INTRODUCCIÓN
El propósito del sexto
mandamiento, «No cometerás adulterio», es proteger el matrimonio.
Es importante, por consiguiente,
analizar el significado bíblico del matrimonio a fin de comprender la
significación de las leyes que gobiernan su violación.
La institución del matrimonio (Gn
2: 18-25) en Edén describe el significado del matrimonio en relación al hombre;
esto se considerará más adelante. Pero primero se debe entender y analizar el
significado del matrimonio en relación a Dios.
Si bien el matrimonio es de esta
tierra, puesto que en el cielo ni se casan ni se dan en casamiento (Mt 22: 29,
30), tiene referencia y lo gobierna el Dios trino, como todas las cosas. La
gran declaración de este hecho es Efesios 5: 21-23, que empieza con el
mandamiento general: «Someteos unos a otros en el temor de Dios», que la
Versión Latinoamérica traduce: «Expresen su respeto a Cristo siendo sumisos los
unos a los otros». Calvino comentó sobre esto:
Dios nos ha unido tan fuertemente
unos a otros que ningún hombre debería esforzarse por evadir sujeción; y donde
el amor reina, se deben rendir servicios mutuos. No lo espero de reyes y
gobernantes, cuya misma autoridad ostentan para servicio de la comunidad. Es altamente apropiado que todos seamos
exhortados a sujetarnos unos a otros a la vez.
Así pues, se afirma un principio
general de sujeción y servicio, y se cita al matrimonio como ilustrativo de
este principio. Como Hodge lo anotó: «El apóstol insta a la obediencia mutua
como deber cristiano, v. 21. Bajo esta cabeza trata de los deberes relativos de
esposos y esposas, padres e hijos, amos y criados»6. El hombre, a través
de los siglos, ha estado en revuelta contra esta necesidad de sujeción y
servicio, y ha soñado más bien con poder autónomo. El joven Luis XIV expresó su
placer con este concepto al duque de Gramont en 1661:
Luis: He estado leyendo un libro
que me ha deleitado.
Gramont: ¿Cuál, señor?
Luis: Calcandille. Me agrada hallar allí poder arbitrario en manos de un
hombre, y todo es hecho por él o por órdenes suyas, y no le rinde cuentas de
sus actos a nadie, y todos sus súbditos sin excepción le obedecen ciegamente.
Tal poder ilimitado es lo más cercano al de Dios. ¿Qué piensas, Gramont?
Gramont: Me alegra que su
majestad esté leyendo, pero quisiera preguntarle, ¿ha leído Calcandille por entero?
Luis: No, solo el prefacio.
Gramont: Pues bien, lea su
majestad el libro entero, y cuando haya terminado, verá cuántos emperadores
turcos murieron en sus camas y cuántos llegaron a un fin violento. En Calcandille uno halla amplia prueba
de que un príncipe que puede hacer lo que se le antoje, nunca debe ser tan
necio de hacerlo.
Con el anarquismo, este sueño de
poder autónomo ha llegado a ser la esperanza de un número elevado de personas.
Este principio general de
sujeción y servicio se arraiga en mucho más que la interdependencia de los hombres;
más bien, se basa en una fe teocrática. Los hombres deben estar en sujeción
unos a otros, y en servicio mutuo (Ef 5: 22-29), no porque las necesidades de
la humanidad lo requieran sino por temor a Dios y en obediencia a su
palabra-ley. La interdependencia humana existe debido a que la dependencia
previa en Dios requiere la unidad de su creación bajo su ley.
Es más, debido a que el hombre no
es Dios, el hombre es un súbdito, súbdito primordial y esencialmente de Dios, y
de otros solo en el Señor. Cuando el hombre rechaza su sujeción a Dios y
proclama su autonomía, no gana independencia con eso. La sujeción de hombre a
hombre continúa en grupos paganos, marxistas, socialistas fabianos, anarquistas
y ateos, pero esta sujeción no es ajena a los límites de la ley de Dios.
La sujeción bíblica de hombre a
hombre, y de la esposa a su esposo, es en todo punto gobernada y limitada por
la sujeción previa y absoluta a Dios, de la cual todas las demás sujeciones son
aspectos. El señorío previo y absoluto de Dios limita y condiciona de esta
manera toda situación del hombre y no permite delitos sin transgresión.
Negar el principio bíblico de
sujeción es abrir la puerta al totalitarismo y a la tiranía, puesto que ningún
límite permanece entonces sobre el deseo del hombre de dominar y usar a su
semejante.
El principio bíblico de sujeción
condiciona toda relación personal por el requisito previo y jurisdicción
gobernante total de la ley de Dios, de modo que todas las relaciones personales
en la tierra están limitadas y las restringe la palabra-ley de Dios. Por eso,
el mandamiento bíblico de sumisión (Ef 5: 22) no coloca a las esposas en servidumbre
sino que más bien la sitúa en la libertad y seguridad de una relación personal
que Dios ordenó.
Sin la fe bíblica, el único
factor que sostiene al matrimonio es el frágil vínculo de los sentimientos. Mary Carolyn Davies, en
su poema: «Un matrimonio», escribió:
Tomaste mi nombre y tomaste mi
orgullo
No me dejaste gran cosa aparte,
Sino el sentimiento que asegura:
¡Cierto gozo al ser tuya!
¡Propiedad! Eso es lo que quería
decir.
¡Propiedad! ¡Y nos contentamos!
Ahora te has ido; y ¿qué puedo yo
ser excepto propiedad?.
Cuando el sentimiento es la base del matrimonio y no un principio
religioso, en última instancia el matrimonio se vuelve robo, y cada cónyuge
utiliza al otro y luego se va cuando no hay nada nuevo que ganar. De nuevo,
Mary Carolyn Davies capta la impersonalidad materialista de las relaciones
sexuales cuando están divorciadas de la moralidad bíblica:
«Ahí tienen a una mujer», Le
dicen a todos los hombres,
«Un poco embarrada por la vida; Un
poco estropeada por el amor,
Un poco estirada, un poco
manchada». Ah sí, son perdonadores.
A ti que hiciste el mal lo dicen,
pero de mí,
Como repollo en el mercado,
críticamente,
Dirán: «No está lo tierna que
debería estar».
Los sentimientos románticos, la
explotación mutua y la autocompasión llegan a ser la suerte de los que reducen
la relación entre hombre y mujer a una libertad anárquica fuera de la ley de
Dios.
El principio bíblico de sujeción
es jerárquico en que hay clases o niveles de autoridad, pero esto no quiere
decir que todos los niveles no sean responsables de manera directa y absoluta a
Dios en términos de su palabra-ley. Según San Pablo, «el marido es cabeza de la
mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es
su Salvador» (Ef 5: 23). Sobre este principio fundamental, San Pablo añade:
«Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo
estén a sus maridos en todo» (Ef 5: 24). El comentario del muy reverendo Alfred
Barry sobre estos versículos es
de interés aquí:
Cristo no solo la es la Cabeza,
sino «Salvador del Cuerpo», o sea, «de su cuerpo, la iglesia», y no solo le
enseña y gobierna, sino que por su unidad le infunde la nueva vida de la
justificación y santificación. Aquí ningún esposo puede ser como Él, y por
consiguiente, nadie puede decir que tiene la dependencia absoluta de fe que es
solo de Él por derecho.
La sumisión de la iglesia de
Cristo es una sujeción libre, que brota de la fe en la absoluta sabiduría,
bondad y amor indecible de Cristo. De aquí concluimos
(1)
que la subordinación de la esposa no es por compulsión y temor, como la de una
esclava, sino que surge de la libertad y la preserva; luego;
(2), que puede existir, o en cualquier caso perdurar, solo a condición
de sabiduría y amor superiores en el esposo; tercero;
(3), que en tanto que es como la subordinación más alta en clase, no
puede ser igualmente perfecta en grado; aunque es real «en todo», no puede ser
absoluta en nada. El antitipo es, como siempre, mayor que el tipo.
Este sesudo enunciado yerra el
punto del pasaje al basar la obediencia en el amor antes que en la ley. La
obediencia de la esposa no es condicional a la «sabiduría, bondad y amor superiores
del esposo»; no hay nada en la ley que indique esto. La interpretación de Barry
niega en efecto que la declaración de San Pablo sea la palabra-ley de Dios; más
bien es una descripción que hace de Barry de las relaciones maritales . Lenski
cae en el mismo error. Él comenta: «Esta es también una auto sujeción
voluntaria y no subyugación».
Por cierto, la sujeción de una
esposa a su esposo no es esclavitud, ni subyugación involuntaria. San Pablo no
está preocupado por los sentimientos, ni por la actitud voluntaria de la
esposa; está enunciando la ley de Dios y estableciendo su significado. Hablar
de la ley sin citar el hecho de que es ley es por cierto exégesis extraña.
Requiere una ceguera curiosa.
Lo que San Pablo quiere decir es
que todo el universo es de sumisión a la autoridad, y que el cumplimiento de
cada aspecto es el desempeño de sus deberes en términos de esa sumisión. Es la
posición y realización de la esposa estar en sumisión a su esposo en toda
autoridad debida. Así como Cristo es cabeza de la iglesia y salvador de su
cuerpo, la iglesia, la autoridad del esposo se debe ejercer a favor de la salud
y fortalecimiento de su esposa y familia. Así como la iglesia debe someterse a
Cristo, la esposa debe someterse a su esposo «en todo» (Ef 5: 24).
Hodge comentó sobre esta frase:
Así como el versículo 22 enseña
la naturaleza de la sujeción de la esposa a su esposo, y el versículo 23 es su
base, este versículo 24 enseña su extensión.
Ella debe estar sujeta… en todo. Es decir, la sujeción no
está limitada a una sola esfera o segmento de la vida social, sino que se
extiende a todas. La esposa no está sujeta en algunas cosas, y es independiente
en otras, sino que está sujeta en todo. Esto, por supuesto, no quiere decir que
la autoridad del esposo es ilimitada. Enseña su extensión, no su grado.
Se extiende a todos los segmentos,
pero es limitada en todos; primero, por la naturaleza de la relación; y en
segundo lugar, por la autoridad más alta de Dios. Ningún superior nuestro sea amo,
padre, esposo o magistrado puede hacer que sea obligatorio para nosotros hacer
lo que Dios prohíbe, o que no hagamos lo que Dios ordena. Así que siempre y
cuando nuestra lealtad a Dios se preserve, y la obediencia al hombre se haga
parte de nuestra obediencia a Dios, retenemos nuestra libertad y nuestra
integridad.
En un mundo sin sumisión a la ley
y a las autoridades bajo la ley, muy rápidamente solo la fuerza anárquica
prevalecerá, y por cierto nada puede ser más destructivo para el bienestar de
una mujer o de un hombre. El mundo de la ley de Dios y las autoridades
ordenadas por Dios es la verdadera libertad del hombre.
Es solo cuando establecemos primero la primacía de esta ley y
autoridad que podemos, con Barry y Lenski, hablar de esa sumisión voluntaria a
la ley y autoridad como la felicidad y realización del hombre. Aquí el asunto
lo dice mejor Ingram, que empieza con la ley y ve el asentimiento como
asentimiento a la ley:
El testimonio público al
consentimiento mutuo y los votos matrimoniales: estas son las cosas que hacen
un matrimonio.
La integridad de todo el
argumento moral de los Diez Mandamientos empieza a destacarse incluso más
claramente en esto. El misterio de hacer y cumplir un voto de lealtad, una
promesa, a Dios, a un cónyuge, y el tomar el nombre de Dios en un juramento
solemne, son las cosas sobre las cuales está edificada la ley moral. Estos son
los cimientos de la sociedad. Éstas son las cosas que se mantienen viva y en
fuerza al inflingir penas por romperlas.
Las promesas, votos, juramentos,
lealtades se desvanecen si se rompen con impunidad. La sociedad sigue
cumpliendo promesas y castigando las violaciones.
El crédito es una extensión del
principio en el mundo de los negocios.
EL CONTRATO SE ESTABLECE CON UNA
PALABRA DADA, Y NO ES MEJOR QUE ESA PALABRA.
El vínculo de lealtad o el efecto
de una promesa está en lo que pudiéramos llamar el mundo del espíritu; no tiene
forma, ni peso, ni tamaño; no se puede tocar, ni ver ni oír. Pero controla la
vida humana.
Lo que un adúltero en realidad
hace es romper un voto solemne. Con su acción pisotea el matrimonio mismo, se
burla de Dios y de la sociedad, y en sentido figurado arroja esa promesa al
recipiente de basura, despojada ya de todo su valor.
Dios condiciona ciertas promesas
y amenazas al hombre y a la sociedad al cumplimiento o violación de su
palabra-ley. El desprecio calculado del hombre de esa palabra-ley es una
declaración implícita o explícita de que el hombre remplaza la autoridad de
DIOS CON LA PROPIA, Y QUE ESA SUMISIÓN
MORAL SE NIEGA EN FAVOR DE LA AUTONOMÍA.
La alternativa a la sumisión es
la explotación, no la libertad, porque no hay verdadera libertad en la
anarquía. El propósito de la sumisión no es degradar a las mujeres en el
matrimonio, ni degradar a los hombres en la sociedad, sino llevarlos a mayor
prosperidad y paz bajo el orden de Dios. En un mundo de autoridad, la sumisión
de la esposa no es en aislamiento ni en un vacío.
Se establece en un contexto de
sumisión de parte de los hombres a la autoridad; en un mundo así, los hombres
enseñan los principios de autoridad a sus hijos e hijas y procuran inculcar en
ellos la responsabilidad de la autoridad y obediencia. En un mundo así, la
interdependencia y el servicio prevalecen.
En un mundo de anarquismo moral,
no hay ni sumisión a la autoridad ni servicio, que es una forma de sumisión. Un
esposo y padre que usa su autoridad y sus ingresos sabiamente para promover el
bienestar de toda la familia está sirviendo al bienestar de todos. Pero en un
mundo que niega la sumisión y la autoridad, todo hombre se sirve solo a sí
mismo y procura explotar a los demás.
Los hombres explotan a las
mujeres, y las mujeres explotan a los hombres. Si la mujer envejece, la
abandonan. Si el ingreso del hombre se reduce, lo abandonan si se presenta una mejor
oportunidad. El mundo del «jet set», y la arena del teatro, nos proveen de abundantes
ejemplos del hecho de que el mundo del anarquismo y la iniquidad, o sea, el
mundo fuera de la ley de Dios en lo que respecta a la sumisión, es un mundo de
explotación, en particular de explotación sexual.
Otro hecho significativo aparece
en la declaración de San Pablo en Efesios: aunque las Escrituras repetidas
veces dan por sentado y citan el amor como un aspecto de la relación de la
mujer a su esposo, aquí San Pablo no cita el amor con referencia a la esposa y
su reacción a su esposo. La primacía se
da a la sumisión de parte de la
esposa, y el amor de parte del
esposo.
El amor del esposo, sin embargo,
se define como servicio, y se
le compara con la obra redentora de Cristo por su iglesia (Ef 5: 22-29). Por
tanto, la evidencia de amor del esposo es su gobierno sabio amante de su
familia, en tanto que la esposa demuestra su amor en sumisión. En ambos casos,
la sumisión y la autoridad están dirigidas, no por los deseos de las partes que
participan, sino por la palabra-ley de Dios. En donde la sumisión y la
autoridad tienen sus premisas en la ley de Dios, esa sumisión y autoridad
interactúan.
El esposo se somete a Cristo y a
toda autoridad debida, y la esposa se somete a su esposo y por consiguiente
promueve su ejercicio de autoridad en todo ámbito y llega a ser la ayuda idónea
de su esposo en su autoridad y dominio. La esposa normalmente deriva su estatus
de su esposo, y socavarlo a él es socavarse ella misma. De modo similar, «también
los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos.
El que ama a su mujer, a sí mismo
se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y
la cuida, como también Cristo a la iglesia» (Ef 5: 28, 29). La base de tal
relación es la fe, y obediencia por fe a la palabra-ley de Dios.
La autoridad y la ley no son
esencialmente físicas sino primordialmente del espíritu; donde los hombres
reconocen la religión y la fe que establece la autoridad, allí se respetan las
manifestaciones físicas de la autoridad. Si se derrumban los cimientos religiosos
de la autoridad, esa autoridad enseguida se derrumba y desaparece. Por esto,
muy poca labor policial se necesita en India para mantener a los hindúes en una
dieta vegetariana, puesto que esa dieta la soporta la fe religiosa más
estricta, pero sería casi imposible imponerles hoy esa dieta a los
estadounidenses.
Cuando se niega la fe bíblica que
sostiene la vida de la familia occidental, también se altera la naturaleza de
la relación matrimonial. El relativismo humanista del hombre moderno disuelve
los lazos entre el hombre y la mujer en todo lo que tiene que ver con cualquier
ley y valor objetivos y los reduce a lazos puramente relativos y personales.
Ahora un lazo puramente personal es
impersonal en su opinión sobre
otras personas.
Un hombre cuyo juicio lo
gobiernan solo sus consideraciones personales, no considera las consideraciones
de los demás, excepto en la medida en que pueda usarlas para promover sus propios
fines. Como resultado, prevalece el externalismo.
Por eso, el grotesco humanista, Thomas More, abogaba en Utopía que los novios se deberían
desnudos antes de decidir casarse. Cuando Sir William Roper elogió este aspecto
de Utopía y pidió que se lo aplicaran
a las dos hijas de More, a quienes él estaba cortejando, More llevó a Roper al
dormitorio en donde las dos jóvenes dormían juntas, «de espaldas, con sus batas
de dormir subidas hasta sus axilas.
More retiró las frazadas, y las
muchachas por pudor se dieron la vuelta. Roper le dio una palmada a una en el
trasero, diciendo: “Ya he visto ambos lados; tú eres mía”». El hecho de que
Roper tuvo un matrimonio feliz no altera el hecho de que fue una falta de
respeto lo mismo del padre que del esposo. Si Roper y su esposa no hubieran
tenido un trasfondo de fe católico romano estricto, los resultados no hubieran
sido tan felices.
El externalismo del anarquista es
ajeno a la jerarquía de autoridad que es básica en el orden-ley de Dios. Esta
autoridad descansa en una doctrina de Dios, y, con respecto al matrimonio, un
aspecto central del significado de matrimonio es que es un tipo de Cristo y su
iglesia (Ef 5: 25-32). En Efesios 3: 14, 15 San Pablo habla de Dios como Padre
de todas las familias en el cielo y la tierra, o, más literalmente, el «Padre
de todas las paternidades» según Simpson:
Dios mismo es el arquetipo de la
paternidad, tenuemente esbozado por la paternidad humana. De su mano creativa
han procedido todos los seres racionales en toda su multiplicidad de aspectos y
modales y usos, divergentes o interrelacionados.
Al «Padre de los Espíritus» le
deben su existencia y las condiciones que los han estampado con impresiones
tanto individuales como colectivas, o un alcance y órbitas reales o potenciales.
La traducción de James Moffat [al
inglés] de este pasaje dice: «Por esta razón, entonces, me arrodillo ante el
Padre de quien toda familia en el cielo y la tierra deriva su nombre y
naturaleza». El nombre y naturaleza de
todas las relaciones terrenales se deriva del Dios trino, así que no hay ley,
ni sociedad, ni relación personal, ni justicia, ni estructura, ni diseño, ni
significado aparte de Dios, y todos estos aspectos y relaciones de la sociedad
son tipos de lo que existe en la Deidad. El infierno no tiene nada de esto,
sino existencia estricta, que en sí misma es creación de Dios. Negar a Dios es
en última instancia negarlo todo, puesto que todas las cosas vienen de Dios y
testifican de Él.
Según Simpson, la tipología del
matrimonio y su relación a Cristo y la iglesia tiene cuatro implicaciones.
Primero, establece el hecho del dominio, que es básico al propósito
de Dios y su reino.
Segundo, tiene referencia a devoción o sacrificio propio.
Tercero, es en términos de un diseño, un propósito y destinos
soberanos.
Cuarto, declara la derivación.
El «una carne» que menciona San
Pablo no quiere decir, como Hodge señaló, una «identidad de sustancia, sino
comunidad de vida». Tal como el infierno es la pérdida final y total de toda
sociedad, el verdadero matrimonio, como todo aspecto de la vida santa, es una
realización de una fase de la vida en sociedad bajo Dios. San Pablo, al citar
Génesis 2:24 en Efesios 5: 31 dice con claridad que le ha dicho a la iglesia de
Éfeso lo que fue declarado desde el principio.
El «misterio grande» del que
Pablo habla en Efesios 5:32 es, según Calvino, «el que Cristo le instila a la
iglesia su propia vida y poder». En donde la vida y poder se reciben fielmente,
y cada autoridad, que recibe directamente la gracia de Dios y también a través
de las autoridades debidas, desempeña sus deberes de sumisión y autoridad fielmente,
el reino de Dios florece y abunda.
Con respecto a la salvación y providencia de
Dios, Cristo es el único mediador
entre Dios y el hombre. Pero la gracia de Dios se mueve, no solo
directamente de Dios al hombre por medio de Cristo, sino también por medio del hombre al hombre conforme
ellos desempeñan sus deberes bajo Dios. ¿Qué miembro del pacto con padres
santos puede negar que sus padres, por sus oraciones, su disciplina, su amor y
sus enseñanzas no les revelan la gracia y el orden-ley de Dios?
El hecho de que su salvación sea
por entero obra de Dios no altera la realidad de los instrumentos del pacto. El
que estos instrumentos del pacto son instrumentos
en las manos de Dios se debe reconocer con claridad, y negarles incluso
ese estatus es negar el orden de Dios. Los pastores, padres, maestros,
autoridades civiles, y todos los demás, conforme desempeñan fielmente sus
deberes bajo Dios, median de hombre a hombre el orden, la justicia, la ley, la
gracia, la palabra y el propósito de Dios.
Claramente y sin duda, «hay un
solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª Ti
2: 5).
El protestantismo ha sostenido
correctamente la exclusividad de esa mediación, pero, se debe añadir, ha hecho
daño al negar a menudo que haya una mediación entre los hombres. Un estado
santo, que aplica el orden-ley de Dios fielmente y con cuidado, claramente
media la justicia de Dios a los malhechores y su cuidado por los suyos. Es por
esto que las Escrituras se refieren a las autoridades a quienes se da la
palabra de Dios, o sea, que son establecidas como autoridades por la palabra de
Dios, como «dioses», porque establecen o median un aspecto del orden de Dios
(Jn 10: 24, 35). La alternativa a la mediación es el anarquismo, y tampoco servirá
travesear con la palabra «mediación» hasta que se alteren los diccionarios.
Todo aspecto legítimo de
administración es mediación, en la que el orden-ley de Cristo es mediado por la
iglesia, el estado, la escuela, la familia, la profesión y la sociedad.
Administrar es mediar, porque un administrador no aplica su propia regla sino
una más alta a la situación que está bajo su autoridad. Esto implica una jerarquía
de autoridades, y la regla o estándar más alto de todas las jerarquías en cuanto
a los hombres es la Biblia, la palabra escrita de Dios.
El Nuevo Testamento testifica en
abundancia que Cristo mismo confirmó en su encarnación la necesidad de sumisión
y la validez de la autoridad por su propio ejemplo. A este hecho también una Compilación de la Misa de la Fiesta de la
Sagrada Familia da
testimonio hermoso:
Oh Señor Jesucristo, que, estando
sujeto a María y a José, santificaste la vida del hogar con virtudes indecibles:
concédenos, que, por la ayuda de ambos, podamos ser enseñados por el ejemplo de
tu Sagrada Familia, y alcanzar la comunión eterna con ella; que vives y reinas
con Dios Padre en unidad con el Espíritu Santo, Dios, mundo sin fin. Amén.