1. EL SIGNIFICADO DE LA CATEGORÍA DE ANCIANO
Pocos cargos se han deteriorado
más radicalmente que el de anciano. Se ha oscurecido su propósito original, se
han perdido sus funciones y se ha alterado su propósito.
Para entender el significado del
oficio de anciano, es necesario recordar que el cargo no lo formó la iglesia,
sino que se tomó de las prácticas de Israel. Como Morris ha escrito:
Los primeros cristianos eran
todos judíos, y es una inferencia razonable que tomaron el oficio de anciano
del judaísmo, con el cual estaban familiarizados.
NOS BENEFICIARÁ, EN CONSECUENCIA, DAR
ALGUNA ATENCIÓN A LOS ANCIANOS JUDÍOS.
Estos hombres eran oficiales
responsables en la administración de la vida comunal judía. Tenían
responsabilidades en asuntos que llamaríamos civiles y en los eclesiásticos.
Quizá no hicieran una distinción rígida y rápida entre los dos, porque su ley
era la ley mosaica, que trata imparcialmente de ambas cosas. Todavía más, su
unidad de organización era la congregación de la sinagoga, y la sinagoga,
además de ser un lugar de adoración, era un lugar de instrucción, una escuela.
Los rabinos trataban con todo
tipo de temas. No se confinaban a lo que nosotros llamaríamos asuntos
religiosos, sino que establecían regulaciones para la conducta en los asuntos
civiles también.
Los ancianos eran elegidos por la
comunidad y tenían su cargo de por vida. Eran admitidos a sus funciones por un
rito solemne, que en tiempos del Nuevo Testamento fue aparentemente un acto de
entronización. La imposición de manos no parece haberse practicado en ese
tiempo, y quizá no hizo su aparición sino hasta la guerra de Bar Kochba o
después.
La función del anciano
evidentemente se centraba en la ley. Debían estudiarla, exponerla y tratar con
la gente que había delinquido contra ella.
Hay obvias similitudes entre este
cargo y el de los primeros ancianos cristianos. La importancia de esta
similitud resalta cuando reflexionamos que a la iglesia cristiana parece que se
le tuvo al principio como una rama del judaísmo. Parece que sus asambleas se
modelaron según el patrón de la sinagoga.
CUALESQUIERA DIEZ ADULTOS JUDÍOS
VARONES PODÍAN FORMAR UNA SINAGOGA.
Y es probable que las primeras
asambleas de cristianos se organizaran como sinagogas. Es más, a una se le
llama con este mismo nombre en Santiago 2: 2 y hay evidencia de que «las
congregaciones cristianas en Palestina por largo tiempo continuaron siendo
designadas por este nombre» (J. B. Lightfoot, Saint Paul’s Epistle to the Philippians, p. 192). Estas
supervisarían los asuntos de la nueva sociedad de la misma manera en que los
ancianos judíos supervisaban la sinagoga.
A fin de entender el trasfondo
hebreo del cargo, es importante reconocer su origen en la estructura familiar y
tribal de Israel. El anciano;
Primero, era lo que el nombre indicaba: un
hombre de edad en un cargo de autoridad.
El término anciano era
comparativo, así que podía referirse a un hombre que gobernaba sobre su casa.
Este cabeza de familia, o de un grupo de familias, supervisaba la disciplina y justicia
dentro de su familia, su educación, adoración y sostenimiento económico; también
tenía la responsabilidad de defenderlos contra sus enemigos.
Así que ley y orden eran
funciones básicas del anciano pero en un sentido mucho mayor que de policía:
era deber del anciano entrenar a quienes estaban a su cargo en la forma de
vida. La función del anciano era, pues, religiosa, civil, educativa y
vocacional.
TAMBIÉN APORTABA AL BIENESTAR DE SU
CASA.
Segundo, los ancianos formaban la base del
gobierno civil.
Puesto que los hombres que
gobernaban de una manera tan extensiva sus hogares estaban mejor capacitados
para gobernar, Moisés acudió a los ancianos, por mandato de Dios, para formar
un grupo de setenta para que gobernaran a Israel (Nm 11: 16).
Estos hombres gobernaron bajo
Moisés y lo ayudaron a instruir al pueblo en las implicaciones de la ley (Dt
27: 1). El gobierno local estaba en manos de los ancianos (Dt 19: 12; 21: 2;
22: 15; 25: 7; Jos 25: 4; Jue 8: 14; Rut 4: 2). A estos ancianos también se
hace referencia en los Evangelios (Mt 16:21; 26:47; Lc 7:3). En la época del
Nuevo Testamento algunos ancianos
gobernaban en el Sanedrín y eran expertos en la ley, y otros gobernaban en sus
localidades.
Tercero, los ancianos eran los que
dirigían las sinagogas, como Morris ha indicado.
Dentro de la sinagoga, el anciano
era el maestro, impositor y experto estudiante de la ley.
El hecho de que el anciano
gobernara en la iglesia, el Estado y la familia en la época del Antiguo
Testamento no hizo de este cargo una institución. El hecho de la unidad vino no
de la absorción de una institución en la otra, sino de su subordinación común a
la ley y su uso común de la misma.
El hecho de que la iglesia tomara
de Israel el cargo de anciano tiene que ver con su afirmación de que era el
nuevo y verdadero Israel de Dios. La iglesia era la verdadera sinagoga de Dios,
y el nuevo y verdadero Israel.
El propósito Del oficio era
producir una nueva sociedad, Del reino de Dios, instituir la nueva creación mediante
la disciplina de su Palabra y Ley.
El sello de aprobación de Dios
sobre la iglesia como nuevo Israel, y los ancianos como los nuevos oficiales
portadores de la ley de Dios, era la imposición de manos y la implícita unción
del Espíritu Santo (1ª Ti 4: 14).
El cargo de anciano tenía entre
sus requisitos la capacidad de enseñar y la capacidad de gobernar (1 Ti 3:2-5).
Es significativo que el vínculo con el origen del oficio permanece. El anciano
fue siempre en sus inicios un hombre que gobernaba un núcleo familiar; de aquí
que en Israel, un gobernante (y todos los gobernantes eran ancianos en un
sentido verdadero) tenía que ser un hombre casado, probado en autoridad y
gobierno. San Pablo reitera esta aptitud como algo ineludible:
«Pues el que no sabe gobernar su
propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?» (1ª Ti 3:5). El oficio de
anciano requiere una sociedad centrada en la familia.
El gobierno de la nueva sociedad
cristiana se complicó con el hecho de la persecución. Los cargos de diáconos y
viudas, establecidos para funcionar bajo los ancianos, tenían como función el
gobierno, el alivio de los necesitados, ministrar a los más jóvenes, la
educación, etc.
El anciano como maestro
funcionaba en la iglesia primitiva en una esfera tras otra, en la iglesia, en
la familia, en el aspecto de bienestar por delegación y supervisión, en
educación, y, porque se evitaban los tribunales civiles, como un gobierno
civil.
Precisamente porque los tribunales
romanos eran «injustos» (1ª Co 6:1), los ancianos servían como jueces para
juzgar las controversias entre cristianos (1ª Co 6:1-3). Si un miembro de la
iglesia rehusaba acatar una corrección (Mt 18: 15-17), entonces se le podía
tratar como «gentil y publicano» y llevarle, si fuera necesario, a un tribunal
civil.
Por lo general, los tribunales
impíos se debían evadir hasta el sacrificio (Mt 5: 40). No existe en el Antiguo
Testamento restricción en cuanto a acudir a los tribunales, porque estos
estaban en manos de los ancianos o reflejaban su influencia. Los tribunales
norteamericanos, a pesar de su corrupción, no han perdido su carácter cristiano
ni su legado de la ley bíblica.
Pablo en 1 Corintios 6:2 declara:
«¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?». Algunos, debido a la
referencia a ángeles en el versículo 3, refieren este juzgar al mundo venidero,
pero su verdadero significado es con referencia al tiempo y a la eternidad.
La palabra juzgar aquí tiene el
sentido del Antiguo Testamento de gobernar
o gerenciar. Gerenciar en efecto conlleva el significado de un gobierno continuo
por los santos sobre el reino de Dios, en el tiempo y la eternidad.
Una de las consecuencias de
existir en un mundo hostil fue que la iglesia tuvo que asumir la función de una
sociedad total para sus miembros. Los ancianos o presbíteros eran vitales para
esta función.
El cargo de anciano empezó con la
familia. Retuvo no solo el oficio sino
también el concepto de familia en
la nueva sociedad de Cristo. Todos los verdaderos creyentes eran miembros de la
familia de Cristo. Una congregación y una comunidad de creyentes, por tanto,
cuidaba de los suyos, porque «el que tiene bienes de este mundo y ve a su
hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de
Dios en él?» (1ª Jun. 3: 17).
La literatura de la iglesia
primitiva subraya esta posición. Al mismo tiempo, no había tolerancia para la
indolencia: «Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma» (2ª Ts 3:10). Todavía
más: «Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha
negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1ª Ti 5: 8).
La meta de los ancianos y su
enseñanza era formar una comunidad de creyentes responsables, responsables de
sí mismos y su casa y de los demás creyentes.
Pero eso no es todo. Debido a que
los santos fueron llamados a gerenciar
o gobernar el mundo, muy
rápidamente llegó a ser su propósito pasar a cargos de autoridad y poder. Las
cartas de San Pablo indican que se convirtieron romanos prominentes. Los saludos
incluyen a «los de la casa de César» (Fil 4:22). En la época puritana, la
presión de los santos en todo tipo de cargo en la iglesia, estado, escuela y
comercio fue de gran alcance.
Ley es equivalente a gobierno o
reino; es la expresión de un gobierno o reino y la aplicación de una soberanía
a su jurisdicción. Los ancianos, como representantes de una ley, la ley de
Dios, son llamados a aplicar la ley de Dios a toda esfera de la vida. Es deber
del hogar, escuela e iglesia cristianos entrenar ancianos que aplicarán la ley
de Dios a todo el mundo.
El anciano no está gobernado por
la iglesia como un funcionario subordinado enviado como agente imperial al
mundo. Más bien, el anciano gobierna en su esfera, así como la iglesia en su
ámbito, cada uno como agentes imperiales de Cristo el Rey. En algunos puntos,
el anciano está bajo la autoridad de la iglesia, y en otros puntos es
independiente de ella.
La iglesia llama y ordena a sus
ancianos, pero hay poca razón para limitar el cargo a la iglesia. Los
cristianos en la educación, gobierno civil, las ciencias, las leyes y otras
profesiones pueden constituirse como cuerpos cristianos y examinar y ordenar
hombres que promuevan la ley y el gobierno de Dios en su esfera.
La categoría de anciano es un
llamamiento de Dios, y la iglesia es una agencia en la cual se cumple el
llamamiento. Así era el cargo en Israel, y no hay evidencia de ningún cambio en
su naturaleza en el Nuevo Testamento. El hecho de que se retuviera el mismo
nombre del cargo, anciano, enfatiza
la continuidad.
En Apocalipsis, además,
encontramos a «veinticuatro ancianos», que simbolizan la plenitud de la iglesia
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La práctica judía de entronizar a
los ancianos también encuentra eco en que estos ancianos «echan sus coronas
delante del trono» (Ap 4: 10), indicando la suprema majestad de Dios.
Los ancianos estaban en tronos,
eco del llamamiento original a Adán a ser sacerdote, profeta y rey sobre la creación bajo Dios. La
restauración de ese gobierno de realeza bajo Cristo es la función del anciano,
y es un llamamiento en todo dominio de la vida.
El concepto de presbiterio o
ministerio lo revivió fuertemente Lutero con respecto a la universidad y a los
profesores. La cátedra de profesor fue la heredera de la silla del anciano de
la sinagoga, y había una entronización comparable.
Hasta hoy, a muchos profesores se
les coloca en una «cátedra» dotada sin que se den cuenta del significado de ese
término. Rosenstock-Huessy señaló que «las universidades representaban la vida
del Espíritu Santo en la nación alemana».
La obra del Espíritu Santo
mediante el oficio y ministerio del anciano se veía como manifestada a través
del profesor.
Sin embargo, no es sino cuando
todo llamamiento legítimo se ve como un aspecto de la ancianía potencial, y se
le coloca bajo el gobierno de la Ley y Palabra de Dios a través de presbíteros
o ancianos que sirven a Dios, que se cobra consciencia completa del significado
de la ancianía.
2. EL OFICIO DE ANCIANO EN LA IGLESIA
El pueblo de Dios —en la iglesia,
estado, familia, vocación y toda otra esfera tiene el deber continuo de
reformarse a sí mismo en conformidad con la palabra de Dios. Hay muchos
aspectos de la vida de la iglesia actual que tienen una seria necesidad de
reforma.
Al considerar el oficio de
anciano, no es nuestro propósito indicar esto como un aspecto de error mayor
que otros, sino llamar la atención a algunos problemas en este aspecto.
EL CARGO DE ANCIANO POR ALGUNAS GENERACIONES HA IDO
DECLINANDO MUCHO EN IMPORTANCIA Y FUNCIÓN. En muchas iglesias, llegó a ser
para principios de 1900 principalmente un honor que se otorgaba a miembros
prominentes. Es más: la función del anciano llegó a ser en su mayor parte la
del juez sentado en revisión mensual del ministro, y a veces atendiendo asuntos
relativos al edificio y la propiedad. Puesto que la iglesia primitiva quizás
durante 2 siglos no tuvo templos sino que se reunían en casas, la
administración de un edificio no fue parte de la función original del anciano.
De nuevo, no hay nada en las
Escrituras que indique que una sesión, o una junta de ancianos, tenga como su
función central juzgar al pastor ni supervisar su trabajo. En verdad, podemos
catalogar tal función como rara, necesaria por alguna emergencia, para el
bienestar de la iglesia. De modo similar, puesto que la iglesia primitiva no
tenía coros, ni escuela dominical, ni ligas juveniles, ni unión de mujeres,
ninguna de estas tareas de supervisión es fundamental para el oficio de anciano
ni, podemos añadir, para el oficio de pastor.
Es nuestro propósito examinar las
evidencias de la literatura patrística concerniente al cargo de anciano, a fin
de arrojar luz sobre el significado y las prácticas bíblicas. La interpretación
reformada del cargo se da por sentado, y la declaración sumaria de Calvino de
que todos «los apelativos de obispos, ancianos, pastores y ministros expresan
el mismo significado»1. Dicho en términos actuales, los cargos de pastor y
obispos son idénticos.
PERO LA POSICIÓN EPISCOPAL TIENE UN
FUERTE RESPALDO EN LA LITERATURA PATRÍSTICA.
Muy temprano el cargo de obispo
se ve separado del oficio de anciano o presbítero.
Esto queda claro en Ignacio, que
murió quizá en el 107 d.C., lo que refleja una práctica muy temprana y
contemporánea con algunos líderes apostólicos. En la Epístola de Ignacio a los
Tralianos, escrita desde Esmirna, leemos: «Conviene a cada uno de ustedes, y
sobre todo a los presbíteros, refrescar al obispo, para honor del Padre, de
Jesucristo y de los apóstoles» (cap. XII). Ignacio distingue muy bien los dos
cargos.
En una ocasión declaró: «Por
consiguiente, así como el Señor no hizo nada sin el Padre, estando unido a él,
ni por sí mismo ni por los apóstoles, tampoco ustedes hagan nada sin los
obispos y presbíteros». Esta autoridad del obispo fue una autoridad espiritual:
«Conviene, entonces, no solo ser llamados cristianos, sino serlo en realidad;
como en verdad algunos le dan título a un obispo, pero hacen todas las cosas
sin él».
Los deberes del obispo fueron
bosquejados por Ignacio a Policarpo4. Al rebaño de Policarpo se le dijo:
«Presten atención al obispo, para que Dios también los oiga a ustedes. Mi alma
está con los que se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos, y
¡que mi porción sea con ellos en Dios!».
Es obvio que los cargos de
obispo, presbítero, y diácono en Ignacio son los oficios que conocemos de
pastor, anciano y diácono. Pero hay una seria diferencia en función, tanta que
las funciones modernas episcopales y presbiterianas parecerían ser
desviaciones. Ignacio es de nuevo revelador aquí:
Cuiden que todos ustedes sigan al
obispo, así como Jesucristo sigue al Padre, y al presbiterio así como lo harían
con los apóstoles; y reverencien a los diáconos, porque son la institución de
Dios. Que nadie haga nada relacionado con la iglesia sin el obispo. Que se
considere como adecuada eucaristía la que es (administrada) por el obispo o por
alguien a quien él se la haya confiado.
Dondequiera que el obispo deba
aparecer, que la multitud (del pueblo) también esté; de la misma forma que
dondequiera que Jesucristo esté, allí está la iglesia católica. No es lícito
bautizar ni celebrar una fiesta de amor sin el obispo; pero lo que él apruebe
es agradable a Dios, y así todo lo que se hace puede ser seguro y válido.
CIERTAS COSAS APARECEN CON CLARIDAD EN
ESTO.
Primero, la iglesia entonces no era una
institución, un edificio; era un cuerpo de creyentes que se reunía en alguna casa
y estaba unida en un mundo hostil por su fe común en Jesucristo, que era su Redentor.
Segundo, estas iglesias pequeñas en
hogares estaban esparcidas por todo el imperio, y más allá de sus fronteras.
La iglesia no podía, ni intentó
proveerle a cada pequeña congregación de un pastor u obispo. Por consiguiente,
incluso mientras San Pablo continuaba en sus viajes para mantener una mano
gobernante sobre las iglesias en Corinto, Tesalónica y otras partes, los
sucesores de los apóstoles continuaron haciendo lo mismo.
Como pastores, misioneros o
evangelistas itinerantes, hallaron necesario gobernar estas pequeñas congregaciones
con epístolas y visitas; de aquí las epístolas de Ignacio y otros. A estos
hombres se les llamó obispos; bien podríamos llamarlos pastores misioneros.
Tercero, estos obispos o pastores
nombraron y ordenaron presbíteros o ancianos en las varias congregaciones locales
para continuar la adoración a Dios y el estudio de las Escrituras en esa
iglesia durante la ausencia del pastor viajero.
Puesto que un pastor u obispo podía
cubrir un territorio más grande o más pequeño, con una sede central, muy a menudo
el presbiterio o presbíteros locales tenían que mantener la iglesia por su propio
liderazgo. Si el pastor estaba en una iglesia grande cercana, y las
congregaciones se reunían en casas esparcidas dentro de la ciudad y los pueblos
aledaños, el contacto sería cercano.
En otros casos, la
correspondencia abundante se volvió una necesidad. En la época del Nuevo
Testamento y en la patrística, las epístolas fueron una herramienta pastoral
básica.
Cuarto, solo el obispo o pastor podía realizar
los servicios de bautismo y comunión, pero podía, como Ignacio declaró, delegar
la administración de los sacramentos a los presbíteros. Luego entonces, los
presbíteros o ancianos podían impartir los sacramentos, pero solo cuando el pastor
u obispo los instruía en ese sentido en vista de su distancia y su confianza en
el presbítero.
El presbítero o anciano, por
tanto, no solo enseñaba, sino que tenían una responsabilidad subordinada
respecto a los sacramentos.
Quinto, el oficio de obispo aquí aparece
muy diferente del concepto sacerdotal de los episcopales.
Podemos añadir que Joseph
Bingham, en sus Antiquities of the
Christian Church [Antigüedades
de la iglesia cristiana], declaró
que los obispos heredaron el cargo apostólico,
y que el título de apóstol «muchos
piensan que ha sido el nombre original
de los obispos, por consiguiente el título obispo era apropiado para su
orden».
Por cierto, Ignacio compara a los
presbíteros o ancianos con los apóstoles: «Todos ustedes sigan al obispo, así
como Jesucristo sigue al Padre, y el presbiterio como a los apóstoles».
¿Debemos llegar a la conclusión que los obispos son como Dios, y los
presbíteros los sucesores de los apóstoles? ¿No es el significado más bien que
lo que se enseña es un principio de obediencia a la autoridad, cuando esa
autoridad es fiel a la autoridad suprema?
A decir verdad, Ireneo en efecto
declaró la sucesión apostólica de los ancianos o presbíteros: «Por lo que
conviene obedecer a los presbíteros que están en la iglesia; los que, como he
demostrado, poseen la sucesión de los apóstoles; los que, junto con la sucesión
del episcopado, han recibido el cierto don de la verdad, según lo que agradó al
Padre».
Esta sucesión Ireneo la definió
como los que enseñaban la fe apostólica, no alguna doctrina esotérica oculta impartida
a «los perfectos». Ireneo estaba en guerra contra los que eran «más sabios incluso
que los apóstoles» y se les oponían los presbíteros y obispos que estaban en la
sucesión apostólica, es decir, que se subordinaban a la autoridad bíblica.
La autoridad de la fe es
primordial, no la sucesión física; la sucesión apostólica quería decir una
sucesión en la fe de los apóstoles, y establecía una lealtad y subordinación a
esa fe.
Sexto, el propósito de esta supervisión
de los ancianos por parte del obispo o pastor era «que todo lo que se haga
pueda ser seguro y válido». Para proteger a la iglesia contra herejías y
desórdenes, los pastores misioneros u obispos tenían, desde los tiempos del
Nuevo Testamento y en adelante, la responsabilidad de cuidar de todo rebaño
bajo su jurisdicción.
Séptimo, esto quiere decir que la
tradición episcopal ha exaltado erróneamente a un pastor u obispo sobre otros,
en tanto que la tradición presbiteriana ha tendido a degradar el oficio de
presbítero o anciano a una junta en gran parte inactiva o ineficiente. En lugar
de ser gobernada en su acción por el pastor, se sienta a gobernar al pastor.
En lugar de ser un cuerpo
efectivo para el crecimiento de la iglesia que vaya más allá de las capacidades
de extensión del pastor, o para seguir su trabajo con un desarrollo efectivo,
se ha vuelto un cargo votante más
que funcional.
La principal tarea de la mayoría
de los ancianos hoy es votar en una sesión, consistorio o directiva, y en un
presbiterio, clase, sínodo o conferencia general.
¿Se puede restaurar el cargo de
presbítero a su función original? Hay muchos que sostienen que no se puede
hacer, que el hombre moderno es demasiado sofisticado para tolerar algo que no
sea el liderazgo más educado en el seminario y los cultos más atractivos de
adoración, con coro, un hermoso santuario y órgano.
¿Es esto verdad?
En años recientes numerosas
organizaciones han demostrado la vitalidad superior del alcance laico. Dos
ilustraciones bastarán, primera: la
Sociedad John Birch. Esta ilustración se escoge de manera deliberada.
No es nuestro interés, ni tampoco
es relevante, hablar aquí de los pros y contras de esa organización. Es importante
para nuestro propósito que a esta sociedad la hayan criticado, aborrecido y
atacado como lo fue la iglesia primitiva pero a mayor grado, y que sea dirigida
por laicos voluntarios.
Grupos de hombres, mujeres y
jóvenes, normalmente no más de veinte personas, se reúnen regularmente en casas
para seguir un curso de estudio bajo un dirigente. Estos dirigentes por lo general
son hombres sorprendentemente atareados: médicos, dentistas, hombres de
negocios, y otros que tienen una agenda llena, pero que con todo dedican tiempo
a preparar una lección, invitar a amigos y vecinos, y buscan, con la ayuda de
los demás miembros, nuevos miembros. A estos dirigentes de capítulos se les
puede llamar ancianos, dirigidos por coordinadores de zona, que funcionan como
obispos o pastores.
La membrecía total de la sociedad
se desconoce, aunque se calcula que va de 60 000 a 100 000. Sin embargo, hay
una continua renovación de la membrecía , puesto que algunos, después de
estudiar durante un año o dos, dejan la sociedad sin abandonar su filosofía
básica.
Basado en los viajes de este
escritor, el número total de aquellos que han sido influidos por la sociedad en
su breve historia puede sumar cinco millones. Otros movimientos conservadores
han surgido de tiempo en tiempo con más elevado número de seguidores pero menor
impacto.
La clave de la efectividad de la
Sociedad John Birch ha sido un plan de operación que tiene un fuerte parecido a
la iglesia primitiva: tener reuniones, líderes locales «laicos», supervisores
de área u «obispos».
LA SEGUNDA ILUSTRACIÓN ES PERSONAL.
Los estudios bíblicos y
teológicos semanales de este escritor se graban en cinta y circulan por todos
los Estados Unidos de América y a veces más allá de sus fronteras. Algunos de
estos estudios también están apareciendo en forma impresa, como lo atestigua The Foundations of Social Order, Studies in the Creeds and Councils of
the Early Church [Los
fundamentos del orden social:
Estudios de los Credos y Concilios de la Iglesia primitiva] (1968).
Esta obra, considerada por
algunos pastores como demasiado difícil o teológica, todavía circula
fuertemente entre laicos. Lo escuchan los grupos en varios estados en reuniones
en hogares. La situación usual es que un hombre o mujer abre su casa a unos
amigos, brinda refrescos y tiene sesiones semanales de estudio a un público que
crece cada vez más.
Por supuesto, el patrón bíblico
funciona, y es tiempo de que las iglesias lo usen de nuevo. Viviendo como
vivimos en una edad humanista, en que la verdadera iglesia es una minoría
pequeña, necesitamos de nuevo un presbiterio activo y en función.
Se debe notar una segunda
consideración, aparte de la función básica. La iglesia actual ha caído víctima
de la herejía de la democracia. Para muchos laicos, hombres y mujeres, y para
muchos ancianos, la esencia de su obligación cristiana es decir lo que se les
antoje. El pastor u obispo continuamente está amordazado por un impulso
democrático que lo hace mandadero de la congregación.
Las
Constituciones Apostólicas hacen una declaración
interesante aquí: «No es equitativo que tú, oh obispo, que eres la cabeza, te
sometas a la cola, es decir, a alguna persona sediciosa entre los laicos, para
destrucción del otro, sino solo a Dios. Porque es tu privilegio gobernar a los
que están a tu cargo, pero no ser gobernado por ellos.
EN POCAS PALABRAS: LA IGLESIA ES UNA
MONARQUÍA, NO UNA DEMOCRACIA.
Cristo es el Rey, y todos los
cargos derivan su autoridad de él, no del pueblo. El asentimiento y voto del
pueblo es parte de su asentimiento a Cristo.
A menos que el pastor o anciano sea
desobediente al Señor, se le debe obedecer y respetar. Pero no podemos ser
perfeccionistas en nuestras exigencias a los que ocupan cargos. Como la
literatura patrística dice: «Oye a tu obispo, y no te canses de darle todo
honor; sabiendo que, al mostrárselo a él, se lo das a Cristo, y de Cristo se lo
das a Dios; y de aquel a quien se lo ofrece, se requiere mucho más.
Honra, por consiguiente, el trono
de Cristo»14. Se concede que una exageración de esta actitud condujo al
autoritarismo católico romano, pero, ¿no es acaso también una perversión cuando
algunos defensores del presbiterianismo citan su iglesia como cuna de la
democracia? La iglesia de Jesucristo es una monarquía, y el propósito de su
forma representativa del gobierno es fortalecer la preservación de la «derechos
al trono del Rey Jesús».
No los derechos de la gente, sino
los derechos soberanos de Cristo el Señor son los que deben defender los
miembros, diáconos, ancianos, y pastores u obispos.
La sesión, el consistorio, la
directiva de la iglesia no es un foro democrático, sino un cuerpo gobernante
para Cristo. El presbiterio debe examinar a los pastores u obispos en términos
del canon o regla de las Escrituras a fin de preservar el dominio de Cristo. A
menos que los propósitos de la iglesia sean ser una democracia, un examen
similar para el cargo de anciano es una necesidad.
En la Iglesia Presbiteriana
Ortodoxa, Los Estándares requieren
que, en la ordenación o investidura de los ancianos gobernantes, «el ministro
dirá, en el siguiente o lenguaje semejante, la autorización y la naturaleza del
oficio de ministro»:
El oficio del anciano gobernante
se basa sobre la realeza de nuestro Señor Jesucristo, que proporcionó oficiales
a su iglesia que deben gobernar en su nombre.
Es el deber y el privilegio de
los ancianos gobernantes, en el nombre y por la autoridad de nuestro Rey
ascendido, gobernar iglesias particulares, y, como sirvientes de nuestro gran
pastor, cuidar de su pueblo.
La orientación monárquica del
cargo se reitera con claridad, y se necesita recalcarla de nuevo en las
iglesias. Desdichadamente, demasiado a menudo, como en el culto presbiteriano
ortodoxo, el cargo se reconoce formalmente pero en realidad es estéril.
Hemos visto, primero: que el cargo de anciano es
pastoral por su naturaleza, que el anciano en la iglesia;
Primitiva: funcionaba como brazo del pastor u obispo para mantener y
extender el evangelio.
Segundo: hemos notado que este cargo no es
parte de una democracia eclesiástica, sino de una monarquía.
Tercero: el anciano o ancianos son un
tribunal de la iglesia. En este aspecto, mucho se ha hecho por restaurar la
antigua función del anciano, y la disciplina de la iglesia se ha recalcado en
los círculos que se sostienen en doctrinas reformadas.
Es suficiente añadir que por
importante y necesaria que sea esta función judicial, se vuelve una distorsión si
la función pastoral básica se descuida o el anciano se vuelve primordialmente un
juez, y la sesión, consistorio o directiva esencialmente un tribunal. La
función pastoral debe ser primordial en todo momento.
Es, importante reconocer, cuarto: que la tarea esencial del
anciano no es sentarse en una sesión, sino actuar para el avance del evangelio
y el señorío de Cristo.
Volviendo de nuevo a Policarpo,
notemos sus comentarios sobre los deberes de los presbíteros:
Y que los presbíteros sean
compasivos y misericordiosos para con todos, trayendo de regreso a los que se
descarrían, visitando a todos los enfermos, y sin descuidar a la viuda, al
huérfano, y al pobre, pero siempre «procurad lo bueno delante de todos los
hombres»; (Ro 12: 17; 2ª Co 8: 31) absteniéndose de toda ira, acepción de
personas y juicio injusto; manteniéndose lejos de toda codicia, sin acreditar
apresuradamente (un informe de maldad) contra alguno, ni severo en el juicio,
como sabiendo que todos estamos bajo una deuda de pecado. Si entonces
suplicamos al Señor que nos perdone, debemos nosotros mismos perdonar (Mt 6: 12-14);
porque estamos ante los ojos de nuestro señor y Dios, y «todos compareceremos
ante el tribunal de Cristo y cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Ro
14: 10-12; 2ª Co 5: 10).
Sirvámosle entonces en temor, y
con toda reverencia, así como él mismo nos ha ordenado, y como los apóstoles
que nos predicaron el evangelio, y los profetas que nos proclamaron de antemano
la venida del Señor (habiéndonos de manera similar enseñado). Seamos celosos en
la búsqueda de lo que es bueno, absteniéndonos de causas de ofensa, de falsos
hermanos, y de los que en hipocresía llevan el nombre del Señor y descarrían a
los hombres vanos al error.
Es el ministerio del estado ser
un ministerio de justicia, asegurar la ley y el orden y ser un tribunal de
justicia. Es llamamiento de la iglesia ser un ministerio de gracia, proclamar
la obra redentora de Cristo, así que su tarea básica es redentora, no judicial.
Esta también debe ser la orientación básica de todo cargo de la iglesia.
Los pastores y ancianos no son
primordialmente un tribunal, sino un ministerio de gracia que proclama que la
salvación es de nuestro Dios por Jesucristo, y llama a todos los hombres a
someterse a Cristo el Rey. La función judicial muy real de los pastores y
ancianos es preservar la integridad de este, su llamamiento básico, y a las
iglesias a su cargo de corrupción y deserción de su llamamiento.
Gobernar
como anciano
gobernante, pues, quiere decir más que sentarse en una sesión como juez; quiere
decir incluso más extender y mantener el gobierno de Cristo el Rey. Un anciano
que asume liderazgo para establecer escuelas cristianas está de veras
cumpliendo con su deber. Lo mismo se puede decir del anciano que usa su casa
como centro para un grupo de estudio, una pequeña iglesia en el hogar, o como
un núcleo de una nueva congregación.
El anciano fiel también puede ser
el que hace su obligación visitar a los enfermos y necesitados del rebaño de
Cristo, o predicar bajo la supervisión de un pastor en una congregación nueva
que esté batallando, o empezar una nueva obra. Repito: puede asumir
responsabilidades principales en su propia iglesia, a fin de liberar a su
pastor de más trabajo.
O sea, un juez trata solo con los ofensores; un gobernante tiene que ver con toda la vida del pueblo. Los
ancianos son llamados a ser ancianos gobernantes, no ancianos jueces. Esta
distinción es vital, y su abuso paraliza a la iglesia.
Clemente de Alejandría, al citar
la división triple de cargos en obispo, presbítero o anciano, y diácono,
declaró que el verdadero anciano era un verdadero ministro (diácono) de la
voluntad de Dios, si él hace y enseña lo que es del Señor; no es ordenado (o
elegido) por los hombres ni considerado justo debido al presbiterio, sino
nombrado al presbiterato porque es justo.
Y aunque aquí sobre la tierra tal
vez no se le honre como la silla principal, se sentará en los veinticuatro
tronos, juzgando al pueblo, como Juan dice en Apocalipsis.
Porque, en verdad el pacto de
salvación, alcanzándonos desde la fundación del mundo, por diferentes
generaciones y tiempos, es uno, aunque concebido como diferente respecto a los
dones.
Es obvio que este es un oficio
espiritual, y es un oficio gobernante; se vuelve un oficio que juzga cuando las
circunstancias lo requieren. Pero, así como Aarón y Hur sostuvieron los brazos
de Moisés para la victoria sobre Amalec (Éx 17: 10-12),
los presbíteros o ancianos de
nuestro día deben sostener los brazos de sus obispos o pastores hasta la
victoria sobre los poderes de las tinieblas, los Amalec de nuestro día, para
que podamos regocijarnos en que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro
Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap 11: 15).
Una nota final: la debilidad
característica de la iglesia y el estado es gobernar demasiado. La respuesta
del estado a todos los problemas tiende a ser nuevas leyes, y la respuesta de
la iglesia a sus problemas es «disciplina». Tales acciones no pueden reemplazar
la necesidad del carácter ni el crecimiento cristiano.
La iglesia no tiene mejor fuente
de disciplina que la enseñanza sólida y completa, pero encuentra más fácil
reducir las responsabilidades y la libertad de los miembros que proveerles de
los medios para un crecimiento maduro. La mejor disciplina es la palabra de
Dios y la obra del Espíritu Santo; la «disciplina» eclesiástica debe ser un último
recurso, un instrumento necesario, pero subordinado.
3. LA PASCUA CRISTIANA
Uno de los hechos más obvios de
la Última Cena es que se celebró en la comida pascual. La continuidad del pacto
renovado o nuevo con el antiguo se marcó por la coincidencia de los dos ritos.
El hecho de que Jesús haya seleccionado a doce discípulos deja en claro que su
comunidad era el nuevo Israel de Dios. No hay posibilidad de comprender el
Nuevo Testamento si se niega o se socava su continuidad con el Antiguo.
Mientras comían la Pascua, Jesús
llamó la atención a la traición que planeaba Judas y luego lo despidió (Mt
26:21; Jn 13:30). Entonces «mientras comían» (Mt 26:26; Mr 14:22), Jesús
instituyó la Pascua cristiana en su cuerpo y sangre.
Para entender la Pascua cristiana
es imperativo analizar la Pascua hebrea. Por eso, ciertos aspectos de la Pascua
original requieren atención.
Primero: La Pascua celebraba la liberación
de Egipto y de la décima plaga, la muerte del primogénito. Fue, pues, la salvación del Antiguo Testamento, y
marcó el principio del sabbat, el día de descanso del Señor, que conmemoraba
salvación (Dt 5:15; Éx 12: 12.13). El primer día del festival cae el 15 de
nisán (marzo-abril) y dura ocho días. El ritual de la Pascua, si empieza en un
día de la semana, comienza de esta manera:
Bendito eres tú, oh Eterno,
nuestro Dios, Rey del universo, Creador del fruto de la vid.
Bendito eres tú, oh Eterno, nuestro
Dios, Rey del universo, que nos seleccionaste de entre todos los pueblos y nos
exaltaste entre las naciones, y nos santificó con sus mandamientos. Y tú, oh
Eterno, nuestro Dios, nos has dado (días de sabbat para descanso y) días
festivos para alegría, (este sabbat y los días de) esta fiesta de pan sin
levadura, tiempo de recordación de nuestra liberación (en amor) de la salida de
Egipto.
Porque tú nos has seleccionado y
nos has santificado de entre todas las naciones, y que tú nos has hecho heredar
tus días festivos (y de sabbat, en amor y favor). Bendito seas tú, oh Eterno,
que santificaste (al sabbat y) a Israel y los días festivos.
Estas palabras dejan en claro que
la elección es por la gracia, y que la santificación es por la ley: Dios «nos
santificaste con tus mandamientos». El culto ortodoxo todavía refleja la
doctrina sólida: justificación por la gracia electora y santificación por la
ley. Los capítulos 12 y 13 de Éxodo atestiguan el hecho de la gracia y citan el
requisito de obediencia a la ley (13: 9).
De manera similar, la Pascua
cristiana celebra el día cristiano de salvación, la victoria de Cristo sobre el
pecado y la muerte, y de aquí que el Día de Resurrección marcara el principio
del sabbat cristiano. En la mayoría de las liturgias del sacramento, la lectura
de la ley, de los Diez Mandamientos, es básica para el culto.
En el Libro de Oración Común, se lee la ley al principio del culto,
aunque se puede omitir si se lee por lo menos un domingo cada mes. Si se omite,
se lee el sumario de la ley. En el orden del culto de la última comunión de
Calvino y en la primera comunión de Knox en Escocia, no se leía la ley, pero
aparecía en sus liturgias en forma de excomuniones pronunciadas específicamente
contra todos los transgresores de la ley.
Segundo: la Pascua hebrea es un culto de familia, y Dios ordenó que el hijo no
solo hiciera una pregunta ritual, sino que el culto se dirigiera a él (Éx 13: 14).
El hijo menor, por tanto,
normalmente hace la pregunta sobre el significado del culto, y el propósito de
las palabras del sacerdote-padre es darle a conocer el significado de la
Pascua. El menor presente formula «las cuatro preguntas» que se refieren al
significado del ritual nocturno.
El relato de la liberación de
Egipto y su significado lo declaran el jefe de familia y otros participantes.
Tercero: La pascua
cristiana también es una celebración de la familia de Cristo.
En concordancia, los niños
participaban de los elementos. La iglesia primitiva se reunía en casas, por lo
general por la noche, puesto que el primer día de la semana era entonces un día
de trabajo. El sacramento se celebraba como una fiesta de ágape, una fiesta de
amor, una cena a la que todos los miembros aportaban un plato.
Los niños participaban de la
comida. Nada está más claro que el hecho de que los infantes eran bautizados,
se les confirmaba y participaban de los elementos quizás durante los primeros 9
ó 10 siglos de la era cristiana.
El patrón hebraico de la ley del
Antiguo Testamento fue muy fuerte en la iglesia. (Incluso hoy un misal católico
romano señala, en su orden de la misa, en el punto «Celebración de la palabra»:
«Esto se ha tomado del servicio de la sinagoga de Israel»). Como resultado, se
requirió la decisión de un concilio de la iglesia para apartarse de la práctica
de bautizar al octavo día.
Fido, un obispo africano, había
planteado la pregunta de si se debía «bautizar a los infantes, si la necesidad lo requería, tan pronto como nacieran, y no hasta el octavo día
según la regla dada en el caso de la circuncisión». La respuesta sinódica de
San Cipriano y un concilio de sesenta y seis obispos fue esta:
En cuanto al caso de infantes, en
tanto que tú juzgas que no se les debe bautizar hasta dos o tres días después
de nacidos; y que la regla de la circuncisión se debe observar, así que ninguno
debería ser bautizado y santificado antes del octavo día de nacido; nosotros
todos en nuestro concilio somos de la opinión contraria. Fue nuestra resolución
y juicio unánime que la misericordia y la gracia de Dios no se le nieguen a
nadie tan pronto como nace.
La intención obvia de esta
decisión fue permitir el bautismo de los recién nacidos que pudieran morir
antes del octavo día y así quedar sin bautizarse. Al parecer en esos primeros
tiempos prevaleció el temor de que a tales niños se les negara la salvación del
pacto debido a que les faltaba el rito del pacto. En esencia, el requisito del
octavo día del Antiguo Testamento se reconoció y se dejó a un lado solo para
atender emergencias.
No es nuestro propósito aquí
analizar el concepto del bautismo que tenía el concilio, sino llamar la
atención a la persistencia del patrón del Antiguo Testamento. Para volver al
servicio de comunión, la evidencia es clara «que la comunión en sí misma se
daba a infantes, y eso inmediatamente desde el momento de su bautismo».
Como Bingham notó, este hecho «se
menciona con frecuencia en Cipriano, Agustín, Inocencio y Genadio, escritores
de los siglos 3 al 5. Maldonat confiesa que eso estuvo en la iglesia durante
600 años. Y algunas de las autoridades demuestran que continuó dos o tres
épocas más, y fue la práctica común más allá de los tiempos de Carlomagno».
Este hecho representa la persistencia del patrón del Antiguo Testamento, muy
claramente.
No se puede dar ninguna razón
bíblica para eliminar del sacramento a los niños.
El sentido de la vida del pacto
se destruye por su exclusión y se viola la ley de Dios. La razón de su
exclusión se halla en 1ª Corintios 11: 28, el requisito del examen propio, tal
como la limitación de la comida a un símbolo se basa en los versículos 22 y 34.
Puede haber base para esto último, aunque no puede haber una limitación del
sacramento solo a una comida simbólica. Sin embargo, el autoexamen era una
parte de la ceremonia hebraica.
Esto nos lleva a nuestro tercer punto de importancia, el
aspecto de la preparación para
la Pascua. En el hogar hebreo, el 13 de Nisán al anochecer el jefe de la familia recorría rebuscando en la
casa con una vela encendida, para eliminar toda levadura, incluyendo todo pan hecho de masa leudada de trigo,
cebada, trigo moreno, avena o
centeno.
Después, en el Seder, los
primeros dos días de festival de
la Pascua, «se pronunciaba el énfasis de la participación de los niños». ¿Cómo se reconcilian estos dos hechos con
el requisito de la preparación y el autoexamen?
¿Cómo se puede incluir a los
niños?
El ritual de recorrer la casa
para eliminar toda levadura era un símbolo dramatizado de la necesidad de
eliminar la corrupción de la vida de la familia y del individuo. Como tal, era
una señal vívida para todos los niños, desde sus primeros días, de la necesidad
de examinarse a sí mismos, la necesidad de eliminar de sus vidas toda
influencia y hábitos corruptores.
Al niño, como miembro del pacto, desde
sus más tempranos recuerdos se le instruía en el significado de la membrecía en
el pacto. Los primeros cristianos llevaron las implicaciones más que los
hebreos, pues a los niños de brazos se les ponían los elementos en la boca;
algo más que una creencia algo supersticiosa puede haber estado presente en
esta práctica.
Esto no elimina el requisito
bíblico de que el culto incluyera a todos los niños capaces de hacer la
pregunta sobre el significado del culto. El culto, además, es a la vez una
celebración y un servicio de enseñanza, para instruir a todos los presentes sobre
el hecho de la salvación y su significado.
Cuarto: la Pascua conmemoraba una
victoria y miraba hacia adelante a más victoria. La palabra salvación también se puede traducir victoria. El culto judío ortodoxo
dice en un punto: «Que Él, que es más misericordioso, rompa de nuestro cuello
el yugo de nuestro cautiverio, y nos conduzca con seguridad a nuestra tierra».
Esta es fe orientada al futuro, una que espera victoria, y luego mira a Elías que
venga como su heraldo.
De modo parecido, la Pascua cristiana
tiene el propósito que indicó San Pablo: «Así, pues, todas las veces que
comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta
que él venga» (1ª Co 11:26).
Según Hodge, el significado de
este versículo es el siguiente:
Así como la Pascua era una
conmemoración perpetua de la liberación de Egipto, y una predicción de la
venida y muerte del Cordero de Dios que llevaría los pecados del mundo, la Cena
del Señor es a la vez conmemoración de la muerte de Cristo y una promesa de su venida
la segunda vez sin pecado y para salvación.
Esto es verdad suficiente, pero,
¿es eso todo lo que esta declaración quiere decir?
Calvino comentó:
La Cena entonces es (por así
decirlo) una conmemoración, que debe permanecer en la iglesia hasta la última
venida de Cristo; y ha sido señalada para este propósito, que Cristo pueda
ponernos en mente el beneficio de su muerte para que podamos reconocerlo ante
los hombres. De aquí que tenga el nombre de Eucaristía (de habiendo dado gracias).
Esto es mejor porque Calvino
habló «de los beneficios de su muerte [de Cristo]». El significado de la muerte
de Cristo es la muerte del pecado y de la muerte; quiere decir salvación o
victoria. La Pascua cristiana debe declarar la victoria de Dios y del pueblo de
Dios. «Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de
paz» (Sal 37:11).
La dimensión de victoria es tan
importante para el sacramento, que observarlo sin una declaración de esta
victoria es negar el sacramento. La Pascua del Antiguo Testamento, que es la
herencia de todos los cristianos, vio la matanza de los primogénitos de todo
Egipto, y al pueblo de Dios librado de la esclavitud.
La Pascua del Nuevo Testamento
vio al pueblo de Dios, pecadores en sí mismos, librados por la muerte del
Primogénito de Dios, en quien tienen victoria.
Quinto: La muerte del primogénito es
básica para la Pascua. En la Pascua del Antiguo Testamento, los primogénitos de
Egipto fueron masacrados; el requisito de Israel era que «Cualquiera que abre
matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío
es» (Éx 13: 2).
Se mata al primogénito de los enemigos
de Dios; todos los primogénitos del pacto, representando a todos los que están
dentro del pacto, o bien son entregados o dedicados a Dios, o deben morir (Éx
13:13). La Pascua es vida y victoria para los que son fieles al pacto; nos lleva
a la tierra prometida.
En la Pascua cristiana, la
sentencia de muerte sobre el primogénito del pacto, que son todos pecadores, la
asume el primogénito de Dios, Jesucristo, el nuevo Adán. La sentencia de muerte
es en última instancia impuesta sobre todos los demás. Para el pueblo del pacto
de Cristo, la Pascua quiere decir liberación hacia la tierra prometida. Esto es
victoria en el tiempo y la eternidad. Los judíos durante edades incontables han
celebrado su Pascua, declarando: El próximo año en Jerusalén.
TAL ESPÍRITU SE HACE ECO DE LA VICTORIA DE LA PASCUA
ORIGINAL.
La victoria de la Pascua
cristiana es mucho mayor. El que la observación de la Cena del Señor esté desprovista
de esta nota de victoria es negar el sacramento.
La Pascua cristiana, entonces,
quiere decir que todos los hombres fuera del pacto están bajo la décima plaga.
Solo los que están dentro están cubiertos por la sangre del Cordero y se les
asegura la victoria y la liberación a la tierra prometida, la nueva creación de
Dios. San Pablo se refirió tanto al examen propio (purgar de levadura la casa),
y la victoria sobre todos los enemigos cuando escribió: «Limpiaos, pues, de la
vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque
nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos
la fiesta» (1ª Co 5:7, 8).
4. LA CIRCUNCISIÓN Y EL BAUTISMO
La relación entre la circuncisión
y el bautismo en la que este reemplaza a aquella como señal del pacto, era tan
estrecha que, como hemos visto, requirió en tiempos de Cipriano la decisión de
un concilio de la iglesia para permitir el bautismo antes del octavo día.
Debido a que la ley de la
circuncisión requería que se realizara el rito en el octavo día (Gn 17: 12; Lv
12:3), se creía que el bautismo no debía preceder a dicho día, y se necesitó
una decisión del concilio para alterar esto. La iglesia primitiva no solo
reconoció que el bautismo era el sucesor de la circuncisión como señal del
pacto, sino que también las mismas leyes los regían a ambos.
Precisamente debido a que este
hecho siempre se reconoció, el bautismo de infantes fue ineludiblemente un
hecho en la iglesia primitiva.
La circuncisión, como marca del
pacto, servía de testigo respecto a la naturaleza del hombre caído, y la
necesidad de una nueva naturaleza en el pacto de Dios.
Como Vos señalara:
LA CIRCUNCISIÓN TIENE ALGO QUE VER CON
EL PROCESO DE PROPAGACIÓN.
No en el sentido de que el acto
sea pecado en sí mismo, porque no hay ni rastro de eso en ninguna parte del AT.
No es el acto sino el producto, es decir, la naturaleza humana, que es impuro y descalificado en su misma
fuente.
El pecado, en consecuencia, es
cuestión de la raza y no solo del individuo.
La necesidad de cualificación
tiene que recalcarse de manera específica bajo el AT. En ese tiempo las
promesas de Dios tenían referencia próxima a las cosas temporales, naturales.
De aquí que se corriera el peligro de que la descendencia natural pudiera
entenderse como derecho a la gracia de Dios.
La circuncisión enseña que la
descendencia física de Abraham no es suficiente para hacer verdaderos
israelitas. La impureza y la descalificación de la naturaleza se deben quitar.
Hablando dogmáticamente, por consiguiente, la circuncisión sirve como
justificación y regeneración, más la santificación (Ro 4: 9-12; Col 2: 11-13).
La circuncisión, mediante un
corte simbólico en el órgano de la generación, declaraba que en la generación
no había esperanza, sino solo en la regeneración; el hombre solo puede
reproducir su naturaleza caída; no puede trascenderla.
LA CIRCUNCISIÓN REPRESENTABA UNA FORMA
DE MUERTE, UN CORTAR LA VIDA.
También representaba la remoción
de un impedimento; en Éxodo 6: 12, 30, se usa metafóricamente «para la remoción
de la descalificación del habla». Repetidas veces, se habla del corazón o
regenerado como incircunciso (Lv 26: 41; Dt 10: 16; 30: 6; Jer 4: 4; 6:10 habla
del oído; 9: 25, 26; Ez 44: 7; Ro 2: 25-29; Fil 3: 3; Col 2: 11-13).
La circuncisión como señal de
muerte apuntaba a la muerte de Cristo como representante del hombre. Trumbull
anotó que «en el rito de la circuncisión fue Abraham y sus descendientes los
que suplieron la sangre del pacto, mientras que en el sacrificio pascual fue el
Señor que ordenó la sangre sustituta como símbolo de su sangre del pacto».
Puesto que Cristo vino como
verdadero hombre de hombre, y verdadero Dios de Dios, suplió la sangre del
pacto, muriendo como verdadero hombre por la violación del pacto de parte del
hombre, y, como verdadero Dios, muriendo como nuestro sustituto inmaculado y
perfecto guardador de la ley, que con su muerte rompió el dominio del pecado y
la muerte.
La sangre de la circuncisión y la
sangre del Cordero pascual tipifican la obra de Cristo. Como su obra en la cruz
se cumplió, la sangre dejó de ser, excepto en un sentido memorial, un aspecto
de los ritos del pacto. En la Pascua cristiana, el vino refrescante que da vida
es sustituido como señal de su sangre derramada.
Los antiguos ritos miraban hacia
adelante a Cristo; miraban hacia atrás a Adán y Abraham, y a la Pascua en
Egipto. Los nuevos ritos del pacto miran hacia atrás a Abraham y a Adán, y a la
muerte y resurrección de Cristo; miran hacia adelante a su victoria y
reconquista de la tierra, y a una nueva creación.
El antiguo pacto fue inaugurado
con sangre después de la caída y con Abraham; miraba hacia adelante a la sangre
expiatoria de Cristo, mostrada en tipo en la sangre de los animales de
sacrificio. El pacto renovado en Cristo empezó con su sangre pero mira hacia
adelante al reinado glorioso del Rey en un reino de paz, según lo predijo
Isaías. Como resultado, debido a este hecho, la sangre dejó de ser un aspecto
de los ritos del pacto.
El bautismo exhibe nuestra muerte
y resurrección en Cristo, nuestra regeneración, adopción e incorporación en el
pacto de gracia. Es un testigo de la gracia antes que gracia en sí misma. Como
dijo San Agustín, es «sacramento de gracia y sacramento de absolución, antes
que gracia y absolución mismas».
La iglesia primitiva vio la
iluminación como un aspecto del bautismo, la nueva comprensión de un corazón
redimido; al bautismo también se le llamó «la marca real o carácter, y el
carácter del Señor»6. Conscientes de su relación con el rito del Antiguo Testamento,
algunos padres de la iglesia hablaron del bautismo como «la gran circuncisión».
En obediencia a Mateo 28: 19, desde el principio se consideró como válido solo
cuando se hacía en nombre de la Trinidad.
A ciertas clases de personas se
excluyó del bautismo a menos que abandonaran su profesión: aurigas,
gladiadores, corredores, curadores de juegos comunes, participantes en los
Juegos Olímpicos, músicos, vinicultores y otros, llamamientos todos que eran
parte de las ceremonias religiosas paganas.
También se excluyó bajo toda circunstancia
a los astrólogos, magos, adivinos, brujas y similares. A los que los
frecuentaban el teatro y el circo, que eran en aspectos muy disolutos del
paganismo, por consiguiente se les rehusó el bautismo. También se rechazó a los
polígamos.
Puesto que el bautismo
significaba en parte la muerte y el nuevo nacimiento o resurrección en Cristo
de los creyentes, desde muy temprano se le asoció con la Semana Santa, aunque
no de manera exclusiva. Este mismo aspecto, el renacimiento, condujo a una
costumbre interesante que sobrevivió por algunos siglos como básica para el
bautismo: el bautismo por inmersión, por lo general completamente desnudo.
El rociamiento y la inmersión se
usaban en la iglesia, que reconocía el rociamiento como la marca del nuevo
pacto, según Ezequiel 36: 25. La aspersión también fue una práctica común muy
temprana. El énfasis en la muerte y renacimiento condujo a un énfasis en la
inmersión como simbólicamente representativa de este hecho. Los hombres nacen
desnudos, por lo que debían renacer desnudos en el bautismo.
Ninguna obra del hombre no
regenerado podía llevarse al cielo; por consiguiente, el candidato
simbólicamente se desnudaba de toda ropa para indicar que no tenía nada excepto
la gracia de Dios.
Por tanto, durante generaciones hubo
dos baptisterios en las iglesias, porque se bautizaba por separado a hombres y
mujeres. Romanos 6: 4 y Colosenses 2: 12 eran pasajes que se citaban para
confirmar la práctica de la sepultura y resurrección simbólicas. La práctica
del bautismo desnudo indica lo serio que la iglesia primitiva tomaba el
simbolismo bíblico; nada se evitaba, y a veces resultaban aplicaciones
demasiado literales.
UN ASPECTO DEL SIMBOLISMO DE LA
DESNUDEZ ERA LA COMPARACIÓN CON ADÁN:
San Crisóstomo, hablando del
bautismo, dice: Los hombres estaban desnudos como Adán en el paraíso; pero con
esta diferencia; Adán estaba desnudo porque había pecado, pero en el bautismo,
un hombre está desnudo a fin de poder ser libre del pecado; el uno fue
despojado de la gloria que en un tiempo tenía, pero el otro se ha despojado del
viejo hombre, tan fácilmente como quitarse la ropa.
San Ambrosio dice: Los hombres
vienen desnudos a la fuente, como vinieron al mundo; y de aquí saca un
argumento a manera de ilusión a los ricos: es absurdo que un hombre que nació
desnudo de su madre, y fue recibido desnudo por la iglesia, piense en ir rico
al cielo. Cirilo de Jerusalén toma nota de la circunstancia, junto con las razones
de la misma, cuando así se dirige a las personas recién bautizadas:
Tan pronto como ustedes entran a
la parte interna del baptisterio se quitan la ropa, que es una señal de
despojarse del viejo hombre con sus obras; y habiéndose así despojado, están
desnudos, imitando a Cristo, que estuvo desnudo en la cruz, y quien por su
desnudez derrotó a los principados y potestades, públicamente triunfando sobre
ellos en la cruz. ¡Qué maravilloso!
Ustedes estuvieron desnudos a la
vista de los hombres, y no se avergonzaron, en esto imitaron al primer hombre
Adán, que estuvo desnudo en el paraíso y no se avergonzaba. Así también
Anfiloquio en la Vida de San Basilio, al hablar de su bautismo dice que se
levantó con temor y se quitó la ropa, y con ellas el viejo hombre.
Atanasio, en sus invectivas
contra los arrianos, entre otras cosas dice contra ellos que persuadieron a
judíos y gentiles a entrar en el baptisterio, e hicieron tales abusos a los
catecúmenos mientras estaban con sus cuerpos desnudos que es vergonzoso y
abominable relatarlo».
El bautismo, como hemos visto, lo
cita San Pablo como tipificando, entre otras cosas, nuestra muerte y
renacimiento en Cristo (Ro 6: 4; Col 2: 12). Esto fue también un aspecto de la
circuncisión. La circuncisión no solo significaba nueva vida en el Señor del
pacto sino también, para los que quebrantaban o negaban el pacto, significaba
muerte. Como Kline ha señalado:
Las consideraciones generales y
específicas señalan a una la conclusión de que la circuncisión era la señal de
juramento y maldición de la ratificación del pacto. Al cortar el prepucio se
simbolizaba el castigo de escisión de la relación del pacto.
El sacrificio de pacto de Génesis
15:9 tanto como la marca de la circuncisión simbolizaba la separación del que
rompía el pacto.
Kline tiene razón a llamar la
atención al mismo aspecto de castigo en el bautismo:
Pablo describió la dura
experiencia de Israel en el Mar Rojo como bautismo (1ª Co 10: 2) y Pedro en
efecto llama bautismo a la experiencia del diluvio en tiempo de Noé (1ª P 3:
21). Pero de relevancia particular en este punto es el hecho de que el mismo
Juan el Bautista usó el verbo baptizo para
la prueba inminente en la cual Uno más poderoso que él esgrimiría su aventador
para separar del reino del pacto a aquellos cuya circuncisión se había por
falta de fe abrahámica vuelto incircuncisión y que debían, por consiguiente,
ser cortados de la congregación de Israel y entregados a las llamas que no se
apagan.
Con referencia a esta fuerte
prueba judicialmente discriminatoria con su doble destino de recoger y Gehena,
Juan declaró: «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3:1; Lc 3:16; Mr
1: 8).
Ser infiel al pacto significaba
ser cortado, eliminado por el azote del diluvio, ser destruido por el fuego de
la ira de Dios. Así que las mismas marcas del pacto son también señales del
juicio ineludible de Dios sobre los que rompen el pacto desde el principio de
la historia. Todos los hombres han violado el pacto, pero los circuncidados de
la iglesia del Antiguo Testamento (y se la llama iglesia en Hechos 7:38) y los
bautizados del Nuevo, lo son doblemente.
Este conocimiento puede haber
contribuido a los bautismos demorados en la iglesia primitiva, muchos lo diferían
hasta el momento de la muerte; tal práctica fue, por supuesto, un pecado contra
el pacto. El comentario de Kline respecto al bautismo de Jesús destaca con claridad
el aspecto del castigo:
La recepción de Jesús del
bautismo de Juan se puede entender más fácilmente en este enfoque. Como Siervo
del pacto, Jesús se sometió en símbolo al juicio del Dios del pacto en las
aguas del bautismo.
Pero el que Jesús, como Cordero de
Dios, se sometiera al símbolo del castigo era ofrecerse a sí mismo a la maldición
del pacto. Por su bautismo Jesús estaba consagrándose a su muerte sacrificial
en el proceso judicial de la cruz. Tal concepto de su bautismo se refleja en la
referencia de Jesús a su pasión venidera como un bautismo: «De un bautismo
tengo que ser bautizado» (Lc 12: 50; .
Mr 10: 38).
El bautismo de Jesús como símbolo
de juicio apropiadamente concluyó con un veredicto divino: el veredicto de
justificación expresado por la voz celestial y sellado por la unción del
Espíritu, las arras del Mesías de la herencia del reino (Mt 3: 16, 17; Mr 1: 10,11;
Lc 3: 22; Jn 1: 32, 33; Sal 2:7).
Satanás cuestionó este veredicto
de calidad de Hijo, y eso condujo a una dura experiencia del combate entre
Jesús y Satanás, empezando en la tentación en el desierto inmediatamente después
del bautismo de Jesús y culminando en la crucifixión y la
vindicación-resurrección del Cristo victorioso, preludio de su recepción de
todos los reinos del mundo (la cuestión bajo disputa en la prueba; esp. Mt 4: 8; Lc 4:5).
La señal del pacto pone al
receptor bajo las bendiciones y maldiciones particulares de Dios. Como hombre
no redimido, ya está bajo la maldición. Al recibir la señal del pacto, un
hombre está bajo una doble amenaza de castigo si viola ese pacto. Por esto
Moisés estuvo en peligro de maldición por embarcarse en el llamamiento del
pacto de Dios sin circuncidar a su hijo (Éx 4: 24-26).
Por esta razón también «es tiempo
de que el juicio comience por la casa de Dios» (1ª P 4: 17), tanto debido a la
doble ofensa como a limpiar la raza del pacto de Dios. A todos los que reciben
la marca del pacto se les requiere ligar a los que están bajo ellos a la ley de
Dios, y el juicio de Cristo sobre su iglesia es el ejercicio de su autoridad como
el bautizado de Dios, el nuevo Adán.
El bautismo de Jesús nos dice más
en cuanto al significado del bautismo: «Y Jesús, después que fue bautizado,
subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al
Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él» (Mt 3: 16). Vos
nos ofrece una buena perspectiva de este aspecto del bautismo:
El AT en ninguna parte compara al
Espíritu con una paloma. En efecto representa al Espíritu como revoloteando,
flotando sobre las aguas del caos, a fin de producir vida de la materia
primitiva. Esto pudiera entenderse como una insinuación de que la obra del
Mesías constituía una segunda creación, ligada con la primera mediante esta
función del Espíritu en relación con ella.
El bautismo, así, es la entrada a
la nueva creación, cuyo Rey es el nuevo Adán, Jesucristo. Es la señal del pacto
del nuevo paraíso de Dios y de la ciudadanía allí.
En un documento de la iglesia
primitiva leemos: «Ahora, la regeneración es por agua y Espíritu, como fue toda
creación: “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn 1: 2). Y
por esta razón el Salvador fue bautizado, aunque no lo necesitaba, a fin de
poder consagrar toda agua para los que estaba siendo regenerados.
El bautismo, entonces,
enfáticamente se veía como el sacramento de la nueva creación, por el que se
purga la vieja creación y se rehace. El Espíritu y el agua significan agencias
de limpieza: VIII.
«El agua arriba del cielo».
Puesto que el bautismo se realiza por agua y el Espíritu como protección contra
el fuego doble, eso que sostiene lo que es visible, y eso que sostiene lo que
es invisible; y por necesidad, habiendo un elemento inmaterial de agua y uno
material, es una protección contra el fuego doble.
Y el agua terrenal limpia el
cuerpo; pero el agua celestial, por razón de ser inmaterial e invisible, es un
emblema del Espíritu Santo, que es el purificador de lo invisible, como agua
del Espíritu, y la otra del cuerpo.
A pesar de los más bien
complicados y extraños indicios de dualismo en este pasaje, lo que está claro
es que el bautismo se veía, en sus aspectos internos y externos, como la
recreación del mundo material y espiritual mediante la recreación total del
hombre.
Las promesas al pueblo del pacto
en el Antiguo Testamento son asombrosas; no se retractan en el Nuevo
Testamento, sino que más bien se amplían. Como Murray observara correctamente:
Finalmente, no podemos creer que
la economía del Nuevo Testamento sea menos beneficiosa que la del Antiguo. Es
más bien el caso de que el Nuevo Testamento da más abundante alcance a las
bendiciones del pacto de Dios.
No se nos conduce, en
consecuencia, a esperar retractación; se nos conduce a esperar expansión y
extensión. No estaría de acuerdo con el genio de la nueva economía suponer que
hay la abrogación de un método tan cardinal de revelar y aplicar la gracia que
está en el corazón de la administración del pacto de Dios.
Las aguas del bautismo hacen eco
del juicio del diluvio y del cruce del Mar Rojo; también prometen un nuevo
mundo, una tierra prometida en Cristo. Apuntan a la plenitud de la bendición
con tanta certeza como reflejan el juicio de Dios sobre la vieja humanidad, el
Adán caído en todos nosotros.
5. EL SACERDOCIO DE TODO CREYENTE
No es cierto lo que dicen los
protestantes que «el sacerdocio de todos los creyentes» es una «doctrina del
Nuevo Testamento» que salió a la luz con la Reforma.
La doctrina es de hecho un
artículo de fe del Antiguo Testamento, como Éxodo 19: 5-6 dice con claridad,
como también muchos otros pasajes:
Ahora, pues, si diereis oído a mi
voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa. Éstas son las palabras que dirás a los hijos de
Israel.
Primero: Estas palabras precedieron al
otorgamiento de la ley, así que la exigencia de Dios («si diereis oído a mi voz,
y guardareis mi pacto») tiene referencia a la ley del pacto, los Diez
Mandamientos y las leyes subordinadas. Sin obediencia a la ley de Dios, no
puede existir ningún sacerdocio válido. El sacerdocio ante Dios es condicional
a la obediencia a la ley del pacto de Dios.
Segundo: El pueblo de Dios debía ser «un
reino de sacerdotes». El ámbito es el Reino de Dios; el sacerdocio de los
creyentes, pues, tiene referencia a ese reino. No es un ministerio sacerdotal
en el sentido de sacrificios. Esto aparece con claridad, no solo en el Antiguo
Testamento, en donde el trabajo de ofrecer los sacrificios del tabernáculo
estaba limitado al linaje de Aarón, sino también en el Nuevo Testamento, en
donde la palabra hierus, sacerdote
en el sentido de sacrificio, nunca se aplica a los creyentes.
El sacerdocio básico, el de todos
los creyentes, es siempre con referencia al reino de Dios. Su propósito es,
entonces, el establecimiento del orden de Dios, y la ley se da para ese
propósito. Los «sacrificios» de este sacerdocio son «espirituales», o sea, un
servicio obediente y fiel en el Espíritu Santo; se les llama a que sean «real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido (o singular)» (1ª P 2: 5, 9).
El objetivo de este sacerdocio es
«reinar sobre la tierra» (Ap 5: 10; 20: 6); el instrumento de este reino o
gobierno es la ley de Dios. El trabajo de sacrificio que le pertenecía al
sacerdocio de Aarón fue llevado a su culminación y propósito por el sacrificio
de Cristo. Los sacerdotes creyentes del Antiguo Testamento siempre tenían el
deber de ofrecer sacrificios de servicio, alabanza y acción de gracias (antes
que de expiación), y este deber continúa en los sacerdotes creyentes de la
Iglesia (Ro 12:1; He 13: 15).
Tercero: El sacerdote creyente del Antiguo
Testamento servía como sacerdote y gobernante sobre su casa y en su vocación.
La misma responsabilidad sigue con el sacerdote-gobernante cristiano. Su
familia y su vocación son aspectos dentro de los cuales se debe imponer la Ley
y Palabra de Dios y ejercer el dominio de Dios.
Fue el sacerdocio creyente del
Antiguo Testamento el que estableció la sinagoga como medio de promover la
enseñanza de la ley y la adoración a Dios. Se debe recalcar que la adoración no
se puede restringir a la sinagoga ni a la iglesia; es un aspecto de la vida
diaria del hombre. El dar gracias antes de las comidas es una forma de
adoración, como también otras formas del estudio familiar de las Escrituras y
de alabanza a Dios.
La adoración en relación con el
trabajo es y ha sido común. La iglesia tiene el ministerio de la palabra
(aunque no exclusivamente) y de los sacramentos; aunque la adoración es un
aspecto de la vida de la Iglesia, la adoración no es prerrogativa exclusiva de
ella.
El mandato bíblico para la
sinagoga se halla en Éxodo 18 :20: «Y enseña a ellos las ordenanzas y las
leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer».
Los orígenes de la sinagoga estuvieron tal vez en el cautiverio en Babilonia.
La sinagoga no era solo un lugar de adoración, sino también de escuela primaria.
La sinagoga también se consideraba como un tipo de escuela para adultos; era un
lugar para conferencias, y también el escenario de decisiones legales.
Se ha vuelto requisito del
judaísmo que diez hombres son necesarios para organizar una sinagoga. Incluso
más importante que este número es el hecho de que, desde la antigüedad, el
sacerdote creyente organiza la sinagoga, no una jerarquía religiosa. La
sinagoga fue, pues, formada por los sacerdotes creyentes como un aspecto de su
responsabilidad sacerdotal.
En el Nuevo Testamento, a la iglesia o «asamblea» también se la
llama en el griego original como synagogué
(Stg 2:2). La iglesia es la sinagoga cristiana, y tiene los mismos
oficiales (ancianos) y la misma función básica llevada a su plenitud en Cristo.
La iglesia del Nuevo Testamento se formó de la misma manera que la sinagoga.
Los misioneros apostólicos
llevaron a Cristo a los convertidos; los convertidos entonces organizaron una
iglesia y eligieron ancianos o gobernantes según las instrucciones de los
apóstoles con respecto a sus cualidades (1ª Ti 3). La elección de los oficiales
fue función de la congregación local, no de los apóstoles, que podían, sin
embargo, declarar la Palabra y Ley de Dios no solo respecto a los oficiales,
sino también a los miembros y su disciplina (1ª Co 5: 4-5).
Este poder de supervisión
misionera estaba sujeto a la Palabra de Dios, por lo que San Pablo halló
necesario indicar la base legal bíblica para sus pronunciamientos (1ª Co 5: 1- 13;
7:1-40; 8: 1-13, etc.).
De esa forma la iglesia local la
«iniciaron» los misioneros, pero fueron los creyentes locales los que la
establecieron y gobernaron. Su gobierno local no quería decir autonomía, pero
tampoco la subordinación a la iglesia general tuvo ningún peso ni poder obligatorio
aparte de las Escrituras.
Toda la autoridad, por estar cimentada
en las Escrituras estaba, por consiguiente, limitada por las Escrituras.
Cuarto: el sacerdocio de todos los
creyentes quiere decir lo que el Rvdo. V. Robert Nilson, en un sermón en Long
Beach, California, en 1970, llamó «un ministerio de todo creyente». San Pablo,
en Efesios 4: 7, declaró que a «cada uno de nosotros fue dada la gracia
conforme a la medida del don de Cristo». A todo creyente se le da una
responsabilidad madura en términos del reino de Dios.
En Efesios 4: 11 San Pablo cita
algunos de los cargos de ese ministerio; no todos son llamados a estos cargos
particulares y altos, pero «cada uno de nosotros» es llamado a servir a Dios en
un llamamiento sacerdotal particular.
Tenemos la obligación de
beneficiarnos del ministerio de otros y crecer, «para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (v. 14), sino como hombres
maduros (v. 13), cumplir nuestras responsabilidades y ejercer dominio en
nuestro ámbito designado.
LA CAPACITACIÓN DE TALES HOMBRES
MADUROS ES FUNCIÓN DE LA IGLESIA.
El propósito de la iglesia no
debe ser traer a los hombres a sujeción a ella, sino más bien capacitarlos en
un sacerdocio real capaz de llevar el mundo en sujeción a Cristo el Rey. La
iglesia es una estación de reclutamiento, el campo de entrenamiento y la
armería del ejército de Cristo de sacerdotes reales. Es una institución funcional, no terminal.
La iglesia en gran medida ha
servido solo de dientes para afuera al sacerdocio de todos los creyentes,
porque su jerarquía ha desconfiado de las implicaciones de la doctrina, y
porque ha visto a la iglesia como un fin en sí misma, y no como un instrumento.
Quinto: debido a que el sacerdocio de
todos los creyentes tiene un propósito práctico, también la iglesia. Limitar la
fidelidad de la iglesia a una profesión de fe es tan errado como limitar la
fidelidad de los creyentes a una profesión de fe.
Tal profesión es necesaria, pero
no basta. «Tú crees que Dios es uno; bien haces.
También los demonios creen, y
tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?» (Stg
2: 19, 20). Mucho antes que los discípulos se percataran por completo de la
verdadera naturaleza y llamamiento de nuestro Señor, los demonios le confesaban
como el Cristo y el Hijo de Dios (Mt 8: 29; Mr 1: 24; 3: 11; 5:7; Lc 4: 34; Hch 19: 15). Un buen árbol produce buen fruto;
y es por sus frutos que conocemos a los hombres (Mt 7: 16-20). La verdadera fe
se revela en obras.
Por lo tanto es muy errado que
los hombres arguyan que es un error separarse de una iglesia debido a que su
profesión formal de fe es todavía ortodoxa. La mayoría de las iglesias
modernistas siguen reteniendo credos y confesiones ortodoxas.
La declaración de que «separarse
de una denominación que todavía es oficialmente sólida en doctrina es, sin
duda, un asunto muy serio», no tiene sentido. Todo ladrón profesional es en
apariencia un hombre honesto; no se proclama ladrón.
Virtualmente toda iglesia
apóstata o negligente niega que sea otra cosa que una verdadera iglesia, así
que ser «oficialmente sólida en doctrina» no significa nada. ¿Es sólida
doctrinalmente en obra y en pensamiento, en profesión y en práctica?
Sexto: el sacerdocio de todos los
creyentes es, como hemos visto, un «real sacerdocio», y tiene referencia al
reino de Dios. Como Van Til ha señalado, «el reino de Dios es el summum bonum del hombre».
Con el término reino de Dios nos
referimos al programa realizado de
Dios para el hombre. Pensaríamos que el hombre;
(A)
Adoptaría este programa de Dios
como su ideal y;
(B)
Pondría y mantendría sus poderes en movimiento a fin de alcanzar esa meta que le ha sido fijada y que él ha
fijado por sí mismo.
Nos proponemos mirar brevemente
este programa que Dios ha fijado para el hombre y que el hombre debe fijar para
sí mismo.
El aspecto más importante de este
programa es que el hombre debe
realizarse como vicegerente de Dios en la historia. El hombre fue creado
como vicegerente de Dios y debe
realizarse como vicegerente de Dios. No hay contradicción entre estos dos enunciados.
El hombre fue creado un personaje
y todavía tiene que hacerse
incluso más personaje. Así que podemos decir que el hombre fue creado rey a fin de que pueda llegar a ser más
rey de lo que fue.
El propósito de llamamiento del
hombre como sacerdote es, por tanto, realizarse a sí mismo como vicegerente de
Dios y dedicarse a sí mismo, sus áreas de dominio, y su vocación a Dios y al
servicio del reino de Dios. La autorrealización
del hombre es posible solo cuando el hombre cumple su vocación sacerdotal.
La tendencia de las instituciones
iglesia, estado y escuela y de las
vocaciones es absolutizarse y hacer el papel de dioses en la vida de los
hombres. La respuesta de los hombres a este problema ha llegado a ser la
«democracia». La democracia, sin embargo, solo agrava la centralización del
poder en manos institucionales, porque la democracia no tiene solución al
problema de la depravación humana y a menudo ni siquiera reconoce el problema.
La doctrina del sacerdocio de
todos los creyentes, cuando se la desarrolla apropiadamente, da una respuesta
cristiana al problema. La centralización del poder institucional no puede
florecer donde florece el sacerdocio. La aplicación práctica del concepto del
sacerdocio llevó al judaísmo a través de los siglos a la formación de un estado
dentro de un estado y a una sociedad dentro de sociedades. La doctrina del
sacerdocio de todos los creyentes, cuando se sigue, es un programa no solo para
la supervivencia sino también para la victoria. El concepto moderno de la
democracia es una parodia lamentable de esta doctrina.
6. LA DISCIPLINA
Un aspecto importante y básico de
la ley de la iglesia es la disciplina; es también un tema muy malentendido en
la iglesia, escuela y vida familiar. Para ilustrar este malentendido, se puede
citar el caso de una pareja piadosa con una hija descarriada y seriamente
delincuente. Quejándose de la conducta de la hija su condición de soltera y
encinta, y su desprecio de su autoridad, los padres insistían en que la habían
«disciplinado» regularmente.
Se le había privado de varios
privilegios, y a menudo le habían dado palmadas y tundas cuando pequeña. Todo
esto era cierto, pero el hecho persistía que la niña había crecido radicalmente
sin disciplina.
Los padres habían confundido,
como demasiadas personas lo hacen, el castigo con la disciplina, y las dos
cosas son marcadamente diferentes. La disciplina es la capacitación sistemática
y sumisión a la autoridad, y es el resultado de tal entrenamiento.
EL CASTIGO ES LA PENA O AZOTES
ADMINISTRADOS POR APARTARSE DE LA AUTORIDAD.
La disciplina y el castigo
son temas afines, pero distintos.
Lo que las iglesias quieren decir
cuando se jactan de una «disciplina estricta» por lo general no es disciplina,
sino castigo estricto. Una iglesia que no administra castigo, lo más probable
es que sea una iglesia indisciplinada. Sin embargo, una iglesia que
continuamente interviene en cuestiones de castigo es también con toda probabilidad
una iglesia indisciplinada.
La misma observación es válida
para escuelas y familias. En el caso de la hija delincuente citada arriba era
definitivamente este caso. La muchacha, ya casi de 20 años, estaba encinta y en
malas compañías, dada a experimentar con narcóticos y mucho más, pero no sabía
cómo coser o cocinar, ni estudiar ni trabajar, ni obedecer una orden sencilla.
Sus padres se habían encolerizado con ella, y la habían castigado, y ella se
había enfurecido con ellos, pero la disciplina había brillado radicalmente por
su ausencia en el hogar.
En donde no hay disciplina, el
castigo es inefectivo y se acerca más a un abuso que a una corrección.
A no entender la diferencia entre
disciplina y castigo se debe una gran parte del desorden en la iglesia. En casi
toda iglesia donde se habla de disciplina
en realidad se quiere decir castigo.
En la confusión de las dos cosas por lo general se pierde la disciplina.
«El libro de disciplina» de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa es en sí un libro
sobre procedimientos judiciales para evaluar y castigar el pecado y la mala
conducta. Nada se dice en cuanto a la verdadera disciplina. Lo mismo es cierto
en iglesia tras iglesia.
¿Qué es la disciplina, en
esencia? Según la definición del diccionario, la disciplina es la capacitación
sistemática y sumisión a la autoridad, y el resultado de tal entrenamiento. Se
debe añadir que disciplina viene de discipulus,
palabra latina que a su vez se deriva de disco,
aprender.
Ser
discípulo y estar bajo disciplina es ser un aprendiz en un proceso de aprendizaje. Si no hay aprendizaje, ni
crecimiento en el aprendizaje,
no hay disciplina.
Lo primero y más importante al considerar la disciplina de la iglesia es el
hecho de que el aprendizaje o disciplina es por la Palabra de Dios, por las
Escrituras.
Una iglesia indisciplinada es una
iglesia en la cual hay un fallo en la proclamación y enseñanza de las
Escrituras. Una iglesia que niega la Biblia no puede tener disciplina.
Una iglesia que predica para
lograr conversiones, pero no para crecimiento, no puede tener disciplina. Una
iglesia que es antinomiana ha negado la premisa del crecimiento y no puede
tener disciplina. San Pablo declaró que «la fe es por el oír, y el oír, por la
palabra de Dios» (Ro 10: 17).
La regeneración es inseparable de
la palabra de Dios. Una iglesia viva es una iglesia que oye la palabra, crece
en términos de la palabra, y es disciplinada por la palabra.
Segundo: los castigos eclesiásticos,
aunque necesarios y bíblicos, no pueden reemplazar a la palabra de Dios como
medio de disciplina. Debido a que la palabra siempre va acompañada por el poder
de Dios, tiene una capacidad de disciplinar o enseñar que falta por completo en
toda acción de sínodos y concilios aparte de la palabra. La palabra de Dios
realiza sus propósitos sin fallar, se nos asegura:
Porque como desciende de los
cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la
hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así
será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo
que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié (Is 55: 10, 11).
Alexander identificó «palabra»
aquí como «todo lo que Dios pronuncia, bien sea como predicción o
mandamiento»1. Plumptre identificó «palabra» con «los propósitos de Dios».
Calvino reconoció la identidad de esta palabra
con las Escrituras, y con «el poder y eficacia de la predicación» cuando
es plenamente fiel a las Escrituras. Condenará al malvado y salvará y
fortalecerá a los elegidos según el propósito de Dios.
El que una iglesia ponga su
confianza en el poder disciplinario de su propia palabra, y en sus poderes para
castigar, y que margine el poder de enseñanza de la palabra de Dios, es
abandonar la verdadera disciplina por la anarquía. Hay una enseñanza sobrenatural
o poder disciplinador inherente en la palabra del Dios sobrenatural que les
falta a las palabras y acciones de los hombres. Cada vez que la iglesia olvida,
descuida o limita la palabra, también la iglesia abandona el poder divino de la
palabra de Dios por una enseñanza puramente humanista.
No es sorpresa, por consiguiente,
que las iglesias antinomianas hayan producido cristianos impotentes y
humanistas y el mundo que les rodea continuamente ha ido colapsando en
ideología humanista.
Tercero, en la verdadera disciplina, el
proceso de aprendizaje lo guía y promueve el Espíritu Santo, que es dado a los
elegidos para que puedan conocer las cosas que son de Dios. Como San Pablo
dijera:
Antes bien, como está escrito:
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las
que Dios ha preparado para los que le aman.
Pero Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo
de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de
Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos
ha concedido (1ª Co 2: 9-12).
Pasando ahora al castigo
eclesiástico, el pasaje central es Mateo 18:15-20, que por lo general se asume
como base para la disciplina. En realidad, el procedimiento bosquejado
sencillamente determina si el malhechor es dócil al castigo, si hay alguna
disciplina de la palabra en su vida. La presuposición es que hay una transgresión
real de parte de un miembro u oficial de la iglesia.
El primer paso (v. 15) es confrontar a la
persona con su transgresión en términos de la ley de Dios.
¿Conoce la ley de Dios, y están
listos para someterse a ella? Si en efecto se someten a la ley de Dios, en
verdad son un «hermano» en el Señor.
Segundo, si abandonan la palabra y rehúsan
oírla, su negativa debe ser confirmada en la boca de por lo menos otro testigo,
de modo que por lo menos dos testigos puedan atestiguar su apostasía o
incredulidad (v. 16). La referencia aquí, de nuevo, es a la ley de Dios, una
ofensa contra ella, una reprensión en términos de esta ley, y no aceptar esa
ley.
El tercer paso es declarar a la iglesia la
falta de disposición de la parte culpable, «y si no oyere a la iglesia, tenle
por gentil y publicano» (v. 17). El único proceso judicial posible que puede
tener lugar en esta tercera etapa es si la parte acusada niega que las
acusaciones sean ciertas. Una audiencia entonces puede determinar si las
acusaciones son verdad o falsas, si de veras se ha transgredido la ley de Dios.
El que una de las partes no
acepte la ley de Dios debe llevar a una ruptura con él, a la excomunión. Se le
debe considerar como pagano o publicano.
La premisa y base de autoridad
del individuo que confronta a la parte culpable, y de la iglesia en su poder de
excomunión es la Ley y Palabra de Dios.
Cuando los hombres «atan» en la
tierra la conciencia de los hombres en fidelidad a esa palabra, sus acciones
son válidas en el cielo. Cuando en fidelidad a la palabra perdonan a los
hombres en arrepentimiento y restitución, a quien ellos desaten en la tierra
será desatado en el cielo (vv. 18, 19).
Esta autoridad es ministerial, no
legislativa; o sea, el hombre está ligado a la palabra de Dios, y no Dios a la
palabra del hombre. Cuando el hombre actúa en fidelidad a la palabra de Dios,
puede esperar por completo que Dios respalde la fidelidad, «porque donde están
dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (v. 20).
La referencia primaria aquí es a
acciones judiciales de castigo y perdón, pero la referencia es también general,
de modo que, en lo que sea que los creyentes y las iglesias hagan en fidelidad
a la Ley y Palabra de Dios, pueden contar con la presencia y respaldo del poder
supremo del mismo Señor.
Mateo 18: 15-20 se refiere y se
basa en las leyes del Antiguo Testamento: Levítico 19: 17 requiere la
reprensión; Deuteronomio 17:6 y 19:15 requiere por lo menos dos testigos.
Cristo volvió a enunciar esta ley, y las epístolas apostólicas repetidas veces
la confirman: Lucas 17:3; Santiago 5: 20; 1ª Pedro 3: 1; Juan 8:17; 2ª Corintios
13:1; Hebreos 10:28; 1 Timoteo 5:19-20; Romanos 16:17; 1 Corintios 5:9; 2
Tesalonicenses 3:6, 14, 2 Juan 10; Mateo 16:19; Juan 20:23; 1ª Corintios 5:4-5;
Mateo 5: 24; Santiago 5: 16; 1ª Juan 3: 22; 5:14.
Todos estos versículos confirman
la plena validez de las leyes del Antiguo Testamento. En Santiago 5: 16 y 1ª Juan
3: 22; 5: 14, la relación entre la obediencia a la ley y la oración eficaz se
recalca fuertemente.
Por lo tanto, no puede haber
verdadera disciplina en una iglesia, ni en una escuela u hogar, a menos que
también haya una predicación plena y fiel de la Ley y Palabra de Dios. El
antinomianismo no puede producir disciplina.
Se debe añadir, no obstante que,
así como la disciplina no se puede equiparar al castigo, la disciplina no se
puede equiparar al orden. Cierto tipo de orden también puede ser resultado de
estancamiento y muerte; el cementerio por lo general es un lugar ordenado,
mucho más ordenado que la mejor de las ciudades, pero es difícilmente un orden
recomendable para la vida.
El orden falso es tan ajeno a la disciplina
como el desorden. La expresión común «ley y orden» resume el asunto.
El verdadero orden es producto de
la verdadera ley. La disciplina de la Ley y Palabra de Dios es lo único que
produce un orden verdadero.
SE DEBE AÑADIR QUE EN ALGUNOS CASOS
HAY UNA ALTERNATIVA AL CASTIGO.
Hay la separación. En Hechos
15:36-41 leemos de un serio desacuerdo entre Pablo y Bernabé. La respuesta a
este conflicto no fue Mateo 18:15-20, seguido de juicios en la iglesia y
apelaciones. Si Pablo y Bernabé hubieran seguido este curso, ni uno ni otro
hubieran podido lograr mucho trabajo.
Pablo podía haber estado atascado
con apelaciones sin fin y pruebas sobre acusaciones de difamar a Juan Marcos, o
podía haber acusado a Bernabé de descuido de su obligación por no castigar a Marcos.
En lugar del Evangelio de Marcos
y las Epístolas de Pablo, habríamos tenido interminables documentos legales de
ambos, si algunos religiosos modernos se hubieran salido con la suya. Más bien,
Pablo y Bernabé se separaron, y ambos lograron mucho en sus viajes separados.
7. LAS REPRENSIONES Y LA EXCOMUNIÓN
En 1ª Timoteo 5: 1-16 San Pablo
habla de la reprensión a miembros de la iglesia.
A los ancianos hay que tratarlos
primero «como a padre», a los jóvenes hay que reprenderlos como «a hermanos»,
«a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas». Las viudas,
los hombres y mujeres, los ociosos y los chismosos son todos mencionados por
San Pablo en su declaración sobre la reprensión.
La reprensión es la primera etapa
del castigo y tiene referencia a Mateo 18: 15; tiene referencia a una ofensa
conocida y obvia que el pastor o miembro llama la atención del ofensor a la luz
de las Escrituras; también puede ser el último paso en algunos asuntos que exijan
una reprensión pública (1ª Ti 5:20).
En esta epístola San Pablo se
interesa en la ley (1 Ti 1:3-11). Los asuntos referentes a reprensión, castigo
y excomunión se citan entonces según los problemas de la iglesia; son en
esencia cuestiones de fe y moral, de autoridad y ley. El objetivo de tales
acciones no es la iglesia, sino el reino de Dios; no una institución, sino el reino
de Dios.
Algunos de los aspectos citados
por San Pablo, aunque no son todos de ninguna manera, son:
Primero, la autoridad. Los hombres deben
asumir el liderazgo en cuestiones de fe tanto como en el hogar, y las mujeres
no deben salirse de los límites de su posición (1ª Ti 2: 8-15). San Pablo, de
este enunciado de autoridad, pasa a tratar de la autoridad de un obispo o
presbítero en términos de requisitos. La autoridad es dada solo a los hombres
que pueden ejercer autoridad, y cuya capacidad para disciplinarse a sí mismos y
a su casa se haya demostrado (1ª Ti 3: 1-13).
Segundo, se discuten aspectos de doctrina
y falsa enseñanza sobre la doctrina y la moralidad (1ª Ti 4: 1-16). Se condena
el ascetismo y el celibato sacerdotal. No tenemos aquí ninguna ley nueva, sino
que es confirmada la ley bíblica en general, y la fe bíblica como un todo.
Ninguna dispensación nueva ha dejado obsoletos los conceptos del Antiguo
Testamento en cuanto a carnes y matrimonio.
Tercero, se citan aspectos de moralidad
como motivos para reprensión. Es obligación de los padres enseñar piedad a sus
hijos. Examinemos específicamente lo que San Pablo dice. En 1 Timoteo 5: 3
ordena: «Honra a las viudas que en verdad lo son».
La traducción de Moffatt [en
inglés] con precisión parafrasea esto como: «A las viudas en necesidad real se
les debe sostener de los fondos». El significado de honrar a padre y madre es
obvio que incluye el sustento. Las viudas excluidas del sustento de la iglesia son,
como Lenski lo resumió, «las que tienen familiares y las que se dedican a la
vida alegre». Las viudas dignas, a cambio de su sostenimiento, trabajan en la
iglesia.
Entonces se citan a las viudas
con familias. Estas tienen una función de enseñanza, como también la iglesia,
en relación con sus hijos y nietos:
Pero si una viuda tiene hijos o
nietos, ellos son quienes primero deben aprender a cumplir sus obligaciones con
los de su propia familia y a corresponder al amor de sus padres, porque esto
agrada a Dios (1ª Ti 6: 4, VP).
El no cuidar a los miembros de la
familia de uno, por tanto, constituye una violación del quinto mandamiento; es
también una violación del octavo, en que es una forma de robo. Este mismo
punto, el deber de proveer para la familia de uno, se vuelve a enunciar en el
v. 8:
Pues quien no se preocupa de los
suyos, y sobre todo de los de su propia familia, ha negado la fe y es peor que
los que no creen (VP).
El comentario de Lenski sobre
este versículo es muy acertado:
Esto se enuncia en su forma más
fuerte. En el v. 4 es: «aprendan éstos». Aquí el sentido es: «si uno no
aprende, este es el veredicto que hay que pronunciar sobre él». Pero en el v. 4
tenemos el caso de una viuda sola; aquí es una cuestión de todos y cada uno de
los dependientes. La referencia a «alguno» es perfectamente clara; es la
persona que tiene un núcleo familiar, cuya responsabilidad es proveer para los
miembros de su casa.
El verbo quiere decir «pensar de
antemano» y así (intensificado) llevar a la práctica ese pensamiento, o sea,
«proveer». Pablo lo indica de la manera más completa: «proveer para los suyos y
especialmente para los miembros de su familia».
La lectura preferida tiene solo
un artículo, porque Pablo no se refiere a dos grupos distintos «Los suyos» son
todos los que pertenecen a ese núcleo familiar, siervos y miembros de la
familia. Aquí hay un fuerte argumento respecto al sustento de una madre o
abuela viudas; si uno debe proveer incluso para sus criados, cuánto más para la
madre o abuela de uno. Pero se incluye a todos los dependientes; padre y madre,
si estos son dependientes, esposa e hijos, y también otros parientes tales como
sobrinos huérfanos.
Esta es la enseñanza cristiana.
Ahora el que no vive a la altura de esa «fe niega», etc.
A fin de dejar en claro la
enormidad de tal acción, Pablo añade a manera explicativa: «y es peor que un
incrédulo», uno que nunca creyó ni nunca profesó creer. El pensamiento no es
que el incrédulo siempre proveerá para los miembros de su familia y sus
criados; muchos no lo hacen; sino que cuando un incrédulo no lo hace, malo como
es, y mala como es su acción, no es tan mala como tener la verdadera enseñanza
y después flagrantemente negarla.
Lo que una congregación debe
hacer con un miembro de este tipo no necesita añadirse. Su veredicto está
escrito aquí.
Los que no sostienen a los suyos
primero deben ser reprendidos y luego excomulgados.
En donde interviene falsa
doctrina, se nos pide que nos «apartemos» de tales personas (Ro 16: 17), en
verdad que los «rechacemos después de una primera y segunda amonestación». No
debemos recibir a tales personas en nuestra casa, ni acogerlas, porque hacerlo
nos convierte en partícipes de sus malas obras (2ª Jn 10, 11).
En donde hay inmoralidad como la
de no dar sustento, a tales hombres también hay que rechazarlos. Lo mismo se
aplica a los fornicarios no arrepentidos que son miembros de la iglesia: se les
debe excomulgar (1ª Co 5: 9-11).
Así como «honrar» quiere decir
más que respeto verbal e incluye sustento, «recompensar» y «proveer» quiere
decir más que solo sustento financiero. Proveer para los hijos de uno incluye
una educación cristiana, porque se debe hacer provisión para la mente y para el
cuerpo del niño. Poner a los hijos en una escuela pública o en una escuela atea
es no proveer adecuadamente para ellos.
Se debe notar que la iglesia
apostólica, y por siglos después la iglesia cristiana, proveyó para las viudas,
huérfanos y los enfermos, para todos los necesitados, como parte de su
obligación. En 1ª Timoteo 5: 10 se hace referencia a hospedar forasteros, y en
otras partes a la hospitalidad (1ª Ti 3:2).
En esos días, los mesones fuera
de Palestina por lo general eran casas de prostitución también, y por
consiguiente no eran lugares donde los cristianos debían quedarse. Como resultado,
la obligación de atender a los cristianos que viajaban era importante. La
iglesia primitiva era así un gobierno muy vasto, y continuó siéndolo casi hasta
el siglo 20.
Es importante volver a repetir
aquí el significado del gobierno en
su sentido histórico bíblico. El gobierno básico del hombre es el autogobierno
del hombre cristiano. La familia es un aspecto importante del gobierno también,
y el básico.
La iglesia es un aspecto de
gobierno, y la escuela es otro. La vocación del hombre es un aspecto de
gobierno, y la sociedad en general gobierna a los hombres por sus estándares y
opiniones. El estado es, pues, un gobierno entre muchos; es un gobierno civil,
y no se le puede permitir que usurpe o se apropie de aspectos que no le
pertenecen.
Debido al concepto bíblico del
gobierno, existen muchas esferas de ley, y cada una tiene su autoridad interna,
disciplina y requisitos. Estas esferas son separadas pero están entrelazadas.
El estado, por ejemplo, debe exigir que los hijos sostengan a sus padres, pero
la iglesia, sea que el estado actúe o no, tiene la obligación de enseñar y
castigar o excomulgar a sus miembros en el mismo asunto. De modo similar, se
requiere de la familia que enseñe tal sustento (1ª Ti 5: 4) y que se las entienda
con sus miembros pródigos si no obedecen.
OTRO ASPECTO DE MORALIDAD CITADO POR
SAN PABLO ES RESPECTO A LOS SALARIOS.
El principio, previamente
considerado en relación con Deuteronomio 25: 4: «No pondrás bozal al buey
cuando trillare» es que «Digno es el obrero de su salario» (1ª Ti 5: 18). Las
consideraciones económicas no se marginan por este requisito sino que más bien
se refuerzan. El sabio es buen mayordomo no solo del dinero y materiales sino
también de los hombres. El hombre que paga a sus obreros lo menos posible es en
última instancia el que pierde ante Dios.
Por tanto está claro que el
castigo impuesto por la iglesia tiene referencia primaria a la conducta del
hombre ante Dios y el hombre; la reducción de una buena parte del castigo de la
iglesia a las ofensas contra ella es una perversión de las Escrituras y una
limitación de la jurisdicción de la iglesia.
8. PODER Y AUTORIDAD
San Pablo, al recordar a los
cristianos de Corinto de su destino, dijo: «¿O no sabéis que los santos han de
juzgar al mundo?» (1 Co 6:2). Moffatt [en inglés] traduce esto: «¿No saben
ustedes que los santos van a gerenciar el mundo?», significado que necesitamos
recordarnos.
El gobierno de la iglesia es un
preludio del gobierno del mundo, no por la iglesia sino por «los santos». Al
tratar de establecer el gobierno necesario de la iglesia hacia ese fin, la
apelación constante de Pablo fue, no a la forma de gobierno de la Iglesia ni a
los miembros, sino a la Ley de Dios y al crecimiento de los santos en términos
de ella (1ª Co 6: 5—9:27). Juzgar, gobernar y administrar el mundo se da en
términos de la Ley de Dios.
Cuando San Pablo expresó
indignación ante la idea de que los cristianos acudieran a un tribunal romano,
estaba hablando como buen judío, en la tradición de la ley (1ª Co 6: 1). Acudir
a un tribunal externo estaba prohibido en Israel, bajo circunstancias normales,
en problemas entre judíos. En tales casos se recurría a las cortes judías,
tradición de ley mantenida hasta este día en muchos círculos.
De modo similar, San Pablo sentía
que, entre creyentes, las autoridades de la iglesia constituían el cuerpo
gobernante. Entre un judío y un gentil, o entre un cristiano y un no cristiano,
podría haber un uso legítimo de tribunales civiles. Esos tribunales, por no
regirse por la ley de Dios, no eran agencias de justicia confiables.
Acudamos ahora a la Odisea de Homero. Odiseo vuelve a
casa después de muchos años de recorrido por todo el mundo. Durante ese tiempo,
no se le había ocurrido que tal vez se exigiría castidad de él, aunque la
esperaba de su esposa y sus esclavas. Los pretendientes de su esposa porque se
presumía que Odiseo estaba muerto violaron a algunas de sus esclavas. Odiseo
mismo reconoció esto:
«Ustedes, perros, se dijeron que
yo nunca más volvería a casa de la tierra de los troyanos, y arruinaron mi
casa, y se acostaron con mis criadas por la fuerza, y traicioneramente
cortejaron a mi esposa mientras yo todavía estaba vivo».
El aya Euriclea dijo que doce de
sus cincuenta esclavas habían estado involucradas: «De estas, doce en total han
ido por el camino de la vergüenza, y no me honran, ni a su señora Penélope».
Después de matar a los pretendientes, Odiseo y su hijo Telémaco, y otros, se
dirigieron a las jóvenes, para ejecutarlas.
Telémaco colgó a las doce en un
cable. El porqué de la ejecución lo expresó Telémaco: «Estas han vertido deshonra sobre mi cabeza y la de
mi madre, y se han acostado con los pretendientes». La ofensa de las muchachas
no fue contra Dios, sino contra Odiseo y Telémaco. La participación de estas
muchachas con los hombres que las violaron, o que tal vez las sedujeron, no era
tan importante como la «deshonra» que sentían Odiseo y Telémaco.
La ley para ellos no tenía un
alcance mayor que ellos mismos. «Las muchachas eran propiedad suya. La
disposición de propiedades era entonces, como ahora, cuestión de conveniencia,
y no cuestión de bien o mal».
Lo mismo fue cierto al principio
en Roma. El padre tenía poder sobre sus hijos; eran propiedad suyas. La ley no
trascendía al hombre, y estaba esencialmente limitada a la familia del hombre.
Más tarde, el Estado asumió los poderes de la familia y se convirtió en el
padre de su pueblo y la fuente de ley.
EN CUALQUIER CASO, LA LEY ERA
ESENCIALMENTE HUMANISTA Y CENTRADA EN EL HOMBRE.
Puesto que el hombre como jefe de
la familia o el hombre como líder estatal dictaba la ley, la ley era total.
Esto aparece muy claramente en las Leyes
de Platón:
Lo principal es que nadie, ni
hombre ni mujer, debe jamás estar sin una autoridad establecida sobre él, y que
nadie se dé el hábito mental de dar un paso, sea con fervor o en broma, sobre
su responsabilidad individual o sea, debemos entrenar la mente a ni siquiera
considerar actuar como un individuo o saber cómo hacerlo.
Si no existe la Ley de Dios, las
alternativas humanistas del hombre, cuando se llevan a sus conclusiones
lógicas, quieren decir anarquía o estatismo totalitario.
El comentario de Brophy sobre el
caso de Leopold y Loeb es revelador en este punto:
Lo que se percibe al leer un
relato del caso es un fracaso o, más bien, una confusión de parte de la
sociedad, que, en todos sus tratos con Leopold y Loeb en su educación y en lo
equivalente a su educación adicional, su juicio, nunca les ofreció alguna razón
por la que no debían asesinar o por qué debían sentir algún remordimiento.
Lo que sí les ofreció fue Dios, y
ellos vieron a través de Él. «Él abandonó la idea de que había un Dios», dijo
uno de los informes médicos sobre Leopold, «diciendo que, si existía un Dios,
algún pre-Dios debía haberlo creado». En esto, razona por analogía. Como les
habían enseñado que la ley moral derivaba sus sanciones de Dios, los jóvenes
usaron la lógica al llegar a la conclusión de que expulsar a Dios era expulsar
también la ley moral.
En verdad esto -razonaba- fue su
delito a los ojos de la sociedad, o por lo menos el delito de Leopold, el más
inteligente de los dos. Y, después de llegar a esa posición por la razón, no
podía ser inducido a cambiarla bajo la presión emocional de la amenaza de
muerte. Como el informe médico anota: «Dijo que la congruencia siempre había
sido una especie de Dios para él».
La sociedad no pudo hacer nada
con Leopold excepto clasificarlo como anormal, o sea, que era un no conformista
en sus gustos sexuales, su propia imaginación.
Anarquismo o totalitarismo son
las alternativas. Bien sea gente que, según la esperanza de Platón, «ni
siquiera consideran actuar como
individuos ni saben cómo hacerlo», o individuos que son la ley absoluta para sí
mismos; estas son las alternativas que el humanismo le ofrece al hombre.
Pero los santos han de gobernar
al mundo según la ley de Dios, lo que quiere decir que deben conocer esa ley.
Por lo tanto, un requisito básico para que la Iglesia tenga una vida saludable
es un estudio constante de la ley de Dios, sus implicaciones y aplicaciones.
LA CUESTIÓN DE LA AUTORIDAD ES INSEPARABLE DE LA LEY EN
CUALQUIER SENTIDO BÍBLICO.
Un significado primario de
autoridad es «el derecho de mandar e imponer obediencia; el derecho de actuar
oficialmente». La palabra autoridad se deriva del latín augeo, aumentar. La autoridad tiene un aumento natural en ella.
La verdadera autoridad prospera y abunda. Poder y autoridad no son palabras
idénticas.
Poder es fuerza o potencia; el
poder puede existir y a menudo existe sin autoridad.
El poder de Odiseo y Telémaco, y
los poderes del Imperio Romano, eran poderes de verdad, pero, en los términos
de la ley de Dios, carecían de autoridad, aunque tuvieran una autoridad formal
como gobiernos legítimos en sus sociedades. Como
Denis de Rougemont señaló: «Uno
no se convierte en padre robándose un hijo.
Uno puede robarse un hijo, pero
no la paternidad. Uno puede robar el poder, pero no la autoridad».
La iglesia debe, por su fidelidad
a la Ley y Palabra de Dios, establecer, fortalecer y aumentar su autoridad. Su
poder aumentará - les indicó San Pablo a los corintios- en la medida en que los
cristianos obedezcan la ley de Dios y la iglesia la aplique a sus asuntos
internos, y llame a sus ciudadanos miembros a aplicarla en el mundo que los
rodea.
La base de este poder
incrementado es Jesucristo, que declaró: «Toda potestad me es dada en el cielo
y en la tierra» (Mt 28:18). Como poseedor absoluto de todo poder, Él es la
fuente predestinante de todo poder inmediato.
También es la coincidencia
perfecta de poder y autoridad. En la escuela de la historia, la iglesia se ve
estorbada, reprendida, y humillada cada vez que su poder deja de basarse en la
autoridad de la Palabra y ley de Cristo, o cada vez que su autoridad trata de respaldar
a otros señores que no sean Cristo.
A la iglesia se le requiere
enseñar a todos los hombres y naciones «que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén» (Mt 28: 20). Su presencia y su poder sostienen a aquellos que
enseñan la observancia de todo lo que Cristo ordena.
El poder, cuando está divorciado
de la autoridad santa, se vuelve progresivamente demoníaco. La autoridad puede
ser legítima en el sentido humano, apoyándose en la sucesión o elección, y sin
embargo ser inmoral y hostil al orden de Dios.
La autoridad de Nerón era
legítima en cierto sentido, y a los cristianos se les requirió que la
obedecieran, pero su autoridad era impía e implícita y explícitamente satánica
en su desarrollo. El orden verdadero requiere que el poder y la autoridad sean
santos en su naturaleza y aplicación.
Algunos de los aspectos de este
problema se pueden ilustrar mejor con el informe de un cristiano capaz e
inteligente que de repente se dio cuenta de que sus castillos en el aire quizá
eran satánicos. Soñó con tener suficiente poder para eliminar por ejecución a
todos los traidores y comunistas, y convertir milagrosamente a todos los
estadounidenses. En su pensamiento, dio asentimiento a Cristo; en su imaginación
estaba pidiéndole a Cristo que se sometiera a la tentación de Satanás.
Quería obligar a creer con
milagros (Mt 4: 5-7), y proveer seguridad milagrosa para los problemas (Mt
4:1-4).
Entonces planteó una pregunta muy
reveladora: ¿La única alternativa es el camino de la conversión y el amor sin ningún
orden jurídico, ni coacción, ni milagros, o de alguna manera los milagros, las
leyes y la coacción tienen algún lugar?
Para responder a esta pregunta,
miremos primero a Mateo 13:58, que nos dice que «en su propia tierra», Nazaret
(Mt 13:54), Jesús «no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de
ellos». Es un serio error decir que el poder de Jesús para realizar milagros
estaba condicionado a la fe de la persona o de parte del público. Su poder era
enteramente suyo, en virtud de su deidad; no dependía en ningún sentido de la
respuesta de la gente. Tenía que haber, entonces, otra explicación del número
limitado de milagros realizados en Nazaret.
Algunos fueron realizados, aunque
es obvio que no en público, porque se nos dice que «no hizo allí muchos milagros», lo que implica que
se hicieron algunos. Los
milagros nunca se realizaron para convertir a la gente; Jesús rechazó la
exigencia de los escribas y fariseos de darles una «señal» específicamente
destinada a obligarlos a creer o, más bien, a hacer la fe innecesaria debido a
la vista (Mt 12: 38, 45; 16: 1-5).
El propósito de los milagros fue
glorificar a Dios, y las reacciones de fe a los milagros eran también para
glorificar a Dios (Mr 2: 12). Hay, por tanto, un lugar muy importante en la vida
del convertido para la ayuda milagrosa y providencial de Dios; es un aspecto de
su cuidado gobernante [providencia].
DE IGUAL MODO HAY UN LUGAR PARA LA
COACCIÓN. LA JUSTICIA Y LA LEY LO REQUIEREN.
Son fútiles, sin embargo, sin una
base en un pueblo de fe que pueda mantener y desarrollar un orden social. Si
mañana todos los enemigos internos y externos de los Estados Unidos de América
desaparecieran milagrosamente, el resultado principal sería un mayor deterioro
y decadencia de la vida estadounidense. Habría libertad para pecar con
impunidad en lo que respecta a las consecuencias históricas.
Si todos o casi todos los
norteamericanos milagrosamente se convirtieran al mismo tiempo, el mal sería
consolidado. Los motivos de estos castillos en el aire eran humanistas; su
propósito era la paz y la libertad nacional. Si hubiera sido la paz y la
libertad internacional, la idea humanista no hubiera sido menos real. El fin
principal de tal sueño es un orden humano y una paz humana. Es solo una variante
del evangelio social.
El propósito principal de la
conversión es que el hombre se reconcilie con Dios; la reconciliación con su
semejante y consigo mismo es un aspecto secundario de este hecho, un producto
secundario necesario, pero de
todas formas secundario.
El propósito de la regeneración
es que el hombre reconstruya todas las cosas en conformidad con el orden de
Dios, no según el deseo de paz del hombre. Este propósito y misión incluye la
ley y la coacción.
LA REGENERACIÓN ES EL ACTO SOBERANO DE
DIOS DENTRO DE SU PROPÓSITO SOBERANO.
Es coactiva porque es un acto de
Dios, y sin embargo, como el hombre mismo es un acto de Dios, la regeneración
no es coactiva porque viene como clímax de la obra de Dios dentro del corazón
del hombre. Ni las conversiones ni los milagros son obra del hombre. El que el
hombre busque conversiones forzadas o milagros según sus propias esperanzas es
un error; el hombre puede exigir obediencia a la ley de Dios, pero no puede
actuar como si fuera Dios.
Donde el poder y la verdadera
autoridad están juntos, allí el hombre no actúa como si fuera Dios; sirve a
Dios en términos de su ley y ora a Dios. El poder y la autoridad se usan para
promover el orden santo, y no las esperanzas humanas de orden. El orden de Dios
requería la caída de Roma, no su paz. Muchos cristianos oraban por Roma, y
legítimamente; pecaron cuando limitaron la obra de Dios al contexto del
imperio.
9. LA PAZ
Un propósito fundamental del plan
de Dios para el hombre y la tierra es el establecimiento de su paz. Esta paz a
menudo se describe simbólicamente como una paz no solo con Dios, sino entre los
hombres, y entre el hombre y la naturaleza.
Se nos dice:
Morará el lobo con el cordero, y
el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia
doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.
La vaca y la osa pacerán, sus
crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho
jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre
la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque
la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar
(Is 11: 6-9).
Otro símbolo igualmente familiar
tiene que ver con la vid y la higuera. Ambos son símbolos no solo de paz, sino
también de fertilidad y prosperidad. Los hallamos repetidas veces en las
Escrituras (2ª R 18: 31; Is 36: 16), pero sus enunciados más conocidos son los
siguientes:
Y él juzgará entre muchos
pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus
espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra
nación, ni se ensayarán más para la guerra.
Y se sentará cada uno debajo de
su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca
de Jehová de los ejércitos lo ha hablado (Miq 4: 3, 4).
Y Judá e Israel vivían seguros,
cada uno debajo de su parra y debajo de su higuera, desde Dan hasta Beerseba,
todos los días de Salomón (1 R 4:25).
En aquel día, dice Jehová de los
ejércitos, cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y
debajo de su higuera (Zac 3:10).
De éstos, Miqueas 4:3, 4 y
Zacarías 3:10 son profecías mesiánicas que describen la culminación del reinado
del Mesías.
Jesús se refirió a sí mismo como
la fuente de esta paz, como la vid verdadera, declarando: «Yo soy la vid
verdadera» (Jn 15: 1). Más directamente, dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy;
yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo» (Jn 14: 27). Cuando Jesús maldijo a la higuera (Mt 21: 19; Mr 11: 13,
14), fue la paz de Israel la que maldijo Él, que es la paz verdadera.
Antes de la caída, no solo el
hombre moraba en paz en el Edén, sino la tierra también, y los animales. Esa
paz la quebrantó del hombre, y ahora, San Pablo declara: «toda la creación»
espera fervientemente la liberación y restauración que se hará por Cristo y los
hijos de Dios (Ro 8: 19-23).
La restauración de esa paz
empieza con la restauración del hombre a la vida por la obra regeneradora de
Jesucristo. El hombre es entonces una nueva creación (Moffatt, 2ª Co 5: 14 [en
inglés]; «Hay una nueva creación dondequiera que un hombre pasa a estar en
Cristo; lo viejo ha pasado, lo nuevo ha llegado»).
El concepto de la paz que es
herencia de todo hombre en Cristo es parte de la doctrina del sabbat, del
reposo del hombre en su Señor. Se requiere que a la misma tierra se le den su
reposo y su paz, porque la tierra es del Señor.
Este concepto de la paz tuvo una
profunda influencia en la ley. El comentario de Keeton sobre la doctrina medieval
de la paz en Inglaterra es muy instructivo:
Otro factor de importancia que
influyó en el crecimiento de la ley criminal en el primer siglo después de la
conquista fue el concepto de la paz del rey. En la ley sajona todo hombre libre
tiene una paz. También la tenía la Iglesia, y la paz de Dios gobernaba todos
los días santos. Por la ruptura de la paz de una persona, por ej., por la
comisión de un crimen en ella, se debe pagar compensación, así como también
compensación a la víctima y sus parientes.
Por sobre todas las demás paces
estaba la del rey, e incluso en tiempos sajones, oímos de los esfuerzos hechos
por reyes fuertes para preservarla, especialmente en «la carretera del rey». En
las manos de los administradores reales después de la Conquista esto demostró
ser un concepto dinámico, y, como Maitland una vez lo expresó, a la larga la
paz del rey se tragó la paz de todos los demás.
Esto sucedió de dos maneras.
Gradualmente los pagos en dinero respecto a la ruptura de la paz de otras
personas dejaron de imponerse, en tanto que el concepto de la paz del rey se
extendió a todo el reino. Todo delito serio se convirtió en un quebrantamiento de
la paz del rey, o una felonía. Ya en tiempos de Bracton, en el siglo 13, se
había vuelto forma común imponerle a un acusado en los términos siguientes:
«Por cuanto el susodicho B estaba en la paz de Dios y de nuestro señor el Rey,
vino el susodicho N delincuentemente como delincuente», etc. Incluso hoy a una
persona acusada de un delito se le acusa de que «de manera delincuente y
contraria a la paz de nuestra Señora soberana, la Reina», etc.
Era una característica de los
delincuentes que se habían puesto fuera de la paz del rey, por lo que la mano
de todo hombre estaba contra ellos. Es más, la paz del rey al principio se
concibió como que existía mientras el rey viviera.
La declaración de Maitland está
bien dicha: «A la larga la paz del rey se tragó la paz de todos los demás». Se veía la paz no como parte del orden de
Dios, sino como un producto de
la vida del estado. La diferencia entre estas dos perspectivas
difícilmente se puede exagerar.
El significado de la palabra paz en hebreo es revelador de su
significado bíblico.
Según Brown:
PAZ, traducción en el AT del heb.
Shalom (de la raíz «estar
completo», «completamiento», «solidez», y de ahí, salud, bienestar,
prosperidad; más particularmente, paz como opuesta a la guerra, concordia como
opuesta al conflicto.
El significado fundamental de shalom es prosperidad, bienestar,
bien de cualquier clase, un significado que reaparece en el gr. Eirene. En el sentido primario de
prosperidad, la paz es una bendición de la cual solo Dios es el autor (Is
45:7).
Entre las bendiciones que Israel
espera en el tiempo mesiánico ninguna se recalca más que la paz.
El NT coincide con el AT en el
concepto de paz como característica del tiempo mesiánico (Lc 1: 79; 2:14; 19: 38;
Hch 10: 36). En este sentido probablemente se debe entender el saludo de los
discípulos en su viaje misionero (Mt 10: 12, 13; Lc 10:5, 6). Al evangelio del
Mesías expresamente se le llama evangelio de la paz (Ef 6:15; Hch 10:36). Jesucristo
mismo es el gran Pacificador.
CARACTERÍSTICA DEL NT ES EL CONCEPTO
DE LA PAZ COMO POSESIÓN PRESENTE DEL CRISTIANO.
En el sentido bíblico, paz es ese
orden y prosperidad que fluyen de la reconciliación con Dios y una restauración
a la vida bajo Dios. La vida en el Edén se caracterizó por paz con Dios y por
consiguiente paz con el hombre, dentro del hombre, y con la naturaleza y dentro
de la naturaleza.
La vida en Cristo significa la
restauración progresiva de esa paz conforme el hombre crece en Cristo y pone al
mundo bajo su dominio. La fuente de paz es la regeneración del hombre en
Cristo; es más que el cese de hostilidades; es el crecimiento de la comunión y
también la realización como persona en Cristo.
La paz estatal es en el mejor de
los casos la ausencia de hostilidades y la supresión de actividades delictivas.
Debido a que el estado no puede regenerar al hombre, no puede establecer ni
siquiera esta forma limitada de paz. El poder del Estado es en esencia el poder
de la espada. El estado puede ordenar que los hombres se amen y vivan en paz,
pero sus medidas represivas solo añaden otro elemento de hostilidad a la
situación.
El estado, además, en sus
esfuerzos por imponer una paz represiva y armada entre sus ciudadanos, destruye
la paz de esos ciudadanos, puesto que usurpa la paz de Dios y la libertad de
los hombres libres. El estado puede solo ser un instrumento para la paz cuando
es un instrumento de Dios y un ministro de Cristo.
Sus esfuerzos entonces están
limitados a su propio ámbito, para ser ministro de justicia.
Claramente la paz como prosperidad y bienestar está
muy estrechamente relacionada con salvación,
victoria y salud. El cuadro de la paz en que todo hombre está debajo de
su vid y debajo de su higuera es de prosperidad, seguridad, contentamiento y
alegría.
La paz y la salvación son, por
tanto, conceptos centrados en Dios, que equivale a la realización personal del
hombre. Como Dios es el autor y creador de todas las cosas, no puede haber
satisfacción para el hombre aparte de Él. Por consiguiente «los impíos son como
el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y
lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos» (Is 57: 20, 21).
ESTA PAZ, SIN EMBARGO, ES MÁS QUE
AUSENCIA DE HOSTILIDADES; ES PAZ CON DIOS.
Paz con Dios quiere decir guerra
con los enemigos de Dios. Cristo dejó en claro que la lealtad a él implicaba
una espada de división (Mt 10: 34-36). En un mundo pecador, algo de guerra es ineludible.
El hombre debe, por consiguiente, escoger sus enemigos: ¿Dios o el hombre
pecador? Si un hombre está en paz con los hombres pecadores, está en guerra con
Dios. La paz en un sector quiere decir guerra en otro. Solo Dios, sin embargo,
puede dar paz interna ahora, y, finalmente, paz mundial mediante su ley
soberana (Miq 4: 2).
NOTAS SOBRE LA LEY DE LA SOCIEDAD
OCCIDENTAL
En los cánones de la Iglesia
Primitiva, la importancia de la ley bíblica es bien evidente.
Las iglesias claramente sentían
que la ley bíblica era obligatoria para los creyentes.
No todas fueron tan lejos ni tan
literales como la iglesia de Armenia, en la cual en esos días y por siglos
después, «solo se nombraba a las órdenes clericales a los que eran de
descendencia sacerdotal (siguiendo en esto las costumbres judías)». Esta práctica
fue condenada por el canon XXIII en el Concilio Quini sexto (o Concilio Trullano)
en 6921.
El canon XCIX del mismo concilio
se refería también al hecho de que «ciertas personas hierven pedazos de carne dentro
del santuario y ofrecen porciones a los sacerdotes, repartiéndolas según la
costumbre judía». Estrabón hace un relato de una costumbre similar en Occidente
en el siglo 92. Pero eso no es todo.
La iglesia de Armenia tenía
sacrificios animales según la ley del Antiguo Testamento, continuándolos por
mucho tiempo después de que los judíos los abandonaron, hasta bien entrado el
mismo siglo 20. Esto tenía lugar a la puerta de la iglesia y eran ofrendas
voluntarias al Señor que conmemoraban los sacrificios del Antiguo Testamento, y
dados como resultado de votos hechos al Señor o como parte de una oración. Los
animales tenían que ser levíticamente aceptables de un año, y libres de todo
defecto según la ley. La oración dice en parte como sigue:
Porque por medio de tu bendito
profeta Moisés ordenaste a tu pueblo de Israel que te ofreciera estos
sacrificios, de los rebaños y ovejas y otros animales puros, trayéndolos a la
puerta de la carpa del testimonio, a los sacerdotes levitas, que pondrían sus
manos sobre ellos y derramarían su sangre en tu altar santo, oh Señor; y por
ello los pecados fueron expiados y se concedían las peticiones.
Sin embargo en todo esto
prefiguraste, como en sombra, las cosas por venir, esa verdadera salvación que
en tu gracia nos has dado por tu venida al mundo. Porque tú mismo, Señor todo
misericordioso y benevolente, por medio de tu Espíritu previsor declaraste por
el profeta: no aceptaré la gordura de tus carneros; ofrece un sacrificio de
alabanza a Dios, y con mente dispuesta preséntale al Señor una víctima sin
sangre. Porque, ¿no se dice: El sacrificio de Dios es un espíritu afligido, y
al espíritu humilde Dios no desprecia?
Así, ahora que hemos pecado y
somos indignos, humildes de corazón nos postramos delante de tu compasión
infinita; y suplicamos tu abundante amor por la humanidad y misericordia, y la
indeclinable promesa que has hecho a tus amados, nuestros padres.
Condesciende, oh Señor, a esta
nuestra ofrenda, y acéptala de nuestras manos; así como lo hiciste con los
holocaustos de corderos y becerros, y como lo hiciste con las innumerables
ofrendas de corderos engordados.
Con gracia concede nuestras
peticiones, para que no seamos burla de nuestros enemigos, sino más bien nos
regocijemos en tu salvación. Porque si pesas todas las montañas y las llanuras
con tu mirada, y tienes el cielo y la tierra en el hueco de tu mano, y te
sientas en lo alto de las alturas en el trono de los querubines, y los abismos
no esconden de ti, y todos los animales de cuatro patas y todo lo que tiene el aliento
de vida no te basta para el holocausto.
¿Cómo nos vamos a atrever a
presumir delante de ti y a ofrecer sacrificio?
LA IGLESIA GRIEGA TAMBIÉN TENÍA
ORACIONES POR LOS SACRIFICIOS DE ANIMALES.
Las regulaciones levíticas
respecto al sacerdocio también se aplicaban al clero en la iglesia, y Levítico
21:17-23 se obedecía con cuidado. Puesto que los eunucos estaban excluidos del
ministerio, se produjo un problema cuando Roma o los bárbaros castraron al
clero para destruir la validez de su ordenación.
El Concilio de Nicea en el 318
declaró que «los castrados por los bárbaros» podían «permanecer entre el clero»,
en vista de las circunstancias de su defecto5. El Concilio de Ancira en 314, canon
XI, tuvo que considerar los casos de vírgenes comprometidas que habían sido violadas;
en tales casos, no se adscribía defecto a la muchacha. La epístola canónica de
San Gregorio Taumaturgo hizo un punto similar en el primer canon.
Ancira, en el canon XXI, trató
severamente del aborto (diez años de penitencia); se excomulgó a los travestis;
se citaron repetidas veces varias transgresiones sexuales como causa de la
excomunión vitalicia (puesto que la iglesia no tenía poder para imponer la pena
de muerte); y se trató del asesinato, la adivinación, la adoración de ángeles,
la herejía y otros asuntos en términos de la ley bíblica, hasta donde podía ir
la iglesia.
La restitución fue básica para la
ley canónica y la penitencia. Las Constituciones Apostólicas la citan en el
canon LXXII, como también San Gregorio Taumaturgo en su epístola canónica,
canon VIII. Los cánones y regulaciones respecto al sabbat son de interés
especial. Timoteo, obispo de Alejandría, requería que el hombre y su esposa se
abstuvieran «del acto conyugal el sábado, y el Día del Señor; porque en esos
días se ofrece el sacrificio espiritual». Esto era en términos de Éxodo 19:15 y
estaba destinado a separar de la adoración todo elemento del culto a la
fertilidad.
Los cristianos no siempre podían
descansar en el Día del Señor, el sabbat cristiano, y la necesidad era así una excusa
legítima; sin embargo, respetar el sábado judío estaba prohibido:
Los cristianos no deben judaizar
descansando el sabbat, sino que deben trabajar en ese día, y más bien honrar el
Día del Señor; y, si pueden, descansar entonces como cristianos. Pero si se
hallara que alguno es judaizante, que sean anatema de Cristo.
Debido a que el Día del Señor era
un tiempo de descanso y alegría, ayunar el domingo se condenaba y requería
excomunión. El mismo concilio, Gangra, condenó a los que condenaban el
matrimonio (Canon I); condenó el vegetarianismo (Canon II); condenó a los que
se separaban de un clérigo casado (Canon IV); y cosas por el estilo.
ES OBVIO QUE LA IGLESIA PRIMITIVA
OBEDECÍA LA LEY BÍBLICA.
Esto no es decir que su
obediencia fuera de ninguna manera perfecta. Las costumbres a veces
sobreseyeron la Ley. La primera epístola canónica de Basilio, arzobispo de
Cesarea en Capadocia, a Anfiloquio, obispo de Iconio, tomó nota de esto en el
Canon IX:
Nuestro Señor también, al hombre
y a la mujer les prohibió el divorcio, excepto en caso de fornicación; pero la
costumbre requiere que las mujeres retengan a sus esposos, aunque estos sean
culpables de fornicación.
No había, sin embargo, falta de
aplicación inteligente de la ley. Por ejemplo, los Cánones XXXIII y LII de
Basilio declaraban que el descuido de los hijos que provocara muerte era
asesinato.
La iglesia, pues, estuvo
consciente de la centralidad de la ley bíblica para la fe cristiana, y su ley
canónica era la aplicación de la regla de esa ley a los problemas de la vida.
La iglesia, sin embargo, estaba dentro del marco de trabajo del Imperio Romano
y la ley romana. Es necesario citar brevemente algunos aspectos de las interpretaciones
de la ley romana dentro del contexto de la fe cristiana.
Roma había alcanzado una
centralización y simplificación excesiva del control de los hombres que había
empezado a inmiscuirse y destruir el orden social. C.
Dickerman Williams ha dicho, del
período del Código Teodosiano (313-468),
El Código Teodosiano y sus
Novelas tienen que ver con un período de la historia muy parecido al nuestro en
muchos de sus problemas. Pero en ese día ya no era posible intentar resolver
los problemas mediante una mayor centralización u oficialidad. Al tiempo del
edicto más temprano que se incluyó en el código, la centralización de la
sociedad ya no podía avanzar más debido a que estaba completa.
Un área que para sus habitantes
era el mundo entero había sido fundida en una sola organización. Las
actividades sociales, económicas y religiosas las administraba o controlaba
rígidamente el estado.
La autoridad del emperador era
incuestionable. Los edictos compilados por el Código Teodosiano y sus Novelas
representan los esfuerzos a menudo desesperados para hacer que el sistema
funcionara. Pero durante aquellos años la tendencia a la desintegración era
irresistible. Las imposiciones destinadas a mantener unida la organización
fracasaron. Dentro de apenas pocos años después del último de los edictos, el
imperio se había destrozado en mil fragmentos.
A diferencia de la nuestra, esa
era fue de desintegración, aunque una desintegración casi involuntaria.
El agotamiento, espiritual y
físico, estaba destruyendo al Imperio. La centralización del poder agravaba la
irresponsabilidad básica que había conducido a la destrucción de los recursos.
Williams del nuevo da en el clavo en su comentario:
En ese entonces el problema del
Imperio era escasez: escasez de grano, de materiales, y de hombres. Por toda la
cuenca del Mediterráneo la agricultura había estado operando para aprovisionar
a las distantes amantes del mundo.
Las recompensas para el
consumidor habían sido demasiado atractivas; para el productor, insuficientes.
Las tierras, especialmente en Italia, habían quedado sin cultivarse. Regiones
enteras de África de las cuales Roma había derivado granos y carne por siglos
se habían vuelto desiertos. España y otros países habían sido deforestados para
proveer leña para los baños públicos de Roma.
«La decadencia del Imperio Romano
es un relato de deforestación, agotamiento del suelo y erosión. De España a
Palestina no quedan bosques en el litoral mediterráneo, la región es
pronunciadamente árida en lugar de tener el carácter abrigado, húmedo, de las
tierras cubiertas de bosques, y la mayoría de su rico suelo de cultivo
anteriormente abundante se halla en el fondo del mar» (White and Jacks, Vanishing Lands, p. 8).
Hoy está de moda en algunos
sectores mofarse de las advertencias ocasionales de agotamiento de los recursos
naturales. Tal veleidad no encontraría eco en las cortes de los últimos
emperadores.
Los emperadores eran impotentes
para invertir la tendencia. El poder se había centralizado, y el Imperio ahora
estaba en manos del Emperador y su burocracia, que no podían ni siquiera
empezar a vérselas con los problemas en la base, que era donde estaban la
mayoría de los problemas. «La gerencia de la gigantesca maquinaria administrativa
estaba por encima de su capacidad».
Después de cierto punto de
centralización, una burocracia se vuelve ajena a la realidad; está muy atareada
gerenciando la gerencia y gobernando la maquinaria de poder. «Lo maravilloso es
que la integridad territorial del imperio se conservara tanto tiempo».
Después de cierto punto la
burocracia también se vuelve caníbal.
Los Emperadores dependían del
apoyo político del proletariado urbano, especialmente del de la ciudad de Roma,
y de la burocracia civil y militar. Para mantener ese respaldo, fue necesario
favorecer a los elementos consumidores de la población, especialmente en contra
de los productores rurales. El efecto de esa política fue desalentar la
producción y tentar a los agricultores a mudarse a las ciudades.
El Código y las Novelas muestran
que con el fin de conseguir provisiones para los moradores de la ciudad y el
personal del gobierno, fue necesario adoptar medidas rigurosas tales como la
servidumbre rural e impuestos pagaderos en especie. La imposición de tales
medidas requería un hipertrofiado aparato estatal de administración y
represión, lo que a su vez apartó más y más hombres de la producción.
Los hostigados agricultores, continuamente
presionados a cumplir sus cuotas de provisiones, solo podían dar poca atención
a la preservación del suelo y los bosques. Su deterioro consiguiente acentuó
las dificultades de producción. La maquinaria estatal finalmente se volvió tan
compleja que llegó a ser inmanejable.
Como resultado, fue posible que
las tribus ambulantes de bárbaros hicieran caer a Roma. El imperio se había
desintegrado debido a su decadencia interna.
La desintegración de la ley
romana fue igualmente real. El código teodosiano muestra las influencias del
cristianismo, pero seguía siendo ley romana. Al analizar las leyes del
matrimonio hemos notado la cristianización radical de la ley romana bajo
Justiniano I (c. 482-565) en el
Corpus Juris Civilis. La ley
romana continuó en su desarrollo, pero se volvió progresivamente una expresión
de la ley bíblica. Los Institutos
de Justiniano (que con el Digesto, el Código y las Novelas, formaban parte del Corpus Juris Civilis) refleja muy bien
lo que se llama «ley natural», pero ese concepto ahora estaba llegando a ser
diferente del que la ley romana había conocido.
La ley natural, lo mismo en manos
de juristas, eruditos o deístas, era en esencia una doctrina antitrinitaria,
pero seguía siendo más cristiana que romana. La ley natural llegó a ser una
forma de herejía cristiana y adscribió a la naturaleza poderes legislativos y
leyes absolutas que es obvio que se tomaron prestadas del Dios de las
Escrituras.
Así, tanto la ley romana como la
ley natural llegaron a estar tan completamente cristianizadas con los siglos
que ningún romano las hubiera reconocido. Incluso en donde se retuvo el fraseo
de las antiguas leyes romanas, un nuevo contenido e interpretación hacían del
significado antiguo algo remoto y vacío.
Lo mismo es válido para las leyes
paganas. Claramente, muchas leyes paganas sobrevivieron y matizaron los códigos
legales occidentales, pero de nuevo que estuvieron sujetos a una alteración
radical en la mayoría de casos. Todavía más, se debe notar que un defecto muy
real de los eruditos ha sido su ignorancia de la ley bíblica. Como resultado,
se ha llamado pagano mucho que en realidad era bíblico.
En un libro fuente de un erudito
de Harvard sobre historia medieval, se nos dice, respecto a Alfredo el Grande
de Inglaterra en el siglo :
Estas son unas pocas leyes
características que Alfredo incluyó en el código y que él derivó de las bases
de viejas costumbres y las leyes de algunos de los reyes sajones previos.
Si alguno golpea a su prójimo con
una piedra, o con el puño, y con todo puede salir con un bordón, que le lleve a
un médico y que haga su trabajo todo el tiempo que él mismo no pueda.
Si un buey acornea a un hombre o
a una mujer, y mueren, que sea apedreado, y que no se coma su carne. El dueño
no será culpable si el buey no era dado a atacar con sus cuernos por dos o tres
días antes, y él no lo sabía; pero si lo sabía, y no lo encerró, y mata a un
hombre o a una mujer, que se lo apedreen; y que se mate al dueño, o que a la
persona muerta se le pague, según el «concilio asesor» decrete que es justo.
No lastimes a las viudas ni a los
hijastros, ni les hagas ningún daño; porque si lo haces ellos clamarán a mí y
yo lo oiré, y te mataré con mi espada; y haré que tus esposas queden viudas, y
sus hijos sean hijastros.
Si un hombre le saca el ojo a
otro, que le pague sesenta y seis chelines y seis peniques, y una tercera parte
de penique, como «bot» [compensación que se pagaba a la persona herida]. Si
queda en la cabeza, y no puede ver nada con él, que sea un tercio del «bot» que
se pague.
Si un hombre le saca a otro un
diente del frente de su cabeza, que le dé «bot» por él con ocho chelines; si
fue un canino, que sean cuatro chelines los que se paguen como «bot». El molar
de un hombre vale quince chelines. Si se le corta el dedo con que se dispara,
el «bot» es de quince chelines; por su uña es cuatro chelines.
Si un hombre mutila la mano de
otro hombre, que le pague veinte chelines como «bot», si se puede curar; si se
la cercena por la mitad, entonces se pagarán cuarenta chelines como «bot».
ESTAS SON, CLARO, LEYES BÍBLICAS
ADAPTADAS A LAS MONEDAS Y AMBIENTE INGLESES.
La ley bíblica desempeñó un papel
central en la forja de la civilización occidental al entrar en la sociedad
incluso de otra fuente: los judíos de Europa. Desdichadamente, la historia de
los judíos, según suele informarse, tiende a recalcar sus sufrimientos antes
que sus logros. Esta es una preocupación desdichada que caracteriza a muchos
otros pueblos capaces, pero no es una buena manera de hacer historia, sea que
la hagan los judíos, los armenios, los polacos, los franceses, los pobladores
del sur de los EE.UU. o cualquier otro.
La civilización occidental tiene
una gran deuda con la cultura de sus pueblos y ciudades. Los pueblos y ciudades
fueron productos de los mercaderes y sus comunidades, y estos en su gran
mayoría eran judíos. La ley comercial y la ley urbana, por tanto, tuvieron sus
orígenes en las comunidades judías y su intensa devoción a la ley bíblica. En
tanto algunos sirios o fenicios continuaron en la era cristiana como mercaderes
en Europa, como comerciantes cristianos, cada vez más el papel principal lo
desempeñaron los judíos.
La influencia de los judíos en
sus imitadores cristianos en el ámbito comercial fue vasta. Su poder también
fue muy grande. En una obra de gran importancia, Irving A. Agus ha escrito:
Además, fue en los siglos que
precedieron a las Cruzadas que este asombroso grupo desempeñó el papel más
heroico en el noroeste de Europa. Los pocos miles de judíos que constituyeron
este grupo en el período anterior a las Cruzadas eran tan poderosos que
inclinaban a los gobernantes de Europa a su antojo. Obligaron a estos
gobernantes a efectuar un cambio radical en la política básica de la Iglesia
hacia los judíos.
A estos últimos se les permitía practicar
su religión sin perturbarlos, emplear criados cristianos y a veces incluso
esclavos cristianos, tener cargos de autoridad sobre cristianos y administrar las
actividades financieras en estados grandes, incluso obispados.
Estos pocos judíos obligaron a
los prelados de la Iglesia a convertirse en sus benefactores. En medio de una
subyugación personal casi universal, solo los judíos eran políticamente libres;
en medio de la turbulencia y la guerra, solo ellos podían viajar con relativa
seguridad y podían llevar mercadería valiosa a largas distancias. Cuando
prácticamente todo hombre le debía a su superior servicios y tributos que
constituían un sacrificio entre el 15 y el 50 por ciento de su tiempo que
producía rédito, los judíos pagaban como impuestos solo una diminuta fracción
de sus ingresos.
Organizaron comunidades que se gobernaban
a sí mismas, desarrollaron instituciones supra comunales, impusieron ordenanzas
a escala nacional, y emplearon una forma de organización de grupo y de gobierno
de grupo de lo más eficiente y de lo más asombrosa, que le concedía a todo
individuo ayuda efectiva y protección incluso cuando estuviera a cientos de
millas de su casa. Instituyeron prácticas y procedimientos que les dieron gran
poder y resistencia, capacitándolos para lidiar con los príncipes de la iglesia
y el Estado desde una posición de fuerza, y creó para ellos oportunidades de un
poderoso crecimiento económico y una gran expansión física.
Este poder se cimentaba en una
obediencia sistemática y fiel a la Ley bíblica, a un sistema de justicia que
mantenía a la comunidad en tiempos de dificultad y le daba un instrumento para
hacerle frente a los asuntos internos y externos.
La vida en una comunidad quería
decir vida en la ley de Dios. En estas condiciones la ciudad moderna, producto
de los comerciantes judíos y sus comunidades, es una unidad sostenida por la
ley, no por sangre, y mantenida esencialmente por justicia, y no por fuerza
bruta. Estos tribunales judíos eran más bien tribunales sin estado, precursores de los tribunales medievales
justos y el arbitraje moderno.
La influencia de Maimónides
(Rabino Moisés ben Maimón, 1135-1204) en el pensamiento europeo descansa en
esta orientación urbana de la vida y pensamiento judíos. Conforme la Europa
medieval se volvía Europa urbana, miró a los padres de la vida humana.
Maimónides había codificado las
aplicaciones judías de la ley bíblica a la vida urbana y comercial, y, como
resultado, su influencia fue inevitable.
A Maimónides se le recuerda mejor
por su influencia en la filosofía europea, por ayudar a introducir el
aristotelianismo en el pensamiento europeo y en el judaísmo.
Los judíos de Provenza
denunciaron sus obras filosóficas a la inquisición, que quemó sus escritos. Su
compendio de la Ley bíblica, muy descuidado por los eruditos hoy, fue mucho más
influyente en su día que incluso sus escritos filosóficos.
En una Europa intensamente
interesada en la ley, con el desarrollo de ciudades y de estados nacionales,
los estudios legales de Maimónides fueron importantes.
Debido a su lealtad común, con
diferencias, a la ley bíblica, los cristianos y los judíos estaban muy cerca en
sus relaciones entonces, así como también con mucha hostilidad a veces. La
naturaleza bíblica de los estudios legales de Maimónides los hizo
influyentes21.
Otra fuente mediante la cual la
Ley bíblica ha ejercido una influencia principal en la civilización occidental
ha sido la ley común. Sean cuales sean las costumbres locales, o elementos de
la ley «romana», que existieran en ella, la ley común es esencialmente Ley
bíblica. «La ley común era ley cristiana»22. Como Keeton notó:
«Los jueces de eras anteriores
hablaban con una certeza que se derivaba de su convicción de que la ley común
era una expresión de la doctrina cristiana, que nadie cuestionaba»23. Al tratar
de eliminar la ley bíblica de la civilización occidental, los eruditos con
esmero han colado hatos enteros de camellos en busca de mosquitos.
La importancia del diezmo en el
desarrollo de la civilización occidental merece estudio, pero al presente no es
posible un análisis de esta parte. Hay indicaciones, sin embargo, de que el
diezmo fue básico para las reformas sociales y eclesiásticas, para la educación
y la beneficencia, y que el diezmo fue un factor principal en los cambios y
progresos sociales.
Algunos puritanos ingleses no
estaban contentos del todo con la forma establecida del diezmo como parte de un
establecimiento estancado, pero el hecho de que voluntariamente dieron diezmos
y ofrendas fue responsable por la extensiva reformulación de la sociedad
inglesa.
En los Estados Unidos de América,
especialmente en Nueva Inglaterra, como parte del conservadurismo cristiano,
del respeto al pasado y el radicalismo, el retorno a la raíz de los asuntos,
por los peregrinos y puritanos, como también por otros colonos, había una
adopción autoconsciente de la ley bíblica. La actitud la resumió mejor John
Cotton en sus Moses His Judicials,
cuando observó: «Mientras más la ley huele a hombre, más inútil».
Significativamente, cuando
Massachusetts en 1641 enmarcó sus leyes en términos de la interpretación
inglesa y puritana de la ley bíblica, ese documento se llamó Body of Liberties [Cuerpo de libertades]. Dios, que
llamó al hombre a servirle por la ley había hecho de esa ley la carta de
libertad del hombre.
Los puritanos tomaron muy
literalmente las palabras de Isaías 33: 22, que, como las citaban, decían:
«Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Legislador, Jehová es nuestro Rey;
Él nos salvará». El anterior sumario de la ley, de Cotton, había sido teórico; el
Body of Liberties era bíblico
en perspectiva, pero se aplicaba directamente a los problemas de la Colonia y
de aquí que era un código práctico que se ocupaba de asuntos inmediatos.
Los eruditos a veces tienden a
subestimar la fidelidad a las Escrituras de las leyes de Massachusetts, y
Powers, que a veces da muestras de eso, con todo provee abundante evidencia del
carácter bíblico de la ley. Un Comité de la Corte General repudió el «Código
judío» en 1851, pero es obvio que había estado vigente antes.
Cuando los legisladores pasaron a
aspectos no cubiertos por la ley bíblica, lo hicieron «según las Reglas más
Generales de Justicia», como lo dicen claramente las Leyes de la Colonia de New
Haven:
Este Tribunal enmarca, primero
con todo cuidado y diligencia de tiempo en tiempo proveer para el mantenimiento
de la pureza de la religión, y suprimir lo contrario, Según su mejor Luz, y
direcciones de la Palabra de Dios.
1. Sal 2: 10, 11, 12; 1ª Ti 2: 2.
En segundo lugar, aunque
humildemente reconocen que el poder Supremo de hacer leyes, o de repelerlas, le
pertenece solo a Dios y que por Él este poder es dado a Jesucristo como mediador,
Mt 28: 19, Jn 5: 22, y que estas leyes para santidad y justicia ya están
hechas, y se nos dan en las Escrituras, que en cuestiones morales, o de equidad
moral, no las puede alterar el poder humano, ni autoridad, Moisés solo le mostró a Israel las leyes, y estatutos de
Dios, y el sanedrín, el
tribunal más alto entre los judíos, debía acatar esas leyes.
Sin embargo los gobernadores
civiles, y tribunales, y este Tribunal General en particular (siendo
constituido por hombres libres como antes) son los ministros de Dios para el
bien del pueblo, y tienen poder para declarar, publicar y establecer, para las
plantaciones dentro de su jurisdicción, las leyes que ha hecho, o que haga, y
repeler órdenes por asuntos menores, no particularmente determinados en las
Escrituras, Según las Reglas más Generales de Justicia, y mientras estas estén
vigentes, requerir la debida ejecución de las mismas.
2.
Is 33: 22, Dt 5: 8 Dt 17: 11, Ro 13: 4 28
Precisamente porque los abogados,
tribunales y eruditos de hoy por lo general son humanistas radicales y
anticristianos, hay por lo común una hostilidad hacia todo reconocimiento de la
naturaleza bíblica de la herencia legal de la civilización occidental. Por el
contrario, el esfuerzo es desmantelar esa estructura legal y reemplazarla con
una ley humanista.
Tal desafío no es nuevo. Se ha
intentado repetidas veces a través de los siglos, y uno de esos esfuerzos
culminó en la tiranía del Renacimiento. La fuerza de la ley bíblica entonces ha
ido menguando. Algunos aspectos de esa ley han retenido mayor fuerza que otros.
La ley penal ha sido en gran medida producto de las exigencias bíblicas. Las
observancias dietéticas muy continuamente han perdido su fuerza en la mayoría
de aspectos en cuanto tiene que ver con el cerdo y los mariscos, y la carne de
caballo en Francia, aunque retiene su fuerza para algunos.
La conversión afecta menos
fácilmente la dieta que otros aspectos de la vida de las personas, debido a que
la dieta está por lo general íntimamente ligada a las limitaciones económicas
de una sociedad. Todavía más, con el paso de los siglos, la fidelidad más
estricta de los judíos tiende a condenar las leyes dietéticas conforme surgen
los sentimientos anti judíos.
A diferencia de los bárbaros
convertidos al cristianismo, las comunidades judías representaban un nivel
moral y cultural más alto.
Se debe recordar que los sajones,
por ejemplo, practicaron el sacrificio humano hasta que, después de veinte años
de guerra, Carlomagno los derrotó y los obligó a bautizarse en 782 a fin de
romper el vínculo con las prácticas paganas repulsivas.
Solo mediante la colocación de
los sajones bajo el signo del Dios de las Escrituras, cuya ira se manifestaría
contra los que practicaban tales ritos como el sacrificio humano, se hizo una
ruptura con el pasado. Su conversión forzosa abrió a los sajones y a otros
pueblos a la civilización, pero su nivel de logro estuvo claramente por debajo
del de los judíos por algunos siglos.
POCAS COSAS DETESTA MÁS LA GENTE QUE
LA SUPERIORIDAD DE OTROS.
Las hostilidades, pues, eran
reales. De nada ayudaba el hecho de que los judíos, como comerciantes, a menudo
traficaban con esclavos cristianos. (Como dueños de esclavos, los judíos eran
vulnerables, pues, por ley, un esclavo propiedad de un judío ganaba su libertad
si se hacía cristiano).
La hostilidad hacia los judíos se
volvió hostilidad en muchos casos a las leyes kosher, y muchos a veces se
deleitaron tratando de hacer ritualmente impuros los vinos judíos. La falta de
un conocimiento de las Escrituras debido al analfabetismo promovió la división
y agravó la ignorancia de muchas ordenanzas bíblicas.
Además, con el paso del tiempo la
interpretación de algunas leyes se volvió eclesiástica en vez de social. Por
ejemplo, el sabbat, muy claramente ordenado para reposo, llegó cada vez más a
querer decir adoración y la iglesia; una aplicación secundaria llegó a ser el
énfasis y significado primarios. El requisito del descanso, un descanso en el
Señor, es todavía crucial en las Escrituras.
Quiere decir reposo para el
hombre, sus animales de trabajo y la tierra; en este sentido, las iglesias sabáticas
más estrictas delinquen en su observancia del sabbat. La ley del sabbat todavía
es necesaria para el hombre, como también toda la ley, y su observancia es obligatoria
para la salud de la sociedad. La iglesia, que en un aspecto tras otro ha ido
abandonando la Ley de Dios, o la ha reducido a un interés puramente
eclesiástico o moral, ha llevado a la sociedad a su abandono. John Cotton tenía
razón:
«Mientras más una ley huele a
hombre, más inútil». La ley humanista ha conducido al caos y a la crisis
social. Es tiempo de volver de nuevo con los puritanos a las palabras de Isaías
33:22: «El SEÑOR es nuestro Juez, el SEÑOR es nuestro Legislador, el SEÑOR es
nuestro Rey; él nos salvará».
El hombre humanista busca
salvación del hombre, a veces mediante la política y el estado, y otras veces
mediante el anarquismo. Pero el anarquismo conduce al colapso social y la
guerra, y el estado, que refleja el pecado del hombre, solo puede complicarlo.
El padre Francis Edward Nugent ha
citado, siguiendo a Fulton Lewis (nieto), la corrupción de los miembros del
Congreso, y ha añadido:
Las legislaturas estatales no
están menos abiertas a lo bajo y corrupto; considere a la desdichada New
Hampshire en donde la Cámara de Representantes actual incluye a un hombre al
que se le declaró culpable de usar el correo para defraudar, otro que fue
detenido por robarse una ambulancia mientras estaba bajo la influencia del
licor y un tercero al que se le declaró culpable de violación estatutaria de
una muchacha de 15 años mentalmente retardada.
Por supuesto, con la declinación
creciente de la moralidad pública y privada, ningún arreglo de hombres o
instituciones políticas puede traer alivio. La maldad está primordialmente en
el hombre, y en sus instituciones y medio ambiente en tanto y en cuanto reflejan
su naturaleza. El Rabsaces tenía razón con referencia a Egipto: «He aquí que
confías en este báculo de caña cascada, en Egipto, en el cual si alguno se
apoyare, se le entrará por la mano y la traspasará.
Tal es Faraón rey de Egipto para
todos los que en él confían» (2ª R 18: 21). El futuro no está en las políticas
de manos perforadas sino en el Dios soberano y trino y su ley absoluta.