14. LA HOMOSEXUALIDAD

INTRODUCCIÓN

Por algunos años ha estado en marcha una campaña extensa para eliminar las leyes existentes contra la homosexualidad de los libros de estatutos y para permitir relaciones homosexuales entre adultos que consienten. Una parte de esta campaña ha sido la insistencia en leer los hechos de la homosexualidad en términos de un marco de trabajo progresivo.
Se ha descrito extensamente como una forma de inmadurez y un aspecto del desarrollo humano, y también como producto de ciertas clases de experiencias familiares. Se nos dice que la homosexualidad «es un estado en el desarrollo de todo ser humano». «La determina el ambiente».
Se nos dice que es una huida de la masculinidad en un mundo difícil. En tanto que las teorías varían de un erudito a otro, todas tienen en común un enfoque revolucionario y ambiental. El Dr. Bergler, aunque radicalmente crítico del carácter del homosexual, no abandonó este enfoque medioambiental básico por uno moral y teológico.
Las presuposiciones antibíblicas de todos estos escritores son muy evidentes. Un antropólogo llega al punto de sostener que, detrás de la castidad, se agazapa un «homosexual pasivamente potencial». Otro erudito insiste diciendo:
Así como el amor del muchacho por su padre es en sentido estricto homosexual, el amor por su madre es en sentido estricto incestuoso.
De alguna manera, ¡se debe llamar pervertidos a todos los enemigos de la perversión! Ullerstam, médico suizo, es más abierto en su hostilidad contra la moralidad cristiana. Defiende con fervor todas las perversiones. Declara que «“perversión” es una palabra que se debe descartar», porque «ha sido hecha a la orden para oscurantistas y demagogos. Está saturada de superstición, y es un insulto, para denigrar».
Las perversiones son buenas, sostiene, porque dan felicidad a algunos. Se alegra de informar que el incesto está aumentando entre sus amigos. Defiende el incesto, el exhibicionismo, la pedofilia, la saliromanía, algofilia, homosexualidad, escapofilia, necrofilia y otras desviaciones sexuales como buenas pero en efecto cita una forma especialmente peligrosa de relaciones sexuales:
De todas las formas de relación sexual, el tipo heterosexual por cierto es la más peligrosa, pues tiene el mayor riesgo potencial en consecuencias sociales.
Sin embargo este acto se cerca con menos restricciones que varias otras expresiones sexuales de un tipo mucho más ligero. No obstante consideramos un estado feliz y saludable de cosas que las personas satisfagan su impulso sexual de esta manera riesgosa. ¿No sería mejor si animáramos a las personas a «perversiones» más bien, y les enseñáramos a condicionar sus secreciones sexuales a otros ritos y estímulos aparte del coito heterosexual? ¿No sería en el interés de todo el mundo proveer tal educación, que pudiera, a la larga, demostrar que es una solución al problema de la superpoblación?.
La introducción a Ullerstam por Ives de Saint-Agnes es acertada al decir que Suecia atraviesa en la actualidad una revolución sexual. La primera víctima que hay que derribar es la moralidad. En las guerras religiosas, la absolución siempre se da por obras de violencia cometidas «por la causa». De modo similar, la cruzada contra la moralidad clásica brinda a sus participantes un tipo de inmunidad.
Esta es una declaración sincera y verdadera. Estamos en medio de una revolución homosexual dirigida contra la fe y la moralidad bíblica. Al homosexual lo presentan como el alma maltratada, malentendida y sensible.
Por largo tiempo, en realidad por épocas, es verdad que los homosexuales, incluso en donde se les aceptaba, han sido una fraternidad secreta, hostil, dentro de la sociedad, muy a menudo estrechamente ligada con todo tipo de sociedad secreta.
Luis XIV tuvo que lidiar con un orden de sodomitas en su corte, y repetidas veces se han encontrado organizaciones similares.
Al acudir a los eruditos de la iglesia, uno esperaría algo de resistencia a esta revolución, pero, más bien, la iglesia está convirtiéndose en una parte principal de la revolución. Una publicación de la iglesia exige que tratemos a las lesbianas como «seres humanos individuales», y no como homosexuales. Se nos pide que hagamos a un lado lo que diga Dios sobre el asunto a favor del concepto autónomo y apóstata del hombre. En breve, se exige una compasión radical por el homosexual.

DAN EXPLICACIONES FANTÁSTICAS DE LA CONDENACIÓN BÍBLICA DE LA HOMOSEXUALIDAD.

El «problema» se ve en términos y estándares psicológicos y evolucionistas antes que bíblicos y teológicos. Se dice que la causa de la homosexualidad es el medio ambiente, y no el pecado. Un escritor, Thielicke, está consciente de que las Escrituras declaran que la homosexualidad se debe entender solo teológicamente, pero con todo pide una solución humanista.
Antes de analizar la perspectiva teológica, vale la pena observar algunas de las características centrales del homosexual según informan personas que de ninguna manera son hostiles a ellos. Primero, el homosexual tiene un temor anormal al envejecimiento y la muerte. Como resultado, insisten en vestirse o actuar según la presuposición de una juventud perpetua, en particular una adolescencia inmadura.
En todo momento se debe mantener el disfraz de la juventud. Esta «adoración» de la juventud e inmadurez conduce a la adopción de estilos que recalcan estos aspectos y traen a colación al niño inocente. Se invoca un mundo amoral de perpetua infancia. Puesto que la madurez significa responsabilidad, ley y estándares;
Segundo, aspecto de la cultura homosexual es la exaltación a un punto elevado de la vulgaridad estudiada. Martin Bender cita el análisis de Susan Sontag de los gustos del «afeminado»:
De hecho, afeminado ha sido sinónimo de homosexual por 40 años en Inglaterra, y por cómo una década en Nueva York.
Pronunció más de 50 definiciones de afeminado. Un encanto por lo exagerado, un espíritu de extravagancia, «estilo a costa de contenido», y la declaración de que hay buen gusto en el mal gusto. El afeminado es antiserio, y aprecia lo vulgar y lo banal. Los ejemplos que ella da de gustos afeminados dibujos de Aubrey Beardsley, lámparas Tiffany, ropas de mujeres de la década de los veinte incluyendo boas de plumas y vestidos de cuentas, musicales de Busby Berkeley como The Gold Diggers de 1933 [Los buscadores de oro de 1933] se han vuelto cánones de fe para los artistas que exhiben modas, propietarios de boutiques y comerciantes de almacenes por departamentos.
Este es un aspecto del antinomianismo homosexual; al reemplazar estándares sólidos por estilos arbitrarios y vulgares, el homosexual deriva una profunda satisfacción; está subvirtiendo, piensa, la ley suprema y afirmando la autonomía del hombre.
Tercero, la cultura homosexual es amargamente hostil contra la familia, y, en sus maneras intelectuales, se esfuerza por socavar la familia y también la cultura de ciudad pequeña. Debido al extenso control de los homosexuales sobre modas y publicaciones, la mente y apariencia de los países occidentales ha quedado radicalmente infectada por la cultura homosexual parásita.
Los cánones de cultura homosexual ahora son los estándares del jet set que adora la juventud, del mundo de arte y modas y de los intelectuales modernos. La cultura humanista moderna está en gran medida coloreada y embebida por la cultura homosexual. Muchas de las sectas de amor libre y de canje de esposas están fuertemente teñidas de matices y actividades homosexuales.
Cuarto, debido a que el homosexual vive en contra de la realidad y en un mundo de ilusión, ha hallado que el teatro es un elemento feliz para la autorrealización.
Henriques notó «la conexión del escenario con la homosexualidad; tradición que ha persistido en el teatro europeo hasta el día presente». También citó el hecho de que «la relación del escenario y la prostitución que ha florecido desde la Edad Media continuó y se mejoró en el siglo XVIII».
Para pasar ahora a la ley, la Biblia no tiene reservas en su condenación de la homosexualidad:
No te echarás con varón como con mujer; es abominación (Lv 18: 22).
Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre (Lv 20: 13).
No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel (Dt 23: 17).
Esto está bien claro, y no hay un solo texto en todo el Nuevo Testamento que indique que esta pena haya sido alterada o eliminada (en Romanos 1:32 San Pablo la confirma), y sin embargo casi todos los teólogos soslayan esta ley y descartan su requisito.
En realidad, San Pablo citó la homosexualidad como la culminación de la apostasía del hombre (Ro 1: 18-32). La descripción de San Pablo del acto es reveladora:
Y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío (Ro 1: 27).
El verbo «encenderse» es ekkaio, «arder hasta consumirse». La homosexualidad es, pues, la extinción del hombre; por eso, para citar la traducción de Wuest [en inglés] de la última parte de este versículo, ellos recibieron «en sí mismos esa retribución que fue una necesidad en la naturaleza del caso debido a su desviación de la norma».
La homosexualidad es la práctica sexual culminante de una culminante apostasía y hostilidad contra Dios. El homosexual está en guerra con Dios, y en todas sus prácticas niega el orden y ley naturales de Dios. El aspecto teológico de la homosexualidad se recalca en las Escrituras. En la historia, la homosexualidad se vuelve prominente en todo aspecto de apostasía y tiempo de decadencia. Es un fenómeno del final de una edad.
Anteriormente hicimos referencia a las opiniones de Thielicke. Para volver a su análisis, hallamos que Thielicke cita la ley pero ahora la encuentra irrelevante: no puede haber duda de que el Antiguo Testamento consideraba la homosexualidad y la pederastia como crímenes castigables con la muerte (Lv 18: 22; 20: 13).
Si hay que derivar de esto mandamientos directos para los cristianos, debe permanecer como asunto de debate, por lo menos en cuanto a la medida en que detrás de esta prohibición está el concepto de la contaminación ritual y, si es así, hasta qué punto la ley ritual del Antiguo Testamento puede ser obligatoria para los que están bajo la ley del evangelio. Aquí se vuelven agudos los problemas de principio teológico a los que se refiere en terminología técnica bajo el tema de «ley y evangelio».

SI NO HAY LEY, NO HAY EVANGELIO, PORQUE EN LAS ESCRITURAS LOS DOS SON INSEPARABLES.

Con la ley puesta a un lado, la ética humanista y amoral del amor puede tomar las riendas, en la cual la única consideración real no es Dios y su ley sino el ser humano, la suprema norma moral para la ética del amor. Por algo Thielicke declara:
Es cierto que la relación homosexual no es una forma cristiana de encuentro con nuestro semejante; sin embargo es de veras una búsqueda de la totalidad del otro ser humano. El que dice lo contrario todavía no ha observado la posible profundidad humana de la amistad coloreada por el homoerotismo.
Todavía más, la perversión inherente en la reducción de la sexualidad a la mera «excitación física» también se puede hallar en la relación heterosexual.
Hacer que esta acusación se refiera especialmente a los homosexuales muestra ignorancia o prejuicio.
Desde la perspectiva bíblica, cualquier «búsqueda de la totalidad del otro ser humano» aparte de Dios es cruel, depravada y bajo condenación. Se honra esta búsqueda solo donde no se honra a Dios en su palabra-ley.
Thielicke está consciente del significado teológico, y comenta sobre Romanos 1: 26 como sigue:
La ira de Dios sobre esta arrogancia se expresa en que Dios entrega al hombre, y lo abandona (paredoken) a las consecuencias de esta su actitud fundamental, dejándolo, por así decirlo, a la autonomía de la existencia en que ha entrado por sus propios pies. En consecuencia de esta autonomía de juicio, la confusión religiosa también conduce al caos ético. Consiste en confusión de lo eterno con lo temporal. Esto es decir, que a las entidades finitas se les confiere la soberanía de Dios y los hombres adoran ídolos (Ro 1: 23).
Debido a que se intercambia («pervierten») lo más bajo por lo más alto, la criatura por el Creador, el resultado es una supremacía perversa de los deseos inferiores por sobre el espíritu. Y en este contexto, las perversiones sexuales se mencionan como características adicionales de esta perversión fundamental (Ro 1:26).
Lo que es teológicamente digno de notarse y kerigmáticamente «obligatorio» en esta exposición de Pablo es la declaración de que el desorden en la dimensión vertical (en la relación entre Dios y hombre) se iguala con una perversión a nivel horizontal, no solo dentro del mismo hombre (relación Espíritu-carne) sino también en sus contactos entre humanos.
Sin tomar tiempo para discrepar con los detalles de esta exposición, se puede conceder que muestra percepción de la cuestión teológica. Pero Thielicke da prioridad al asunto humano haciendo a un lado la ley a favor de la comprensión. El fracaso de la Reforma para vérselas con la cuestión de la ley ha llevado en última instancia a este triunfo de la ideología humanista; al hombre no se le juzga por la ley de Dios sino como «ser humano» y en términos de las consecuencias puramente humanas de sus acciones. Esto no es teología sino más bien antropología humanista.
Es debido al aspecto teológico de la homosexualidad, a su guerra contra Dios, que es también una guerra contra el hombre y contra uno mismo, como Thielicke lo capta.
Es costumbre ahora entre los que siguen la ideología humanista considerar la homosexualidad como un acto natural que es una fase del desarrollo erótico del hombre. El concepto bíblico es que es un acto contra Dios y por consiguiente contra naturaleza. Es un acto innatural, es decir, un acto contrario al orden de la naturaleza y producto de la caída en sus implicaciones últimas.
La hostilidad básica a la homosexualidad (tanto masculina como femenina) ha sido documentada extensamente por el Dr. Bergler. El Marqués de Sade es un ejemplo clásico de este aborrecimiento a Dios y a la ley. Según Sade: «La regla de ley es inferior a la de la anarquía». La hostilidad de Sade contra todos los hombres y contra sí mismo se manifestaba en actividades sádicas y masoquistas. Su aborrecimiento del orden santo probablemente le llevaba a evadir todas las relaciones sexuales normales, y hay duda en cuanto a si los hijos de su esposa fueron realmente suyos. Ningún desarrollo impedido o inmadurez sino guerra deliberada y madura contra Dios caracteriza al homosexual.
El castigo que aplica Dios es la muerte, y un orden santo lo impondrá. No nos sorprende que una cultura profundamente infectada por la homosexualidad elimine los castigos contra ella.
Un punto final: la homosexualidad femenina, o lesbianismo, es una manifestación del mismo mal como la forma masculina, pero la pena de muerte se reserva para los hombres. En las mujeres es una «contaminación» y base para el divorcio (Dt 24: 1).

¿POR QUÉ NO LA PENA DE MUERTE PARA LAS MUJERES? HAY DOS MOTIVOS.

Primero, como se vio con respecto al divorcio, la mayor autoridad del hombre significa mayor responsabilidad moral y mayor culpa al pecar.
Segundo, debido a que la homosexualidad es una expresión de apostasía, los hombres no pueden en buena conciencia castigar aquello que su propia abdicación de autoridad moral fomenta. Como Oseas declaró, con respecto a la prostitución y el adulterio:
No castigaré a vuestras hijas cuando forniquen, ni a vuestras nueras cuando adulteren; porque ellos mismos se van con rameras, y con malas mujeres sacrifican; por tanto, el pueblo sin entendimiento caerá (Oseas 4: 14).
Cuando un pueblo alcanza cierto nivel de depravación moral, el castigo deja de ser particular y se vuelve nacional. El orden civil ha perdido su capacidad para actuar por Dios, y Dios entonces actúa contra ese orden. En otras palabras, hay castigo, pero el castigo viene de Dios y el pueblo o nación caerá. Las culturas homosexuales están en guerra contra Dios; y en esta guerra no hay negociación posible.
El que el modernista y el que no es creyente esté en el campamento enemigo no es sorpresa, pero, ¿qué debemos decir de los abiertamente evangélicos que sostienen que «parece que se peca más contra el individuo homosexual que contra el pecado», porque su condición o es genética o es medioambiental en naturaleza, y por consiguiente no es culpa suya? Estar de acuerdo con el informe Wolfenden y Thielicke es discrepar con las Escrituras. Esta, sin embargo, es la decisión que expresó un artículo de una revista «evangélica» importante. Vale la pena recordar las palabras de San Pedro, de que «es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios» (1ª P 4:17).
Cuando la iglesia tiene una posición tan inicua, no debe sorprendernos la posición que toman otras instituciones. Una organización de «derechos iguales» para los homosexuales «ha sido reconocida como un grupo estudiantil en la Universidad Columbia, ciudad de Nueva York, y ha anunciado planes para establecer grupos similares en la Universidad de Stanford y en la Universidad de California, Berkeley». De nuevo, la columna de consejos de Ann Landers ha dicho:
Los expertos en cuanto a la homosexualidad con quienes consulté me dicen que si bien las posibilidades de una cura completa son extremadamente escasas, los torturados homosexuales que se detestan a sí mismos a menudo se benefician por la terapia. Aunque esto no los convierte en varones normales, los ayuda a aceptarse sin culpa y vergüenza y todas las emociones autodestructivas que acompañan a estos horrores gemelos.
Ese es el objetivo de la psicoterapia: pecar sin culpa ni vergüenza. El impío tiene al fin su actitud abiertamente contraria a Dios para justificar su posición.
Pero no puede ser defensazas afirmaciones de clérigos cuyos votos les exigen que proclamen la palabra de Dios.
Lo que el hombre enfrenta hoy en esta perversión es, para usar el término apto de Schaeffer, «homosexualidad filosófica»:
Algunas formas de homosexualidad hoy no son solo homosexualidad sino una expresión filosófica. Uno debe tener comprensión del verdadero problema del homosexual. Pero mucho de la homosexualidad moderna es una expresión de la negativa actual de la antítesis. Ha conducido en este caso a una eliminación de la distinción entre hombre y mujer. Así que el varón y la mujer como compañeros complementarios se han acabado. Esta es una forma de homosexualidad que es parte del movimiento por debajo de la línea de la desesperanza.
Pero este no es un problema aislado; es parte del espíritu y mundo de la generación que nos rodea. Es imperativo que los cristianos se den cuenta de las conclusiones que se derivan como resultado de la muerte de los absolutos.
Toda homosexualidad, añadiríamos, es una expresión filosófica; esta es la naturaleza real del «problema del homosexual».

Cuando nos vemos confrontados con una persona homosexual que aduce ser cristiana y exige que se le reconozca como tal, tenemos una alternativa: o aceptamos la palabra de la persona homosexual, o aceptamos la palabra de Dios según se declara en Romanos 1.