3. EL MATRIMONIO Y LA MUJER

INTRODUCCIÓN

La definición de mujer que Dios da al crear a Eva y al establecer el primer matrimonio es «ayuda idónea» (Gn 2: 18). Esto es literalmente «comprometida con él», o «su contraparte». R. Payne Smith señaló que el hebreo es literalmente: «una ayuda como su imagen frontal reflejada». La implicación es la de una imagen en un espejo, punto que hace San Pablo en 1ª Corintios 11: 1-16; el hombre fue creado a imagen de Dios, y la mujer a la imagen reflejada de Dios en el hombre. En este pasaje, como Hodge observó, se afirma el principio «de que el orden y la subordinación prevalecen en todo el universo, y es esencial a su ser».
La cabeza cubierta es una señal de estar bajo la autoridad de otra persona; de aquí que el hombre, que está directamente bajo Cristo, adora con la cabeza descubierta, y la mujer con cabeza cubierta. El hombre, por consiguiente, que adora con cabeza cubierta se deshonra a sí mismo (1ª Co 11: 1-4).
La mujer que no se cubre podría igualmente haberse rapado o rasurado el cabello, porque es igual de vergonzoso para ella estar sin cubrirse como si se hubiera rapado (1ª Co 11:5-7). Como León Morris observó con referencia a los vv. 8, 9, «ni en su origen, ni en el propósito para el cual fue creada puede la mujer reclamar prioridad, y ni siquiera igualdad».
En consecuencia, San Pablo continuó: «Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles» (1ª Co 11: 10). La Versión Latinoamérica tradujo «señal de autoridad» como «el signo de su dependencia», siguiendo
con ello la opinión popular antes que el texto griego. «Señal de autoridad» significa más bien, como Morris y otros han señalado, «señal de su autoridad». Debido a que los ángeles son testigos, se debe traducir como testigo santo. Para muchos, parece haber aquí una seria contradicción: Primero, San Pablo insiste en la subordinación, y luego;
Segundo, habla de lo que parece ser una señal de subordinación como señal de autoridad.
Esto que parece contradicción surge del concepto anárquico de autoridad que está tan embebido en la naturaleza pecadora del hombre. Toda verdadera autoridad está bajo autoridad, puesto que solo Dios trasciende todas las cosas y es la fuente de todo poder y autoridad. Un coronel tiene autoridad debido a que está bajo un general, y su propia autoridad crece conforme el poder, el prestigio y la autoridad de los que están sobre él crecen, y su unidad con ellos en mente y propósito se asegura.
Así también con la mujer; su subordinación es también su símbolo de autoridad. Muy frecuentemente, en varias sociedades, a las prostitutas se les ha prohibido que se vistan como esposas e hijas, porque hacerlo así sería decir que tienen la autoridad, la protección y el poder que han abdicado. Por eso, en Asiria a la prostituta soltera que se cubría la cabeza la castigaban severamente por su osadía. Leyes similares existían en Roma.
En la zona fronteriza estadounidense, la mujer que era esposa e hija llevaba una autoridad obvia y normalmente recababa el respeto y protección de todos los hombres.
Los hombres y las mujeres, declaró San Pablo (1ª Co 11: 11), son «mutuamente dependientes. Los unos no pueden existir sin los otros». «El uno no está sin el otro, porque así como las mujeres fueron originalmente formadas del hombre, el hombre nace de mujer». Los concilios de la iglesia muy temprano censuraron el cabello largo en los hombres como marca de feminidad, así como los romanos antes de ellos. No hay evidencia que respalde el retrato usual de Cristo y los apóstoles como hombres con cabello largo; la evidencia de la época indica pelo muy corto.
Para una mujer, sin embargo, en todas las edades y países, el cabello largo se ha considerado como un adorno. Le fue dado, dice Pablo, como una
cubierta, o como velo natural; es una gloria para ella porque es un velo. El velo mismo, por consiguiente, debe ser atractivo y decoroso en una mujer.
Es con base bíblica, pues, que se habla del cabello de una mujer como su «gloria coronadora», y su deleite en llevarlo como corona atractiva es dado por Dios cuando se hace dentro de los límites, aunque el tiempo que algunas dedican a ello ciertamente no es así.
La doctrina bíblica de la mujer, entonces, la revela como coronada de autoridad en su «sujeción» o subordinación, y claramente ayudante del rango más cercano posible al vice-regente que puso Dios sobre la creación. Esta no es responsabilidad pequeña, ni tampoco es un cuadro de una Griselda paciente.
Los teólogos han señalado con demasiada frecuencia a Eva como la que condujo a Adán al pecado, pero se olvidan de notar que la posición que le concedió Dios era tal que el consejo era su deber normal, aunque en este caso fue claramente un consejo perverso. Los hombres como pecadores a menudo sueñan con una Griselda paciente que nunca hable a menos que se le dirija la palabra, pero ninguna otra esposa les agradaría menos o los aburriría más.
Martín Lutero, que amaba profundamente a su Catalina, en cierta ocasión dijo: «Si tuviera que casarme de nuevo, tallaría una esposa mansa de piedra; porque dudo que de alguna otra clase sería mansa». Su biógrafa, Edith Simon, propiamente pregunta: «¿Cómo le habría ido a él con una esposa mansa?». Claro, la respuesta es que no muy bien.
Es una ilusión común que en el pasado primitivo y evolucionista del hombre las mujeres eran las esclavas más bajas, usadas a voluntad por brutos primitivos.
No solo que esto es un mito evolucionista sin fundamento, sino que en toda sociedad conocida la posición de las mujeres, medida en términos de los hombres y la sociedad, ha sido notable. La idea de que las mujeres alguna vez se conformaron con ser meras esclavas es en sí misma una noción absurda. Las mujeres han sido mujeres en toda época. En un estudio de una sociedad extremadamente subdesarrollada, los nativos de Australia, Phyllis Kaberry ha mostrado que la importancia y estatus de la mujer es considerable.
Pocas cosas han deprimido más a las mujeres que el Siglo de las Luces, que convirtió a la mujer en un adorno y una criatura impotente. A excepción de la clase más baja, en donde el trabajo era obligatorio, la mujer «privilegiada» era una persona de adorno inútil, casi sin derechos. Esto no había sido así anteriormente.
En la Inglaterra del siglo XVII las mujeres a menudo se dedicaban a negocios, eran gerentes altamente competentes, y participaban en los negocios como corredoras de seguros, fabricantes y cosas parecidas.
Hasta el siglo XVIII por lo general las mujeres figuraban en negocios como socias con sus esposos, y no en capacidades inferiores. A menudo se hacían cargo por completo durante las prolongadas ausencias de sus cónyuges. En algunos casos, en donde eran las más brillantes de la pareja, dirigían la función.
Una «revolución» legal dio lugar al estatus disminuido de las mujeres; «la noción demasiado extendida de que las mujeres surgieron de repente en el siglo XIX de una larga noche histórica o a una llanura iluminada por el sol es completamente errada». Un conocimiento de la historia temprana de los Estados Unidos de América deja en claro las altas responsabilidades de la mujer; los navegantes de Nueva Inglaterra podían irse en viaje de dos o tres años sabiendo que todos los negocios en casa lo dirigirían muy hábilmente sus esposas.
La Edad de la Razón vio al hombre como razón encarnada, y la mujer como emoción y voluntad, y por consiguiente inferior. La tesis de la Edad de la Razón ha sido que el gobierno de todas las cosas se debe entregar a la razón. La Edad de la Razón se opuso a la Edad de la Fe en forma acomplejada. Se consideró la religión como cosa de mujeres, y, mientras más se extendía el Siglo de las Luces, más la vida de la iglesia llegó a ser dominio de las mujeres y los niños.
Mientras más pronunciado, por consiguiente, era el triunfo de la Edad de la Razón en cualquier cultura, más reducido llegó a ser el papel de las mujeres. Tal como a la religión se llegó a considerar como un adorno inútil pero a veces encantador, así también se consideró a las mujeres.
Estas ideas entraron a los Estados Unidos de América por la influencia de Sir William Blackstone sobre la ley, que a su vez fue influido por el juez de la Corte Suprema de Inglaterra, Edward Coke, un oportunista calculador. Como resultado, los libros de leyes en la primera mitad del siglo XIX mostraban a la mujer en un papel disminuido.
Tres ejemplos de esto son reveladores: Introduction to American Law [Introducción a la ley estadounidense] de Walker: La teoría legal es que el matrimonio hace del esposo y la esposa una persona, y esa persona es el esposo. Hay escasamente algún acto legal de cualquier descripción que ella sea competente para desempeñar.
En Ohio, pero casi en ninguna otra parte, a ella se le permite redactar su testamento, si resultara que ella tuviera algo de que disponer.
Law of Husband and Wife [Ley de esposo y esposa] de Roper: Por lo general no se sabe que cuando una mujer acepta una proposición de matrimonio, todo lo que tiene, o espera tener, se vuelve en la práctica propiedad del hombre que ha aceptado como esposo; y ningún obsequio o escritura ejecutada por ella entre el período de aceptación y el matrimonio se considera válido; porque si a ella se le permitiera regalar o de otra manera disponer de su propiedad, él tal vez se desilusione de la riqueza que esperaba al hacer la proposición.
Wharton’s Laws [Leyes de Wharton]: La esposa es solo la sierva de su esposo.
Hay una cláusula extremadamente significativa en la afirmación de Roper:
«Por lo general no se sabe». Las implicaciones plenas de la revolución legal no se conocían por lo general. Por desgracia, llegaron a contar con el respaldo general de los hombres. Incluso peor, las iglesias respaldaron de manera muy común esta revolución legal con una lectura unilateral y tergiversada de las Escrituras. La actitud de los hombres por lo general era que a las mujeres les iba mejor si se les dejaba en un pedestal de inutilidad.
En una conferencia de derechos de las mujeres una conferencista respondió a esas afirmaciones, Sojouner Truth, mujer de alta estatura, de color, prominente en círculos antiesclavistas y ella misma ex esclava en el estado de Nueva York. Tenía 82 años, y la espalda llena de cicatrices de los latigazos, no sabía ni leer ni escribir, pero tenía «inteligencia y sentido común». Ella respondió poderosa y directamente a los promotores del pedestal, hablando a los hombres que la rechiflaban en el público:

PUES BIEN, HIJOS, CUANDO HAY TANTA ALHARACA ALGO DEBE ANDAR PATAS ARRIBA.

Pienso que entre las negras del Sur y las mujeres del Norte, todas hablando de derechos, los hombres deben verse en aprietos muy pronto. Pero, ¿de qué es de lo que se habla aquí?
Que los hombres de allá dicen que a las mujeres hay que ayudarlas a subirse a los carruajes, y cargarlas por sobre las zanjas, y que deben tener los mejores lugares en todas partes. Nadie jamás me ayudó a subirme a carretas, ni sobre charcos de lodo, ¡ni jamás me da a mí el mejor lugar! ¿No soy una mujer? ¡Mírenme! ¡Miren mi brazo!
Yo he arado y he sembrado, y he recogido en graneros, y ¡ningún hombre puede ganarme! ¿No soy una mujer? Podía trabajar tanto y comer tanto como un hombre cuando podía conseguirlo ¡y aguantar el látigo también!
¿Y no soy una mujer? He tenido trece hijos, y he visto a casi todos ellos vendidos como esclavos, y cuando lloré con el duelo de mi madre, ¡nadie excepto Jesús me oyó! ¿Y no soy una mujer?
Luego ese hombrecito de negro allí, dice que las mujeres no pueden tener iguales derechos que los hombres, ¡porque Cristo no fue una mujer! ¿De dónde vino tu Cristo?
¿De dónde vino tu Cristo? ¡De Dios y una mujer! El hombre no tuvo nada que ver con Él.
Benditos sean por haberme oído, y ahora la vieja Sojourner no tiene más que decir.
La tragedia del movimiento de derechos de la mujer fue que, aunque había serios males que corregir, aumentó el problema, y aquí la resistencia del hombre fue responsable en gran medida. En lugar de restaurar a las mujeres a su lugar legítimo de autoridad al lado del hombre, los derechos de las mujeres se convirtieron en feminismo; puso a las mujeres en competencia con los hombres.
Llevó a la masculinización de las mujeres y la feminización de los hombres, para desdicha de ambos. Sin que sea sorpresa, en marzo de 1969, el modisto de París Pierre Cardin dio un paso lógico en la colección de vestidos para hombres: «El primer traje mostraba una bata sin mangas diseñada para ponérsela sobre botas altas de vinilo.
En otras palabras, un vestido».
Así que la Edad de la Razón trajo una supremacía irracional para los hombres y ha conducido a una guerra de los sexos. Como resultado, las leyes de hoy funcionan, no para establecer orden santo, sino para favorecer a un sexo u otro. Las leyes de Texas reflejan la antigua discriminación contra las mujeres; las leyes de algunos estados (tales como California) muestran discriminación a favor de las mujeres.

PARA VOLVER A LA DOCTRINA BÍBLICA, LA ESPOSA ES LA AYUDA IDÓNEA DE SU ESPOSO.

Puesto que Eva fue creada de Adán, y es la imagen de Dios reflejada en Adán, ella era de Adán y una imagen de Adán por igual, su «contraparte». El significado de esto es que una verdadera ayuda idónea es la contraparte del hombre, que se necesita una similitud cultural, racial y especialmente religiosa a fin de que la mujer pueda en verdad reflejar al hombre y ser su imagen.
Un hombre que es cristiano y hombre de negocios no puede hallar una ayudante en una mujer budista que cree que la nada es lo supremo y que la forma de vida de su esposo es una forma inferior.
Los matrimonios entre culturas cruzadas son, de este modo, normalmente un fracaso. En donde en efecto hallamos esos matrimonios, demuestran a menudo bajo examen que son la unión de dos personas de ideología humanista cuyos trasfondos varían pero cuya fe los une. Incluso entonces, tales matrimonios tienen una mortalidad alta. Un hombre puede identificar carácter dentro de su cultura, pero no puede hacer más que identificar el carácter general de otra cultura.
Así, el alemán criado en una atmósfera luterana puede discernir la sutil diferencia entre las mujeres en su sociedad, pero si se casa con una musulmana ve en ella las formas generales de la conducta femenina musulmana antes que los finos matices de carácter, hasta que es demasiado tarde para retirarse con facilidad.
La doctrina bíblica nos muestra a la mujer como administradora competente que puede dirigir todos los asuntos de negocios si fuera necesario, de modo que su esposo pueda asumir un cargo público como magistrado civil; en las palabras de Proverbios 31: 23, él puede sentarse «en las puertas», es decir, presidir como gobernante o juez.
Examinemos las mujeres de Proverbios 31: 10-31, cuya «estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas». Varias cosas se ven claramente en evidencia:
1. Su esposo puede confiar en la integridad y competencia moral, comercial y religiosa de ella (vv. 11, 12, 29-31).
2. Ella no solo administra de manera competente su casa, sino que también administra un negocio con destreza (vv. 13-19, 24-25). Ella puede comprar y vender cómo buena comerciante y administrar un viñedo como agricultora diestra.
3. Es buena con su familia, y buena con los pobres y necesitados (vv. 20-22).
4. Muy importante: «Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua» (v. 26). La mujer inútil de la Edad de la Razón, y la mujer inútil de sociedad o del jet set de hoy que es un ornamento y un lujo, pueden y en efecto hablan con liviandad, y de frivolidades, porque es frívola. En la mujer santa, sin embargo, «la ley de clemencia está en su lengua». Las personas, hombres y mujeres, que no son frívolos evitan la charla frívola, barata y maliciosa. La charla ociosa es el lujo de la irresponsabilidad.
5. Ella «no come el pan de balde» (v. 27); o sea, la mujer santa no es un mero lujo o decoración bonita. Más aun cuando se gana su sustento.
6. «Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba» (v. 28).
Obviamente, una mujer así es muy diferente de la muñeca preciosa de la Edad de la Razón, y la mujer masculinizada altamente competitiva del siglo veinte que tiene que demostrar que es tan buena como cualquier hombre, si acaso no mejor.
Una fe bíblica no considera a la mujer menos racional o menos inteligente que el hombre; su razón normalmente se orienta más a la práctica y a la persona en términos de su llamamiento como mujer, pero no es menos inteligente por eso.
El rey Lemuel añade otra nota en su descripción de la mujer virtuosa:
7. «La gracia y la belleza son engañosas, pero la mujer que respeta al Señor es digna de alabanza» (v. 30,).
No hay nada derogatorio de la belleza física en intención aquí, y, en otras partes de las Escrituras, especialmente en Cantar de los Cantares, se aprecia en alto grado. El punto aquí es que, en relación a las cualidades básicas de una ayuda idónea verdadera y capaz, la belleza es una virtud transitoria, y los comportamientos astutos, encantadores, son engañosos y no tienen valor en las relaciones funcionales del matrimonio.
Importante, de este modo, como es el papel de una mujer como madre, la Escrituras la presentan especialmente como esposa, o sea, una ayuda idónea. La referencia es, por consiguiente, no primordialmente a los hijos sino al reino de Dios y al llamamiento del hombre en Él. El hombre y su esposa juntos son llamados en el pacto a subyugar a la tierra y a ejercer dominio sobre ella.

HAY QUIENES SOSTIENEN QUE LA PROCREACIÓN ES EL PROPÓSITO CENTRAL DEL MATRIMONIO.

Por cierto que el mandato de «crecer y multiplicarse» es muy importante, pero el matrimonio no deja de existir si no tienen hijos. San Agustín erróneamente opinaba que 1ª Timoteo 5: 14 requería la procreación y definió a los hijos como el propósito básico del matrimonio, y muchos sostienen esa opinión. Pero San Pablo en realidad dijo que estaba requiriendo que las mujeres más jóvenes, y viudas, se casaran y tuvieran hijos en lugar de buscar una vocación religiosa (1ª Ti 5: 11-15); y esto es muy diferente a una definición del matrimonio como procreación.
Lutero por algún tiempo sostuvo la creencia de que el matrimonio servía para proveer para la procreación y para aliviar la concupiscencia. (Agustín había limitado las relaciones sexuales a «las necesidades de producción»). Edith Simon llama la atención al cambio en el pensamiento de Lutero sobre el tema:
Antes de que Lutero mismo abandonara el celibato, lo había condenado meramente como fuente de continua tentación y distracción para los que no estaban a la altura de la castidad perpetua, en otras palabras, su actitud entonces era todavía básicamente ortodoxa, considerando la castidad como el estado más alto.
De su propia experiencia en el matrimonio, sin embargo, esa actitud cambió dramáticamente a una más positiva. La castidad perpetua era mala. Solo en el matrimonio podían los seres humanos adquirir la salud espiritual que habían tratado de buscar en el claustro. Así que lo extraño fue que antes de que él mismo hubiera experimentado alguna vez alivio sexual, Lutero veía el matrimonio como primordialmente un asunto físico, y después vio sus beneficios como primordialmente espirituales, evidentemente no por deseo de comunión física.

Dios mismo definió la función básica de Eva como ayuda idónea; importante como es la maternidad, no puede tomar prioridad sobre la propia declaración de Dios.