INTRODUCCIÓN
La fidelidad es una virtud que se recalca en toda la ley y en todas
las Escrituras como una necesidad religiosa y moral. La exigencia de fidelidad
a Dios, a la ley, al matrimonio, a toda obligación santa, se recalca con
énfasis. Moisés llamó a Israel para que observaran la palabra-ley de Dios sin
desviarse «ni a la derecha ni a la izquierda», y, si ellos en efecto andaban en obediencia, les iría bien,
y sus días serían prolongados (Dt 5: 32, 33).
A los creyentes se les llama «los
fieles» en la terminología de la iglesia, y el término «fieles» es en las
Escrituras el elogio más alto (Pr 20: 6; Ap 17:14; Mt 25: 21, etc.). El andar del fiel es en «sendas de
justicia» (Sal 23: 3); sendas quiere
decir huellas, surcos de
ruedas, y la referencia es a hábitos establecidos de santidad. Dios establece a
sus fieles en los surcos abiertos o hábitos de justicia.
LA CORDURA, EL CARÁCTER Y LA
ESTABILIDAD DESCANSAN EN LA FIDELIDAD, EN LA CONFIABILIDAD.
La irresponsabilidad es
consecuencia de la infidelidad, y, en última instancia, de la llamada locura,
que es el rechazo de la responsabilidad; es la negativa a ser fieles, a establecer
los hábitos de justicia. Por eso no sorprende que la filosofía moderna, que ha
proclamado con tanto énfasis la libertad del hombre de la ley y de Dios, con
frecuencia se ha caracterizado por el hecho de tener en sus filas hombres locos
o inestables en el mejor de los casos.
La mentalidad que no es cristiana
suele caracterizarse por su guerra contra la fidelidad. Un estudio de la
escultura en India habla del «culto del deseo» como «camino a la liberación» de
la carga de la vida. En esta secta, «el otro mundo y este se hicieron uno», y
«la Vida y la Liberación dejaron de ser entidades separadas».
Salvación quiere decir aceptación
total de toda la vida como santa: «la santidad del deseo santificará todo
vehículo; y si la mente es pura, todo lo demás, sea mujer, hombre o animal, no
es otra cosa que medio». Esto quiere decir que el individuo debe «disfrutar del
deseo sin que importe cónyuge, divino, humano o bestia».
Aceptar todo acto como santo es
negar enfáticamente el principio de discriminación en términos de bien y mal.
La fidelidad es adherencia a
una ley absoluta, y a personas y causas en términos de esta ley absoluta, y al
soberano Dios de esa ley. Como contrario de la fidelidad, el camino o andar de gozo y placer
del hombre en la vida se vuelve una infidelidad sistemática. En este tono, en
África los nandi tienen un dicho: «Una nueva vagina es consoladora».
Debido a que no hay principio de
discriminación entre el bien y el mal, hombres y animales, las personas no cuentan. El relato de
Daniel son del amor polinesio sostiene que, debido a la falta de estándares y
de discriminaciones, «no había razón para preferir alguna mujer u hombre en
particular». Su descripción, por supuesto, es de una cultura degenerada, como
lo es la de Suggs, cuya descripción es también de una sexualidad
despersonalizada y degenerada.
La necesidad de infidelidad como
principio salió a relucir en un movimiento organizado: el romanticismo. La
descripción de Scott de las «falacias románticas» es excelente: «identifica la
belleza con lo extraño». La lógica de esta posición es que, mientras más
extraño sea el objeto, persona o acto, mejor es para el romántico. En las palabras
de Newton: «El romántico nunca puede regocijarse en lo normal.
Lo que le interesa debe ser
excepcional». Esto significa interés en «el misterio, lo anormal y el
conflicto», un desdén por «lo que sea cumplidor de la ley, lo que se conforme a
un patrón». El romántico «rehúsa reconocer la existencia de la ley según se
aplica a la expresión propia. “Serás lo excepcional y seguirás lo excepcional”
es su único mandamiento. Lo anormal es lo negativo de la ley. Su misma
existencia depende en su negativa a conformarse a la conducta que acata la
ley».
Esto quiere decir que se identifica a la libertad con el mal;
la expresión sexual con la infidelidad y perversión, la destreza artística con
violaciones de los estándares y la perversidad, y el carácter con la
inestabilidad. El crecimiento de la perversión y perversidad en todo aspecto de
la vida es proporcional a la declinación de la fe y la fidelidad.
No solo que ha habido una mayor
prevalencia de la perversidad y perversión, sino también un orgullo creciente y
jactancia en ello, como si estos actos representaran la oleada del futuro. La
salud, vitalidad y carácter los asocian estas «nuevas» personas con la licencia
sexual; y la fidelidad la asocian con el puritanismo y la transgresión. En
realidad, el carácter de los que se entregan a esta llamada libertad sexual es
de conflictos tormentosos y rabietas infantiles.
Para volver a la fidelidad misma, las Escrituras
repetidas veces la declaran como atributo de Dios (Sal 36: 5; 89: 2; Is 11: 15,
etc.). Dios es fiel porque es el soberano absoluto, totalmente consciente de sí
mismo y sin ningún rincón oscuro en su ser, sin potencialidades no
desarrolladas o inconscientes. El hombre fue creado a imagen de Dios, y, como
redimido en Cristo, es reestablecido a esa imagen.
Conforme crece en términos de la
imagen de Dios, el hombre crece en fidelidad y en consciencia de su llamamiento
bajo Dios y las responsabilidades consiguientes.
Fidelidad es estabilidad, fuerza
y carácter. Está estrechamente relacionada con dominio. El término «los fieles»
usado como nombre favorito para referirse a los bautizados en la iglesia
primitiva, hablaba de su confiabilidad y fortaleza.
La fidelidad en el matrimonio en
su sentido más verdadero quiere decir por consiguiente fidelidad sexual y mucho
más. Quiere decir cumplimiento fiel de los deberes de esposo y esposa.
Quiere decir confiabilidad,
carácter, fuerza en la adversidad y lealtad. Quiere decir iniciativa y
capacidad, como aparece en las palabras de nuestro Señor: «Bien, buen siervo y
fiel» (Mt 25: 21).
La fidelidad es un atributo comunicable
de Dios. Es una característica de fuerza y carácter en el hombre, en tanto que
la infidelidad en cualquier ámbito es una señal de debilidad y pecado.