mujer como compañeros complementarios se han
acabado. Esta es una forma de homosexualidad que es parte del movimiento por
debajo de la línea de la desesperanza.
Pero este no es un problema
aislado; es parte del espíritu y mundo de la generación que nos rodea. Es
imperativo que los cristianos se den cuenta de las conclusiones que se derivan
como resultado de la muerte de los absolutos.
Toda homosexualidad, añadiríamos,
es una expresión filosófica; esta es la naturaleza real del «problema del
homosexual».
Cuando nos vemos confrontados con
una persona homosexual que aduce ser cristiana y exige que se le reconozca como
tal, tenemos una alternativa: o aceptamos la palabra de la persona homosexual,
o aceptamos la palabra de Dios según se declara en Romanos 1.