15. EL DESCUBRIMIENTO DE LAS FUENTES

INTRODUCCIÓN

Una mojigatería impía impide que la iglesia actual considere muchas leyes. Un ejemplo importante de esto es la ley respecto a las relaciones sexuales con una mujer menstruosa, o con una mujer que no se ha recuperado por completo del parto.
Si se tienen relaciones sexuales con una mujer menstruosa sin saberlo, es solo una impureza ritual, que requiere purificación pero no lleva pena moral (Lv 15:24). Por otro lado, el acto deliberado es una transgresión seria:
Y no llegarás a la mujer para descubrir su desnudez mientras esté en su impureza menstrual (Lv 18:19).
Cualquiera que durmiere con mujer menstruosa, y descubriere su desnudez, su fuente descubrió, y ella descubrió la fuente de su sangre; ambos serán cortados de entre su pueblo (Lv 20: 18).
El «serán cortados de entre su pueblo» algunos lo leen como pena de muerte, pero la mayoría como excomunión. Claro, estamos tratando con una transgresión seria y significativa. Es una transgresión que conduce a «una tierra enferma» y a una «naturaleza revuelta». Esto no es solo una transgresión contra Dios, sino una de las transgresiones que lleva a la tierra misma a vomitar a un pueblo (Lv 20: 22).
La transgresión de haber «descubierto la fuente de su sangre» quiere decir que el hombre «ha expuesto la fuente vital de la mujer». Tanto el hombre como la mujer son culpables por igual.
La referencia de Ezequiel al mismo pecado arroja más luz en este asunto:
Y el hombre que fuere justo, e hiciere según el derecho y la justicia; que no comiere sobre los montes, ni alzare sus ojos a los ídolos de la casa de Israel, ni violare la mujer de su prójimo, ni se llegare a la mujer menstruosa, ni oprimiere a ninguno; que al deudor devolviere su prenda, que no cometiere robo, y que diere de su pan al hambriento y cubriere al desnudo con vestido, que no prestare a interés ni tomare usura; que de la maldad retrajere su mano, e hiciere juicio verdadero entre hombre y hombre, en mis ordenanzas caminare, y guardare mis decretos para hacer rectamente, éste es justo; éste vivirá, dice Jehová el Señor (Ez 18: 5-9).
Dos cosas aparecen de estos pasajes. Primero, la relación sexual con una mujer menstruosa (o una mujer antes de que se recupere del parto) Levítico y Ezequiel la clasifican como actos serios, agresivos. Segundo, este acto se menciona prominentemente entre los que contaminan la tierra.
El comentario de Elliso aquí va muy bien al punto:
La verdad es que el concepto popular moderno del individuo se deriva del pensamiento griego antes que de la Biblia, y se puede incluso considerar como antibíblico. Tendemos a pensar que nuestros cuerpos nos dan individualidad y nos separan uno del otro. En el Antiguo Testamento es nuestra carne una palabra que se refiere al cuerpo casi ni existe en el hebreo que nos liga con nuestros semejantes; es nuestra responsabilidad personal ante Dios que nos da nuestra individualidad.
Puesto que el hombre (Adán) está ligado a la tierra (adama) de la cual ha sido tomado, y por ella a todos los que viven de la misma tierra, no puede evitar afectarla con sus acciones. La conducta abominable hace «que la tierra peque» (Dt 24: 4; Jer 3: 1, 9). Por eso la sequía, pestilencia, terremotos, etc. son en el Antiguo Testamento el castigo por entero natural de la perversidad (Sal 107: 33.). Si un hombre mora en una tierra contaminada, no puede evitar el tener parte de esa contaminación.
El terror principal del cautiverio no era que la tierra estuviera fuera del control de Jehová noción que probablemente muy pocos sostenían sino más bien de que ya era tierra inmunda (Am 7: 17)
Para volver a los detalles de la ley, primero, se exigían siete días de abstinencia de relaciones sexuales durante el tiempo de la menstruación (Lv 15: 19), o, si había alguna dolencia asociada con la menstruación, todo el tiempo que durara el flujo (Lv 15: 25). Segundo, el período de abstinencia después del nacimiento de un hijo era cuarenta días (Lv 12: 2-4), y ochenta días después del nacimiento de una hija (Lv 12: 5).
Hemos citado dos características de este pecado, o sea, que es un acto agresivo, y que contamina la tierra. Un tercer aspecto lo cita Ezequiel 22:10, su perversidad.
Ezequiel lo asoció con relaciones sexuales con una madrastra, y dijo que es humillación de las mujeres. La experiencia pastoral del escritor confirma abundantemente el elemento de perversidad en este acto. Es un deleite para los perversos si el acto es ofensivo moral o estéticamente para su esposa, y, de manera similar, algunas mujeres se interesan si es ofensivo moral o estéticamente para su esposo.

ES UN ACTO ATRACTIVO SOLO PARA LOS QUE QUIEREN PECAR CONTRA LA OTRA PERSONA, Y CONTRA DIOS.

Para volver a Levítico 20: 19, el pecado del hombre se describe de este modo: «su fuente descubrió». El pecado de la mujer se describe de manera similar: «descubrió la fuente de su sangre». El término fuente es importante aquí. En el sentido natural, literal, es una fuente natural de agua viva, y es la misma palabra para «ojo» en hebreo. La palabra también se usó simbólicamente en las Escrituras para referirse a Dios (Sal 39: 9; Jer 17: 13) como fuente de gracia (Sal 87:7). Hay una serie de tales referencias a Dios y a Cristo. Pero fuente también se usó con referencia a Israel como padre de un gran pueblo (Dt 33: 28); se usó para una esposa buena (Pr 5:18) y para la sabiduría espiritual (Pr 16: 22; 18: 4). Su uso en Levítico 20:19 obviamente combina de manera gráfica un significado literal y simbólico.
Para entender este significado debemos recordar que un manantial es una fuente, un lugar en la tierra de donde brota agua. Hay una analogía obvia a la ovulación de la mujer. Igualmente obvio es el hecho de que hay un sentido simbólico en el término aquí que es básico a la severidad del castigo.
El significado se puede entender enunciando el asunto legalmente: se prohíbe al hombre descubrir la fuente de una mujer, y se prohíbe a la mujer que descubra su fuente. Esta ley coloca así a la mujer fuera del uso del hombre por intervalos regulares de tiempo; de manera similar, la mujer no tiene derecho de entregarse a un hombre sin límites o sin reservas.
El hombre es criatura de Dios, y Dios es la fuente suprema de la vida. El hombre no puede transgredir nada, porque todo aspecto de la vida está ligado y cubierto por la ley de Dios y se debe descubrir o destapar en Él. El señorío del hombre está bajo Dios, y el hombre, por consiguiente, no puede ejercer un señorío ilimitado sobre nadie ni nada. En todas las cosas, pues, hay un dominio privado que el hombre no puede transgredir; el dominio público de las cosas y las personas es lo que cubre la ley de Dios.
Ningún hombre puede hacer de una mujer su criatura, ni tampoco una mujer puede hacerse a sí misma una criatura del hombre. Todo hombre y mujer tiene obligaciones de amor y servicio al cónyuge, a los padres e hijos, a los patronos, a los empleados y a sus prójimos que la ley de Dios impone, pero ninguna violación de la privacidad de otra persona. Nuestras fuentes están en Dios; solo.
Él tiene el derecho y poder total de conocernos sin restricciones, y jurisdicción sobre nosotros. Ningún hombre puede adjudicarse ese derecho sin atacar a Dios.
Aunque podamos amar mucho a una esposa, esposo, hijos, padres o amigos, no podemos tener sin reservas una relación personal total con ellos, ni transgredir su privacidad, ni abrir de par en par la nuestra.
De modo similar, el estado no tiene derecho al conocimiento total de sus ciudadanos, ni a intentar transgredir la privacidad de sus ciudadanos. Debe exigir su obediencia a la ley, pero no más.

NINGÚN HOMBRE NI ESTADO PUEDE ADJUDICARSE EL PODER DE HACER CON LAS PERSONAS COMO SE LE ANTOJE.

Pero es una característica del hombre malo usar al hombre en términos de su propio albedrío antes que según la ley de Dios. La Guerra de los Treinta Años vio la destrucción implacable y total de ciudades, pueblos y haciendas por ambas partes. Grabados del período nos muestran los horrores de la guerra: soldados castrando a agricultores, colgándolos cabeza abajo sobre fogatas, y haciendo fila para violar a la esposa del agricultor.
No hubo restricción a las imaginaciones y acciones perversas de los hombres. La gran iniquidad del reinado de Luis XIV fue su tratamiento de los hugonotes. Haberlos hecho matar por su fe por lo menos los hubiera honrado, pero la política más bien fue alojar tropas de soldados de la clase más baja con las familias de los hugonotes para violar a las mujeres.
Napoleón mostró mejor sentido, y un relato contemporáneo, el del Marqués de Bonneval, lo informó:
El mayor cirujano Mounton de la Guardia recibió alojamiento de la princesa de Lichtenstein.
Mounton, cuyo vocabulario de soldado a menudo estaba lejos del selecto, escribió a la princesa una carta quejándose de los arreglos para dormir, y eso en términos que eran en realidad insolentes e indecentes.
Esta carta cayó en manos del príncipe de Neuchatel, que se la llevó al Emperador. ¡La cólera de Napoleón no tuvo límites! Ordenó al príncipe de Neuchatel que trajera al culpable a la revista del día siguiente, entre cuatro gendarmes.
Entonces Napoleón se presentó en persona en el porche, con un papel en la mano. Pero en lugar de bajar cuatro escalones a la vez, como lo hacía por lo general, avanzó deliberadamente, seguido por todo su brillante personal, y todavía con el terrible papel en la mano.
Con todo, con paso mesurado, se acercó al culpable, y se lo metió en las narices:
¿Fuiste tú el que firmó esta inmundicia? El miserable dejó caer la cabeza a modo de asentimiento. Entonces Napoleón, en tono que retumbaba exclamó:
Entiendan esto, caballeros, uno mata a los hombres, pero nunca los avergüenza. ¡Fusílenlo!
El escarmiento había sido dado, y el general Dorsenne no hizo fusilar al desdichado médico.

Si las Escrituras no le dan el poder de usar a una persona aparte de la ley a un esposo o esposa, cuya relación es de amor, cuanto mucho menos permite a otro transgredir lo que es dominio privado de Dios en la vida del hombre. Si un esposo no puede «usar» a su esposa aparte de la ley, ni una esposa entregarse aparte de la ley, ningún otro hombre ni agencia puede transgredir las fuentes de la vida sin contaminar la misma tierra e incurrir en el castigo.