20. LA FIDELIDAD

INTRODUCCIÓN

La fidelidad es una virtud que se recalca en toda la ley y en todas las Escrituras como una necesidad religiosa y moral. La exigencia de fidelidad a Dios, a la ley, al matrimonio, a toda obligación santa, se recalca con énfasis. Moisés llamó a Israel para que observaran la palabra-ley de Dios sin desviarse «ni a la derecha ni a la izquierda», y, si ellos en efecto andaban en obediencia, les iría bien, y sus días serían prolongados (Dt 5: 32, 33).
A los creyentes se les llama «los fieles» en la terminología de la iglesia, y el término «fieles» es en las Escrituras el elogio más alto (Pr 20: 6; Ap 17:14; Mt 25: 21, etc.). El andar del fiel es en «sendas de justicia» (Sal 23: 3); sendas quiere decir huellas, surcos de ruedas, y la referencia es a hábitos establecidos de santidad. Dios establece a sus fieles en los surcos abiertos o hábitos de justicia.

LA CORDURA, EL CARÁCTER Y LA ESTABILIDAD DESCANSAN EN LA FIDELIDAD, EN LA CONFIABILIDAD.

La irresponsabilidad es consecuencia de la infidelidad, y, en última instancia, de la llamada locura, que es el rechazo de la responsabilidad; es la negativa a ser fieles, a establecer los hábitos de justicia. Por eso no sorprende que la filosofía moderna, que ha proclamado con tanto énfasis la libertad del hombre de la ley y de Dios, con frecuencia se ha caracterizado por el hecho de tener en sus filas hombres locos o inestables en el mejor de los casos.
La mentalidad que no es cristiana suele caracterizarse por su guerra contra la fidelidad. Un estudio de la escultura en India habla del «culto del deseo» como «camino a la liberación» de la carga de la vida. En esta secta, «el otro mundo y este se hicieron uno», y «la Vida y la Liberación dejaron de ser entidades separadas».
Salvación quiere decir aceptación total de toda la vida como santa: «la santidad del deseo santificará todo vehículo; y si la mente es pura, todo lo demás, sea mujer, hombre o animal, no es otra cosa que medio». Esto quiere decir que el individuo debe «disfrutar del deseo sin que importe cónyuge, divino, humano o bestia».
Aceptar todo acto como santo es negar enfáticamente el principio de discriminación en términos de bien y mal. La fidelidad es adherencia a una ley absoluta, y a personas y causas en términos de esta ley absoluta, y al soberano Dios de esa ley. Como contrario de la fidelidad, el camino o andar de gozo y placer del hombre en la vida se vuelve una infidelidad sistemática. En este tono, en África los nandi tienen un dicho: «Una nueva vagina es consoladora».
Debido a que no hay principio de discriminación entre el bien y el mal, hombres y animales, las personas no cuentan. El relato de Daniel son del amor polinesio sostiene que, debido a la falta de estándares y de discriminaciones, «no había razón para preferir alguna mujer u hombre en particular». Su descripción, por supuesto, es de una cultura degenerada, como lo es la de Suggs, cuya descripción es también de una sexualidad despersonalizada y degenerada.
La necesidad de infidelidad como principio salió a relucir en un movimiento organizado: el romanticismo. La descripción de Scott de las «falacias románticas» es excelente: «identifica la belleza con lo extraño». La lógica de esta posición es que, mientras más extraño sea el objeto, persona o acto, mejor es para el romántico. En las palabras de Newton: «El romántico nunca puede regocijarse en lo normal.
Lo que le interesa debe ser excepcional». Esto significa interés en «el misterio, lo anormal y el conflicto», un desdén por «lo que sea cumplidor de la ley, lo que se conforme a un patrón». El romántico «rehúsa reconocer la existencia de la ley según se aplica a la expresión propia. “Serás lo excepcional y seguirás lo excepcional” es su único mandamiento. Lo anormal es lo negativo de la ley. Su misma existencia depende en su negativa a conformarse a la conducta que acata la ley».
Esto quiere decir que se identifica a la libertad con el mal; la expresión sexual con la infidelidad y perversión, la destreza artística con violaciones de los estándares y la perversidad, y el carácter con la inestabilidad. El crecimiento de la perversión y perversidad en todo aspecto de la vida es proporcional a la declinación de la fe y la fidelidad.
No solo que ha habido una mayor prevalencia de la perversidad y perversión, sino también un orgullo creciente y jactancia en ello, como si estos actos representaran la oleada del futuro. La salud, vitalidad y carácter los asocian estas «nuevas» personas con la licencia sexual; y la fidelidad la asocian con el puritanismo y la transgresión. En realidad, el carácter de los que se entregan a esta llamada libertad sexual es de conflictos tormentosos y rabietas infantiles.
Para volver a la fidelidad misma, las Escrituras repetidas veces la declaran como atributo de Dios (Sal 36: 5; 89: 2; Is 11: 15, etc.). Dios es fiel porque es el soberano absoluto, totalmente consciente de sí mismo y sin ningún rincón oscuro en su ser, sin potencialidades no desarrolladas o inconscientes. El hombre fue creado a imagen de Dios, y, como redimido en Cristo, es reestablecido a esa imagen.
Conforme crece en términos de la imagen de Dios, el hombre crece en fidelidad y en consciencia de su llamamiento bajo Dios y las responsabilidades consiguientes.
Fidelidad es estabilidad, fuerza y carácter. Está estrechamente relacionada con dominio. El término «los fieles» usado como nombre favorito para referirse a los bautizados en la iglesia primitiva, hablaba de su confiabilidad y fortaleza.
La fidelidad en el matrimonio en su sentido más verdadero quiere decir por consiguiente fidelidad sexual y mucho más. Quiere decir cumplimiento fiel de los deberes de esposo y esposa.
Quiere decir confiabilidad, carácter, fuerza en la adversidad y lealtad. Quiere decir iniciativa y capacidad, como aparece en las palabras de nuestro Señor: «Bien, buen siervo y fiel» (Mt 25: 21).

La fidelidad es un atributo comunicable de Dios. Es una característica de fuerza y carácter en el hombre, en tanto que la infidelidad en cualquier ámbito es una señal de debilidad y pecado.